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IMPULSOR DE MASAS

Muy poco de la Goliat quedaba visible ahora. Todo un costado permanecía oculto bajo los tanques y los módulos de propulsión del Atlas, una masa compacta de cañerías de unos doscientos metros de longitud. Casi todo lo que restaba de nave también quedaba oculto por sus propios tanques adicionales. No tendrían una gran vista, se dijo Singh, hasta que se desprendieran de ellos, una vez vacíos.

Y toda aquella masa extra tampoco les permitiría una gran aceleración, pese al aumento de potencia.

Costaba creer que el futuro de la humanidad pudiera depender de aquel desgarbado montón de chatarra, pero éste había sido diseñado y ensamblado con un único objetivo: posar lo antes posible un potente impulsor de masas en Kali. La Goliat era sólo el furgón de transporte, el espaciocamión interplanetario; el Atlas era el importantísimo cargamento que debía llegar a tiempo y en buen estado a su destino.

Para conseguir tal objetivo debía tenerse en cuenta un increíble número de aspectos. Aunque era fundamental llegar a Kali con el mínimo retraso, la velocidad sólo podía incrementarse a expensas de la carga útil. Si la Goliat quemaba demasiado hidrógeno en su aproximación al asteroide, quizá no dispondría del necesario para desviar a Kali de su ominosa trayectoria y todo aquel esfuerzo habría sido en vano.

En un intento de acortar la duración de la misión sin utilizar las reservas de hidrógeno, se había considerado la posibilidad de emplear el clásico «impulso gravitatorio» utilizado por las primeras naves espaciales de exploración del sistema solar exterior. La Goliat podía dirigirse hacia Júpiter y robarle al planeta gigante una pizca de su momento al pasar rozándolo. Sin embargo, la idea había sido abandonada a regañadientes debido a los riesgos. En torno a Júpiter orbitaba demasiada escoria. Los tenues anillos se extendían hasta los límites de la atmósfera, y hasta el más pequeño fragmento podía perforar los tanques de hidrógeno, construidos con materiales muy ligeros. Sería el colmo de la ironía que una simple microluna joviana frustrase la misión.

A diferencia del despegue desde una superficie planetaria, el inicio de una transferencia de órbita no tenía absolutamente nada de espectacular.

No había sonido alguno, por supuesto, ni siquiera una indicación visible de la impresionante energía que se aplicaba. El chorro de plasma que impulsaba la Goliat estaba demasiado caliente como para emitir las débiles radiaciones que era capaz de detectar el ojo humano; aquel chorro dejaba su firma entre las estrellas en el ultravioleta lejano. Para los espectadores que observaban desde el complejo del satélite Europa, la única indicación de que la nave había empezado a avanzar fue la pequeña nube de desechos que dejó tras de sí: fragmentos de escudo térmico, material de embalaje olvidado, pedazos de cuerda y de cinta adhesiva…, todos los restos abandonados en un gran proyecto de construcción como aquél, incluso por el equipo de operarios más cuidadoso.

Para tratarse de una empresa tan noble, no fue el más solemne de los inicios, pero la Goliat y su carga, el Atlas, habían partido ya hacia su destino llevando con ellas las esperanzas y los temores de la humanidad.

Un día más tarde, acelerando a un décimo de gravedad, la Goliat cruzó la órbita del segundo satélite en tamaño, el acribillado Calisto. Pero transcurrió casi una semana hasta que la nave escapó del territorio joviano al dejar atrás las órbitas, terriblemente erráticas, de las minúsculas lunas exteriores gemelas, Pasífae y Sinope. Para entonces avanzaba ya a tal velocidad que ni siquiera el Sol era capaz de retenerla. Si más adelante no podía reducir su marcha, la nave y su preciada carga acabarían por abandonar el sistema solar en un viaje sin fin entre las estrellas.

Sin embargo, ningún comandante de nave espacial habría podido esperar un viaje con menos incidencias. La Goliat, con el Atlas, efectuó su encuentro con Kali doce segundos antes de lo previsto.

—He visitado decenas de asteroides —comentó sir Colin Draker a su público invisible, a quinientos millones de kilómetros en dirección al Sol—, pero todavía hoy soy incapaz de hacerme una idea de su tamaño simplemente con mirarlo. Conozco perfectamente las dimensiones de Kali, pero no me costaría mucho esfuerzo engañarme a mí mismo y convencerme de que podría abarcarlo con mis brazos.

