Cuando se la devolvió por la fuerza a la sociedad humana libre, Kate se sintió aliviada al descubrir que se la había declarado inocente de la sentencia penal que se le había impuesto. Pero quedó anonadada al descubrir que se la separaba de Mary, de sus amigos y que se la encarcelaba de inmediato… por disposición de Hiram Patterson.
La puerta que daba a la suite se abrió, tal como lo hacía dos veces por día.
Ahí quedaba parada una guardia: una mujer alta, esbelta y elástica, que iba vestida con un sobrio traje como de directivo empresario. Hasta era hermosa… pero con cara que carecía por completo de gestos y una mirada muerta que Kate encontraba escalofriante.
Su nombre, Kate se había enterado, era Mae Wilson.
Wilson empujaba un pequeño carrito a través de la puerta, arrastraba afuera el del día anterior, lanzaba una rápida mirada profesional por toda la habitación y después cerraba la puerta. Y eso era todo, terminaba su trabajo sin que se pronunciara una sola palabra.
Kate había estado sentada en el único mueble de la habitación, una cama. Ahora se paró y cruzó hacia el carrito; empujó hacia atrás la tapa blanca de papel que lo cubría: había carne fría, ensalada, pan, fruta y bebidas, un termo con café, agua en botella, jugo de naranja. En la bandeja inferior estaba el material que venía de la lavandería: ropa interior limpia, camisolas, sábanas para la cama. Las cosas de siempre.
Kate había agotado hacía mucho las posibilidades del carrito que venía dos veces por día: los platos de papel y los cubiertos de plástico eran inútiles para cualquier otra cosa que no fuera su propósito primordial, y casi inútiles para eso también. Incluso las ruedas del carrito eran de plástico blando.
Volvió a la cama y se sentó sin ánimo ni energía, mordisqueando un durazno.
El resto de la habitación era igual de decepcionante: las paredes eran enteramente lisas, revestidas con un plástico transparente a través del cual no podía hundir las uñas. Ni siquiera un artefacto de iluminación: el fulgor gris que inundaba la habitación veinticuatro horas por día, provenía de lámparas fluorescentes que estaban detrás de paneles en el cielo raso, sellados detrás del plástico y, de todos modos, fuera de su alcance. La cama era una caja plástica unida de manera enteriza al piso. Kate había tratado de desgarrar las sábanas, pero la tela era muy resistente (y, sea como fuere, todavía no estaba preparada para verse a sí misma estrangulando a alguien con un garrote, ni siquiera a Wilson).
Las cañerías, un inodoro y un artefacto para ducharse tampoco eran de valor para el propósito mayor de Kate: el inodoro era químico y parecía desembocar en un tanque herméticamente cerrado, así que ni siquiera podía contrabandear un mensaje en sus desechos corporales… aun suponiendo que pudiera resolver cómo hacerlo.
… Pero, a pesar de todo, había estado cerca de escaparse, una vez. Repetirse en la mente ese casi triunfo era algo para disfrutar.
El plan lo había desarrollado en la cabeza, sitio en el que la cámara Gusano todavía no podía fisgonear. Había trabajado en los preparativos durante más de una semana. Cada doce horas había dejado el carrito en un sitio levemente distinto: cada vez una fracción más adentro de la habitación. En la cabeza armó la coreografía de cada preparación: tres pasos desde la cama hasta la puerta, cortar el segundo paso en esa fracción más…
Y cada vez que iba hasta la puerta para recoger el carrito, Wilson se veía obligada a entrar un poco más.
Hasta que, por fin, llegó un momento en que Wilson, para alcanzar el carrito, tuvo que dar un solo paso hacia adentro de la habitación. Nada más que un paso, eso fue todo… pero Kate tenía la esperanza de que fuera suficiente.
Dos pasos a la carrera la llevaron hasta el vano de la puerta. Una embestida con el hombro la golpeó a Wilson hacia adelante, metiéndola en la habitación, y Kate logró hacer como dos pasos fuera de la puerta.
La habitación había resultado ser nada más que una caja, que estaba aislada en una cámara gigantesca, del tamaño de un hangar, cuyas paredes eran altas, lejanas y escasamente iluminadas. Había otros guardias en torno a ella, hombres y mujeres, que se levantaron de sus escritorios extrayendo armas. Kate miró alrededor con desesperación, en busca de un lugar para correr…
La mano que se había cerrado sobre la de ella era como una prensa. El meñique se lo retorcieron hacia atrás y el brazo se lo doblaron de costado. Kate cayó de rodillas, incapaz de sofocar un grito y sintió que los huesos de su dedo se rompían en una explosión de dolor torturante.
Era, claro está, Wilson.
Cuando volvió en sí estaba en el piso de su prisión, atada ahí con lo que se sentía como cinta para caños, mientras un médico le trataba la mano. A Wilson la mantenía retenida otro de los guardias. En esa cara de acero había una mirada asesina.
Cuando todo terminó, Kate tuvo un dedo que estuvo latiendo durante semanas. Y Wilson, cuando volvió otra vez a la puerta con su ronda rutinaria de dos veces por día, paralizó a Kate con una mirada llena de odio. Herí su orgullo, entendió Kate. La próxima vez me va a matar sin la menor vacilación.
Pero para Kate estaba claro que, aun después de su intento de fuga, todo ese odio no estaba dirigido hacia ella. Se preguntó quién era el verdadero blanco de Wilson… y si Hiram sabía esto.
Del mismo modo supo que nunca había sido el verdadero objetivo de Hiram: ella era nada más que la carnada, la carnada de una trampa.
Tan sólo estaba en el camino de estos lunáticos y de sus imposibles de conjeturar programas de acción.
No le hacía el menor bien cavilar sobre cosas así. Se tendió de espaldas en la cama. Más tarde, en la rutina que había utilizado para estructurar sus vacíos días, se había dedicado a hacer un poco de ejercicio. Por ahora, suspendida bajo la luz que nunca se extinguía, trató de poner la mente en blanco.
Una mano tocó la de ella.
En medio del caos, las recriminaciones y la ira que sucedieron a la recuperación de Mary y Kate, David pidió ver a Mary en la fría calma de la Fábrica de Gusanos.
De inmediato lo estremeció la familiaridad de los ojos azules de Mary, tan parecidos a los ojos que había seguido hacia lo profundo del tiempo, hasta llegar a África.
