Una ballena vieja y arrugada,
con pocos dientes, casi ya sin vista
o á lo menos con vista muy cansada,
andaba por los mares poco lista,
arrastrando su mole fatigada.
Ella que huyó el arpón del ballenero
cuando tenía el cuerpo más ligero,
perdidos ya el olfato y la destreza,
no asomaba á flor de agua la cabeza
temiendo siempre al pescador artero.
—¿Pues cómo el pez hallaba y engullía?
—Es natural: el miedo aún subsistía
que infundiera, y, con santa devoción,
a ser comido el pez se sometía…
por respeto á la antigua tradición.