Trabajando en los astilleros del espacio


Mi primer trabajo remunerado en mis años mozos fue en los astilleros del espacio, donde pensé que mi talento y mi pericia podían beneficiar mayormente a la sociedad. Me desempeñaba como ayudante del oficial armador de FTL. El oficial armador era una mujer llamada Nellie. A medida que más y más mujeres ingresaban en el plantel de los astilleros, para trabajar entre los hombres y los androides y los robots, los hombres tenían una actitud cada vez más circunspecta. Los juramentos eran más cautelosos, los gestos menos groseros y la apariencia personal menos descuidada. Eso me sorprendió, pues las mujeres mostraban sin rodeos que les importaban un bledo los juramentos, los gestos, las apariencias.

De los cestos para papeles recogí muchos mensajes suicidas. La mayoría nunca habían llegado a las destinatarias y eran simples borradores de mensajes suicidas:

Mi adorada: Cuando recibas ésta, no estaré ya en condiciones de molestarte de nuevo.

Para cuando recibas esta carta, ya nunca podré.

Para cuando recibas ésta, ya no estaré.

Mi adorada: Nunca más podremos destrozarnos mutuamente los corazones.

Has sido más que la vida para mí. Amor mío…, me he equivocado tanto.

Es muy encomiable que la gente trate de escribir bien, aun in extremis. La educación ha dado sus frutos. En mi escuela, sólo aprendimos a escribir cartas comerciales. Con referencia a su último embarque de hierro marciano fundido/fundidos de hierro. Puesto que la vida es un negocio tan trágico, ¿por qué no nos enseñan a escribir cartas suicidas como la gente?

En esta era de progreso, en la que todo es progresista y tecnológico y nuevo, la única partícula de nuestro Ser con que nos hemos quedado es nuestra Condición Humana, la que por supuesto sigue siendo miserable, a pesar de las tres comidas de proteínas que ingerimos diariamente. Las proteínas no nos socorren en la Noche Oscura del Alma. Los androides, que tanto se parecen a nosotros (ya hay androides negros que trabajan en los astilleros del espacio), no tienen alma, y muchos de ellos se sienten profundamente desdichados por desconocer el largo y lento dolor de muelas de la Condición Humana. Algunos han abandonado el trabajo, y se paran en las esquinas con anteojos oscuros, pidiendo limosna con patéticos mensajes colgados sobre el pecho. Huérfano de la Tecnología. Salido de Fávrica Demaciado Joben. Apiádense de mi Pobre Esqueleto de Metal. Y uno especialmente trágico que vi en el Distrito de Queens. La Obsolescencia es la Muerte del Pobre. No le faltan sus traumas; el simple hecho de carecer de Condición Humana tiene que ser traumático.

La mayoría de los androides aborrece a los mendigos-androides. A la salida del trabajo recorren las calles, golpean a todos los mendigos que encuentran y a puntapiés les tiran a las alcantarillas los tiestos de lata. Los androides sin cara son pavorosos. Parecen hombres con máscaras de hierro. Uno nunca se salva de desempeñar un papel.

Estábamos construyendo naves línea Q cuando yo trabajaba en el astillero. Eran las naves experimentales. La Q1, la Q2 y la Q3 ya habían sido terminadas, y remolcadas en órbita más allá de Marte, y lanzadas hacia Alfa del Centauro. Nunca se volvió a saber de estas naves. Quizá estén dando una vuelta por todo el universo, y regresen al Sistema Solar cuando el sol esté envuelto en una capa de permaescarcha de diez kilómetros de profundidad. De todos modos, yo no viviré para ver ese día.

No era ninguna diversión construir esas naves. No tenían lujos, no tenían cabinas, ni muebles ni avíos, ni cocinas, ni kilómetros y kilómetros de alfombras, ni todas las demás galas de una verdadera nave del espacio. Y lo que podíamos obtener como recompensa suplementaria era mínimo. Las computadoras de a bordo llevaban una vida muy austera.

—¡Para cuando tú regreses al Sistema Solar habrá en el sol una capa de permaescarcha de diez kilómetros! —le dije a Torpe, la computadora del Q3, mientras la empotrábamos en la pared—. ¿Qué harás entonces?

—Mediré la permaescarcha.

He observado una cosa a propósito de la verdad. Uno no la espera, y a menudo suena a broma. Las computadoras y los robots parecen muchas veces graciosos porque no interpretan ningún papel. Se limitan a decir la verdad. A este PELOTA le pregunté:

—¿Para quién medirás la permaescarcha?

—La mediré por su interés intrínseco.

—¿Aunque no queden seres humanos a quienes pueda interesarle?

—No entiendes el significado de intrínseco.

