o era tan estúpida como para subir a los coches de los extraños. Se había criado entre historias de terror sobre secuestros y violaciones y jovencitas cuyos cadáveres eran encontrados semanas más tarde en avanzado estado de descomposición en canales de irrigación. Pero a pesar de ello, todas las advertencias de su madre se habían desvanecido de sus pensamientos en el instante mismo en que se había encontrado con los ojos del extraño y había acudido a su llamada.
—Las oficinas de administración, ¿dónde están?
Sabía dónde se encontraban las oficinas de administración, o al menos creía saber dónde se encontraban… claro que ya no estaba segura de lo que pensaba. Se humedeció los labios y respondió:
—El edificio Ross —había visto una oficina en Ross: puede que más de una.
—¿Qué está dónde?
Ella se volvió y señaló. Un instante más tarde, se encontró preguntándose qué hacía a aquellas horas en medio del bulevar de St. Lawrence, mirando fijamente los faros de un coche que se alejaba en dirección al campus y embargada por una vaga sensación de decepción.
Henry consultó el directorio del edificio y frunció el ceño. Sólo una de las oficinas que figuraba en la lista podía contener lo que necesitaba: la Oficina de Programas Estudiantiles, S302. Sintió la presencia de algunos mortales desperdigados por el edificio. Tendría que ocuparse de ellos sobre la marcha.
10:52. El tiempo se agotaba. La tenue luz era una bendición. Cualquiera que hubiera estado vigilando no habría visto más que una sombra un poco más densa parpadeando a través del oscuro vestíbulo.
El primer tramo de escaleras que encontró conducía sólo al segundo piso. Encontró un segundo, subió hasta el tercer piso y comenzó a seguir los números que mostraban las placas de las puertas. 322, 313, 316… ¿340? Se volvió y miró a la salida de incendios que acababa de dejar atrás. Tenía que haber un patrón. Nadie, ni siquiera en el siglo veinte, numeraría las dependencias de un edificio completamente al azar.
—No tengo tiempo para esto —gruñó.
340, 342, 344, 375a… al llegar a un corredor en cruz, los números se dividían en dos direcciones. Se detuvo. Había voces en alguna parte y decían cosas que no podía ignorar.
—Bueno, ¿y qué esperabais? Habéis pronunciado el nombre de un Señor Demoníaco en el templo de su consorte.
¿Templo? ¿Consorte? ¿Había más gente implicada? ¿También se había equivocado al suponer que era una sola persona la que estaba convocando al demonio? No tenía tiempo de asegurarse. No podía permitirse el lujo de hacerlo.
Siguió por el corredor y dobló un recodo. Al fondo del pasillo, se veía luz detrás de una puerta. Parecía haber varias personas hablando a la vez.
—No estarás sugiriendo que el Demonio tiene un alias…
—Exacto. ¿Qué hacéis?
—¿Qué podemos hacer? Esperamos.
—Tú puedes esperar si quieres —se alzó una tercera voz sobre el tumulto— pero Lexi le da un puntapié a la estatua y grita con todas sus fuerzas: ¡Ashwarn, Ashwarn, Ashwarn! ¡Devuélvenoslo!
Henry se detuvo, con la mano apoyada en la puerta. Había seis vidas en el interior de la habitación, pero no sentía ninguna presencia demoníaca. ¿Qué estaba ocurriendo?
—No ocurre nada.
—¿Qué quieres decir con nada?
—Exactamente lo que acabo de decir. Nada —el joven que se sentaba en la cabecera de la mesa reparó en la presencia de Henry, que los miraba parpadeando desde el umbral de la puerta. Sonrió.
—Hola. Parece que se ha perdido.
Estaban jugando a un juego. Saltaba a la vista por la presencia de numerosos dados de colores sobre la mesa. Pero ¿qué clase de juego trataba sobre invocaciones demoníacas?
—Estoy buscando los archivos sobre los estudiantes.
—Amigo, está en el lugar equivocado —un muchacho alto se rascó su oscura barba—. Lo que usted busca es el EOO —como Henry lo mirara sin comprender, sonrió y añadió—. El Edificio de Oficinas Oeste. EOO. Ahí es dónde está toda esa mierda.
—Sí, pero el EOO cierra a las cinco —dejando cuidadosamente encima de la mesa la figurilla de plomo que había estado sosteniendo, uno de los otros jugadores consultó de un vistazo su reloj—. Son las once y ocho minutos. No creo que encuentre a nadie allí.
Las once y ocho minutos. Más tiempo desperdiciado en una búsqueda fútil.
—Hey, no se ponga así, hombre. ¿Podemos ayudarlo en algo?
—¿Podemos seguir jugando? —musitó una chica. El resto la ignoró.
¿Por qué no? Después de todo, buscaba a un hombre que se dedicaba a convocar demonios. La conexión era más bien tenue pero no se perdía nada por intentarlo.
—Estoy buscando a un tal Norman Birdwell.
El joven que presidía la mesa torció el labio.
