El programa Seti de búsqueda de inteligencia extraterrestre había proseguido durante más de un siglo con equipos cada vez más sensibles y en una banda de frecuencias cada vez más amplia. Se habían producido muchas falsas alarmas, y los radioastrónomos habían registrado unos cuantos «posibles indicios» de trasmisiones candidatas a ser algo más que meros fragmentos de ruido cósmico al azar. Desgraciadamente, todas las muestras recogidas habían sido tan breves que ni el más avanzado programa de análisis informático había podido comprobar si eran de origen inteligente.
El panorama cambió bruscamente en 2085. Una entusiasta del veterano Seti había dicho en cierta ocasión: «Cuando captemos una señal, no habrá dudas de que estamos ante ella; y seguramente no será un débil susurro casi sofocado por el ruido de fondo».
La mujer no se equivocaba. La señal, alta y clara, fue captada durante una inspección rutinaria del cielo llevada a cabo por uno de los pequeños radiotelescopios de la cara oculta de la Luna, un lugar bastante tranquilo todavía a pesar del tráfago de comunicaciones. Y no cabía la menor duda de su origen extraterrestre. Cuando la recibió, el telescopio apuntaba directamente a Sirio, la estrella más brillante de todo el firmamento.
Ésta fue la primera sorpresa. Sirio era unas cincuenta veces más brillante que el Sol y nunca había parecido una buena candidata a tener planetas que pudieran albergar vida. Los astrónomos todavía seguían discutiendo el asunto cuando todos ellos (y el mundo entero) se llevaron otro sobresalto aún más impresionante.
Aunque el hecho, visto en perspectiva, era de una evidencia absoluta, pasaron casi veinticuatro horas hasta que alguien hizo hincapié en una interesante coincidencia.
Sirio estaba a 8,6 años luz, y el proyecto Excalibur había tenido lugar hacía diecisiete años y tres meses. Así pues, las ondas de radio del experimento habían tenido el tiempo exacto para viajar hasta allí y volver. Lo que había recibido el eco de la explosión electromagnética, fuera lo que fuese no había perdido el tiempo en contestar a la llamada.
Como para confirmar las cosas, la onda procedente de Sirio llegaba en la misma frecuencia del pulso de EXCALIBUR: 5.400 megahertzios. Sin embargo, pronto surgió una profunda decepción. Contra todas las expectativas, la onda de 5.400 MHz llegaba absolutamente inmodulada. No contenía el menor indicio de señales inteligentes.
Era puro ruido.