Cada una de estas naves Q cuesta más que la renta nacional anual de un estado como Gran Bretaña. Zum, allá las despacharon, rumbo al universo. ¡No se las vio más! La obra de mis manos. Todos esos kilómetros de perfecta soldadura. La obra de mi vida.

Opino que las computadoras dicen la verdad. Pero es sólo la verdad que ellas ven. Ocurren cosas que nosotros no vemos. ¿Debemos incluirlas en nuestra verdad personal, o no?

Mi madre era una mujer insólita. Antes que yo cumpliera los diez años y me dieran mi destino extrafamiliar, ella y yo nos divertíamos en grande. Era un corazón de oro; más, de uranio. Tenía una vieja amiga sorda, la señora Patt, que iba a visitarla una vez por semana y se sentaba en el sillón mientras mi madre aullaba preguntas y comentarios.

Ahora entiendo por qué yo no podía soportar a la señora Patt: porque todo sonaba tan trivial y estúpido cuando yo lo repetía a gritos.

—Qué bien la ley de la luz de luna extra, ¿no?

—¿Qué qué qué dices?

—Dije si no estás contenta con la ley de la luz de luna extra.

—¿Contenta qué?

—¿No estás contenta con la ley de la luna extra? Nos vendría bien tener otra luna.

—No oigo lo que dices.

—Digo si no te hace gracia la ley de la luna extra.

—¿Qué rey es ése?

—La ley de la luna extra. ¡Ley! ¿No te hace gracia la ley de la luna extra?

Yo solía esconderme detrás del sillón antes que llegase la señora Patt. Cuando ella y mamá empezaban a gritar, yo me asomaba por detrás del respaldo del sillón para que la señora Patt no me viese, me metía los pulgares en las orejas y los meñiques en la nariz, arrugándola y deformándola, y movía los otros dedos mientras subía y bajaba las cejas y sacaba la lengua y parpadeaba como un loco, para hacer reír a mamá. Y ella tenía que simular que no me veía.

De tanto en tanto fingía que se sonaba la nariz, para disfrutar de una risita breve.

Teníamos un gato grande, negro y malo. A veces yo aparecía por detrás del sillón con la escudilla del gato a modo de sombrero, maullando y moviendo las orejas.

La pregunta que ahora me hago, habiendo alcanzado la edad de sentar cabeza —la señora Patt visitó hace años la clínica de eutanasia— es si debo incluirme o no en la lista de verdades de la señora Patt. Como no me contaba entre los fenómenos para ella observables, yo no podía ser parte de su Verdad. Para la señora Patt, yo no existí en mi manifestación post-sillón; por lo tanto yo no tenía ningún efecto sobre ella; por lo tanto yo no era parte de la Verdad, tal como ella la veía.

Si había habido en mí mala intención, o no, tampoco tenía importancia, puesto que yo no había afectado la conciencia de ella. El único efecto de mis payasadas fue que llegó a considerar a mi madre como muy propensa a los resfríos, pues necesitaba sonarse la nariz a cada rato.

Esto indicaría que hay dos clases de verdades: una es la verdad personal, y la otra, que para no caer en un término más necio, llamaré Verdad Universal. A esta última categoría pertenecen obviamente aquellos acontecimientos que nadie observa, como mis dedos en la nariz, los vuelos de las Q1, Q2 y Q3, y Dios.

Todo esto traté de explicárselo una vez a Jackson, mi amigo androide. Traté de hacerle comprender que él sólo percibía la Verdad Universal, y que no conocía la Verdad Personal.

—La Verdad Universal es la más grande, de modo que soy más grande que tú, que sólo percibes la Verdad Personal —me dijo.

—¡De ninguna manera! Por supuesto, yo percibo la totalidad de la Verdad Personal, como es obvio, y también buena parte de la Verdad Universal. Así que tengo una idea mucho más clara que tú de la Verdad Total.

—Ahora estás inventando una tercera especie de verdad, para poder ganar la discusión. Sólo porque tienes Condición Humana, te empeñas en demostrar que eres mejor que yo.

Lo desconecté. Yo soy mejor que Jackson. Yo puedo desconectarlo a él.

Al día siguiente, al volver a tomar mi turno, lo conecté de nuevo.

—Hay toda clase de cosas horripilantes que hacen señas por detrás de tu sillón metafórico, y de las que tú no te das cuenta —me dijo sin más ni más.

—Los seres humanos al menos escriben cartas suicidas —dije. Es un arte menor al que nunca se le ha dado la importancia que merece. Un arte muy íntimo. No se puede escribir una carta suicida a alguien que no se conoce.

Estimado Presidente: Mi nombre puede no serle familiar, pero voté por usted en las elecciones últimas, y cuando reciba la presente ya no estaré en condiciones de molestar de nuevo.

Nunca más estaré en condiciones de votarlo de nuevo. No estaré en condiciones de apoyarlo en la próxima campaña.

