Herejías del Dios Enorme
El libro secreto de Harad IV


Yo, Harad IV, Escriba Supremo, declaro que este mi escrito sólo puede ser mostrado a los altos sacerdotes de la Iglesia Ortodoxa Universal Sacrificante y a los Ancianos del Consejo de la Iglesia Ortodoxa Universal Sacrificante, porque en él se trata de asuntos relativos a las cuatro Viles Herejías que no pueden ser vistos ni comentados por el pueblo.

Para una Adecuada Consideración de la herejía más reciente y más vil, debemos analizar en perspectiva los hechos históricos. Retrocedamos, por consiguiente, al Año Primero de nuestra época, cuando la Oscuridad Universal fue desterrada por la aparición del Dios Enorme, nuestro Señor más grande y más verdadero, a él todo honor y terror.

Desde el presente año, 910 D. E., es imposible rememorar cómo era el mundo en ese entonces, pero por los pocos vestigios que aún sobreviven, podemos sacar algunas conclusiones y hasta llevar a cabo las Contorsiones Mentales necesarias para entender cómo vieron los acontecimientos los pecadores involucrados.

El mundo al que llegó el Dios Enorme estaba colmado de gentes y máquinas, no preparados ninguno de ellos para la Visita. Quizá hubiera entonces cien mil veces más habitantes que en nuestra época.

El Dios Enorme aterrizó en lo que ahora es el Mar Sagrado, surcado en nuestros días por algunas de las más hermosas iglesias consagradas a Su Nombre. En aquellos tiempos, la región era mucho menos placentera, por estar fragmentada en numerosos estados nacionales. Este era un sistema de tenencia de la tierra practicado antes que se formularan nuestras actuales teorías de las migraciones y evacuaciones permanentes.

Las piernas traseras del Dios Enorme se extendieron hasta penetrar en el África —que en ese entonces no era aún un continente insular— tocando casi el Río Congo, en el lugar sagrado hoy marcado por la Iglesia Sacrificante de Basoko-Aketi-Ele, y en el lugar sagrado marcado hoy por la Iglesia Templo de Aden, obliterando el antiguo puerto de Aden.

Algunas de las piernas del Dios Enorme se extendieron sobre el Sudán y a través de lo que era entonces el Reino de Libia, hoy en día parte del Mar del Antiguo Dolor, mientras un pie descansaba en una ciudad llamada Túnez en lo que llamaban entonces la costa tunecina. Esas eran algunas de las piernas del costado izquierdo del Dios Enorme.

Del lado derecho, las piernas santificaron y oprimieron las arenas de Arabia Saudita, ahora llamada Valle Vivo, y los pies de las montañas del Cáucaso, derribando el monte llamado Ararat en Asia Menor, en tanto que la pierna más delantera avanzó hasta las estepas rusas, aplastando inmediatamente la gran ciudad capital de Moscú.

El cuerpo del Dios Enorme descansó al fin entre las poderosas piernas, posado principalmente sobre los tres antiguos mares, si las Antiguas Crónicas son dignas de fe, llamados el Mar Mediterráneo, el Mar Rojo y el Mar del Nilo, que hoy son el Mar Sagrado. También erradicó parte del Mar Negro, ahora llamado Mar Blanco, Egipto, Atenas, Chipre y la Península Balcánica, ocupándola hacia el norte hasta Belgrado, ahora Belgrado Santa, pues por encima de esta ciudad se elevó el Cuello del Dios Enorme en su Primera Visita a nosotros los mortales, a corta distancia de los techos de las casas.

En cuanto a la cabeza, se alzó por sobre la región montañosa que llamamos Italandia, que en ese entonces se llamaba Europa, una populosa parte del globo, y a tal altura que en días despejados podía vérsela con toda facilidad desde Londres, entonces como ahora la ciudad más importante de la tierra de los anglo-franceses.

