Sin embargo, ellos tenían una excusa más satisfactoria que los responsables de la agencia de suministros de la antigua Marina norteamericana: era imposible probar el sistema bajo condiciones reales.
Así pues, nadie sabría nunca la verdadera causa de que no funcionara.
Si aquello era el cielo, o el infierno —se dijo el capitán Robert Singh—, se parecía muchísimo a su camarote de la Goliat.
El capitán aún trataba de asimilar el hecho increíble de que seguía vivo cuando recibió la tranquilizadora confirmación de David.
—Hola, capitán. No ha sido fácil despertarlo. ¿Qué… qué ha sucedido? —Nadie había programado a David para que titubeara como un ser humano; era uno de los muchos trucos que había aprendido mediante la experiencia—. Con franqueza, no lo sé. Es evidente que la bomba no ha detonado, pero ha sucedido algo muy extraño. Creo que será mejor que acuda al puente, capitán.
Singh, bruscamente devuelto al mando, sacudió la cabeza varias veces y sé mostró un tanto sorprendido al descubrir que seguía unida a los hombros. Todo parecía perfecta e increíblemente normal. Incluso experimentó una leve sensación de rabia, aunque en absoluto de decepción. Resultaba un auténtico anticlímax haber volcado tanta energía emocional en aceptar la muerte y, al final, seguir vivo.
Cuando llegó al puente ya había aceptado la realidad de la situación. Su aplomo, sin embargo, no duró mucho.
La pantalla principal aún producía la ilusión de que no había nada entre él y el familiar paisaje de Kali. Este permanecía sin cambios. Pero lo que asomaba más allá produjo en el capitán Singh uno de los escasos momentos de auténtico pánico que había experimentado en su vida. Sin duda el estado emocional en que se hallaba tuvo en parte la culpa; aun así, nadie podía mirar el cielo sobre la nave sin notar una sensación abrumadora de sobrecogimiento.
Asomando sobre el horizonte marcadamente curvo de Kali, ascendiendo perceptiblemente mientras lo observaba, se veía la superficie picada de viruela de otro mundo. Por un instante, Robert Singh creyó estar de nuevo en Fobos y contemplar desde allí el rostro gigantesco de Marte. Sin embargo, aquella aparición era aún mayor…, y Marte, por supuesto, seguía eternamente fijo en el cielo de Fobos y no se movía directamente hacia el cénit, como aquel objeto imposible. ¿O tal vez estaba acercándose? Su última misión había sido intentar que un nómada del cosmos no cayera sobre la Tierra. ¿Acaso otro pequeño mundo amenazaba ahora con estrellarse contra Kali?
—Capitán, sir Colin quiere hablar con usted.
Singh se había olvidado por completo de sus compañeros.
Al mirar a su alrededor, descubrió con sorpresa que la mitad de la tripulación había acudido al puente y que también contemplaba el firmamento con asombro.
—Hola, Colin —se obligó a decir. No era fácil hablarle a alguien que debería estar muerto—. ¿Qué ha sucedido, por todos los santos?
—Espectacular, ¿verdad? —La voz del científico sonaba tranquila y reconfortante—. Aquí, desde el trineo, hemos tenido una vista magnífica. ¿No reconoce lo que tienen encima? ¡Está viendo Kali! La bomba fue un fiasco, pero a pesar de ello traía una energía cinética de tantos megatones que ha fisionado el asteroide como si fuera una ameba. Lo ha partido limpiamente, capitán. Espero que la Goliat no haya sufrido daños. La necesitaremos como hogar durante algún tiempo. Pero ¿cuánto? Como dijo Hamlet, «ésa es la cuestión».
El reencuentro fue más un servicio de acción de gracias que una celebración; los sentimientos eran demasiado profundos para celebrarlo. De vez en cuando el murmullo de las conversaciones en el comedor de oficiales cesaba de repente y se producía un silencio absoluto mientras todos los presentes compartían un mismo pensamiento: «¿De veras estoy vivo, o estoy muerto y sólo sueño que sigo con vida? ¿Cuánto tiempo va a durar el sueño?» Finalmente alguien hacía algún comentario de cierta agudeza y las conversaciones se reanudaban.
Casi todas se centraban en torno a sir Colin, que había disfrutado de una vista excepcional. El misil había golpeado el asteroide cerca del punto más estrecho de éste, en la «cintura» del cacahuete, pero en lugar de la bola de fuego nuclear que los dos observadores habían previsto, sólo había aparecido un enorme chorro de polvo y escombros. Cuando la nube de material se desvaneció, dio la impresión de que Kali no había cambiado; después, muy despacio, se partió en dos fragmentos casi de las mismas dimensiones. Y como cada fragmento llevaba una parte del impulso de giro del asteroide original, empezaron a separarse lánguidamente, como dos patinadores sobre hielo que, tras haber evolucionado juntos, se hubieran soltado las manos.
—He visitado media docena de asteroides gemelos —comentó sir Colin—, empezando por el objeto apolo 4769, Castalia. ¡Pero jamás soñé que vería nacer uno! Naturalmente, no tendremos a Kali 2 como satélite durante mucho tiempo porque ya se está alejando. La gran pregunta es si alguno de los dos fragmentos tocará la Tierra.
—Con un poco de suerte pasaremos de largo los dos, uno por cada lado. Así, aunque no estallara, la bomba habrá hecho su trabajo. Se supone que Vigilancia Espacial tendrá la respuesta en unas horas. Pero si estuviera en tu lugar, Sonny, yo no apostaría por ello.