Sintió escalofríos ante la sensación de desvanecimiento de la vida humana. ¿Es que Mary no era más que la manifestación transitoria de genes que se le habían transmitido a ella a través de miles de generaciones, inclusive desde los hace mucho desaparecidos días del Neanderthal, genes que, a su vez, habrían de pasar a un futuro desconocido? Pero la cámara Gusano había destruido esa deprimente perspectiva. La vida de Mary era transitoria, pero no por ello menos importante y ahora que al pasado se lo había expuesto, los que iban a venir después seguramente habrían de recordar y de apreciar a esta muchacha.
Y la vida de ella, moldeada en un mundo que cambiaba con rapidez, todavía podría llevarla a lugares que David ni siquiera podía imaginar.
Mary le dijo:
—Pareces preocupado.
—Eso se debe a que no estoy seguro de con quién estoy hablando.
Ella resopló y, durante un instante, David vio a la antigua, rebelde y descontenta Mary.
—Disculpa mi ignorancia —dijo David—. Tan sólo estoy tratando de entender. Todos estamos tratando. Esto es algo nuevo para nosotros.
La muchacha asintió con la cabeza.
—¿Y, en consecuencia, es algo para temer?… Sí —dijo finalmente—. Sí, pues. Nosotros estamos aquí. El agujero de gusano que hay en mi cabeza nunca se apaga, David. Todo lo que hago, todo lo que veo y oigo y siento, todo lo que pienso, es…
—¿Compartido?
—Sí. —Lo estudió—. Pero sé lo que quieres dar a entender con eso: diluido. ¿No es así? Pero no es así. Yo no soy menos de mí misma, sino que estoy mejorada. Sencillamente es otro estrato de la mente, o del procesamiento de información si lo prefieres: es un estrato que está por sobre mi sistema nervioso central, del mismo modo en que el SNC lo está sobre las redes más antiguas, como la bioquímica. Mis recuerdos siguen siendo míos. ¿Importa que estén guardados en la cabeza de alguna otra persona?
—Pero esto no es tan sólo una clase pulcra de red de telefonía móvil, ¿no? Ustedes, los Unificados, sostienen que es algo mucho más elevado que eso. ¿Hay una nueva persona en todo esto, un nuevo y combinado ser? ¿Una mente grupal, vinculada por agujeros de gusano, que surge de la red?
—Tú crees que eso sería una monstruosidad, ¿no?
—No sé qué pensar al respecto.
La estudió, tratando de encontrar a Mary dentro de la cáscara de la Unificación.
No ayudaba que los Unificados rápidamente hubieran adquirido renombre como actores consumados, o mentirosos, para decirlo de manera más directa. A causa de sus estratos separados de conciencia, cada uno de ellos tenía el dominio de su lenguaje corporal, de los músculos de la cara, un poder sobre los canales de comunicación que había evolucionado para transmitir información de manera confiable y honesta que podían derrotar al actor más experto. David no tenía motivos para suponer que Mary le estuviera mintiendo. Era, simplemente, que no alcanzaba a ver cómo podía comprobar si ella lo estaba haciendo o no lo estaba haciendo.
Mary dijo en ese momento:
—¿Por qué no me preguntas lo que realmente quieres saber?
Turbado, él contestó:
—Muy bien, Mary… ¿qué se siente?
Ella contestó lentamente:
—Lo mismo. Sólo que… más. Es como despertarse por completo; una sensación de claridad, de conciencia plena. Tú debes saberlo. Nunca fui una científica, pero he resuelto rompecabezas. Juego al ajedrez, por ejemplo. La ciencia es algo como eso, ¿no?, deduces algo y, de pronto, ves cómo todo el juego encaja perfectamente. Es como si las nubes se disiparan nada más que por un instante y pudieras ver a lo lejos, mucho más lejos que antes.
—Sí —contestó David—, he tenido algunos momentos así en mi vida. Fui afortunado.
Ella le apretó la mano.
—Pero, para mí, ése es el modo en que se sienten las cosas todo el tiempo. ¿No es maravilloso?
—¿Entiendes por qué la gente les teme?
—Hacen más que temernos —dijo Mary con calma—, nos persiguen. Nos atacan. Pero no nos pueden dañar. Los podemos ver venir, David.
Eso lo hizo estremecerse.
—Y aun si a uno de nosotros lo matan… aun si me matan… entonces nosotros, el ser más grande, seguimos adelante.
—¿Qué quiere decir eso?
—La red de información que define a los Unificados es grande y está creciendo todo el tiempo. Probablemente es indestructible, como una Internet de las mentes.
David frunció el entrecejo, oscuramente irritado.
—¿Alguna vez oíste hablar de la teoría del vínculo? —siguió ella—, describe nuestra necesidad psicológica de formar relaciones íntimas, de llegar a nuestros íntimos. Precisamos esas relaciones para ocultar la horrible verdad que enfrentamos cuando crecemos: que cada uno de nosotros está solo. La batalla más tremenda de la existencia humana es conseguir la aceptación de ese hecho. Y ésa es la razón por la que estar Unificados es tan atrayente.
—Pero el microprocesador que tienes en la cabeza no te ayudará —respondió David con brutalidad—. No al final, pues debes morir sola, exactamente igual que como debo hacerlo yo.
Mary sonrió, disculpándolo con frialdad, y se sintió avergonzada.
—Pero eso puede no ser cierto —repuso—. Quizá yo pueda seguir viviendo, y sobreviva a la muerte de mi cuerpo… del cuerpo de Mary. Pero yo, mi conciencia y mis recuerdos, no estarán residiendo en el cuerpo de uno de los miembros o de otro, sino que estarán… distribuidos. Compartidos entre todos ellos. ¿No sería maravilloso?
David susurró.
—¿Y ésa serías tú? ¿Verdaderamente podrías evitar la muerte de esa manera? ¿O este yo distribuido sería una copia?
Ella suspiró:
—No lo sé. Además, la tecnología está, en cierto modo, lejos de realizar eso. Hasta que lo haga padeceremos enfermedades, accidentes, la muerte. Y siempre estaríamos apesadumbrados.
—Cuanto más sabio eres, más te duele.
—Sí. La condición humana es trágica, David. Cuanto más grande se vuelven los Unificados, más claramente puedo ver eso. Y más lo puedo sentir. —El rostro de ella, todavía joven, parecía recubierto por la máscara fantasmal de una edad mucho mayor.
—Ven conmigo —dijo David—. Hay algo que te quiero mostrar.
