I
¡Qué escándalo ha precedido
a la invención del vestido!
Y ¡qué delitos tan graves
a la invención de las llaves!…
II
El siglo diecinueve,
nació cabeza abajo
y el corazón se le saltó del pecho
y, resbalando, le cayó en el cráneo.
Y por esta razón, sólo por ésta,
los hijos de este siglo caminamos
llevando el corazón en la cabeza.
III
¿Quién sabe ¡oh ciencia ignota!,
cuántos mundos encierra cada gota
de la sangre que corre por mis venas?
Tal vez cuanto en el cielo contemplamos,
junto con el planeta que habitamos,
tan sólo un poro llena
de un grano microscópico de arena
del fondo de los mares de otro mundo,
que se agita á su vez en lo profundo
de un átomo de polvo de granito
de otro mundo…, y así hasta el infinito…
IV
¡Oh delicia brahmínica: los mundos
ver correr en tropel por los profundos
espacios del vacío;
ver, tras de un sol, de mil, el ígneo carro
y estarme yo, al mirarlo, taciturno,
sentado en un anillo de Saturno
fumándome un cigarro!…
V
El verbo gozar, creo
que es defectivo,
pues no tiene presente
de indicativo.
VI
La envidia y la emulación
parientas dicen que son;
aunque en todo diferentes,
al fin también son parientes
el diamante y el carbón.
VII
Huele una rosa una mujer dichosa
y aspira los perfumes de la rosa;
la huele una infeliz
y se clava
una espina en la nariz.
VIII
Cansose de trabajar
Dios en arreglar el mundo,
y de un puntapié, al profundo
espacio lo echó á rodar;
y con rara ligereza
tanto ha rodado y rodado,
que de puro marcado
ha perdido la cabeza.
IX
Nunca puede el ignorante
ser feliz, siempre me dices:
¡cuántos hombres hay felices
que no saben quién fué el Dante!…
X
¡Soy Dios! Al nacer creé el mundo,
di luz al sol al mirarle,
dicté la palabra al hombre
y los cantos á las aves;
por mí estrellas tiene el cielo
y tienen flores los valles,
y las almas sentimientos
y belleza las beldades.
¡Vive para mí, Universo,
que cuando mi vida acabe
tú morirás, y mi tumba
encerrará tu cadáver!
XI
El último alquimista,
cuando hubo ya agotado su tesoro,
encontró una manera de hacer oro:
inventó el accionista.
XII
Esos que buscan leyes en la historia
o crean leyes y hechos
y se quedan después tan satisfechos,
¿me sabrían decir qué fuera hoy día
de la Europa moderna y su cultura
si en vez de ir con ventura
(y que á Colón acompañó es muy cierto),
a descubrir la América nosotros
los de allá nos hubiesen descubierto?…
(Diréis que es imposible, mas no acierto
a ver por qué razón
no podía nacer allá Colón.
Y es natural reírse de esta idea,
porque es muy natural que quien se crea
ser rey del Universo, se eche á reír
al pensar que le pueden descubrir).
XIII
En una gota de agua
que era su todo,
se reunieron en junta
tres infusorios,
y allí acordaron:
que fuera de la gota
no había espacio;
que lo que ellos creían
era lo cierto;
que eran de lo absoluto
únicos dueños,
reyes de todo.
He aquí lo que acordaron
tres infusorios.
XIV
Dios es un juez para el vil
a quien juicio y oro sobre;
para el malo, tonto y pobre,
Dios es un guardia civil.
XV
El que pierde á su padre
llora afligido,
y el que pierde dinero
se pega un tiro.
XVI
Lo que abunda se mira con desprecio;
cuanto es rara una cosa, tanto es cara;
por eso damos tan inmenso precio
a la virtud, por esto…, por lo rara.
XVII
No temes ningún desastre
ni la tempestad te arredra,
tu corazón, que es de piedra,
sirve á tu pecho de lastre.
Con la pasión al luchar,
tú siempre llegas á puerto:
si ves el tiempo cubierto
arrojas el lastre al mar.
XVIII
Esta moneda y esa espada, creo
que son lo más notable del museo;
ambas antigüedades
son restos de las bárbaras edades.
Su origen el catálogo ya aclara:
lástima que decir también no pueda
cuál de las dos más crímenes causara,
la espada ó la moneda.
XIX
Y me dijo el reloj: —Esta cadena
tu ser une á mi ser, no el mío al tuyo;
cuando el goce más puro te enajena,
en vano quieres detenerme. Huyo.
