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EL ESCENARIO ILUMINADO CON REFLECTORES

Roma, 2041 d. C.: sosteniendo la mano de Heather, David estaba caminando a través del corazón denso y bullicioso de la ciudad. El cielo nocturno por encima de ellos, con capas de smog, parecía tan anaranjado como las nubes de Titán.

Aun en hora tan avanzada, Roma estaba llena de turistas. Muchos, como Heather, caminaban por todas partes llevando las bandas cefálicas del Ojo de la Mente o las Antiparras y los Guantes.

Transcurridos cuatro años del primer lanzamiento en masa de la cámara Gusano al mercado, ser turista, vagando por los centros más importantes de la antigüedad, se había convertido en un fascinante pasatiempo, y muy de moda. David había tomado la firme decisión de que, antes de partir de Italia, tenía que probar la gira submarina con equipo autónomo de buceo, a través de la sumergida Venecia… Fascinante, sí, y entendía el porqué: el pasado se había vuelto un sitio confortable y con el que se estaba familiarizado; su exploración era una aventura segura y sintética; era el sitio perfecto para desviar la mirada de la pared meteorítica en blanco que ponía fin al futuro. Qué irónico, pensaba David, que a un mundo al que se le negara su futuro repentinamente se le concediera su pasado.

Y era tentador escapar de un mundo donde inclusive el presente transformado era un lugar extraño y perturbador.

Hoy en día, casi todos usaban algún tipo de cámara Gusano, por lo general la versión en miniatura, del tamaño de un reloj de pulsera, que se alimentaba con la energía proveniente de la tecnología del vacío comprimido. La cámara Gusano personal era el enlace con el resto de la humanidad, con las glorias y los horrores del pasado… y, lo que no era algo desdeñable, un chiche útil para ver qué había a la vuelta de la esquina.

Y el fulgor implacable de la cámara estaba dando un nuevo aspecto a todo.

La gente ni siquiera se vestía de la manera que solía hacerlo. Algunas personas de mayor edad, en las populosas calles de Roma, seguían usando ropa que permitía reconocer la moda de unos pocos años antes. Por su parte, había turistas que llevaban por las calles, y no sin cierto aire desafiante, camisetas y pantalones cortos chillones exactamente con el mismo desenfado que en décadas atrás. Así también pudo verse a una mujer con una camiseta en la que se leía el siguiente mensaje llamativo y con brillos:

¡EH, ALLÁ EN EL FUTURO:

SAQUEN DE ACÁ A SU ABUELA!

La mayoría de la gente se había cubierto con camisolas sin costura, de una sola pieza, que se abotonaban muy alto en el cuello; el traje se completaba con mangas largas y pantalones que remataban en guantes y botas, también incorporados al traje. Había también algunos modelos de atuendo completo, estilo oriental, importados del mundo islámico: batas y túnicas sin forma que se arrastraban por el suelo, tocados que tapaban todo menos los ojos, que, con uniformidad, tenían mirada fija y recelosa.

Otros habían reaccionado de manera por completo diferente: ahí estaba la pareja nudista, dos hombres tomados de la mano, que con desafiante orgullo lucían caídos vientres propios de la madurez por sobre sus ya marchitos genitales.

Pero, cautelosos o desafiantes, la gente de mayor edad, entre la que David se incluía a regañadientes, demostraba estar continua e incómodamente consciente de la mirada fija y perseguidora de la cámara Gusano.

La actitud de los jóvenes, al crecer con la cámara Gusano como elemento normal de su vida, era diferente.

Muchos de los jóvenes iban desnudos simplemente, con excepción de artículos prácticos tales como bolsos y sandalias. Pero a David le daban la impresión de que no padecían en absoluto la timidez ni la inhibición de sus mayores, como si tomaran la decisión de qué usar sobre la base exclusiva de lo práctico o del deseo de exhibir su personalidad, en vez de dejarse influir por la modestia o el tabú.