* * *
Kate no pudo evitar un respingo y quitó la mano con rapidez.
Astutamente convirtió su jadeo involuntario en tos, y extendió el movimiento de la mano para cubrirse la boca. Después, con delicadeza, volvió a poner la mano donde había estado: descansando sobre la sábana superior de la cama.
Y ese delicado toque volvió. Los dedos eran cálidos, fuertes, inconfundibles a pesar del guante de recubrimiento inteligente que tenía que taparlo todo. Sintió los dedos posarse sobre su palma y trató de mantenerse quieta, comiendo el durazno.
—Perdón sobresaltar ti. No deseo daño.
Kate se inclinó un poco hacia atrás, buscando ocultar su propia digitación detrás de la espalda.
—¿Bobby?
—¿Quién si no? Linda prisión.
—En Fábrica de Gusanos, ¿no?
—Sí. Seguimiento de ADN. David ayudó. Métodos Refugiados. Mary ayudó. Toda familia junta.
—No debiste venir —dígito ella con rapidez—. Eso quiere Hiram. Agarrarte. Cebo en trampa.
—No abandono ti. Te necesito. Apróntate.
—Intenté una vez. Guardias astutos, perspicaces…
Kate se arriesgó a atisbar lo que tenía a su lado: no podía ver signos de la presencia de Bobby, ni siquiera algo así como una sombra falsa, una depresión en el cubrecama, un indicio de distorsión. Era evidente que la tecnología del recubrimiento inteligente estaba mejorando con tanta rapidez como la cámara Gusano en sí.
Podría no tener otra oportunidad, pensó Kate. Debo decírselo.
—Bobby. Vi a David. Tenía noticias. Sobre ti.
La digitación de él ahora era más lenta, vacilante.
—¿Yo que de mí?
—Tu familia… —No puedo hacerlo, pensó—. Pregunta Hiram —dígito ella de nuevo, sintiéndose amargada.
—Preguntando a ti.
—Nacimiento. Tu nacimiento.
—Preguntando a ti. Preguntando a ti.
Kate hizo una profunda inspiración.
—No lo que crees. Medita. Hiram quería dinastía. David gran decepción, fuera de control. Madre gran inconveniente. Por eso, tiene hijo sin madre.
—No entiendo. Tengo madre. Heather madre.
Kate vaciló.
—No es. Bobby, tú eres un clon.
David se acomodó y fijó el frío metal del aro del Ojo de la Mente sobre la cabeza. Cuando se hundió en la realidad virtual, el mundo se volvió oscuro y silencioso y, durante un breve instante, no tuvo sensación de su propio cuerpo, ni siquiera pudo sentir la mano cálida y suave que envolvía la de él.
Entonces, a su alrededor, aparecieron las estrellas. Mary jadeó y se aferró del brazo de David.
Él estaba suspendido en un diorama en tres dimensiones de estrellas, estrellas diseminadas sobre un cielo de terciopelo negro, estrellas más apiñadas que en la más oscura noche en el desierto… y, sin embargo, había una estructura, según David veía lentamente. Un gran río de luz —estrellas tan apretujadas que se fusionaban formando nubes refulgentes, pálidas— corría alrededor del ecuador del cielo: era la Vía Láctea, claro, el gran disco de estrellas en el que David todavía estaba engastado.
Miró hacia abajo: ahí estaba su cuerpo, familiar y confortable, claramente visible en la compleja luz proveniente de muchas fuentes que caía sobre él. Pero él mismo estaba flotando a la luz de las estrellas, sin encierro ni apoyo.
Mary iba a la deriva al lado de él, todavía agarrada de su brazo. El toque de ella era confortable. Qué extraño, pensó David: Podemos enviar nuestra mente a más de dos mil años luz de la Tierra y, sin embargo, todavía tenemos que agarrarnos entre nosotros: nuestra herencia primigenia nunca demasiado lejos de las puertas de nuestra alma.
Este cielo extraño estaba poblado.
Había un sol, un planeta y una luna, suspendidos alrededor de él, como la trinidad de cuerpos que siempre había dominado el ambiente humano. Pero era un sol bastante extraño… de hecho, no una sola estrella como el Sol de la Tierra, sino una estrella binaria.
La principal era una gigante anaranjada, mortecina y fría. Centrado en un núcleo amarillo refulgente había una masa de gas anaranjado que constantemente se volvía más tenue. Había mucho detalle en ese disco tétrico: un trazado de luz amarillo blanco que danzaba en los polos y las feas cicatrices de manchas gris negro alrededor del ecuador.
Pero la estrella gigante estaba visiblemente aplanada. Tenía una estrella acompañante, pequeña y azulada, poco más que un punto de luz, que describía una órbita tan próxima a su estrella madre que estaba casi dentro de la disipada atmósfera exterior de la gigante. En verdad, eso pudo ver David, una tenue luminosidad ondulante de gas, arrancada de la estrella madre y todavía refulgente, se había envuelto a sí misma alrededor de la compañera y estaba cayendo en su superficie una lluvia tenue, infernal, de hidrógeno en fusión.
David miró el planeta que flotaba debajo de sus pies: era una esfera del tamaño aparente de una pelota de playa, semiiluminado por la compleja luz roja y blanca de sus estrellas madre. Pero era evidente que carecía de aire: su superficie era una trama complicada de cráteres de impacto y cadenas montañosas. Quizás en otra época había tenido una atmósfera, incluso océanos, o pudo haber sido el núcleo rocoso o metálico de una gigante de gas, un Neptuno o un Urano de otros tiempos. Hasta era posible, suponía David, que hubiera albergado vida. De ser así, esa vida ahora estaba destruida o había huido y todo vestigio de su paso, calcinado desde la superficie por el sol moribundo.
Pero este mundo muerto que había explotado todavía tenía una luna. Aunque mucho más pequeña que su planeta madre, la luna brillaba con más intensidad, reflejando más de la compleja luz mezclada de las estrellas gemelas. Y su superficie aparecía, a primera vista, completamente suave, por lo que el pequeño mundo parecía ser una bola de billar a la que se había fresado en algún torno enorme. Cuando David miró más de cerca, pudo ver que había una red de finas grietas y cordilleras, algunas de las cuales evidentemente tenían centenares de kilómetros de largo, distribuidas por toda la superficie. La luna se parecía a un huevo duro, pensó David, cuya cáscara se hubiera resquebrajado asidua y delicadamente con una cuchara.