—¿Por qué? —preguntó—. ¿Le debe dinero?
—¿Lo conoces?
—Desgraciadamente —dijo todo el grupo al unísono.
Se hubieran reído, pero Henry se encontraba junto a la mesa antes siquiera de que el primer sonido escapara de sus bocas. En silencio, intercambiaron miradas inquietas y Henry pudo notar cómo el recuerdo de nueve cuerpos, con las gargantas destrozadas, afloraba inmediatamente a sus mentes. No podía dominar mentalmente a un grupo tan numeroso como este. Sólo podía confiar en que fuesen lo suficientemente jóvenes como para responder a la autoridad.
—Necesito su dirección.
—Nosotros… eh… una vez jugamos en su apartamento. Grace, ¿no la tenías tú apuntada?
Todos volvieron la vista hacia Grace mientras ella comenzaba a buscar entre sus papeles. Parecía haberse dedicado a apuntarlo todo y Henry tuvo que contener un impulso de ayudarla en la búsqueda.
—¿Se ha metido Norman en problemas?
Henry mantuvo la mirada en los papeles, deseando que la muchacha encontrara cuanto antes el que necesitaba.
—Sí.
Los jugadores que se encontraban más próximos a él se apartaron discretamente. Habían reconocido a un depredador. Un segundo más tarde, con la arrogancia propia de la juventud, decidieron que ellos no podían ser la presa, se relajaron y volvieron a su lugar.
—Dejamos… eh… dejamos de jugar con él porque comenzaba a tomarse el asunto demasiado en serio.
—Sí. Comenzaba a actuar como si todo esto fuera real. Como si fuese a encontrarse con guerreros y hechiceros y bestias de enormes patas detrás de cada esquina.
—Está zumbado.
—Es sólo un juego.
—Un juego al que apenas jugamos —señaló uno de ellos.
—¿Tiene problemas serios? Me refiero, los de Norman.
—Sí.
Dejaron de hablar después de eso. No poseían la experiencia necesaria para comprender en plenitud las implicaciones del tono de voz de Henry.
Grace le tendió el papel dubitativamente. No estaba segura del todo de que fuera a conservar los dedos.
—Espere un momento —protestó el muchacho alto—. A mí tampoco me gusta Norman, pero no creo que debamos darle su… —Henry se volvió y lo miró directamente a los ojos. El muchacho se puso pálido y los cerró.
Mientras ponía el coche en marcha y abandonaba el aparcamiento quemando el caucho de sus ruedas, Henry consultó su reloj. 11:36. Le quedaba muy poco tiempo.
—… y una última línea aquí. —Norman se enderezó y contempló orgullosamente el suelo de su apartamento. El contorno blanco del pentagrama quedaba casi oculto por los símbolos rojos y amarillos que lo rodeaban. Acarició la página por la que había abierto el grimorio, siguiendo con las yemas de los dedos el trazo del diagrama que acababa de reproducir.
—Pronto —le dijo al libro—. Pronto.
El olor de la pintura acrílica, tan cercano a la nariz de Vicki, aumentaba sus nauseas y provocaba que le picaran los ojos. Ya no tenía fuerzas para ignorarlo, así que lo soportó sin más. Se le había ocurrido la idea de borrar un poco el pentagrama sin que Norman se diese cuenta, pero la había desechado al darse cuenta de que lo único que conseguiría sería liberar al demonio mucho antes. Tenía que haber algo que ella pudiese hacer. No admitiría, no podía admitir, que Norman Birdwell hubiera ganado.
Coreen lanzaba miradas al pentagrama y a Norman, y luego de nuevo a la pintura húmeda. Después de todo era real. Todo ello era real. Y aunque siempre lo había creído, sólo ahora comenzaba a creer. Se le había quedado la boca seca y su corazón latía con tal fuerza que estaba segura de que el delgaducho cretino podía oírlo; trató con más fuerza de liberar su pierna derecha. Cuando Norman la había atado de nuevo al volver del cuarto de baño, había conseguido aflojar un poco los calcetines. Desde entonces, mientras él se dedicaba a hacer sólo Dios sabía qué, ella había conseguido poco a poco liberarse un poco más. Más pronto o más tarde, conseguiría soltar la pierna. Por el momento, su mente se negaba a considerar cualquier cosa aparte de esta. Las cinco velas que Norman había colocado alrededor del pentagrama eran todas nuevas. Había sido mucho más fácil encontrar las velas rojas y amarillas en espiral, necesarias para el nuevo ritual, que las negras de cualquier clase. Llevaba el grimorio consigo, guardado debajo de un brazo cuando necesitaba utilizar las manos y apretado contra el pecho cuando no era así. Había comenzado a sentirse incompleto sin él, como si fuera una parte más de su cuerpo e incluso se lo había llevado al Neumático Canadiense cuando había comprado el nuevo hibachi. Mientras lo sostenía junto a sí, tenía una clara consciencia de que sus más locos sueños estaba a punto de convertirse en realidad.
