XIV

EL PORVENIR DE EDERRA

JAUN.—¡Andria, querida!

ANDRIA.—Llámame Ana; así me llaman desde que me he bautizado.

JAUN.—¡Ni los nombres vascos queréis conservar! Pues bien, Ana.

ANDRIA.—¿Qué?

JAUN.—Dame una segunda copa de vino.

ANDRIA.—Si has bebido ya seis.

JAUN.—Me habré equivocado en la cuenta; para mí es la segunda. ¿Qué te parece lo que ha hecho mi hija?

ANDRIA.—Muy bien. Tú debías hacer lo mismo: bautizarte.

JAUN.—¡Bautizarme! ¿Por qué? Primero tendrían que mostrarme que mi religión es falsa y que la vuestra es verdadera.

ANDRIA.—Pero eso es evidente.

JAUN.—Yo no lo veo así.

ANDRIA.—Bautízate y lo verás.

JAUN.—Yo, no. ¿Y tú crees que Ederra no querrá casarse ya con ninguno que no sea cristiano?

ANDRIA.—Tengo la seguridad. Es más: creo que está en relaciones con un joven castellano católico llamado Anselmus.

JAUN.—¿Con Anselmus? ¿Con ese fatuo? ¿Con ese maqueta?

ANDRIA.—Le he oído decir a Ederra varias veces: No me casaré más que con Anselmus, o iré al convento.

JAUN.—Pues es una broma; pero yo encontraré pretendientes de más categoría social para mi hija y la convenceré de que deje a Anselmus.

ANDRIA.—Creo que será imposible.

JAUN.—¡En fin, ya veremos!