—Situaos en el Sol —propuso Mendoza a un grupo de estudiantes que, algo perplejo, seguía una de sus clases poco después del anuncio de la concesión del premio Nobel— y poneos de frente a Júpiter, a 750 millones de kilómetros de distancia. A continuación abrid los brazos en un ángulo de sesenta grados a cada lado… ¿Alguien puede decirme qué estáis señalando?
No esperaba que nadie respondiese, de modo que siguió hablando.
—No veréis nada especial, pero estaréis señalando dos de los puntos más fascinantes del sistema solar.
»En 1772, Lagrange, el gran matemático francés, descubrió que los campos gravitatorios del Sol y de Júpiter podían combinarse y producir un fenómeno muy interesante. En efecto, en la órbita de Júpiter existen dos puntos estables, uno de ellos sesenta grados delante del planeta, y el otro sesenta grados detrás. Cualquier cuerpo situado en uno de ellos permanece a la misma distancia del Sol y de Júpiter, formando con ellos un enorme triángulo equilátero.
»En tiempos de Lagrange se desconocía la existencia de los asteroides; así pues, no es probable que nuestro hombre imaginara que un día se produciría una constatación práctica de su teoría. Transcurrió más de un siglo, ciento treinta y cuatro años para ser exacto, hasta que tuvo lugar el descubrimiento de Aquiles, que seguía a Júpiter en su órbita, a sesenta grados del planeta. Un año después se localizó Patroclo, en la misma zona, y luego Héctor, pero éste en el punto de la órbita situado sesenta grados delante de Júpiter. En la actualidad ya conocemos más de diez mil de estos asteroides troyanos, así llamados porque las primeras decenas recibieron los nombres de los héroes de la guerra de Troya. Naturalmente, hubo que abandonar esta idea hace muchos años y ahora sólo tienen número. El último catálogo que consulté había llegado al once mil quinientos y aún siguen añadiéndose algunos, aunque muy esporádicamente. Consideramos que el censo está ya completo en un noventa y cinco por ciento. Los troyanos que faltan no medirán más de un centenar de metros de longitud.
»Ahora debo confesar que os he engañado. En esos dos puntos de Lagrange no se encuentra prácticamente ningún asteroide troyano; éstos varían su posición, avanzando o retrocediendo, y desviándose hacia arriba o hacia abajo a lo largo de treinta grados o más. La culpa de esto la tiene sobre todo Saturno, cuyo campo gravitatorio afecta el equilibrio perfecto Sol-Júpiter. Así pues, consideremos que los asteroides troyanos forman dos grandes nubes, con sus centros aproximadamente sesenta grados delante y detrás del planeta y en su órbita. Por alguna razón aún desconocida…, por cierto, ¿alguien busca un buen tema para la tesis doctoral?, hay tres veces más troyanos delante que detrás.
»¿Habéis oído hablar del mar de los Sargazos, en la Tierra? Ya suponía que no. Es una zona del Atlántico, el océano situado al este de la Comunidad de Estados Americanos, donde se acumulan objetos flotantes (algas, maderas, restos de embarcaciones) debido a la circulación de las corrientes. A mí me gusta imaginar las zonas de los asteroides troyanos como mares de los Sargazos del espacio. Esas dos zonas gemelas son las regiones más pobladas del sistema solar, aunque uno no se daría cuenta de ello si estuviera allí. El viajero sería muy afortunado si, desde un troyano, alcanzara a distinguir otro asteroide a simple vista.
»¿Y por qué son importantes los troyanos? Me alegra que me hagáis esta pregunta.
»Además de su interés científico, esos asteroides son armas importantes en el arsenal de Júpiter. De vez en cuando uno de ellos es arrancado de su lugar por la acción combinada de Saturno, Urano y Neptuno, y empieza a caer hacia el Sol. Y de vez en cuando uno de ellos se estrella contra nosotros o contra la propia Tierra. Así se formó la cuenca de Helias.
»Esto sucedía constantemente en los primeros tiempos del sistema solar, cuando los residuos que habían quedado tras la formación de los planetas aún flotaban por el espacio. Afortunadamente para nosotros, ha desaparecido la mayor parte de ellos, aunque todavía quedan bastantes, y no todos en las nubes troyanas. Hay asteroides errantes que se alejan hasta Neptuno. Cualquiera de ellos podría resultar un riesgo potencial.
»Pues bien, hasta el siglo actual no había nada, absolutamente nada, que la raza humana pudiera hacer ante tal riesgo, y aunque la mayoría de la gente lo conociera, no lo tomaba en consideración. Los seres humanos opinaban que había problemas más importantes de los que preocuparse y, desde luego, tenían razón.
»Pero el hombre prudente se asegura incluso contra los hechos más improbables, siempre que la prima no sea excesiva. El programa Vigilancia Espacial lleva casi medio siglo funcionando con un presupuesto muy reducido, y ahora sabemos que existe una alta probabilidad de que en los próximos mil años se produzca un impacto catastrófico, por lo menos en la Tierra, la Luna o Marte.
»¿Debemos quedarnos sentados esperando que suceda? ¡Por supuesto que no! Ahora que disponemos de la tecnología para protegernos, por lo menos podemos trazar planes para ponerlos en marcha si…, mejor dicho, cuando el peligro sea inminente.
»Ahora tengo una buena razón para viajar a la Tierra, aunque la noticia es aún alto secreto. Quiero darles una gran sorpresa. Voy a proponer un proyecto a gran escala para afrontar el problema. De entrada propondré que se conceda a Vigilancia Espacial responsabilidad operativa para que pueda empezar a hacer honor a su nombre. Me gustaría ver un par de naves rápidas y potentes en patrulla permanente, y los puntos de Lagrange serían el lugar ideal para emplazarlas. Esas naves podrían realizar valiosas investigaciones durante su permanencia allí y desplazarse a cualquier punto del sistema solar en poco tiempo.
»Esto es lo que me propongo decir a todas las “lombrices” con las que hable. Deseadme suerte.