El latido de su cabeza se había hecho más intenso, más salvaje y más imperativo. Su tono variaba con sus ficciones… o quizá sus acciones variaban con su tono. Norman ya no estaba seguro.
Después de sacar la diminuta barbacoa de su caja y situarla junto al balcón, se volvió para comprobar si su audiencia estaba impresionada. La mujer mayor había vuelto a cerrar los ojos. Sus gafas se habían escurrido por su nariz lo suficiente como para poder ver sobre ellas, pero todavía respiraba y eso era lo único que importaba. Se hubiera sentido realmente molesto si hubiera decidido morirse, porque entonces hubiera tenido que utilizar a Coreen en su lugar y tenía otros planes para ella. A su vez, Coreen no parecía impresionada, pero al menos estaba asustada. Por el momento, eso sería suficiente.
—Ya no te ríes —la tocó con el grimorio en la espalda. El modo en que ella se retorció tratando de apartarse de su contacto le hizo estremecer de placer. Entonces se agachó para colocar las tres briquetas de carbón.
—No hay nada de lo que reírse, Norman. —Coreen se agitó en su silla, tratando de volverse. Norman se encontraba un poco detrás de ella y odiaba no ver lo que estaba haciendo. Aunque quería gritar, trató de mantener un tono de voz calmado. A los locos hay que hablarlos con cuidado. Al menos eso era lo que ella había leído en un libro—. Mira, esto ya ha ido demasiado lejos. La señorita Nelson necesita que la vea un médico —suplicar un poco no le haría ningún daño—. Por favor, Norman. Déjanos ir y olvidaremos que te hemos visto.
—¿Dejaros ir? —esta vez le tocó a Norman reírse de ella. Seguramente, ni siquiera el Señor Demoníaco podría proporcionarle algo que lo complaciera tanto. Se rio de ella de la manera en que todo el mundo, durante toda su vida, se había estado riendo de él. Su risa creció y creció y Norman se acabó encogiendo bajo su peso. Sintió cómo resonaba en el grimorio, sintió cómo su cuerpo comenzaba a reverberar con el sonido, lo sintió entrelazarse alrededor del latido de su cabeza.
—¡Norman! —Vicki no pudo gritar demasiado fuerte, pero bastó para interrumpir su risa. De acuerdo. Así que es verdad que los nombres contienen poder. Otra cosa que añadir a la nutrida lista de cosas en las que me he estado equivocando últimamente. Vicki trató de enfocar la vista en la cara del joven, no pudo hacerlo y abandonó. La demente histeria de su risa se había detenido. Eso había conseguido con las pocas fuerzas con que contaba, y tendría que contentarse con la victoria ganada.
Las cejas de Norman dibujaron una profunda «v». Miró disgustado a la mujer tendida sobre el suelo. Estaba contento de que ella fuese a morir. Había hecho que dejase de reír. Todavía ceñudo, encendió las velas y apagó la luz de la habitación. Ni siquiera el respingo que dio Coreen ante el inesperado crepúsculo fue suficiente para mejorar su humor. Su expresión no se dulcificó hasta que las briquetas estuvieron encendidas y el aire de la habitación, inundado por el humo de un puñado de incienso, comenzó a tornarse de un azul espeso.
Sólo quedaba una cosa por hacer.
Cuando Vicki volvió a abrir los ojos, sintió más pánico que en cualquier momento a lo largo de aquella noche.
¿Cuándo se ha vuelto todo tan oscuro?
No podía ver más que cinco puntos de luz parpadeantes. El resto de la habitación, Norman, Coreen, todo, había desaparecido. Y el aire… olía de una manera extraña, densa. Costaba respirar.
Santo Dios, ¿estoy muriéndome?
Trató de moverse, de luchar, de vivir. Sus brazos y sus piernas seguían atados. Eso le dio fuerzas. Todavía estaba viva. Su corazón y su respiración se calmaron. Si seguía atada es que no estaba muerta. Todavía no.
Las luces eran velas, no podían ser otra cosa y el aire estaba saturado de incienso. Debía de haber empezado.
No vio a Norman acercarse, ni siquiera fue consciente de su presencia hasta que, cuidadosamente, volvió a colocarle las gafas en su lugar. Sus manos estaban calientes. La agarró por los brazos y tiró de las cuerdas hasta exponer su muñeca izquierda. Ella creyó ver la tenue línea que señalaba el lugar en el que Henry se había alimentado la noche anterior y supo que su imaginación la estaba engañando. A esta hora, con esta luz, ni siquiera podría haber visto la herida si le hubiesen arrancado la mano de cuajo.
Sintió el frío contacto de una hoja contra su piel y el corte que le abría una vena. Y luego otra. No eran cortes horizontales, seguros, como el que ella y Tony se habían hecho la noche anterior, sino cortes verticales que dejaban su muñeca sumida en la oscuridad y que hacían que un charco caliente comenzase a formarse en la palma de su mano.
