—Estamos de suerte —informó Torin Fletcher.
—La necesitamos, desde luego. Adelante.
—La carga estaba colocada para dañar de forma irreparable el generador de fusión y los impulsores, y lo consiguió. Si estuviéramos en Deimos podría repararlo todo, pero aquí no. Después, la sacudida reventó los tanques uno y dos, de modo que se han perdido treinta K de propelente. Pero las válvulas de seguridad de las conducciones actuaron correctamente y el resto del hidrógeno está intacto.
Por primera vez en horas, Robert Singh se permitió alimentar esperanzas. No obstante, aún quedaban muchos problemas por solucionar y una enorme cantidad de trabajo por hacer. Era preciso maniobrar la Goliat hasta casi tocar Kali con la proa y construir una especie de andamiaje que sujetara la nave al asteroide para transmitir a éste el empuje de los propulsores. Fletcher ya había programado sus robots operarios para que se encargaran de lo segundo, utilizando largueros y travesaños recuperados de la estructura del destrozado Atlas.
—Es el trabajo más extravagante que he hecho nunca —comentó—. Me pregunto qué dirían los pioneros de Kennedy si vieran una torre de lanzamiento sujetando un cohete espacial boca abajo.
—¿Cómo se puede saber eso, con la Goliat? —fue la réplica de sir Colin Draker, bastante poco amable—. En esta nave nunca he estado muy seguro de cuál es cada extremo. Con los cohetes del siglo XX, uno sabía si iba o venía nada más verlo. Ahora ya no.
Por grotesco que pudiera parecerle el resultado a cualquiera, salvo a un ingeniero astronáutico, Torin Fletcher se sentía orgulloso y satisfecho de lo que había conseguido. Incluso en un campo gravitatorio tan débil como el de Kali, la tarea había resultado casi imposible. Un tanque de propelente de diez mil toneladas «pesaba» allí menos de una tonelada, eso era cierto, y podía ser movido y colocado en su sitio —muy despacio— con un aparejo de poleas ridículamente pequeño. Pero una vez que se ponía en movimiento una masa semejante, ésta se convertía en una amenaza de muerte para unos seres cuyos músculos e instintos habían evolucionado en un ambiente completamente distinto. Costaba aceptar que un objeto que flotaba tan despacio resultara absolutamente imposible de detener y fuera capaz de aplastar como una oblea a quien no se apartase a tiempo.
Gracias a una combinación de pericia y fortuna, no se produjeron accidentes graves. Cada movimiento fue ensayado minuciosamente en una simulación de realidad virtual para evitar sorpresas inesperadas, hasta que Fletcher anunció por fin que todo estaba a punto.
Cuando se procedió a la segunda cuenta atrás, fue inevitable una sensación generalizada de haber vivido ya aquella escena. En esta ocasión, sin embargo, existía también una sensación de peligro. Si algo salía mal, no estarían a una distancia segura del accidente. Al contrario, formarían parte de él, aunque probablemente no llegarían a saberlo nunca.
La Goliat ya llevaba varias semanas viva de verdad, y quienes iban a bordo habían percibido la vibración característica del motor de plasma a plena potencia. Por ligera y lejana que pareciera, era imposible no notarla, sobre todo cuando topaba a intervalos regulares con alguna frecuencia resonante de la estructura de la Goliat y toda la nave experimentaba un breve estremecimiento.
La lectura del acelerómetro ascendió lentamente desde cero a una microgravedad cuando los impulsores aplicaron la potencia máxima dentro de los límites de seguridad. Los mil millones de toneladas de Kali empezaron a ser empujados suavemente. Cada día, la velocidad del asteroide se modificaría casi un metro por segundo y desviaría el cuerpo de su trayectoria original unos cuarenta kilómetros. Cifras ridículas en comparación con las velocidades y las distancias cósmicas, pero suficientes para establecer la diferencia entre la vida y la muerte para millones de seres en el lejano planeta Tierra.
Por desgracia, la Goliat sólo podía activar sus propulsores treinta minutos durante el breve día de cuatro horas de Kali; de mantener el impulso durante más tiempo, el giro del asteroide empezaría a anular el efecto conseguido. Era una limitación muy irritante, pero no podía hacerse nada al respecto.
El capitán Singh esperó a que terminara el primer periodo de activación de los propulsores para enviar el mensaje que el mundo esperaba.
—La Goliat informa que hemos iniciado con éxito la maniobra de perturbación. Todos los sistemas funcionan normalmente. Buenas noches.
Tras estas palabras, el capitán dejó la nave en manos de David y echó el primer sueño decente desde la pérdida del Atlas. Soñó que había amanecido otro día en Kali y que los propulsores de la Goliat funcionaban exactamente según lo previsto.
Se despertó, comprobó que no era ningún sueño y volvió a dormirse enseguida.