LA MAÑANA
Al día siguiente, por la mañana. El barrio de Alzate duerme envuelto en la niebla; de las chimeneas de las casas sale el humo tenue, oración matinal de la vida humilde, y comienzan a cantar los gallos. Jaun baja a la cuadra y echa un vistazo a sus cabalgaduras.
JAUN.—¡Eh, Basurdi! ¡Animal! Despiértate.
BASURDI.—Siempre viene a fastidiarme este hombre.
JAUN.—¿Has dado de beber a los caballos?
BASURDI.—No.
JAUN.—Pues ¿qué haces, estúpido?
BASURDI.—Es asqueroso esto de ser criado, injusto y odioso; tiene uno que estar pendiente de los caprichos del amo, que quiere esto o lo otro… ¡Qué fastidio! ¡Qué pesadez! ¡Si fuera uno rico! No haría nada. ¡Mis criados lo harían todo!
USOA.—¿Ya está el equipaje bien colocado?
JAUN.—Sí. Basurdi, ¡a ver mis armas!
BASURDI.—Aquí tiene la espada y las azconas. ¿Yo llevaré algo?
JAUN.—Lleva el cuerno.
BASURDI.—¡El cuerno! Este hombre siempre quiere desacreditarme. Llevaré una espada.
JAUN.—No, no. ¡Para la ayuda que me sueles prestar! Cuando fui con Bildoch y contigo y nos atacaron los de Zabaleta en el camino de Sumbilla, tú huiste.
BASURDI.—¡Ah! ¡Claro! ¡Iba a dejarme matar como Bildoch!
JAUN.—Claro que sí.
BASURDI.—Será una opinión. No es la mía. Yo no soy amigo de trifulcas; que me dejen en paz, como yo dejo a los demás.
JAUN.—Tú no eres un jabalí, como te llaman, sino sólo cerdo.
BASURDI.—Prefiero ser cerdo vivo que hombre muerto. No todos podrán decir lo mismo.
JAUN.—¿Quiénes no pueden decir lo mismo?
BASURDI.—Pues los que se han muerto.
JAUN.—Calla, bruto. Me dan ganas de echarte a puntapiés de aquí. Eres tan bruto como egoísta, y tan egoísta como desagradecido.
BASURDI.—¿Dónde están los listos, los agradecidos y los no egoístas? Me gustaría conocerlos.
JAUN.—Bien. Está bien. Coge el cuerno, y no hablemos más.
BASURDI.—Ya hay otros que podían llevar el cuerno mejor que yo.
JAUN.—Tú lo llevarás tarde o temprano. No te apures.
BASURDI.—O no.
JAUN.—Toma este caballo de la rienda para que la Pamposha monte a la puerta de su casa de Balezta.
BASURDI.—¿Va a venir con nosotros esa chica?
JAUN.—Sí, y cuidado con tus palabras.
BASURDI.—¡Bah! Ésa ya estará acostumbrada a oír todo lo que yo pueda decir.
JAUN.—Si está acostumbrada, como si no lo está, harás el favor de no decir groserías delante de ella.
BASURDI.—Yo no suelo decir groserías.
JAUN.—Sí. Tú eres un caballero de la Tabla Redonda.
BASURDI.—Ya sé que no. Y este otro jaco, ¿para quién es?
JAUN.—Es para Arbeláiz, que se nos reunirá en Erricoechea.
(Jaun se viste el capote de lana parda y monta a caballo; Basurdi lleva las otras cabalgaduras de la brida.)