—Tienes que permanecer con vida durante toda la invocación —le dijo Norman. Separó sus brazos del cuerpo y los colocó junto a algunos de los símbolos que rodeaban el pentagrama—. Así que sólo te voy a hacer esto en una muñeca. No te mueras demasiado deprisa —ella escuchó el sonido metálico del cuchillo al caer sobre el suelo y los pasos de Norman alejándose.
Ya lo creo que no… la rabia la fatigaba, así que dejo que se esfumara. Ahora sólo lo esencial. No te vas a morir. Especialmente cuando morirse significaba desangrarse sobre un suelo mugriento y desencadenar sobre la ciudad, por no mencionar al mundo, un Armagedón. Estaba tendida sobre el costado izquierdo. Su corazón no podía encontrarse a más de diez centímetros del suelo. Recurriendo a todas sus escasas fuerzas, consiguió colocar el brazo derecho bajo el izquierdo y elevó la muñeca herida todo lo posible. Quizá no más de diez centímetros, pero ayudaría a retardar el fluir de la sangre.
La presión debe de ser muy baja… podría aguantar… durante horas.
Puede que sólo fuese una cuestión de tiempo, pero mientras le quedase un jirón de vida el tiempo sena suyo, no de él.
Con la oreja aplastada contra el suelo por el peso de su cabeza, todo lo que podía oír era un rítmico siseo, como el sonido del mar dentro de una caracola. Permaneció escuchando ese sonido, ignorando el cántico que se alzaba a su alrededor.
Podría haber identificado el edificio concreto dentro del complejo aunque no hubiera tenido la dirección. El poder que lo rodeaba, la inminencia del mal, provocaban que cada pelo del cuerpo de Henry se erizase. Salió del coche antes siquiera de que se hubiese detenido por completo, y un instante después atravesó la puerta cerrada de cristal e irrumpió en el vestíbulo. El cristal reforzado no era suficientemente grueso como para resistir el macetero de hormigón que había arrojado contra él.
Norman escupió la última palabra disonante y dejó que su mano izquierda se posara sobre el grimorio abierto que sostenía con la derecha. Le dolía la garganta, le picaban los ojos y temblaba de excitación, esperando la vibración del aire que señalaría la proximidad del demonio.
No se produjo.
Un instante el pentagrama estaba vacío y el pulsante latido entonaba un ritmo glorioso dentro de su cabeza. Al siguiente, sin un aviso, algo ocupaba el interior del pentagrama. Y en su cabeza, aparte un tenue eco, reinaba el silencio.
Norman lanzó un grito y cayó de rodillas. Se cubrió el rostro con ambas manos y el grimorio, olvidado, cayó al suelo.
Coreen se agitó y se debatió contra sus ataduras. Su consciencia, incapaz de aceptar lo que estaba viendo, la abandonaba.
Vicki intentó respirar tranquilamente entre sus apretados dientes. Por primera vez en su vida, estaba agradecida por no poder ver de verdad. Cada miedo que alguna vez había abrigado, cada pesadilla sufrida, cada terror experimentado desde la infancia hasta aquel preciso instante parecía emanar de la forma apenas definida que se encontraba en el interior del pentagrama. Se mordió los labios para no gritar y recurrió a su condición física, al dolor, a la debilidad, para aislarse de la presencia del Señor Demoníaco. Duele tanto que no puede doler mucho más.
Su reacción pareció divertir a la cosa del pentagrama.
Los colores que brotaban de ella adoptaban tonalidades que ningún color debería poseer, creando tinieblas que aterrorizaban el corazón y sombras que helaban el alma. De pronto, la oscuridad se arremolinó y cobró forma: una criatura de rubios cabellos, ojos azules y dientes muy, muy blancos. Delgado y hermafrodita, no tenía sexo, sino que parecía pertenecer a ambos al mismo tiempo.
—Ya basta —dijo el Señor Demoníaco. Examinó los lindes de su prisión y entonces a las vidas que lo rodeaban. Ignoró a Coreen pero, acercándose al borde del pentagrama junto al que estaba tendida Vicki, se agachó y sonrió con aprobación, observando los patrones que su sangre derramaba dibujaba sobre el suelo.
—Así que tú eres la vida que abre mi camino al poder —sonrió y Vicki dio gracias por no ser capaz de ver más que una borrosa sombra de su expresión—. Pero no estás cooperando demasiado, ¿verdad?
Sólo la laxitud de sus músculos le dio el tiempo suficiente para combatir el impulso de bajar la muñeca sangrante hacia el suelo. Repentinamente, reconoció algo en la criatura y eso le dio fuerzas.
—Yo… te conozco —no su cara, no la criatura específicamente, pero la esencia, oh, la esencia la conocía bien.
—Y yo te conozco a ti, Victoria —algo se retorció en el interior de los ojos del Señor Demoníaco—. Y esta vez he ganado. Se ha acabado, Victoria.
Vicki odiaba realmente aquel nombre.
—No hasta que… cante la gorda.