Se estimó en aquellos primeros tiempos que la longitud del Dios Enorme era de casi ocho mil kilómetros, y que cada una de sus ocho piernas tenía unos mil quinientos kilómetros de largo. Ahora, uno de los Dogmas de nuestro Credo es que Dios cambia de forma y de longitud y de número de piernas según esté Complacido o Encolerizado con los hombres.

En aquellos tiempos, la naturaleza de Dios era desconocida. El advenimiento ocurrió inesperadamente, aunque algunos hablaban de un nuevo milenio. Por lo tanto, las conjeturas acerca de la naturaleza de Dios eran siempre erróneas y a menudo extremadamente blasfemas.

He aquí un extracto del famoso Documento Gersheimer, que tanto contribuyera a provocar la Primera Cruzada en el 271 D. E. No sabemos quién fue Black Gersheimer, excepto la insignificante noticia que éste era un Profeta Científico en cierto lugar llamado Cornell o Carnell, sin duda una Iglesia del Continente Norteamericano (en aquel entonces un territorio de muy distinta configuración).

«Los levantamientos aéreos indican que esta criatura (si se la puede llamar así), montada a horcajadas en el Mar Rojo y a través de todo el sudeste europeo, no es un ser viviente, al menos no como nosotros entendemos la vida. Quizá sea simple coincidencia que se asemeje de algún modo a una lagartija octópoda, y no es necesario que nos preocupemos por el posible carácter maligno de la cosa, como lo han sugerido ciertos periódicos».

No toda la ruin jerga de aquellos remotos días es hoy inteligible, pero creemos que «levantamientos aéreos» se refiere a las máquinas volantes de aquella última generación de Ateos. Continúa Black Gersheimer:

«Si esta cosa no tiene vida, quizá sea un trozo de desecho galáctico adherido momentáneamente al globo, como una hoja otoñal que se adhiere a una pelota de fútbol. Esta idea no tiene por qué alterar nuestra concepción científica del cosmos. Que haya vida o no en esa cosa, no es motivo para caer en la superstición. Recordemos que muchos fenómenos del universo, tal como lo concebimos a la luz de la ciencia del siglo XX, siguen siendo un misterio para nosotros. Por muy penosa que pueda parecemos esta visitación indeseada, consolémonos pensando que nos traerá nuevos conocimientos, sobre nosotros mismos, y sobre otros mundos, fuera de nuestro pequeño sistema solar».

Aunque términos como «residuos galácticos» han perdido todo significado, si alguna vez lo tuvieron, la tónica general de este pasaje es ofensivamente obvia. Se intenta impedir el culto del Dios Enorme, y entronizar en su lugar a un herético Dios de la Ciencia. Sólo consideraremos otro pasaje de este manifiesto infamante, y que ayuda a comprender la Actitud Mental de Gersheimer y presumiblemente de la mayoría de sus contemporáneos.

«Como es natural, los pueblos del mundo, en particular quienes no han traspuesto aún el umbral de la civilización, están en estos días dominados por el miedo. Ven algo sobrenatural en la aparición de esta cosa, y yo creo que todo hombre sincero admitirá que lleva consigo un eco de ese miedo. Sólo podremos eliminarlo, y sólo podremos enfrentar el caos en que se encuentra el mundo, si somos capaces de tener una imagen galáctica de nuestra situación. La enormidad misma de esta cosa que ahora se extiende repulsivamente pegoteada a nuestro mundo es motivo de terror. Pero imaginémosla en su justa proporción. Un ciempiés está posado en una naranja. O, para buscar una analogía que parezca menos repulsiva, una pequeña salamanquesa, de quince centímetros de largo, descansa momentáneamente sobre un globo terráqueo de plástico de sólo sesenta centímetros de diámetro. Nos corresponde a nosotros, la raza humana, con todas las fuerzas tecnológicas de las que disponemos, unirnos más que nunca, y soplar esta cosa, este objeto enorme y estúpido, devolviéndolo a los abismos del espacio de donde vino una vez. Buenas noches».