»El problema es la falta absoluta de referencias visuales, de algo que le proporcione al ojo alguna clave. Como verán, la superficie está cubierta de cráteres de impacto poco profundos hasta donde alcanza la vista. Ese grande del centro, a la izquierda, en realidad mide unos cincuenta metros de diámetro, pero tiene exactamente el mismo aspecto que los pequeños que aparecen alrededor; los de menor tamaño que se aprecian en la imagen miden unos centímetros.

»¿Quieres aumentar la imagen, David? Gracias. Ahora vemos la superficie desde más cerca, pero no se aprecian diferencias con la imagen anterior. Los minicráteres que observamos tienen idéntico aspecto al de sus hermanos mayores. Detén ahí el zoom, David. Aunque utilizáramos una lupa, la imagen seguiría siendo la misma: cráteres poco profundos de todos los tamaños, hasta los producidos por partículas de polvo.

»Ahora vuelve atrás hasta mostrar todo el asteroide. Gracias. Comprobarán que prácticamente carece de color, al menos para el ojo humano. Kali es casi negro. Uno podría tomarlo por un pedazo de carbón y no andaría muy equivocado, porque las capas externas están compuestas de carbono en un noventa por ciento.

»El interior, en cambio, tiene una composición diferente: hierro, níquel, silicatos y diversos hielos, como agua, metano y dióxido de carbono. Es evidente que ha tenido una historia muy compleja y, de hecho, estoy casi seguro de que es un agregado de dos cuerpos de características muy distintas que colisionaron con bastante suavidad y terminaron unidos.

»Habrán apreciado que mientras hablaba han aparecido algunos cráteres nuevos. El día de Kali es muy corto: tres horas y veinticinco minutos. Y el hecho de que esté en rotación complica aún más nuestro trabajo… ¿Puedes enseñarnos la otra cara, David? Centrada en la cuadrícula de referencia K5. Eso es…

»Observen el cambio de escenario, si me permiten llamarlo así. Esos surcos han debido de ser causados por otra colisión, esta vez muy violenta. Hace miles de millones de años, Kali probablemente se encontraba en una zona muy concurrida del sistema solar. Vean ese valle, arriba a la derecha; lo hemos bautizado con el nombre de Gran Cañón. Sólo mide diez metros de profundidad, pero si uno no conociese la escala podría imaginar fácilmente que está en Colorado…

»Así pues, tenemos un pequeño mundo bombardeado, con la forma de unas pesas de gimnasia o de un cacahuete y una masa de dos mil millones de toneladas. Por desgracia, ese pequeño mundo se desplaza en una órbita retrógrada, es decir, en la dirección opuesta a todos los planetas. No es nada insólito —el Halley también lo hace—, pero eso significa que colisionará con la Tierra de frente; la peor de todas las situaciones posibles, naturalmente. Es preciso por tanto que consigamos desviarlo. Si no lo hacemos, no sólo nuestra civilización, sino incluso nuestra especie, pueden ser borradas de la faz del planeta.

»El impulsor de masas Atlas ya ha sido desprendido de la Goliat. David, por favor, imágenes del Atlas. En este momento estamos ocupados en el delicado trabajo de instalarlo en Kali. Afortunadamente la gravedad del asteroide es tan débil —una diezmilésima parte de la de la Tierra— que el Atlas sólo pesa unas cuantas toneladas. Pero esto no debe llevar a engaño, pues sigue conservando toda su masa y todo su impulso, de modo que es preciso desplazarlo muy despacio y con mucho cuidado… Y, lo crean o no, las principales herramientas para ese trabajo son los manubrios y las poleas, rescatados de otra época, que hemos anclado en Kali.

»Dentro de pocas horas el Atlas estará preparado para entrar en acción. Por supuesto, su efecto sobre Kali será demasiado pequeño para medirlo: una fracción de microgravedad. Creo que algún comentarista de noticias lo ha comparado con un ratón empujando a un elefante. La imagen es acertada, pero el Atlas puede seguir empujando durante días y sólo tenemos que desviar a Kali unos centímetros aquí, en la zona de Júpiter, para que pase a miles de kilómetros de la Tierra.

»Un margen de cien kilómetros sería tan satisfactorio como si pasara a un año luz.