—¿Un chiste? ¿En tu posición? Creo que harías mejoren utilizar tu fuerza para suplicar clemencia —se alzó y se limpió las manos contra los muslos—. Es una pena que no pueda permitírsete vivir. Me hubiera proporcionado inmenso placer comprobar tus reacciones a mis planes.
En aquel momento, todo lo que Vicki deseaba era reunir saliva suficiente para poder escupir.
Se volvió a Norman, quien todavía se ocultaba acobardado detrás del hibachi.
—¡Levántate!
Recogiendo el grimorio y sosteniéndolo frente a sí como si fuera un talismán, Norman se puso en pie.
—¡Libérame!
El labio inferior de Norman cayó y en su semblante se pintó una expresión testaruda.
—No. Yo te he convocado. Soy tu amo y señor.
La risa del Señor Demoníaco hizo añicos las ventanas del apartamento.
Como si sus miembros estuviesen sujetos por hilos y el Maestro Demoníaco fuese el titiritero, Norman comenzó a avanzar tambaleante hacia el pentagrama.
—No —gimió—. Soy tu amo y señor.
Está luchando, advirtió Vicki. Había esperado que su voluntad se consumiría inmediatamente como una cerilla. La presunción y el egoísmo resultaban mejor defensa de lo que pensaba.
Mientras Henry abandonaba el ascensor en el noveno piso, el olor de la sangre estuvo a punto de abrumarlo. Se elevaba por encima del persistente hedor demoníaco y lo atrajo hasta la puerta que buscaba. Estaba cerrada.
El metal resistió. Pero la madera de la jamba se astilló y cedió.
Vicki escuchó el ruido como si le llegase desde una gran distancia. Lo reconoció, comprendió su significado, pero no le importó demasiado.
El Señor Demoníaco se percató también del ruido, pero lo ignoró. Su atención estaba centrada en Norman, quien se encontraba a escasos centímetros del borde del pentagrama, sudando, temblando, perdiendo la batalla.
La palabra que lo impelía parecía formada en su mayor parte por consonantes. Desgarraba sus oídos y desgarraba su garganta.
El Señor Demoníaco gruñó y se volvió. Se movió, desprovisto ya de toda semblanza de humanidad. Cuando reparó en Henry sus facciones se asentaron y sonrió.
—¿Vienes a verme, Niño de la Noche? ¿Eres tú el campeón? ¿Has venido a salvar al mundo mortal de la dominación?
Henry sintió que su voz golpeaba su mente y se sacudió su influencia. Cuando respondió, su propio gruñido apenas era un poco menos demoníaco.
—¡Vuelve a tu agujero, engendro de Satán! ¡Este mundo no te pertenece!
—¿Engendro de Satán? —El Señor Demoníaco sacudió la cabeza—. Estás desfasado, Henry Fitzroy. Este mundo ya no cree en el Señor Oscuro. Disfrutaré demostrándole lo equivocado que está, y no hay nada que tú puedas hacer para impedírmelo.
—No te permitiré destruir este mundo sin luchar —no se atrevía a apartar la mirada del Señor Demoníaco para mirar a Vicki, pese a que sabía que la sangre cuyo aroma inundaba la habitación era la de ella.
—Lucha todo lo que quieras —hizo una elegante reverencia—. Igualmente perderás.
—¡NO! —Norman se encontraba de pie, con las piernas separadas y el grimorio debajo del brazo, sujetando el AK-47 con tal fuerza que sus dedos se habían puesto blancos—. ¡Yo he pronunciado tu nombre! ¡YO SOY TU AMO Y SEÑOR! ¡NO ME IGNORARÁS! ¡NO LO HARÁS! ¡NO LO HARÁS! ¡NO LO HARÁS!
Una corta ráfaga atravesó el pentagrama, cortando prácticamente al Señor Demoníaco por la mitad. Bramando de furia, este perdió el control de su forma y volvió a convertirse en el torbellino de sombras que había sido al principio.
Tenencia ilícita de armas de fuego, pensó Vicki confusa, mientras los casquillos rebotaban contra los armarios de la cocina, detrás de ella.
El estrépito devolvió a Coreen a la conciencia. Con la fuerza que le prestaba el pánico, comenzó a debatirse salvajemente contra sus ataduras. Se balanceaba violentamente de un lado a otro, haciendo que la silla rebotase sobre el suelo.
Como una noche cayendo sobre sí misma, el Señor Demoníaco volvió a reformarse al mismo tiempo que la temperatura del apartamento descendía bruscamente. Sonrió, mostrando unos enormes y curvados dientes que antes no había tenido. Una vez más. Norman comenzó a avanzar hacia él, tambaleante.
La luz inundó la habitación, disipando bruscamente las sombras y una voz gritó:
—¡Quietos! ¡Policía!
El primer instante de expresiones heladas por la sorpresa fue casi divertido. Entonces Henry se protegió los ojos con el brazo, el Señor Demoníaco giró sobre sus talones para encararse con aquel nuevo adversario y Norman se precipitó hacia la puerta, gritando:
—¡No, es mío! ¡No podéis detenerme! ¡Es mío!
