II
Libro II, Oda 14
¡Ay! ¡Cuán fugaces, Póstumo, Póstumo,
pasan los años de nuestra vida!
¡Nada respeta la vejez trémula:
a nadie nunca la muerte olvida!
Llanto, hecatombes, preces ni súplicas
no logran calme Plutón sus iras;
Gerión cual Ticio sintió su cólera
y en la onda Estigia sus cuerpos miras.
También un día con nuestras lágrimas
aquellas aguas aumentaremos,
niños ó ancianos, siervos y príncipes,
pobres y ricos: cuantos nacemos.
Por más que huyamos del Adria el ímpetu,
por más que el cuerpo de evitar trate
de otoño el aire maligno y húmedo,
y ame la calma, y odie el combate.
Fuerza es veamos las playas lóbregas
donde la raza Danaica gime,
donde, anhelante, pretende Sísifo
subir la roca que su hombro oprime.
Tal vez en breve tus campos plácidos,
tu hogar, tu esposa, por siempre dejes,
y el ciprés sólo, de tantos árboles,
deba seguirte cuando te alejes.
Hoy con cien llaves guardas el Cécubo,
y el que te herede, tal vez mañana
con él el suelo rociará pródigo
de cien banquetes en la ansia vana.