Mis motivos para repetir esta Blasfemia Inicial son los siguientes: aquí, en este mensaje de un miembro de la Oscuridad del Mundo, reconocemos las huellas de ese pecado original que pese a nuestros sacrificios, penurias y cruzadas aún no hemos erradicado del todo. Así es como enfrentamos hoy la mayor Crisis en la Historia de la Iglesia Ortodoxa Universal Sacrificante, y es así como ha llegado el momento de convocar a una Cuarta Cruzada que exceda en magnitud a todas las anteriores.

Durante muchos años el Dios Enorme permaneció donde estaba, absolutamente inmóvil, en lo que hoy conocemos como la Posición del Mar Sagrado.

Para la humanidad, este fue el gran período formativo de la Fe, cuando se fundó la Iglesia Universal, y hubo muchos cataclismos. Los primeros sacerdotes y profetas lucharon con denuedo para que la Palabra se extendiera por el Mundo, y para que las sectas blasfemas fuesen destruidas, aunque el Libro Secreto del Saber Eclesiástico insinúa que muchos de ellos eran en realidad miembros de iglesias ya existentes, que al ver la luz cambiaron de credo.

La poderosa figura del Dios Enorme fue objeto de muchos insultos mezquinos. Las Armas más Mortíferas de esa edad remota, fuerzas de la charlatanería técnica, las llamadas Bombas Nucleares, fueron arrojadas sobre el Dios Enorme, sin conseguir ningún resultado, como era de esperar. Murallas de fuego se alzaron en vano contra él. Nuestro Dios Enorme, a él todo honor y terror, es inmune a las debilidades terrenales. El cuerpo de Dios estaba Revestido de Metal, por así decir —y esta es la semilla de la Segunda Cruzada—, pero no tenía la debilidad del metal.

La llegada provocó la Respuesta inmediata de la naturaleza. Los antiguos vientos de siempre chocaron con los poderosos flancos de Dios y soplaron en otras direcciones. El centro de África se enfrió, y las selvas tropicales murieron junto con todas las criaturas que las habitaban. En las comarcas que bordeaban a Caspana (en ese entonces llamadas Persia y Kharkov, según antiguas crónicas), cayeron huracanes de nieve durante doce crueles inviernos, llegando por el este hasta la India. En otras partes, en todo el mundo, el advenimiento del Dios Enorme alteró los cielos, y hubo lluvias antojadizas y vientos errantes y tormentas que duraban meses. También los océanos fueron perturbados; la colosal masa de agua desplazada por el cuerpo de Dios se derramó sobre las tierras cercanas, matando a muchos miles de seres y arrojando diez mil ballenas muertas a los puertos de Colombo.

La tierra se sumó también a los cataclismos. Mientras el territorio en que estaba posada la mole del Dios Enorme se hundía preparándose a recibir lo que más tardé llamaríamos el Mar Sagrado, las tierras circundantes se elevaban en pequeñas lomas, como las quebradas y salvajes Dolominas que ahora custodian las tierras australes de Italandia. Hubo terremotos y aparecieron nuevos volcanes y géiseres donde no se conocía el agua, y hubo plagas de serpientes y bosques incendiados y muchas señales prodigiosas que ayudaron a los Primeros Padres a luchar contra la ignorancia. Iban por todas partes, y predicaban que sólo rindiéndonos a él alcanzaríamos la salvación.

Muchos Pueblos Enteros perecieron en esta época de calamidades, tales como los búlgaros, los egipcios, los israelitas, los moravos, los kurdos, los turcos, los sirios, los turcos montañeses, así como también la mayoría de los eslavos del sur, los georgianos, los croatas, los recios valacos y las razas griega, chipriota y cretense, junto con otros cuyos pecados eran grandes y cuyos nombres no registran los anales de la Iglesia.

El Dios Enorme abandonó nuestro mundo en el año 89, o según algunos en el 90. (Esta fue la Primera Partida, y es celebrada como tal en el calendario de nuestra Iglesia, aunque la Iglesia Católica Universal la llama el Día de la Primera Desaparición). Regresó en el 91, grande y terrible sea su Nombre.