En aquel mismo instante, Coreen logró al fin liberar su pierna. Mientras Norman pasaba a su lado, ella le dio una patada.
El muchacho trató de mantener el equilibrio, agitando los brazos. El grimorio cayó al suelo. Un segundo más tarde, Norman se desplomó sobre el pentagrama.
Entonces ya no hubo Norman, pero sus aullidos se prolongaron uno o dos segundos.
Mike Celluci, de pie junto al interruptor de la luz, con su calibre .38 en una mano, realizó involuntariamente con la otra el signo de la cruz.
—Jesucristo —musitó en medio del repentino silencio—. ¿Qué infiernos está ocurriendo aquí?
El Señor Demoníaco se volvió hacia él.
—Exacto, detective. Es el Infierno lo que está ocurriendo aquí.
Aquello era peor que cualquier cosa que Celluci pudiese haber imaginado. No era posible que hubiera visto al matón con el rifle de asalto desaparecer en el aire. Ni a la cosa que permanecía en medio de la habitación, sonriendo.
Pero sí los había visto. A ambos.
Entonces se percató de la presencia de Vicki y todas aquellas rarezas pasaron a un segundo plano.
—¿Quién ha hecho esto? —inquirió mientras se acercaba a su lado y se inclinaba sobre una rodilla—. ¿Qué está pasando? —esta vez su tono había resultado un poco desesperado. Mientras buscaba el pulso en la garganta de Vicki, no perdió de vista al Señor Demoníaco. Después de lo visto al entrar, aquella era la amenaza más obvia.
—Más o menos lo que parece —contestó Henry. Saltaba a la vista que el fornido agente de la ley era un amigo de Vicki. Ahora no importaba por qué se encontraba allí—. Aquel es un Señor Demoníaco. Acaba de destruir a… la persona que lo invocó y nosotros tenemos un montón de problemas.
—¿Problemas? —preguntó Celluci, sin plantearse por el momento si creía en todo aquello o no.
—Sí —dijo el Señor Demoníaco y atravesó el pentagrama. Sin esfuerzo le arrebató el arma a Celluci y la arrojó por la ventana.
Celluci le observó pasar a su lado, sin poder hacer nada para impedirlo, y entonces, con los labios apretados, se inclinó sobre Vicki, ignorando el sudor frío que empapaba todo su cuerpo. Comenzó a deshacer los nudos de las corbatas y vendó su muñeca herida con la primera que consiguió desatar.
—No servirá de nada —dijo el Señor Demoníaco. Mientras toda la atención se concentraba en Vicki se deslizó a un lado, se arremolinó y se lanzó hacia el grimorio.
Henry fue más rápido. Recogió el libro y retrocedió. Para su sorpresa, el Señor Demoníaco gruñó, pero le dejó ir.
—No tienes poder —advirtió Henry—. Estás en este mundo pero no tienes poder.
—La invocación no habrá terminado —admitió el Señor Demoníaco, sin apartar los ojos del libro— hasta que la mujer haya muerto.
—Entonces la invocación no va a terminar. —Celluci consiguió soltar las ataduras a base de fuerza bruta y arrojó con rabia las corbatas rotas al otro extremo de la habitación.
—Terminará muy pronto —señaló el Señor Demoníaco—. Se está muriendo.
—No. No es así —gruñó Celluci mientras incorporaba el cuerpo inerte de Vicki.
Sí. Me estoy muriendo. Vicki deseó poder sentir la mano que sostenía su rostro, pero no había podido sentir nada desde hacía algún tiempo. Le picaban los ojos, pero no tenía fuerzas para parpadear. Ojalá no estuviera acabando de aquella manera. Pero había hecho todo lo que estaba en su mano. Ahora sólo deseaba tiempo para descansar.
Entonces el Señor Demoníaco alzó el rostro y la miró directamente a los ojos, con expresión de impaciencia, pero abiertamente triunfante.
Cuando ella hubiera muerto, él habría ganado.
Maldita sea si le dejo ganar. Se aferró con todas sus fuerzas a la vida que le quedaba y la sacudió. No voy a morir. ¡No voy a morir!
—No… voy… a morir.
—Así se habla. —Celluci no se molestó en sonreír. Ninguno de ellos lo hubiera creído—. Escucha.
A través de las destrozadas ventanas, llegaba hasta ellos desde la calle el sonido de las sirenas.
—¿La caballería? —preguntó Vicki.
Él asintió.
—Llamé a los refuerzos en cuanto llegué al edificio. Parecía que el lugar estaba bajo asedio. Viene una ambulancia con ellos. No importa cuánta sangre hayas perdido. Te la repondrán y…
—Creo que también he sufrido una conmoción cerebral…
—Tu cabeza es demasiado dura. Lo soportará —se volvió hacia el Señor Demoníaco arrojándole su convicción sobre los hombros mientras lo hacía—. No te vas a morir.
