Kali había cruzado ya la órbita de Marte y seguía acelerando en su zambullida hacia el Sol cuando David anunció la primera anomalía. Ocurrió durante uno de los periodos de descanso, pocos minutos antes de que los propulsores de la Goliat entraran de nuevo en acción.
—Oficial de guardia —dijo el ordenador—, he detectado una ligera aceleración. Uno punto dos décimas de microgravedad.
—¡Eso es imposible!
—Uno punto cinco, ahora —continuó David, imperturbable—. Fluctuando. Baja a uno. Ahora ha cesado. Creo que debería notificar lo sucedido al capitán.
—¿Estás seguro? Déjame ver el registro.
—Aquí está.
En el monitor principal apareció una línea quebrada, que formaba un pico agudo y volvía al nivel cero. Algo que no era la Goliat estaba dando un empujón a Kali, mínimo, pero perceptible. El impulso había durado poco más de diez segundos.
Cuando el capitán Singh respondió a la llamada del puente, su primera pregunta fue:
—¿Puedes determinar el punto con precisión?
—Sí. A juzgar por el vector, el impulso se ha ejercido en la otra cara de Kali. Cuadrícula de referencia L4.
—Despierte, Colin. Tenemos que salir a echar un vistazo. Debe de ser el impacto de un meteorito…
—¿Un impacto de diez segundos?
—¡Hummm! Hola, Colin. ¿Ha oído todo eso?
—Sí, casi todo.
—¿Alguna teoría?
—Sin duda los Renacidos han posado una nave y tratan de desbaratar nuestro buen trabajo. Pero a juzgar por ese gráfico, su impulsor necesita una buena puesta a punto.
—Muy ingenioso, pero creo que los habríamos visto llegar. Reúnase conmigo en la esclusa.
Desde la fiesta de aniversario de sir Colin Draker, apenas había habido ocasión para alejarse de la nave. Toda la actividad se había concentrado en una zona de unos pocos cientos de metros a la redonda. Mientras el trineo trasladaba a Singh, Draker y Fletcher hacia la cara nocturna, el geólogo comentó a sus acompañantes:
—Me parece que ya sé de qué se trata. Se me habría ocurrido antes, si no se hubieran producido tantas distracciones… ¡Dios mío! ¿Ven lo mismo que yo?
Allí, abarcando el cielo ante sus ojos, había algo que Robert Singh no había vuelto a ver desde que abandonara la Tierra, hacía décadas. Y algo que no podía existir en Kali bajo ninguna circunstancia. Era —increíble pero incuestionablemente— un arco iris.
Fletcher casi perdió el control del trineo mientras contemplaba aquel firmamento imposible. A continuación detuvo el vehículo, que empezó a caer muy despacio hacia el suelo.
El arco iris se desvanecía rápidamente. Cuando el trineo se posó por fin en Kali, con el impacto de un copo de nieve, el espectáculo de colores ya había cesado por completo.
Sir Colin fue el primero en romper el silencio de perplejidad:
—«Y entonces dijo Dios: He puesto el arco iris en las nubes para que sea señal de mi alianza con la Tierra (…). Nunca más volverán las aguas a inundar la Tierra y a destruir toda la vida». Resulta extraño que haya recordado la cita; no he vuelto a mirar la vieja Biblia cristiana desde que era un muchacho. Sólo espero que sea una buena señal para nosotros, como lo fue para Noé.
—Pero ¿cómo puede aparecer precisamente aquí?
—Continúe adelante despacio, Torin, y se lo enseñaré. Kali está despertando.