Poco se sabe del período en que estuvo ausente de nuestra Tierra. En cuanto al estado espiritual de la gente en ese entonces baste decir que en general todas las naciones se regocijaron inmensamente. Los cataclismos naturales prosiguieron; los océanos se precipitaron en el gran cuenco que él había abierto, formando nuestro venerado y santo Mar Sagrado. Grandes Guerras estallaron en toda la faz del globo.

El regreso de Dios, en el 91, puso fin a las guerras; signo de la gran paz que la Presencia trajo al pueblo elegido.

Pero en ese Tiempo no todos los habitantes del mundo profesaban nuestra religión, pese a la prédica constante de nuestros profetas, y había muchos blasfemos. En el Museo Negro de la gran basílica de Orna y Yemen hay pruebas documentales señalando que en ese entonces intentaron comunicarse con el Dios Enorme por medio de máquinas. Como es natural, no hubo respuesta, pero muchos hombres razonaron oscuramente entonces y dijeron que el Dios era una cosa, como lo había profetizado Black Gersheimer.

El Dios Enorme, en el Segundo Advenimiento, bendijo nuestra tierra instalándose principalmente en el Círculo Ártico, o lo que entonces era el Círculo Ártico, el cuerpo a horcajadas desde el norte de Canadá, tal como era entonces, por encima de una dilatada península llamada Alaska, a través del mar de Behring e internándose en las regiones septentrionales de las estepas rusas hasta el Río Lena, hoy la Bahía de Lenn. Algunos de los pies traseros penetraron profundamente en el Hielo Ártico, posando los pies delanteros en el Océano Pacífico Norte. Pero en verdad no somos para él sino un poco de polvo, y es indiferente a nuestras montañas o nuestras Variaciones Climáticas.

En cuanto a la terrible cabeza, se la podía ver elevándose muy por encima de la estratosfera, resplandeciendo con un brillo metálico, desde todas las ciudades de la costa septentrional de Norteamérica, ciudades desaparecidas como Vancouver, Seattle, Edmonton, Portland, Blanco, Reno, y aun San Francisco. Fue la nación enérgica y pecadora donde se alzaban esas ciudades la que entonces se mostró más activa contra el Dios Enorme. Todo el peso de aquella impía civilización científica se volvió contra él, pero todo lo que lograron fue hacer volar por los aires la costa del continente.

Mientras tanto estaban ocurriendo otros cambios naturales. La masa del Dios Enorme desvió a la Tierra de su órbita cotidiana, y así cambiaron las estaciones y en los libros profetices leemos cómo los grandes árboles se cubrían de hojas en el invierno para perderlas en el verano. Los murciélagos volaban durante el día y las mujeres daban a luz niños peludos. Al derretirse los casquetes polares hubo terribles inundaciones, olas gigantescas y rocíos ponzoñosos, y sabemos que en una sola noche las aguas del Abismo se pusieron en movimiento, y la marea se alejó tanto de las Tierras Altas Malayas (tal como se conocen hoy) que la península continental de Terrabenita se formó en pocas horas con lo que antes fueran los continentes o islas llamados Singapur, Sumatra, Indonesia, Java, Sydney y Australia o Austria.

Gracias a esas señales portentosas, nuestros sacerdotes pudieron Convertir a los Pueblos, y millones de sobrevivientes se apresuraron a entrar en la Iglesia. Esta fue la Primera Época Magna de Nuestra Iglesia, cuando la Palabra se propagó por todo el globo asolado y transformado. En el transcurso de las generaciones siguientes nacieron nuestras instituciones, especialmente en los Concilios de la Nueva Iglesia (algunos de los cuales, según se comprobó más tarde, fueron heréticos).

No sin dificultades conseguimos afianzarnos, y muchos tuvieron que arder en las hogueras, para que en otros corazones ardiera luego la llama de la Fe. Pero con el correr de las generaciones, el Verdadero Nombre de Dios fue conociéndose en territorios cada vez más vastos.