La criatura sonrió de forma desagradable.
—Todos los mortales mueren con el tiempo. Naturalmente, haré todo lo posible para que ocurra más temprano que tarde.
—Sobre mi cadáver —dijo Celluci.
—No es necesario. —Henry sacudió la cabeza—. No puede matarla o ya lo habría hecho en el instante mismo en que abandonó el pentagrama. Su muerte es la culminación del ritual y él no puede interferir en el ritual. Todo lo que puede hacer es esperar.
—Si te quedas —dijo acercándose al Señor Demoníaco—, no dejaremos de combatirte. No podemos destruirte, pero sin tu poder lo pasarás muy mal.
El Señor Demoníaco lo observaba mientras se movía, entornando los ojos.
No, advirtió Vicki, no lo mira a él. Mira al grimorio.
—Así que, ¿qué es lo que sugieres? —se burló—. ¿Qué me rinda? Tiempo es todo lo que necesito. Y lo tengo en abundancia.
Vicki apretó el brazo de Celluci, tratando de apartarlo de delante de sí.
—Un trato… quieres… el grimorio —si su lengua no estuviera tan jodidamente espesa—. Vete… rompe la invocación… es tuyo.
—En su momento, tendré el grimorio. No tenéis la menor idea de cómo utilizar el conocimiento que contiene —no se molestaba en esconder su deseo mientras miraba fijamente el volumen de saber demoníaco—. Vuestro trato no me ofrece nada.
—El poder dado libremente tiene más fuerza que el que se toma por la fuerza. —Coreen enrojeció cuando los dos hombres y el Señor Demoníaco se volvieron hacia ella—. Bueno, es así. Todo el mundo lo sabe.
—Y el poder otorgado voluntariamente no es algo muy común en el mundo del que tú vienes —añadió Henry, asintiendo con lentitud—. Podría ser el fundamento de un golpe maestro.
—El nombre… escrito… en la ciudad —la raza de los demonios había demostrado que no carecía de ambición.
—Un advenedizo, un avaro —el Señor Demoníaco pronunció una cuantas palabras más en un lenguaje que sonaba como una pelea de gatos y su forma comenzó a agitarse de nuevo.
—¿Por qué esperar a tener este mundo cuando podrías tener otro ahora mismo? —le espetó Henry—. Quieres el grimorio. Con él podrás controlar a otros de tu raza. Derrotar a tus enemigos…
—Ssssí…
—Te lo daremos voluntariamente a cambio de que rompas la invocación y vuelvas al lugar del que has venido. Aquel que te ha convocado ha desaparecido.
Nada te retiene aquí ya. ¿Por qué esperar cuando puedes gobernar?
Haciendo un esfuerzo, el Señor Demoníaco consiguió mantener su forma y extendió unas manos que ya no eran manos del todo.
—Dámelo. Cumpliré el trato.
—Júralo sobre tu nombre.
—Assssí lo jjjjuro.
—Y jura que nunca lo utilizarás contra la humanidad —añadió Coreen precipitadamente, antes de que Henry pudiese moverse.
—Susss conocimientos ssssólo pueden utilizarsssse contra los demoniossss.
Ella frunció los labios.
—Júralo de todas formas. Sobre tu nombre.
—Lo jjjjuro. Lo jjjjuro.
Henry avanzó un paso y depositó el libro sobre lo que quedaba de las manos del Señor Demoníaco. Al instante, el ente y el grimorio desaparecieron.
Vicki comenzó a reír tontamente.
Celluci le lanzó una mirada iracunda.
—¿Qué? —le espetó.
—Sólo… me estaba preguntando… qué es lo que… pensabas… poner en tu informe.
—He hablado con Henry. —Tony se terminó la gelatina y depositó el tazón sobre la bandeja—. Vino y me contó lo que había ocurrido. Dijo que tenía derecho a saberlo. Es un tío la mar de frío. Creo que me estaba probando.
—Probablemente —asintió Vicki—. Lo que sabes sobre él es muy peligroso.
Tony se encogió de hombros.
—Yo no soy una amenaza. Me trae por culo la hora a la que un tío se levanta.
—Me trae sin cuidado… —le corrigió ella.
Sonrió.
—Eso es lo que he dicho.
Los zapatos de la enfermera chirriaron ligeramente contra el suelo mientras entraba en la habitación.
—La hora de visitas ha terminado. Puede volver mañana.
Tony miró a la enfermera, luego a Vicki y se levantó. Al llegar a la puerta se detuvo y se volvió.
—Guárdame la gelatina.
Vicki hizo una mueca.
—Es toda tuya —prometió.
La enfermera se entretuvo unos instantes; alisó las mantas y revisó el goteo y los vendajes que cubrían el brazo izquierdo de Vicki desde la mano hasta el codo. Al salir, se topó con Mike Celluci.
—Lo siento —incorporándose, bloqueó la entrada—. Las horas de visita han terminado.