Esta luna era una bola de agua helada. Su superficie alisada era señal de una reciente fusión del globo, probablemente causada por la grotesca expansión de la estrella madre, y las cordilleras eran costuras entre placas de hielo. Y, quizás, al igual que en una luna de Júpiter, Europa, todavía quedaba una capa de agua líquida en alguna parte por debajo de esa superficie congelada, un antiguo océano que podría actuar como refugio, aún ahora, para la vida en retroceso…
David suspiró. Nadie lo sabía. Y, en este preciso momento, nadie tenía el tiempo ni los recursos para averiguarlo: sencillamente había demasiado por hacer, demasiados lugares a los que ir.
Pero no era el mundo rocoso ni su luna de hielo, ni siquiera la extraña estrella doble misma, sino algo mucho más grandioso, más allá de este pequeño sistema solar, lo que había traído a David hasta aquí.
Giró sobre su punto de vista y miró más allá de las estrellas.
La nebulosa abarcaba la mitad del cielo.
Era un baño de colores, que iban desde el azul blanco brillante en su centro, a través del verde y del anaranjado, hasta púrpuras y rojos oscuros en su periferia. Era como una gigantesca pintura a la acuarela, pensó David, en la que los colores fluían suavemente uno dentro del otro. Pudo ver capas en la nube, la textura, los estratos de sombras que la hacían asombrosamente tridimensional, con una estructura más fina situada a mayor profundidad en el corazón.
El aspecto más llamativo de la estructura más grande era una configuración de nubes oscuras, ricas en polvo, dispuestas en una asombrosamente clara forma en V delante de la masa refulgente, como si se tratara de un pájaro inmenso que levantaba alas negras delante de una llama. Y delante de la forma de pájaro, como una rociadura de chispas proveniente de esa fogata que estaba detrás, había un tenue velo de estrellas que lo separaban a David de la nube. El gran río de luz que era la Galaxia fluía alrededor de la nebulosa, pasando por detrás de ella como si la quisiera circundar.
Aun cuando volvía la cabeza de un lado para otro, le resultaba imposible captar toda la escala de la estructura. En ocasiones parecía suficientemente cerca como para poder tocarla, como si se tratara de una gigantesca escultura dinámica de pared hacia la que pudiera extender la mano y explorar. Y después retrocedía, aparentemente hasta lo infinito. David sabía que su imaginación, desarrollada hasta poder aprehender la escala de mil kilómetros de la Tierra, era inadecuada para la tarea de comprender las inmensas distancias con que había que habérselas acá.
Pues si el Sol se desplazaba hacia el centro de la nebulosa, los seres humanos podían construir un imperio interestelar sin llegar al borde de la nube.
La admiración creció dentro de él, súbita, inesperada. Soy privilegiado, pensó de manera diferente, por vivir en una época así. Algún día, supuso, un explorador con cámara Gusano iba a zarpar por debajo de la corteza de hielo de la luna y buscaría lo que fuere que hubiera en el núcleo y, quizás, equipos de investigadores restregarían la superficie del planeta que hay debajo, en busca de reliquias del pasado.
Envidiaba a esos futuros exploradores por la profundidad de su conocimiento. Y, sin embargo, sabía que, con toda seguridad, ellos envidiarían a la generación de él principalmente pues, como él había salido hacia las afueras con el frente en expansión de la exploración con cámara Gusano, había llegado aquí primero, y nadie más, en toda la historia, podría decir eso.
—Larga narración. Laboratorio japonés. El sitio que usaron para clonar tigres para médicos brujos. Heather nada, más que sustituía. David vio todo con Cámara. Después todo control mente. Hiram no quería más errores…
—Heather. Yo no sentía vínculo. Ahora sé por qué. Qué triste.
Kate creía que podía sentir el pulso de Bobby en el toque invisible que él hacía sobre su palma.
—Sí triste triste.
Y después, sin la menor advertencia, la puerta estalló en pedazos al abrirse.
Mae Wilson entró sosteniendo una pistola. Sin la menor vacilación disparó una vez, dos veces, a cada lado de Kate. El arma llevaba silenciador, por lo que los disparos fueron meros taponazos.
Se oyó un grito, se vio un manchón de sangre que flotó en el aire; otro parecido a una pequeña explosión, allá donde la bala había salido del cuerpo de Bobby.
Kate trató de pararse, pero la boca del arma de Wilson apuntaba a la parte de atrás de su cabeza.
—Ni siquiera lo pienses.
El recubrimiento de Bobby estaba cayendo en grandes círculos de distorsión y sombra que se extendían alrededor de sus heridas. Kate pudo ver que él estaba tratando de llegar a la puerta. Pero ahí había más esbirros de Hiram, no iba a tener manera de pasar.
En ese momento, Hiram mismo llegó a la puerta. Tenía la cara retorcida por una emoción irreconocible cuando miró a Kate, al cuerpo de Bobby.
—Sabía que no ibas a poder resistir. Te agarré, mierdita.
Kate no había salido de su celda cuadrada durante… ¿cuánto tiempo? ¿Treinta, cuarenta días? Ahora, en los espacios cavernosos e iluminados con luz mortecina de la Fábrica de Gusanos, se sentía expuesta, turbada.
Sucedió que el disparo había pasado directamente a través de la parte superior del hombro de Bobby, desgarrando músculo y quebrando hueso pero, por pura casualidad, sin poner en peligro la vida de él. Los médicos de Hiram habían querido darle a Bobby una anestesia general cuando lo trataban pero, sin dejar de mirar con fijeza a Hiram, Bobby se negó y padeció el dolor del tratamiento con plena conciencia.
Hiram abrió la marcha por un piso vacío de gente y pasaron frente a la maquinaria detenida y voluminosa. Wilson y los demás esbirros formaban un círculo alrededor de Bobby y de Kate, algunos de ellos caminando hacia atrás para poder vigilar a sus cautivos y poniendo bien en claro que no había manera de escapar.
Hiram, sumergido en el proyecto que fuere que estaba desarrollando ahora, parecía una presa cazada. Sus hábitos eran extraños, reiterativos, obsesivos; era un hombre que había pasado demasiado tiempo solo. Él mismo es el sujeto de un experimento, pensó Kate con amargura: un ser humano privado de compañía, temeroso de la oscuridad, sujeto a constantes miradas, más o menos hostiles, del resto de la población del planeta, rodeado por los ojos invisibles de esa población. Lo estaba destruyendo sin cesar una máquina que él nunca había imaginado, que nunca había tenido la intención de fabricar y cuyas consecuencias probablemente no entendía ni siquiera ahora. Con una punzada de piedad, Kate se dio cuenta de que en toda la historia no hubo un ser humano que tuviera más derecho de sentirse paranoico.
