7
EL CIENTÍFICO

El planeta rojo ya no era tan rojo, aunque el proceso de enverdecimiento apenas había comenzado. Concentrados en los problemas de la supervivencia, a los colonos (a quienes disgustaba el término y ya se proclamaban con orgullo «Nosotros, los marcianos») les quedaban pocas energías para el arte o la ciencia. Sin embargo, el rayo deslumbrante del genio descarga donde le place, y el mayor físico teórico del siglo había nacido bajo las cúpulas de burbuja de Port Lowell.

Como Einstein, con quien se le comparaba a menudo, Carlos Mendoza era un músico excelente. Poseía el único saxofón de todo Marte y era un hábil intérprete de dicho instrumento antiguo. También compartía con Einstein su sensatez y su ausencia de arrogancia. Cuando sus predicciones sobre las ondas gravitatorias tuvieron una espectacular confirmación, su único comentario fue: «Bien, esto descarta la teoría del Big Bang, versión cinco…, por lo menos hasta el miércoles».

Habría podido recibir el premio Nobel en Marte, como esperaba todo el mundo, pero a Carlos le encantaban las sorpresas y las bromas pesadas, de modo que apareció en Estocolmo con el aspecto de un caballero con armadura de alta tecnología, enfundado en uno de los exoesqueletos a motor ideados para parapléjicos. Con esta ayuda mecánica era capaz de desenvolverse casi sin problemas en un ambiente que, de otro modo, lo habría matado rápidamente.

No es preciso comentar que al término de la ceremonia Carlos fue sometido a un bombardeo de invitaciones a actos científicos y sociales, entre los que cabe destacar una presentación ante el Comité de Asignaciones de la CEA, donde había producido una impresión inolvidable:

SENADOR LEDSTONE: Profesor Mendoza, ¿sabe quién es Don Pío?

PROFESOR MENDOZA: Me temo que no, señor presidente.

SENADOR LEDSTONE: Era un personaje de un cuento. Siempre andaba de un lado a otro gritando: «¡El cielo se cae! ¡El cielo se cae!» Me recuerda a alguno de sus colegas. Profesor, agradecería su opinión sobre el programa Vigilancia Espacial. Estoy seguro de que sabe a qué me refiero.

PROFESOR MENDOZA: Desde luego que sí, señor presidente. Vivo en un mundo que todavía conserva las cicatrices de un millar de impactos de meteoritos. Algunos de los cráteres tienen cientos de kilómetros de diámetro. La Tierra también sufrió un bombardeo parecido, pero el viento y la lluvia (dos cosas que todavía no tenemos en Marte, aunque estamos trabajando en ello) los han desgastado hasta borrarlos. Sin embargo, en Arizona todavía existe un ejemplo clarísimo.

SENADOR LEDSTONE: Ya sé, ya sé. La red de Vigilantes del Espacio siempre sale con lo de Meteor Cráter. ¿Hasta qué punto debemos tomar en serio sus advertencias?

PROFESOR MENDOZA: El asunto debería tomarse muy en serio, señor presidente. Es seguro que tarde o temprano se producirá otro impacto. No es mi especialidad, pero consultaré las estadísticas si lo desea.

SENADOR LEDSTONE: Las estadísticas van a acabar por ahogarme, pero agradecería su valiosa opinión. Y le agradezco también que haya hecho acto de presencia con tan poco tiempo de aviso, sobre todo cuando tiene una cita con el presidente Windsor dentro de unas horas.

PROFESOR MENDOZA: Gracias, señor presidente.

Aunque al senador Ledstone le impresionó el joven científico, ni aun así quedó convencido. Lo que le hizo cambiar de idea no fue un argumento lógico, porque Carlos Mendoza nunca llegó a su cita en Buckingham Palace. Murió en un absurdo accidente, camino de Londres, a causa de un falto de funcionamiento en el sistema de control de su exoesqueleto.

Tras el suceso, Ledstone abandonó de inmediato su oposición al programa de Vigilancia Espacial y votó a favor de la adjudicación de fondos para la siguiente fase.

Tiempo después, cuando ya era muy anciano, le comentaría a uno de sus colaboradores:

—Me han dicho que pronto estaremos en condiciones de sacar el cerebro de Mendoza de ese tanque de nitrógeno líquido y hablar con él a través de una interface. Me pregunto en qué habrá estado pensando todos estos años…