Celluci la apartó con suavidad y, mientras ella comenzaba a protestar, le mostró su placa y dijo:
—Asuntos de la Policía —y cerró la puerta.
Sacudió la cabeza al ver los círculos color púrpura bajo los ojos de Vicki, chasqueó la lengua mirando al goteo, se inclinó, la besó y dijo, sin incorporarse.
—Estás hecha una mierda.
—En realidad, cada minuto me siento mejor —ella extendió el brazo y apartó el rizo de la frente de Celluci—. Ayer si que me sentía hecha una mierda. Y hablando de ayer, ¿dónde estuviste?
—Escribiendo mi informe —se dejó caer sobre la silla que Tony acababa de abandonar, junto a la cama—. Sí. Ríete todo lo que quieras. Es una parte del trabajo policial de la que puedes alegrarte de haberte librado.
No la dolió tanto como antes. Con el tiempo, sospechaba, dejaría de dolerle del todo.
—¿Qué has contado?
—La verdad —sonrió como respuesta a su expresión—. De acuerdo. No toda la verdad.
—¿Y Norman?
—Escapó mientras yo trataba de mantenerte con vida. Afortunadamente, el jefe sigue viéndote con muy buenos ojos y cree que eso es excusa suficiente. Hay una orden de busca y captura contra él —se encogió de hombros—. No creo que engorde mi historial de arrestos, pero al menos los asesinatos terminarán. Además, supongo que al final consiguió lo que había ido a buscar.
Vicki no estaba muy segura de estar de acuerdo, así que guardó silencio. Apestaba demasiado a ojo por ojo. Y el mundo entero acaba ciego.
—Tu nuevo novio parece un poco tímido.
Su tono la hizo sonreír.
—Ya te lo he dicho. Es escritor. Está acostumbrado a la soledad.
—Claro. Y como yo te he dicho a ti, eres una pésima mentirosa. Pero le debo una por haberse ocupado de esa… adolescente, así que lo dejaré estar por ahora.
La sonrisa de Vicki se torció. Coreen no sabía que finalmente había dado con su vampiro y que ese vampiro había logrado convencerla de que muchas de las cosas que habían ocurrido no habían pasado en realidad. Gracias a la intervención de Henry, para Coreen, tanto el demonio menor como el Señor Demoníaco nunca habían existido, y el único culpable de todo había sido Norman Birdwell. De algún modo, Norman estaba consiguiendo por lo menos el reconocimiento que se merecía.
Extendió su brazo sano y le dio un azote en el muslo.
—Esa adolescente, como tú la llamas, acaba de pagarme una minuta más que decente por todo este embrollo, así que será mejor que empieces a tratarla con un poco más de respeto.
Celluci hizo una mueca.
—Vicki, esa chica es una cabeza loca. No tengo idea de cómo consiguió él que se mantuviera callada. Bueno, ya sabes… —no podía decirlo. Eso lo haría demasiado real—… pero me aterrorizaba la idea de que fuese con el cuento a la prensa. Y ahora —se puso en pie y se dirigió hacia la puerta— creo que será mejor que me marche a ver si puedo dormir un poco.
El sueño tardaba en llegar. Jugueteó con las píldoras que pretendían que se tomara, escuchando el creciente silencio del hospital.
Era cerca de la una de la mañana cuando la puerta volvió a abrirse.
—Estás despierta —dijo con suavidad.
Ella asintió en silencio, consciente de que él podía verla a pesar de que ella no pudiera.
—¿Me estabas esperando?
Ella trató de responder con un tono desenfadado.
—Bueno. El caso es que pensé que probablemente no te presentarías en las horas regulares de visita —sintió que la cama se arrugaba al tomar él asiento en un borde.
—No estaba muy seguro de si querrías verme.
—¿Por qué no iba a querer?
—Bueno. Supongo que no guardas recuerdos demasiado agradables de los momentos que hemos compartido.
—No demasiados, no —de hecho, algunos de los recuerdos eran realmente agradables, pero ahora no estaba muy segura de querer recordárselo. Con cuatrocientos cincuenta años de experiencia, sin duda habría jugado muchísimas manos.
Protegido por la oscuridad, Henry frunció el ceño. Sus palabras habían dicho una cosa, pero su olor…
—Debe de haberte costado entrar aquí.
—Los hospitales no tienen demasiadas sombras —admitió él—. Esperaba poder verte después de que salieras…
—Claro —¿entendía él lo que le estaba ofreciendo? ¿Y ella?—. Podemos ir a cenar.
Ella no pudo verlo sonreír, pero escuchó su risa y sintió la fría presión de sus dedos contra su mano.
—¿Crees en el destino? —preguntó él.
—Creo en la verdad. Creo en la justicia. Creo en mis amigos. Creo en mí misma —no lo había hecho durante algún tiempo, pero ahora volvía a hacerlo—. Y creo en los vampiros.
Los labios de Henry acariciaron la piel de su muñeca y el cálido contacto de su aliento erizó cada pelo de su cuerpo.
—Eso bastará.