Pero nunca le podría perdonar por lo que les había hecho a ella… y a Bobby. Y se dio cuenta de que no tenía la más mínima idea de lo que Hiram tenía pensado para ellos, ahora que había atrapado al hijo.
Bobby sostuvo la tensa mano de Kate, asegurándose de que el cuerpo de ella nunca dejara de estar en contacto con el de él, de que eran inseparables. Y aun mientras la protegía pudo inclinarse sutilmente sobre ella sin permitir que los demás lo vieran, reuniendo las fuerzas que ella estaba contenta de brindarle.
Llegaron a una parte de la Fábrica de Gusanos que Kate nunca había visto antes: se había construido una especie de casamata, un enorme cubo semiempotrado en el suelo. El interior estaba brillantemente iluminado. En el costado se había abierto una puerta, que se operaba mediante una rueda pesada como si se tratara de la mampara de un submarino.
Bobby entró con cautela, todavía aferrando a Kate:
—¿Qué es esto, Hiram? ¿Por qué nos trajiste aquí?
—Bonito lugar, ¿eh? —Hiram mostró una vasta sonrisa y palmeó la pared confiadamente—. Pedimos prestados algo de la técnica de la antigua base de MORAD que habían socavado en las montañas de Colorado. Toda esta maldita casamata está montada sobre muelles amortiguadores.
—¿Es para eso que sirve esto? ¿Para soportar un ataque termonuclear?
—No. Estos muros no son para evitar una explosión. Se espera que soporten una que ocurra en su interior.
Bobby frunció el entrecejo.
—¿De qué estás hablando?
—Del futuro. El futuro de Nuestro Mundo. Nuestro futuro, hijo.
Bobby repuso:
—Hay otros que sabían que yo estaba viniendo para acá: David. Mary, El agente especial Mavens del FBI. Estarán aquí pronto. Y entonces yo saldré de aquí… con ella.
Kate observó los ojos de Hiram, que miraba alternativamente a uno y a otro, maquinando. Dijo finalmente:
—Tienes razón, claro. No te puedo retener aquí. Aunque me pude haber divertido intentándolo. Tan sólo concédeme cinco minutos. Permíteme presentar mi causa, Bobby. —Forzó una sonrisa.
Bobby pugnó por hablar:
—¿Es eso todo lo que quieres? ¿Convencerme… de algo? ¿Es de eso que se trata todo esto?
—Déjame mostrarte. —Y con una leve inclinación de cabeza hacia los esbirros indicó que a Bobby y a Kate se los metiera dentro de la casamata.
Las paredes eran de grueso acero. La casamata estaba llena de cosas, con lugar nada más que para Hiram, Kate, Bobby y Wilson.
Kate miró en derredor, tensa, alerta, sobrecargada. Evidentemente éste era un laboratorio experimental en funcionamiento: había pizarrones blancos, tableros para conexión, pantallas flexibles, gráficas en hojas separables, sillas plegables y pupitres fijados a las paredes. En el centro de la habitación estaba el equipo que, cabía suponer, era el centro de interés de todo eso: lo que parecía ser un intercambiador de calor y una pequeña turbina, y otros equipos, cajas blancas y sin etiquetas. Sobre uno de los pupitres había una taza de café, semi-bebido y todavía humeante.
Hiram caminó hasta el medio de la casamata.
—Perdimos el monopolio de la cámara Gusano más rápido que lo que yo quería. Pero conseguimos una pila de dinero. Y estamos obteniendo más. La Fábrica de Gusanos todavía está muy adelante de cualquier instalación similar de todo el mundo. Pero nos estamos dirigiendo hacia una meseta, Bobby. Dentro de unos pocos años, las cámaras Gusano van a poder llegar al otro lado del universo. Y ya, ahora, cualquier niño inservible tiene su propia cámara Gusano privada; el mercado de los generadores se está saturando. Estaremos en el negocio de los repuestos y las actualizaciones, donde los márgenes de beneficio son bajos y la competencia, feroz.
—Pero usted —dijo Kate— tiene una idea mejor, ¿no es así?
Hiram la miró con odio.
—Eso no es algo que le importe. —Fue hasta la maquinaria y la acarició—. Nos fue tremendamente bien extrayendo agujeros de gusano de entre la espuma cuántica y ampliándolos. Hasta ahora los hemos estado usando para transmitir información, ¿sí? Pero tu inteligente hermano David te dirá que se necesita una cantidad finita de energía hasta para registrar un solo pedacito de información. Así que si estamos transmitiendo datos tenemos que estar transmitiendo energía también. En estos momentos no es más que un hilito… ni siquiera suficiente como para hacer que se ponga incandescente una lámpara.
Bobby asintió con movimiento rígido de la cabeza, evidentemente tenía dolores.
—Pero tú harás que todo eso cambie.
Hiram señaló los equipos.
—Éste es un generador de agujeros de gusano. Es tecnología de vacío comprimido, pero mucho más adelantada que cualquier cosa que se pudiera hallar en el mercado. Quiero fabricar agujeros de gusano más grandes y más estables, y que lo sean mucho más, más que lo que nadie hubiese podido conseguir hasta el momento. Suficientemente amplios como para que actúen como conductos para cantidades importantes de energía.
Y la energía que obtengamos pasará a través de este equipo, el intercambiador térmico y la turbina, para extraer energía eléctrica utilizable. Tecnología sencilla, del siglo XIX… pero eso es todo lo que necesito en tanto y en cuanto tenga el flujo de energía. Esto no es más que una instalación experimental, pero es suficiente para demostrar el quid del principio, y para resolver los problemas, en especial la estabilidad de los agujeros de gusano…
—¿Y de dónde —preguntó Bobby lentamente— vas a extraer la energía?
Hiram sonrió y se señaló los pies.
—De aquí abajo, del núcleo de la Tierra, hijo. Una bola de níquel-hierro sólida, del tamaño de la Luna, que fulgura emitiendo tanto calor como la superficie del Sol. Toda esa energía atrapada ahí desde que se formara la Tierra; el motor que impulsa los volcanes y los terremotos y la circulación de las placas de la corteza… Que es lo que planeo aprovechar.