Estimado Presidente: Esta le caerá como una bomba, sobre todo porque usted no me conoce, pero.

Estimado Señor: Usted ha sido más que un presidente para mí.

Las horas en los astilleros del espacio eran interminables, especialmente para nosotros los jóvenes. Trabajábamos de diez a doce, y luego de dos a cuatro. Los robots trabajaban de diez a cuatro. Los androides trabajaban de diez a doce y de dos a cuatro cuando empecé en los astilleros como ayudante de oficial armador FTL, y no podían ir a la cantina, en tanto los hombres y mujeres tenían quince minutos libres por hora para el café y las drogas. Después de unos diez meses de mi ingreso en los astilleros, se aprobó una ley que concedía a los androides cinco minutos por hora para el café (ellos no toman drogas). Los hombres se declararon en huelga contra esta legislación, pero todo se enfrió para Navidad, después de un aumento de salarios. La Q4 se atrasó otras dieciséis semanas pero ¿qué son dieciséis semanas cuando uno va a dar la vuelta al universo?

Las mujeres eran muy sentimentales. Muchas de ellas se enamoraban de androides. Los hombres estaban muy molestos por este motivo. Mi primer amor, Nellie, la oficial armadora de FTL, me dejó por un electricista androide. Decía que era más respetuoso.

En la cantina, nosotros los hombres solíamos hablar de sexo y filosofía y de quién iba ganando el último Certamen de Pensamiento Ilimitado. Las mujeres intercambiaban recetas. A menudo pienso que las mujeres no tienen tanta Condición Humana como nosotros.

La primera vez que nos acostamos juntos Nellie dijo:

—Estás un poquito nervioso, ¿no?

Bueno, lo estaba, pero le dije:

—No, no estoy nervioso, no es nada más que esa cuestión de los papeles que uno puede desempeñar. No he elaborado ninguno que corresponda a esta situación particular.

—Bueno, arremete entonces, o sonará la sirena. Puedes hacer de Gran Amante o algo así, ¿no?

—¿Tengo algo de Gran Amante? —le pregunté, exasperado.

—Los he visto más pequeños —dijo ella, y sonrió. Después de eso, siempre nos entendimos, y entonces tuvo que dejarme por ese electricista androide.

Durante unos días me sentí terriblemente desdichado. Pensé en escribirle una carta suicida, pero no sabía cómo redactarla.

Querida Nellie: Te sé demasiado dura de corazón para que esto te importe un bledo, pero. Sé que no te intereso un bledo, pero. Sé que no darías un bledo por mí. Un penique. Eres indiferente a. Eres indiferente a lo que a mí me pasa, pero.

Mientras te acurrucas en los brazos sintéticos de tu amante, quizá te interese saber que estoy a punto de.

Pero en realidad no estaba a punto de, porque había iniciado una relación íntima con Nancy, y ella disfrutaba con mi papel de Gran Amante. Ella estaba muy bien en el de Yo-Sé-Que-Ambos-Somos-Realmente-Demasiado Sensibles-Para-Este-Papel. Al cabo de un tiempo conseguí un traslado para poder trabajar con ella en el condentistor de estribor. Ella me pasaba recetas de platos exóticos. A veces, era un verdadero alivio encontrarme con mis compinches en la cantina.

Por fin llegó el gran día en que la Q4 quedó terminada. Vino el Presidente y nos arengó, e inspeccionó la aguja de reluciente acero de tres kilómetros de altura. Nos dijo que había costado más de lo que valía toda Sudamérica, y que inauguraría una Nueva Era en la Historia de la humanidad. O tal vez dijera un Nuevo Error. Sea como fuere, la Q4 nos pondría en contacto con algún otro mundo, a muchos años luz de distancia. Era imperativo para nuestra supervivencia que nos pusiéramos en contacto con ellos antes que nuestros enemigos.

—¿Y por qué no nos ponemos sencillamente en contacto con nuestros enemigos? —me preguntó Nancy con voz avinagrada. No tenía sentido de la oportunidad.

Cuando nos dispersábamos después de la ceremonia, tuve una sorpresa desagradable. Vi a Nellie con el brazo alrededor de ese electricista androide, y él iba renqueando. ¡Un androide renqueando! ¡Eso se llama desempeñar un papel! ¡Androides byronianos! Si nos descuidamos nos escamotearán la Condición Humana así como ahora nos escamotean las mujeres. El futuro es negro y las arcas de nuestro destino se están llenando de cartas suicidas.

Me sentí realmente enfermo. Nancy me miró como si por encima de mi hombro viese a alguien que se ponía los pulgares en las orejas y los meñiques en la nariz y todo lo demás. Naturalmente, cuando me di vuelta, no había nadie.

—Vayamos y representemos los Grandes Amantes mientras nos quede tiempo —le dije.