Los únicos que en gran mayoría se aferraban aún a la grosera superstición eran los norteamericanos. Atrincherados en la ciencia, rechazaban la Gracia. Así en el año 271 se emprendió la Primera Cruzada, principalmente contra ellos, pero también contra los irlandeses, cuyas convicciones heréticas no gozaban de los beneficios de la ciencia; los irlandeses fueron erradicados sin tardanza, casi hasta el último hombre. Los norteamericanos eran un enemigo más formidable, pero esta circunstancia sólo sirvió para acercar a los pueblos y fortalecer aún más la unidad de la Iglesia.

La Primera Cruzada tenía que luchar contra la Primera Gran Herejía de la Iglesia, la Herejía que postulaba que el Dios Enorme era una Cosa y no un Dios, tal como dijera Black Gersheimer. Llegó a su fin con todo éxito cuando el líder de los norteamericanos, Lionel Undermeyer, se reunió con el Venerable Emperador-Obispo del Mundo, Jon II, y permitió que los emisarios de la Iglesia predicaran el Credo en América del Norte. Tal vez hubiéramos podido imponerles condiciones más duras, como sostienen algunos comentaristas, pero para ese entonces ambos bandos sufrían las terribles consecuencias de la peste y el hambre, pues se habían malogrado todas las cosechas. Fue una circunstancia afortunada que la población del globo ya se hubiera reducido a menos de la mitad, de lo contrario la reorganización de las estaciones habría causado la muerte por inanición de la otra mitad.

En todas las Iglesias del Mundo se elevaron preces al Dios Enorme para que enviase una señal de haber sido Testigo de la gran victoria sobre los infieles norteamericanos. Todos los que se opusieron a este acto de iluminación fueron destruidos. En el año 297, el Dios respondió a las plegarias avanzando con celeridad un trecho relativamente pequeño, para descansar casi por completo sobre el Océano Pacífico, extendiéndose por el sur hasta rozar lo que es hoy la Antarter, lo que era entonces el Trópico de Capricornio, y lo que previamente fuera el Ecuador. Algunas de sus piernas izquierdas cubrieron las poblaciones a lo largo de la costa occidental de Norteamérica, llegando por el sur hasta Guadalajara (donde la huella de un pie está marcada aún por el Templo del Dedo Sagrado), incluso algunas de las ciudades como la ya mencionada San Francisco. A éste lo llamamos el Primer Movimiento, y se lo consideró con justa razón prueba incuestionable del desdén del Dios Enorme por Norteamérica.

Esta opinión cundió también en Norteamérica. Purificada por el hambre, la peste, los violentos temblores de tierra y otros desastres naturales, la población aceptaba ahora de mejor grado la prédica de los sacerdotes, y la conversión fue casi unánime. Hubo peregrinaciones en masa para ir a contemplar el gran cuerpo del Dios Enorme, que se extendía de un extremo al otro de la nación. Los peregrinos más intrépidos se embarcaron en aeroplanos y volaron por encima del hombro de Dios, sobre quien cayeron Sin Cesar terribles aguaceros durante cien años.

Aquellos nuevos conversos fueron Más Fanáticos que los hermanos más viejos en la fe del otro lado del océano. Tan pronto las congregaciones norteamericanas se unieron a las nuestras, se produjo un cisma en el Concilio de la Tenca Muerta (322) a propósito de una cuestión doctrinaria. Esa fecha señala el comienzo de la Iglesia Católica Universal Sacrificante. En aquellos tiempos remotos, nosotros los del Credo Ortodoxo no teníamos con nuestros hermanos norteamericanos, al contrario de ahora, relaciones demasiado cordiales.