»¿Puedes ver lo hermoso de todo esto? La energía que los seres humanos quemamos acá, en la superficie, es la de una vela en comparación con la de ese horno. No bien los tipos de Técnica resuelvan el problema de la estabilidad de los agujeros de gusano, toda empresa actual que se dedique a la actividad de generación de energía se volverá obsoleta de un día para otro. ¡Fusión nuclear, un cuerno! Y no se detendrá ahí. Quizás algún día aprendamos a aprovechar las estrellas mismas. ¿No lo ves, Bobby? Hasta la cámara Gusano es nada en comparación con esto. Cambiaremos el mundo. Nos volveremos ricos…
—Más allá de los sueños de avaricia —musitó Bobby.
—He aquí el sueño, muchacho. Es en eso que quiero que trabajemos juntos. Tú y yo. Construyendo un futuro, construyendo Nuestro Mundo.
—Papá —Bobby extendió su mano libre—, te admiro. Admiro lo que estás construyendo. No te voy a detener. Pero no quiero esto. Nada de esto es real, ni tu dinero ni tu poder. Todo lo que es real para mí es Kate y yo. Tengo tus genes, Hiram, pero no soy tú. Y nunca lo seré, no importa cuánto intentes que así sea…
Y mientras Bobby decía eso, en la mente de Kate se empezaron a formar enlaces, como se solían formar cuando ella se aproximaba al núcleo de verdad que se hallaba en el corazón de la noticia más compleja.
«No soy tú», había dicho Bobby.
Pero, ahora lo entendía Kate, ésa era toda la cuestión.
Mientras flotaba en el espacio, la boca de Mary estaba completamente abierta. Sonriendo, David extendió el brazo hacia ella, le tocó la barbilla y le cerró la mandíbula.
—No puedo creerlo —dijo ella.
—Es una nebulosa —contestó David—. De hecho, se la llama Nebulosa Trífida.
—¿Es visible desde la Tierra?
—Oh, sí. Pero estamos tan lejos de casa que la luz que emanó de la nebulosa en la época de Alejandro Magno recién ahora está llegando a la Tierra. —Señaló con el dedo—: ¿Puedes ver esos puntos oscuros? —Eran glóbulos oscuros, finos, como gotas de tinta en agua coloreada—. Se los llama glóbulos de Bok. Hasta el más pequeño de ellos podría encerrar todo nuestro Sistema Solar. Creemos que son el lugar de nacimiento de las estrellas: nubes de polvo y gas que se condensarán para formar nuevos soles. Se necesita mucho tiempo para formar una estrella, claro, pero las etapas finales, cuando la fusión rompe todo y la estrella explota haciendo volar la cáscara circundante de polvo y empieza a brillar, puede ser un proceso repentino. —Miró a Mary—. Piensa en eso: si vivieras aquí, quizás en esa bola de hielo que está debajo de nosotros, podrías ver, en el curso de tu vida, el nacimiento de docenas, quizás centenares, de estrellas.
—Me pregunto qué religión habríamos inventado —dijo ella.
Era una buena pregunta.
—Quizás algo más suave. Una religión dominada por imágenes de nacimiento, antes que de muerte.
—¿Por qué me trajiste hasta acá?
David suspiró.
—Todos deberían ver esto antes de morir.
—Y ahora lo hemos hecho —dijo Mary con un poco de formalidad—. Gracias.
David sacudió la cabeza, irritado.
—No ellos. No los Unificados. Tú, Mary. Espero que me perdones por eso.
—¿Qué es lo que quieres decirme, David?
Él vaciló. Señaló la nebulosa.
—En alguna parte de por allá, allende la nebulosa, está el centro de la galaxia. Hay un gran agujero negro ahí, que tiene una masa que es un millón de veces la del Sol. Y todavía está creciendo. Nubes de polvo y gas y estrellas aplastadas fluyen hacia el agujero desde todas direcciones.
—Vi fotografías de él —dijo Mary.
—Sí. Ahí afuera ya hay todo un enjambre de stapledons. Tienen cierta dificultad para acercarse al agujero en sí. La inmensa distorsión gravitatoria hace estragos con la estabilidad de los agujeros de gusano…
—¿Stapledons?
—Puntos de vista de las cámaras Gusano. Observadores incorpóreos que vagan por el espacio y el tiempo. —Sonrió e indicó su propio cuerpo flotante—. Cuando te acostumbres a esta exploración con cámara Gusano en realidad virtual, descubrirás que no necesitas llevar tanto equipaje como éste.
»Lo que quiero decir, Mary, es que estamos enviando mentes humanas como una nube de villanos a través de un bloque de espacio-tiempo de doscientos mil años luz de anchura y cien milenios de profundidad, al otro lado de cien mil millones de sistemas estelares, hasta llegar de vuelta al nacimiento de la humanidad. Ya hay más que lo que podemos estudiar aun cuando contáramos con una cantidad cien veces superior de observadores preparados… y a los límites se los empuja hacia atrás todo el tiempo.
»Algunas de nuestras teorías se están confirmando, a otras se las desenmascara sin que se lo lamente en absoluto. Y eso es bueno: así es como se supone que sea la ciencia.
»Pero pienso que hay una lección más profunda, más abstrusa, que ya estamos aprendiendo.
—¿Y es que…?
—Esa mente, esa vida misma es preciosa —dijo lentamente—. Inimaginablemente preciosa. Recién acabamos de empezar nuestra búsqueda. Pero ya sabemos que no existe una biosfera de importancia dentro de un radio de mil años luz, ni tan profunda en lo pasado que la podamos ver. Oh sí, quizás hay microorganismos que se aferran a la vida en algún estanque tibio y lleno de légamo o en lo profundo de las grietas de alguna fisura volcánica de alguna parte. Pero no hay otra Tierra.
»Mary, la cámara Gusano llevó mi percepción fuera de mis propias preocupaciones, y lo hizo de manera inexorable, paso a paso. He visto la maldad y la bondad en el corazón de mi prójimo, las mentiras de mi propio pasado, el horror banal de la historia de mi pueblo.
»Pero ahora hemos llegado más allá de eso, más allá del clamor de nuestros breves siglos humanos, de la ruidosa isla a la que nos aferramos. Ahora vi la vacuidad del universo más amplio, la estúpida agitación de lo pasado. Ya hemos terminado con eso de culparnos a nosotros mismos por la historia de nuestra familia y estamos empezando a ver la verdad mayor: que estamos rodeados por un abismo, por grandes silencios, por el ciego resultado de inmensas fuerzas sin inteligencia. La cámara Gusano es, finalmente, una máquina de perspectiva… y estamos consternados por esa perspectiva.