Sufriendo vivirás, y de rodillas
me has de pedir que vuele apresurado,
y entre estas dos pequeñas manecillas
morirás fatalmente estrangulado.
XX
Oyendo hablar á un hombre, fácil es
acertar dónde vio la luz del sol;
si os alaba á Inglaterra, será inglés,
si os habla mal de Prusia, es un francés,
y si habla mal de España, es español.
XXI
Si miro al cielo en estas noches bellas
en que mi alma se eleva al infinito,
en caracteres mágicos de estrellas
nunca el nombre de Dios sé ver escrito.
Creo que si á alguien Dios dejó encargado
trazar algunos versos alusivos,
no supo qué escribir, poco inspirado,
y lo llenó de puntos suspensivos.
XXII
De un escritor, de un artista
de genio, podemos siempre,
para deplorarlo tristes,
saber el día en que muere,
y nunca el día en que nace
para celebrarlo alegres.
XXIII
Si elevan un monumento
a un genio los que le admiran,
por poco que lo deseen
piedras les dará la envidia,
pues basta con que recojan
las que ésta le arrojó en vida.
XXIV
Del mar las olas, cuya furia inquieta,
cuando la tempestad Dios no sujeta,
la nave estrellan con su atroz vaivén,
las olas á su Dios le dan sus gracias…
los náufragos también.
XXV
Pulsaba Apolo la celeste lira
a orillas de la mar, y una sonora
armonía al tañer, cayó en la arena
la lira; por las cuerdas él cogiola;
las cuerdas y las yemas de los dedos
en la arena imprimiéronse; las olas
respetaron las huellas delicadas,
y halláronse el pentagrama y las notas.
XXVI
En el mundo hay poca
felicidad pura
y á cada uno toca
escasa ventura.
¡Quién tiene bastante
con su cantidad
insignificante
de felicidad!
Es fuerza, aun con lucha,
a quien de nosotros
quiere tener mucha,
robarla á los otros.
Si viese algún día
feliz á un mortal,
yo le formaría
causa criminal.
XXVII
Toda negación implica
la afirmación del contrario;
he aquí un sabio corolario
que á los suicidas se aplica.
Éstos en la muerte ven
el término de su mal,
lo que, al contrario, es igual
al principio de su bien.
Estar bien en la otra vida
nadie á pensarlo se atreve,
pues si hay Dios, castigar debe
con gran rigor al suicida.
Otra tontería es creer
en la muerte hallar la calma,
que allí nada siente el alma,
que la muerte es el no ser.
Luego es una estupidez
probar medio tan fatal.
Si la prueba sale mal
¿Cómo ensayarla otra vez?
XXVIII
Tal vez dentro de mi cerebro escondo
capas de superpuestos sentimientos,
de ansias en otras épocas sentidas,
que, cual indestructibles sedimentos,
dejaron de mi espíritu en el fondo
los tempestuosos mares de otras vidas.
(Así á creer indúcelo la ciencia:
del cuerpo es el espíritu la esencia
y éste y aquél debieron
adquirirse en la lucha por la vida
y perpetuarse por la ley de herencia).
Un resto del espíritu del triste
siervo de la edad media en mí subsiste,
y de él habré heredado
el odio á los poderes de la tierra,
y el monstruoso legado
del torpe fanatismo
en que un día su mente halló el reposo
que transformado siento yo en mí mismo,
que hoy es el poderoso
profundo sentimiento religioso.
Pienso no creer en nada,
y al penetrar en el severo templo,
a mi pesar se dobla la rodilla,
y á mi pesar se humilla
mi orgullosa cabeza,
y extático contemplo
y aspiro lo ideal de su grandeza;
un sentimiento inexplicable, intenso
se apodera de mí, y entre la nube
trémula y vacilante del incienso,
a lo alto mi alma sube,
los muros espesísimos esquiva,
y vacilante y trémula en su vuelo
al azulado cielo
huye, á través de la calada ojiva.
En una inferior capa de mi mente
el viejo celta acaso
marcó indeleblemente
las salvajes señales de su paso.
Y por más que yo creo que es la guerra
el mayor de los crímenes, que hermanos
somos todos los hombres de la tierra,
que la idea de patria, limitada
a su país, es torpe y es nociva;
al mirar á mi patria amenazada,
por ella ciego de furor combato
y el fuego, el mismo fuego, en mí se aviva
que un día el corazón latir hiciera
a Indíbil y á Mandonio y á Viriato.