El punto de doctrina en que discreparon las iglesias fue, como todos saben, la cuestión de si el hombre podía llevar ropas que imitasen el brillo metálico de Dios. Se dijo que eso equivaldría a elevar al hombre hasta la Imagen del Dios Enorme; pero era en verdad una afrenta premeditada a los sacerdotes de la Ortodoxia Universal, que usaban vestiduras plásticas o metálicas, en honor del hacedor.

Esto desembocó en la Segunda Gran Herejía. Como este período prolongado y confuso ha sido ampliamente estudiado en otras oportunidades, podemos tocarlo aquí superficialmente, mencionando tan sólo que el conflicto llegó a su apogeo con la Segunda Cruzada que los Católicos Universales Norteamericanos lanzaron contra nosotros en el año 450. Por contar aún con una cuantiosa proporción de máquinas, pudieron imponer sus ideas, saquear varios monasterios a lo largo de las costas del Mar Sagrado, violar a nuestras mujeres, y retornar cubiertos de gloria.

Desde entonces, todos los habitantes del mundo sólo han usado vestimentas de lana o piel. Todos los que se opusieron a ese acto de iluminación fueron destruidos.

Sería un error hacer demasiado hincapié en las luchas del pasado. Durante todo ese período, la mayoría de aquellos a quienes se sacrificaba regularmente, cumplía en paz sus deberes religiosos, orando todos los días al crepúsculo y al amanecer (en la hora en que se presentaran) pidiendo que el Dios Enorme abandonase nuestro mundo, pues no éramos dignos de él.

La Segunda Cruzada dejó a su paso una estela de disturbios; los cincuenta años siguientes no fueron, en general, felices. Los ejércitos norteamericanos regresaron a su patria para encontrarse con que la enorme presión sobre la costa occidental había abierto una serie de volcanes a lo largo de la mayor cadena de montañas, las Rocallosas. El país estaba cubierto de fuego y lava, y el aire saturado de cenizas pestilentes.

Los norteamericanos leyeron correctamente estos signos: a los ojos del Dios Enorme (porque aunque nunca se demostró que tenga ojos, con seguridad Nos Ve) dejaban mucho que desear. Como nadie en el mundo había recibido un castigo semejante, concluyeron acertadamente que el pecado mayor era seguir aferrándose a la tecnología y a las armas de la tecnología en contra de los deseos de Dios.

Fortalecidos en su fe íntima, todos los instrumentos de la ciencia, desde los Nucleares hasta los Abrelatas, fueron destruidos, y cien mil vírgenes creyentes fueron arrojadas a volcanes adecuados como sacrificio propiciatorio. Todos los que se opusieron a estos actos de iluminación fueron destruidos, y algunos comidos en una ceremonia ritual.

Nosotros los de la Fe Ortodoxa aplaudimos la sincera y enérgica acción de nuestros hermanos. Sin embargo, no podíamos estar seguros que ellos se hubiesen purificado lo suficiente. Ahora, cuando ya no tenían ninguna arma y nosotros aún guardábamos algunas, era evidente que podíamos colaborar en esa purificación. Una poderosa armada de ciento sesenta y seis naves de madera zarpó entonces rumbo a Norteamérica, a ayudarlos a sufrir por la fe, y de paso recuperar parte del botín. Esta fue la Tercera Cruzada del año 482, al mando de Jon el Gordo.

Mientras los dos ejércitos luchaban en las afueras de Nueva York, ocurrió el Segundo Movimiento. Duró apenas cinco minutos.

En esa oportunidad, el Dios Enorme se volvió sobre el flanco izquierdo, reptó cruzando el centro de lo que era entonces América del Norte, cruzó el Atlántico como si fuese un charco, pasó por encima de África, y se echó a descansar al sur del Océano Índico, demoliendo Madagascar con un pie trasero. La Noche cayó en Todas Partes sobre la Tierra.

Cuando llegó la aurora, apenas quedaba un hombre que no creyese en la potestad y la sabiduría del Dios Enorme, que es Todo Terror y Poder. Por desgracia, entre los que no podían creer se contaban los ejércitos en pugna, que al paso de Dios fueron barridos como un solo hombre por una Ola de Tierra y Piedra.