—¿Por qué me estás diciendo esto?
La miró de frente.
—Si te lo digo a ti, es decírselo a todos ustedes, quiero que sepan qué gran responsabilidad pueden tener entre manos.
»Hubo un jesuita llamado Teilhard de Chardin. Creía que así como la vida había cubierto la Tierra para formar la biosfera, del mismo modo la especie humana —vida pensante, al fin y al cabo— habría de abarcar la vida para formar un estrato superior, un estrato cogitativo al que llamó noosfera. Afirmaba que la organización tosca de la noosfera iba a crecer, hasta conglutinarse en un solo ser supersapiente al que denominó Punto Omega.
—Sí —dijo Mary y cerró los ojos—. El fin del mundo: la introversión interna sobre sí misma de la noosfera en masa, que de manera simultánea alcanzó el límite máximo de su complejidad y su ubicación central…
—¿Leíste a de Chardin?
—Lo leímos.
—Es el Ajenjo, como ves —dijo David con voz ronca—. Ése es mi problema.
»No puedo obtener consuelo de los nuevos pensadores nihilistas. La idea de que a este diminuto trocito de vida y mente lo deba aplastar, en este momento de comprensión trascendente, un pedazo de roca al azar es simplemente inaceptable.
Mary le tocó la cara con sus pequeñas manos jóvenes.
—Entiendo. Confía en mí. Estamos trabajando en ello.
Y, al mirar en los jóvenes-viejos ojos de ella, le creyó.
La luz estaba cambiando ahora de manera sutil, volviéndose significativamente más oscura.
La estrella acompañante blanco-azulada estaba pasando por detrás del volumen más denso de la estrella madre. David pudo ver que la luz de la compañera fluía a través de las capas complejas de gas que había en la periferia de la gigante y, cuando la compañera tocaba el perfil borroneado de la gigante, se veían sombras de nudos más espesos de gas que las capas exteriores proyectaban sobre la atmósfera. En forma más difusa, líneas inmensas, de millones de kilómetros de largo y completamente rectas, fluían hacia el observador. Era una puesta de sol sobre una estrella, se dio cuenta David con asombro, un ejercicio en geometría y perspectiva celestiales.
Y, aun así, el espectáculo no le hacía recordar a otra cosa que las puestas del Sol sobre el océano, que siendo un chico disfrutaba, mientras jugaba con su madre en las extensas playas atlánticas de Francia. Eran instantes en que las varas de luz que arrojaban las espesas nubes oceánicas lo habían hecho preguntarse si no estaba viendo la luz de Dios Mismo.
¿Verdaderamente eran los Unificados el embrión de un nuevo orden de la humanidad… de la mente? ¿Estaba él, David, haciendo una especie de primer contacto acá, con un ser cuyo intelecto y comprensión podrían sobrepasar los de él mismo, tal como él podría haber sobrepasado a su bisabuela Neanderthal?
Pero quizás era necesario que creciera una nueva forma de mente, que crecieran nuevos poderes mentales, para aprehender la perspectiva más amplia que ofrecía la cámara Gusano.
Pensó: Se te teme y se te desprecia, y ahora eres débil. Yo te temo; yo te desprecio.
Pero así también se lo temió y despreció a Cristo. Y lo futuro le perteneció a Él… como quizá te pertenece a ti.
Y, así, puedes ser la única depositaria de mis esperanzas, tal como he tratado de expresártelo.
Pero cualquiera que fuere el futuro, no puedo dejar de extrañar a la muchacha peleadora que solía vivir detrás de esos antiguos ojos azules.
Y me perturba que ni siquiera una vez hubieras mencionado a tu madre, que se pasa el tiempo soñando, en habitaciones a oscuras, con lo que queda de su vida. ¿Es que nosotros, los que te precedimos, significamos tan poco para ti?
Mary se acercó más a él, le rodeó la cintura con los brazos y lo apretó con fuerza. A pesar de los pensamientos angustiantes de él, la sencilla calidez humana de Mary era un gran consuelo.
—Vamos a casa —dijo ella—, creo que tu hermano te necesita.
Kate sabía lo que tenía que decirle:
—Bobby…
—¡Cállese, Manzoni! —gruñó Hiram. Ahora estaba incontenible y lanzaba los brazos hacia el aire, al tiempo que recorría la habitación a zancadas—. ¿Qué hay respecto de mí? Sos mi creación, mierdita. Yo te creé para así no tener que morir, sabiendo…
—Sabiendo que usted iba a perderlo todo —completó Kate.
—Manzoni…
Wilson se adelantó un paso, parándose entre Hiram y Bobby, mirándolos a todos.
Kate no le prestó atención.
—Usted quiere una dinastía. Usted quiere que su progenie gobierne este planeta de mierda. No funcionó con David, así que lo intentó otra vez, sin tener el inconveniente, siquiera, de compartirlo con una madre. Sí, usted lo creó y usted trató de controlarlo, pero ni aun así él quiere intervenir en los juegos de usted.
Hiram la miró decididamente, mientras los puños se le crispaban.
—Lo que él quiere no tiene importancia alguna. Nadie va a interferir conmigo.
—No —dijo Kate, asombrada—. No, no lo va a permitir, ¿no es así? ¡Dios mío, Hiram!
Bobby dijo con urgencia:
—Kate, creo que es mejor que me digas de qué estás hablando.
—Oh, no digo que éste fuera el plan de Hiram desde el principio. Pero sí lo fue siempre de reserva, en caso de que tú no… cooperaras. Y, claro está, tuvo que esperar hasta que la tecnología hubiera estado lista. Pero ahora ya lo está, ¿no, Hiram?…
Y otra pieza del rompecabezas cayó en el lugar correspondiente.
—¡Usted está suministrando los fondos para los Unificados!, ¿no es así? En forma disimulada, por supuesto. Pero son los recursos de usted los que están detrás de la tecnología del enlace intercerebros. Usted tenía su propio propósito para ello.
En los ojos de Bobby, con ojeras negras y marcados por el dolor, Kate pudo ver que por fin entendía lo que ocurría.
