VII

PAMPOSHA

Al llegar Jaun a casa de su cuñado, ve a Pamposha, que está asomada a la ventana.

JAUN.—¿Qué haces ahí en la ventana, Pamposha?

PAMPOSHA.—Estoy mirando las estrellas.

JAUN.—Pareces una deidad de la noche.

PAMPOSHA.—¿Quién sabe? Quizá lo sea.

JAUN.—Haces el efecto de una aparición mágica.

PAMPOSHA.—Pues soy muy real, Jaun.

JAUN.—Me lo figuro. Hace mucho frío para estar ahí quieta.

PAMPOSHA.—Yo no lo tengo.

JAUN.—Yo tampoco.

PAMPOSHA.—¿Estás ya de vuelta?

JAUN.—Sí.

PAMPOSHA.—Entonces bajo a abrirte.

(Baja Pamposha, abre la puerta y suben los dos)

JAUN.—¿Otra vez vas a la ventana?

PAMPOSHA.—Sí. ¡Hace una noche tan hermosa! ¿Será verdad que cada uno de nosotros tiene su estrella?

JAUN.—No sé. ¿Tú has encontrado la tuya?

PAMPOSHA.—Yo, todavía no.

JAUN.—Será difícil. ¡Como no tienen nombre!

PAMPOSHA.—Y aunque lo tuvieran, no sabría encontrarla. No sé leer.

JAUN.—¿No sabes leer?

PAMPOSHA.—No. En las letras no sé leer; en mi corazón, sí.

JAUN.—¿Y qué lees en tu corazón?

PAMPOSHA.—Leo que está muy triste. En esta noche tan alegre para todos, mi corazón está de luto. Es como un pájaro prisionero que quiere escapar de la jaula.

JAUN.—¿Me voy?

PAMPOSHA.—¿Por qué?

JAUN.—¿Tú crees en el demonio de los cristianos, Pamposha?

PAMPOSHA.—¿Por qué me preguntas eso?

JAUN.—Porque me siento poseído por él. Te veo como un ogro puede ver la carne cruda. ¡Adiós!

PAMPOSHA.—Me dices ¡adiós!, pero no te vas.

JAUN.—Échame tú; yo no tengo bastante valor para irme. Échame tú, o déjame que te bese.

PAMPOSHA.—Pues, bésame, si quieres.