En el caos subsiguiente, una sola voz de cordura prevaleció: la de la Iglesia. La Iglesia estableció como la Tercera Gran Herejía la utilización de cualquier máquina en contra de los deseos de Dios. Hubo algunas controversias acerca de si los libros podían ser considerados como máquinas. Se decidió que sí, para mayor seguridad. A partir de entonces, los hombres no tuvieron ninguna otra libertad que la de labrar la tierra y honrar al Dios Enorme y pedirle que se trasladase a un mundo más digno. Al mismo tiempo se incrementó el número de sacrificios, y se introdujo el método del Fuego Lento (499).

Luego sobrevino la gran Paz, que duró hasta el año 900. Durante todo este tiempo, el Dios Enorme nunca cambió de posición; se ha dicho con verdad que los siglos no son más que segundos para él. Quizá la humanidad no haya conocido nunca una paz tan duradera, cuatrocientos años de paz, una paz que reinaba en el corazón si no en el exterior, porque en el mundo, naturalmente, prevalecía Cierto Caos. La fuerza colosal del Dios Enorme al avanzar a través de medio globo había alterado considerablemente el ciclo del día y la noche; algunas leyendas aseguran que antes del Segundo Movimiento el sol salía por el este y se ponía por el oeste, justo lo contrario del orden natural que hoy conocemos.

En forma paulatina, este período de paz fue testigo de un cierto reordenamiento de las estaciones del año, y cierta disminución de las inundaciones, lluvias de sangre, granizadas, terremotos, diluvios de carámbanos, apariciones de cometas, erupciones volcánicas, nieblas miasmáticas, vientos destructivos, plagas agrícolas, jaurías de lobos y dragones, maremotos, tormentas eléctricas de un año de duración, lluvias lacerantes, y otras calamidades diversas de las que con tanta elocuencia nos hablan las escrituras de este período. Los Padres de la Iglesia, retirándose a la relativa seguridad de los mares mediterráneos y soleadas praderas de Gobilandia en Mongolia, instauraron una nueva ortodoxia cuidadosamente planeada de plegarias y ofrendas humanas en la hoguera para incitar al Dios Enorme a abandonar nuestro pobre mundo miserable por otro más noble y mejor.

Así llegamos casi hasta el presente, al año 900, apenas una década atrás. ¡En ese año el Dios Enorme abandonó la Tierra!

Recuerden que la Primera Partida, en el 89, duró sólo veinte meses. Pero ahora el Dios Enorme ya no está con nosotros desde hace diez años. Lo necesitamos de vuelta. No podemos vivir sin él, como tendríamos que haberlo entendido Hace Tiempo si no hubiésemos blasfemado en nuestros corazones.

Al marcharse, lanzó a nuestro humilde globo en un curso tal que ahora estamos condenados a vivir todo el año en un profundo invierno; el sol está lejos y se ha encogido; los mares permanecen Helados la mitad del año; los témpanos cruzan nuestras praderas; al mediodía hay tan poca luz que no se puede leer sin una vela de junco. ¡Desdichados de nosotros!

Y sin embargo lo merecemos. Todo esto no es sino un justo castigo, pues durante todos los siglos de nuestra era, cuando nuestra especie vivía tan relativamente feliz y sin preocupaciones, rogamos como tontos que el Dios Enorme nos abandonase.

Pediré a todos los Ancianos del Consejo que con letras de fuego estigmaticen esas plegarias como la Cuarta y la Mayor de las Herejías, y que proclamen que de hoy en adelante todos los esfuerzos de los hombres estén consagrados a suplicar al Dios Enorme que regrese inmediatamente a nuestro mundo.

También pido que se incremente una vez más el número de sacrificios. Retacearlos sólo porque nos estemos quedando sin mujeres, no nos servirá de nada.

También pido que se emprenda una Cuarta Cruzada Redentora. ¡Pronto, antes que el aire se nos escarche en las narices!