46
FINAL

En la Goliat, por lo menos, la incógnita no se mantuvo mucho tiempo. Vigilancia Espacial pudo informar casi al instante de que Kali 1 —el fragmento ligeramente menor en el que estaba varada la nave— se desviaría de la Tierra por un margen bastante amplio. El capitán Singh recibió la noticia más con alivio que con júbilo; parecía una simple cuestión de justicia, después de lo que habían tenido que soportar. Por supuesto, el Universo no sabía nada de justicias, pero uno siempre tenía esperanzas de lo contrario.

La órbita de la Goliat sólo se vería ligeramente desviada en su acercamiento a la Tierra, a varias veces la velocidad de escape. Después, la nave y su pequeño mundo privado continuarían acelerando como un cometa hasta pasar por las inmediaciones del Sol, penetrando incluso en el interior de la órbita de Mercurio en su momento de máxima aproximación. Las pantallas de chapa reflectante que Torin Fletcher ya había empezado a juntar servirían para formar una gigantesca tienda de campaña que los protegería de un calor diez veces más intenso que el de un mediodía sahariano. Mientras mantuvieran el parasol en buen estado, no tenían nada que temer salvo el aburrimiento; pasarían más de tres meses hasta que la Hércules pudiera rescatarlos.

Estaban a salvo y ya habían entrado en la historia, pero en la Tierra nadie sabía si la historia continuaría. Lo único que de momento podían garantizar los ordenadores de Vigilancia Espacial era que Kali 2 no haría un impacto directo en ninguna masa continental.

Aunque tal garantía representaba un cierto alivio, no pudo evitar pánicos masivos, miles de suicidios e importantes disturbios. Sólo la rápida asunción de poderes dictatoriales por parte del Consejo Mundial evitó males mayores.

Los hombres y mujeres a bordo de la Goliat asistieron a todo aquello con inquietud y comprensión, pero también con cierta sensación de distanciamiento, como si contemplaran unos acontecimientos pertenecientes a un pasado remoto.

Todos se daban cuenta de que, sucediera lo que sucediese en la Tierra, ellos seguirían sus caminos en los diversos mundos, marcados para siempre por el recuerdo de Kali.

El perfil enorme de la Luna en cuarto creciente llenaba el cielo y los mellados picos de las montañas ardían con la luz descarnada del amanecer lunar. Pero las planicies polvorientas aún no bañadas por el sol no estaban completamente a oscuras, sino que recogían con un leve resplandor la luz reflejada por las nubes y los continentes de la Tierra. Y esparcidas aquí y allá a lo largo del terreno antes desierto, destacaban las brillantes luciérnagas que señalaban las primeras colonias permanentes que la humanidad había construido fuera de su planeta natal.

El capitán Singh localizó fácilmente la base Clavius, Puerto Armstrong, Plato City… Incluso alcanzó a ver el collar de débiles luces a lo largo del Ferrocarril Translunar, que traía su preciada carga de agua desde las minas de hielo del Polo Sur. Y allí quedaba el Sinus Iridum, donde había conseguido su primer y fugaz momento de fama, hacía toda una vida.

La Tierra quedaba apenas a dos horas de distancia.