II

CONVERSACIONES

Ahora, en la cocina de la torre de Alzate, bailan desenfrenadamente mozos y mozas. Entre ellos, Barrendegui, Ezponda y Lizardi se lucen por su apostura. La Arguiya, la Belcha y la Pamposha son las muchachas más admiradas. La Arguiya es alta, con los ojos claros, la tez blanca y las trenzas rubias; la Belcha es morena, trigueña, con los ojos negros y melancólicos; la Pamposha no es rubia ni morena, pero es encantadora: tiene agilidad de serpiente, ojos que brillan y labios que sonríen con una sonrisa graciosa y burlona.

LIZARDI. (A Pamposha.) ¡Si tú me quisieras! ¿Por qué no me has de decir que sí?

PAMPOSHA.—¡Yo…!, ¡ja… ja…!

LIZARDI.—¿Es que quieres a otro?

PAMPOSHA.—¿Si quiero a otro…? No, chico, no… ¡ja… ja…!

LIZARDI.—Todos te parecen bien para reír, para bailar.

PAMPOSHA.—Claro que sí. ¿Y por qué no?; ¡ja… ja… ja…!

LA ARGUIYA. (A Ezponda.) Tienes que decirle a tu madre que somos novios.

EZPONDA.—Sí, sí…; ya le diré.

LA ARGUIYA.—Pero ¿cuándo?

EZPONDA.—¡Pse!, cuando venga bien.

LA ARGUIYA.—Siempre me estás diciendo lo mismo. Me estás engañando, ya lo sé. No haces más que mirar a la Belcha y a las demás mujeres.

(Basurdi [el Jabalí], el criado de Jaun, que tiene la cabeza grande, los ojos pequeños y brillantes, que es comilón y gordinflón y sigue a las muchachas, habla con la Illopa, que es algo tonta.)

BASURDI.—¿No irás luego a la cuadra?

LA ILLOPA.—No.

BASURDI.—¿Por qué no? Ya vas con otros.

LA ILLOPA.—Si me das algo, ya iré.

LA ABUELA DE OLAZÁBAL.—Toma, sí un poco de thantha, la gota. Es cosa buena para la tristeza del estómago.

LA ABUELA DE ZARRATEA.—Una copa o dos yo ya suelo tomar; lo demás sería vicio.

LA ABUELA DE OLAZÁBAL.—Sí, pero a nuestra edad viene bien. ¡Con estas humedades…!

LA ABUELA DE ZARRATEA.—¡Y con las penas que una ha tenido!

LA ABUELA DE OLAZÁBAL.—Un poco ya hace bien, ya. Para quitar el flato.

LA ABUELA DE ZARRATEA.—Y la melancolía…, porque con estas desgracias que una ha tenido…, y luego la vida está… tan cara…

LA ABUELA DE OLAZÁBAL.—Es un horror…; no sé adonde vamos a ir a parar. Has visto estas chicas, ¡qué descaradas! En nuestro tiempo nosotras no éramos así.

LA ABUELA DE ZARRATEA.—¡Claro que no! Teníamos mucha más vergüenza.

LA ABUELA DE OLAZÁBAL.—En cambio, los mozos ¡qué guapos son!, ¡qué galantes!

LA ABUELA DE ZARRATEA.—Yo no sé cómo hacen caso a estas chicas tan desvergonzadas y que no tienen, después de todo, ningún atractivo.

LA ABUELA DE OLAZÁBAL.—Absolutamente ninguno. Esa Pamposha no vale nada.

LA ABUELA DE ZARRATEA.—¡Y la Arguiya, con esos pelos que parecen barbas de maíz!

LA ABUELA DE OLAZÁBAL.—¡Y la Belcha, con ese color tan feo!

LA ABUELA DE ZARRATEA.—Sí, la verdad es que los hombres tienen un gusto bien raro.

LA ABUELA DE OLAZÁBAL.—¿Tomaremos otro poco de thantha?

LA ABUELA DE ZARRATEA.—Un poco nada más…, sólo para probar.

LA ABUELA DE OLAZÁBAL.—No te dé miedo. ¡Con estas humedades!

LA ABUELA DE ZARRATEA.—¡Y con las penas y los desengaños que una ha tenido!

(Beben las dos)

EL VIEJO DE FRIXU-BAITA.—¡Qué guapas están estas muchachas, amigo Lecu-eder!

EL VIEJO DE LECU-EDER.—Yo creo que son más guapas que las de nuestro tiempo.

EL VIEJO DE FRIXU-BAITA.—Sí, tienes razón; en cambio, los mozos no son como éramos nosotros. Nosotros nos mostrábamos más galantes, más obsequiosos. Éstos han perdido ya todas las formas.

EL VIEJO DE LECU-EDER.—Petulantes, majaderos, sin gracia. Es incomprensible cómo les hacen caso estas chicas.

EL VIEJO DE FRIXU-BAITA.—Si, es verdad, es incomprensible.

EL VIEJO DE LECU-EDER.—¡Cómo degenera el mundo!

UNA VOZ

Baratzeko pikuak

hiru txorten ditu

neska mutilzaliak

ankak arin ditu

ankak ariña eta

barua ariñago

dantzan hobeto daki

arto jorran baino.

Ai, Ene! Nik ere nahi nuke!

Ai, Ene! Zuk nahi bazenduke!

(Las higueras de la huerta tienen tres ramas: La chica aficionada a los chicos mueve las piernas; las piernas muy ligeras y la cabeza más ligera aún, mejor sabe bailar que escarbar el maíz. ¡Ay, Ene! ¡Yo también quisiera! ¡Ay, Ene! ¡Si tú quisieras!)

(La gente sigue bailando)