Un grupo de jóvenes lucía unas máscaras con las facciones de la cara de una misma persona, pero con distintos gestos. Tanto chicos como chicas llevaban esa cara, la que exhibía toda una gama de situaciones y emociones: empapada por la lluvia, iluminada por el Sol, con barba o perfectamente afeitada, riendo o llorando, hasta durmiendo; todas expresiones que nada parecían tener que ver con quienes la usaban. Era desconcertante verlos, era como encontrarse con un grupo de clones vagando por la noche romana.

Esas máscaras representaban a Rómulo, y era el accesorio de última moda creado por Nuestro Mundo. Rómulo, fundador de la ciudad, se había convertido en un personaje de importancia para los jóvenes romanos, pues la cámara Gusano había demostrado que realmente había existido, aun cuando su hermano y la historia de la loba hubieran resultado ser un mito. Cada máscara no era otra cosa que una pantalla flexible, moldeada para la cara del portador, con alimentación incorporada proveniente de una cámara Gusano, y mostraba la cara de Rómulo tal como él había sido en la edad exacta, al minuto, de quien estaba usando la máscara. Con variaciones en función de la región, Nuestro Mundo estaba apuntando a otras partes del mundo.

Eran productos que se vendían extraordinariamente bien, pero David sabía que le iba a tomar toda la vida acostumbrarse a ver la cara de un varón joven de la Edad del Hierro… luciendo un par de graciosos pechos desnudos.

Cruzaron una pequeña plaza, con unos canteros de plantas algo estropeadas, rodeada por edificios altos, antiguos. En un banco que allí había, David observó a una pareja joven, un muchacho y una muchacha, ambos desnudos. Quizá tendrían unos dieciséis años. La muchacha estaba sobre el regazo de su compañero y se estaban besando con ardor. La mano del muchacho apretaba con urgencia uno de los pequeños pechos de ella. Y la mano de la muchacha, hundida entre ambos cuerpos, envolvía el pene erecto.

David sabía que algunos comentaristas (más viejos) desdeñaban todo esto, considerándolo nada más que hedonismo, una danza loca de los jóvenes antes del comienzo del incendio. Era un reflejo estúpido, juvenil, de las filosofías nihilistas horribles y desesperanzadas que recientemente se habían desarrollado en respuesta a la existencia amenazadora del Ajenjo: filosofías en las que al universo se lo veía como poco más que un puño gigantesco que tenía la intención de aplastar, una y otra vez, toda forma de vida, belleza y pensamiento. Por supuesto, nunca había existido la manera de sobrevivir a la lenta decadencia del universo. Ahora, el Ajenjo había hecho que ese límite cósmico se volviera horriblemente real, y no quedaba otra cosa por hacer que no fuera bailar y tener sexo y llorar.

Conceptos así eran seductores en una manera desconsoladora. Pero la explicación del modo de actuar de la juventud moderna seguramente era más simple que eso, pensó David. Él creía más que probable que fuera otra consecuencia de la cámara Gusano: el abandono inexorable y desconcertante de los tabúes, en un mundo en el que las paredes habían caído.

Un puñado de personas se había detenido para mirar a la pareja: uno de los hombres —desnudo también él— se masturbaba lentamente.

Desde el punto de vista técnico, eso seguía siendo ilegal. Pero ya nadie trataba de hacer cumplir las leyes. Después de todo, ese hombre solitario podría regresar a la habitación de su hotel y recurrir a su cámara Gusano para hacer un acercamiento con quienquiera que fuese, en cualquier momento del día o de la noche. En definitiva, mucha gente había estado utilizando la cámara Gusano en esas actividades, desde que fuera lanzada al mercado; y a películas y revistas y cosas por el estilo desde hacía mucho más tiempo aún. Por lo menos, en esta era de la cámara Gusano ya no había más hipocresía.

Pero estos incidentes ya eran poco frecuentes. Estaban surgiendo nuevas normas sociales.

Para David el mundo podía compararse con un restaurante lleno de clientes donde se podía oír lo que el hombre de la mesa vecina le estaba diciendo a su esposa. Pero eso no era cortés; quien se permitía hacerlo se exponía a ser aislado socialmente. Y, después de todo, mucha gente en realidad disfrutaba en sitios públicos y muy populosos: el zumbido, la excitación, la sensación de pertenencia a un grupo podían dejar a un lado cualquier deseo de tener vida privada.