—Bobby, tú eres su clon. Tu cuerpo y estructuras nerviosas están tan próximos a los de Hiram como es humanamente posible fabricar. Hiram quiere que Nuestro Mundo siga viviendo después de la muerte de él. No quiere ver que se disperse… o, peor, que caiga en las manos de alguien de afuera de la familia. Tú eres su única esperanza. Pero si no cooperas…
Bobby se volvió hacia su clon-padre.
—Si no voy a ser tu heredero, entonces me matarás. Tomarás mi cuerpo y cargarás tu propia mente asquerosa dentro de mí.
—Pero no va a ser así —dijo Hiram con rapidez—. ¿No te das cuenta? Estaremos juntos, Bobby. Habré vencido a la muerte, por Dios. Y cuando te vuelvas viejo, lo podremos hacer de nuevo. Y de nuevo, y de nuevo.
Bobby se quitó bruscamente el brazo de Kate y avanzó a zancadas hacia Hiram.
Wilson se interpuso entre Hiram y Bobby, empujándolo a Hiram hacia atrás de ella, y levantó su pistola.
Kate trató de avanzar para interponerse, pero se sentía como si hubiera estado envuelta en melaza.
Wilson estaba dudando. Parecía estar por tomar una decisión propia. La boca del arma fluctuó entre blancos.
Entonces, en un solo movimiento rápido como un relámpago, se dio vuelta y le dio a Hiram una bofetada sobre la oreja, que fue lo suficientemente fuerte como para dejarlo tendido en el piso, y lo agarró a Bobby. Éste trató de asestarle un golpe, pero la mujer lo tomó por el brazo herido y le apretó el hombro herido con un dedo lleno de decisión, Bobby lanzó un grito, los ojos se le pusieron en blanco y cayó de rodillas.
Kate se sentía abrumada, desconcertada. ¿Y ahora, qué? ¿Cuánto más se iba a complicar todo esto? ¿Quién era esta Wilson? ¿Qué quería?
Con movimientos llenos de energía, Wilson los tendió a Bobby y su clon-padre uno al lado del otro y empezó a mover conmutadores en la consola del equipo que estaba en el centro de la habitación. Hubo un zumbido de ventiladores y un crepitar de ozono; Kate sentía que poderosas fuerzas se estaban acumulando en la habitación.
Hiram trató de sentarse, pero Wilson lo volvió a dejar tendido de espaldas aplicándole una patada en el pecho.
Hiram le gritó con voz ronca:
—¿Qué demonios está haciendo?
—Dando inicio a un agujero de gusano —murmuró Wilson, concentrada—. Un puente hacia el centro de la Tierra.
Kate le dijo:
—Pero no puede. Los agujeros de gusano todavía son inestables.
—Ya lo sé —contestó Wilson secamente—. Ése es el objetivo. ¿Todavía no lo entiende?
—¡Santo Dios —dijo Hiram—, usted pretendía hacer esto todo el tiempo!
—Para matarlo a usted. Tiene toda la razón. Esperé esta oportunidad… y la aproveché.
—¿¡Por qué, en nombre del Cielo!?
—Por Barbara Wilson. Mi hija.
—¿Por quién?…
—Usted la destruyó. Usted y su cámara Gusano. Sin usted…
Hiram lanzó una carcajada, un sonido feo, forzado.
—No me lo diga. No importa. Todo el mundo tiene algo de qué quejarse. Siempre supe que uno de ustedes, imbéciles amargados, al final iban a lograr infiltrarse. Pero yo confiaba en usted, Wilson.
—De no haber sido por usted yo habría sido feliz. —La voz de la mujer sonaba diáfana y serena.
—¿De qué está hablando?… ¿Pero a quién mierda le importa? Mire… ya me tiene —dijo Hiram con desesperación—. Deje ir a Bobby. Y a la muchacha. Ellos no importan.
—¡Pero sí importan! —Wilson parecía estar a punto de llorar—. ¿No se da cuenta? Él es lo que importa.
El zumbido del equipo fue en crescendo y sobre las salidas del monitor de la pantalla flexible que había en la pared, dígitos empezaron a correr de arriba hacia abajo.
—Sólo faltan unos segundos —dijo Wilson—. No es esperar mucho, ¿no? Y después todo habrá terminado.
Se volvió hacia Bobby.
—No debe temer.
Bobby, apenas consciente, se esforzó por hablar:
—¿Qué?
—No va a sentir cosa alguna.
—¿Y eso qué le importa a usted?
—Pero es que sí me importa. —Le acarició la mejilla—. Pasé tanto tiempo observándote. Sabía que eras clonado. No importa. Te vi dar tus primeros pasos. Te amo.
Hiram gruñó:
—Una remaldita merodeadora por la cámara Gusano, eso es todo lo que es usted. ¿Qué… poca cosa? Me han perseguido sacerdotes, proxenetas, políticos, criminales, nacionalistas, los cuerdos y los dementes. Todos los que tenían alguna queja contra el inventor de la cámara Gusano. Los esquivé a todos ellos. Y ahora llegamos a esto. —Empezó a forcejear—. No. No de este modo. No de este modo…
Y con un solo desplazamiento como el de una víbora, se lanzó hacia la pierna de Wilson y hundió los dientes en los tendones de los músculos.
La mujer lanzó un grito y trastabilló hacia atrás. Hiram se mantenía agarrado con los dientes, como un perro, mientras la sangre de su presa le chorreaba por la boca. Soltó la pierna de Wilson y aulló hacia Kate:
—¡Sáquelo de acá! ¡Sáquelo…! —Pero en ese momento la mujer le disparó el puño contra la ensangrentada garganta y Kate oyó el crujido de cartílago y hueso; la voz de Hiram se transformó en un gorgoteo.
Kate agarró a Bobby por el brazo sano y lo arrastró a viva fuerza, para hacerlo pasar por el umbral de la casamata. El joven gritó cuando su cabeza resonó al golpearse con el quicio de metal grueso de la puerta, pero Kate no le prestó atención.
No bien los colgantes pies de Bobby hubieron traspuesto la puerta, Kate la cerró de un golpe, enmascarando el ruido cada vez más intenso del agujero de gusano, y empezó a afianzarla con las grapas de sujeción.
Los esbirros de seguridad de Hiram se estaban acercando, confundidos. Kate, mientras hacía girar la rueda, les gritó:
—¡Ayúdenlo y lárguense de acá!…
Pero, en ese momento, la pared se hinchó contra Kate, que fugazmente vio luz tan brillante como la del Sol. Ensordecida, cegada, le pareció que estaba cayendo.
Cayendo hacia la oscuridad.