UNA TARDE DE OTOÑO
Unas semanas después. Tarde de otoño. El cielo está azul, con grandes nubes rosadas de nácar. El sol, amarillo, dora las faldas de los montes, en donde se han enrojecido los helechos y las hojas de los árboles. La naturaleza, soñolienta y perezosa, se deja acariciar por esta luz del crepúsculo. En las zonas de aire incendiadas por ráfagas de sol se ven nubes de insectos. En el cielo, buitres de vuelo reposado cruzan majestuosos. La caída de la tarde tiene algo tranquilo e idílico.
Se respira un olor de humedad, de hojas secas, olor de otoño; hay una dulce languidez en el viento templado, un aire de nostalgia en las nubes de color de rosa, que se presentan por encima de las crestas de los montes como banderas en triunfo.
En las faldas de las colinas las hogueras echan bocanadas de humo negro.
En la huerta de la casa de Alzate reina gran tranquilidad. Los árboles frutales empiezan a desposeerse de sus hojas, y en el prado, las manzanas caen silenciosamente sobre la hierba y corren por el talud.
Jaun se halla sentado en el cenador de su huerta, cerca de la tapia, en un banco de piedra, al que dan sombra un manzano y una higuera llenos de fruta.
Cerca de la tapia corre el arroyo Lamiocingo-erreca. En este momento el arroyo tiene luces de escarlata, y las libélulas, con sus alas de tul, cambiantes de color, su cuerpo fino y recto y sus ojos abultados rasan el agua con rapidez. Algún martín pescador cruza volando.
Jaun mira el campo con el pensamiento vacío. En la huerta revolotean las mariposas blancas, cantan pájaros de pecho colorado, zumban los moscardones, corren las lagartijas en las tapias y las telas de araña complicadas se exhiben al sol como encajes. El gato acecha a los pájaros estirándose y encogiéndose con movimientos de pantera.
Algunas rosas quedan todavía en los rosales, ya con pocas hojas, y otras flores tardías brillan en el pequeño jardín próximo al cenador.
Este jardín, rojo por el otoño, tiene el color de una cabellera de mujer rubia.
De la heredad próxima, dos criados de Jaun traen calabazas de varios colores, cestas de manzanas y fardos de judías, que van a extender en un balcón corrido al sol.
USOA.— (Saliendo al balcón.) ¿Quieres venir, Jaun?
JAUN.— Ya voy.
Jaun cruza la huerta, entra en la bodega y va a encontrarse con su mujer.
Dentro de la torre, en los cuartos grandes, penetra la luz tamizada por la verdura de los prados. Pasa la tarde, el otoño mueve sus cendales de bruma sobre la falda de los montes. Comienza a salir de las chimeneas de las casas vecinas el humo azul, suave y sin fuerza, humo que se deshace en hebras tenues en el aire.
Las chimeneas negras, al anochecer, toman un aspecto de fantasmas, tristes y pensativos. Este humo azul que sale de las viviendas aldeanas tiene algo de oración y de incienso; habla de las vidas humildes de los campesinos, de la abuela que echa ramas al fuego y mece al mismo tiempo la cuna del niño canturreando, mientras el hombre de la casa lleva a beber los bueyes al arroyo y la dueña trae la comida para los animales del corral.