Mientras David miraba, la muchacha se separó, sonriéndole a su amante, y se deslizó hacia abajo por el cuerpo de él, suave como una serpiente, tomó el pene, lo acercó a su boca y…

David miró hacia otro lado, sintiendo que la cara le ardía.

Los jóvenes habían hecho el amor de manera torpe, propia de aficionados, quizá con excesiva avidez; los dos cuerpos, aunque jóvenes, no eran particularmente atractivos. El suceso no era ni una demostración de arte ni una exhibición pornográfica: era la vida humana, en toda su torpe belleza animal. David trató de imaginar cómo se hubiera sentido de ser ese muchacho, aquí y ahora, liberado de tabúes, recreándose en el poder de su cuerpo y en el de su amante.

Heather, empero, no vio todo esto. Caminando sin rumbo al lado de él, con los ojos brillantes, todavía estaba sumergida en el pasado profundo; tal vez era hora de unirse allí con ella. Con una sensación de alivio, y una breve palabra al motor de búsqueda solicitándole instrucciones de uso, David se puso su propio Ojo de la Mente y se deslizó hacia otro tiempo.

Caminaba bajo la luz del Sol. Pero esta calle llena de gente, uno de cuyos lados estaba limitado por grandes bloques cuadrados de departamentos de muchos pisos, era oscura. Determinada por la peculiar topografía del emplazamiento —las famosas siete colmas— se había erigido Roma, que ya tenía un millón de habitantes.

En muchos aspectos, la ciudad parecía ser notablemente moderna. Pero éste no era el siglo XXI. David estaba atisbando esta capital vibrante y bulliciosa en una brillante tarde del verano italiano… pero a sólo cinco años de la cruel muerte de Cristo. No había vehículos de motor, claro está; sólo pocas carretas o carrozas tiradas por animales. La forma más frecuente de transporte, aparte del desplazamiento a pie, era mediante litera o silla de manos alquilada. Aun así, las calles estaban tan llenas de gente que ni siquiera el tráfico pedestre podía circular a una velocidad poco mayor que la de un caracol.

Alrededor de ellos, una multitud de gente, ciudadanos, soldados, indigentes y esclavos. David y Heather se alzaban por encima de la mayoría de todo el gentío y, además, al caminar por sobre la superficie moderna del suelo, estaban flotando encima del piso de adoquines de la ciudad antigua. Los pobres y los esclavos parecían empequeñecidos, algunos de ellos de débil aspecto debido a la mala alimentación y a las enfermedades; semejaban ratas, apiñados alrededor de las fuentes públicas de agua. Pero muchos de los ciudadanos llevaban togas blanco brillante cosidas con hilo de oro, y eran los herederos de la opulencia que había otorgado el imperio en expansión a generaciones de romanos beneficiados con esa política. Eran tan altos y estaban tan bien alimentados como David y, con la ropa adecuada, seguramente no habrían estado fuera de lugar en las calles de una ciudad cualquiera del siglo XXI.

Pero David no se podía acostumbrar al modo en que la masa de gente, parecida a enjambres en movimiento, pasaba a través de él.

Resultaba difícil aceptar que para estos romanos, activamente dedicados a sus propios asuntos, él no era más que un fantasma carente de solidez. David ansiaba estar allí, desempeñar un papel.

En ese momento llegaron a un sitio más abierto. Eso era el Foro romano: una plaza rectangular bellamente pavimentada, rodeada por imponentes edificios públicos de dos pisos y que en el frente presentaba filas de columnas estrechas de mármol. Una línea de columnas de triunfo, cada una rematada por estatuas recubiertas en hoja de oro, se alzaba de manera conspicua en el centro de la plaza y, más hacia adelante, pasando un montón de techos en pendiente de tejas rojas, característicamente romanos, David pudo ver la masa curva del Coliseo.

En una de las esquinas observó a un grupo de ciudadanos vestidos de manera suntuosa, senadores quizá, que discutían con vehemencia, que golpeaban sobre tablillas, sin pensar en la belleza y el portento de lo que tenían a su alrededor. Eran la prueba de que esta ciudad no era un museo sino, y de manera muy evidente, la capital operativa de un imperio enorme, complejo y bien dirigido, la Washington de otros tiempos, y su cosmopolitismo era regocijante, tan diferente de las reproducciones despobladas, relucientes y sin relieve de los antiguos museos, películas y libros previos a la aparición de la cámara Gusano.

Pero a esta ciudad imperial, ya antigua, sólo le quedaban unos siglos más para sobrevivir. Los grandiosos acueductos iban a desplomarse; fallarían las fuentes públicas; y, durante el curso de mil años, los romanos quedarían resignados a traer el agua a mano desde el Tíber.

Sintió un suave toque en el hombro.

Se dio vuelta, sobresaltado: un hombre, vestido con traje y corbata gris carbón, monótonos, con un aspecto que allí no encajaba. Tenía cabello rubio cortado estilo militar y estaba exhibiendo una chapa. Al igual que David y Heather, se hallaba flotando unos metros por encima del piso de la Roma imperial.

Era el agente especial del FBI, Michael Mavens.

—Usted —dijo David—. ¿Qué quiere de nosotros? ¿No cree que ya le hizo suficiente daño a mi familia, agente especial?

—Nunca tuve la intención de hacer daño, señor.

—Y ahora…

—Y ahora necesito su ayuda…

Al tiempo que contenía un suspiro, David levantó las manos hacia la banda cefálica del Ojo de la Mente. Pudo sentir el indefinible cosquilleo que venía junto con la interrupción del enlace transceptor del equipo con la corteza cerebral.

De pronto se encontró sumergido en la tórrida noche romana.

A su alrededor el Foro romano estaba reducido a grandes trozos de cascotes de mármol diseminados por el suelo, tenían la superficie amarronada y se estaban descomponiendo en el aire viciado de la ciudad. De los grandiosos edificios sobrevivía apenas un puñado de columnas y vigas transversales, que sobresalían del suelo como huesos expuestos al aire y, a través de grietas que había en las baldosas, crecía un pasto enfermo y envenenado por la ciudad.

De una manera extraña, en medio de los turistas del siglo XXI vestidos de manera recargada, Mavens, con su traje gris, parecía aún más fuera de lugar que en la antigua Roma.

Michael Mavens se dio vuelta y estudió a Heather. Los ojos de ella, sumamente dilatados, centelleaban con el inconfundible brillo perlado de los puntos de vista, brillo proyectado por generadores miniatura de cámara Gusano que la mujer tenía implantados en las retinas. David le tomó la mano. Ella se la apretó con suavidad.

La mirada de Mavens se encontró con la de David. El agente hizo una leve inclinación de cabeza, indicando que entendía, pero insistió.

—Necesitamos hablar, señor. Es importante.

—¿Mi hermano?

—Sí.

—Muy bien. ¿Nos acompañará de vuelta al hotel? No está lejos.

—Lo agradecería.

Así que David salió caminando de las ruinas del Forum Romanum, guiando con delicadeza a Heather por entre la manipostería caída. Heather giraba la cabeza como si fuera una cámara rotando sobre su pie, todavía sumergida en las brillantes glorias de una ciudad muerta hacía mucho, y la distorsión del espacio-tiempo brillaba en sus ojos.

Llegaron al hotel.

Heather apenas había hablado desde el foro. Antes de ir a su habitación, le permitió a David que la besara en la mejilla. Ahí se tendió en la oscuridad mirando el cielo raso, los ojos con cámaras gusano centelleando. David se dio cuenta, con preocupación, que no tenía la menor idea sobre qué estaba mirando su madre.

Cuando regresó a su propia habitación, Mavens lo estaba esperando. David preparó bebidas en un minibar: una cerveza para él y un whisky para el agente.

Mavens habló un poco de cosas sin importancia.

—Sabe usted, el alcance de Hiram Patterson es asombroso. En su baño ahora mismo acabo de usar un espejo cámara Gusano para sacarme un resto de espinaca que tenía metido entre los dientes. Mi esposa tiene una cámara Niñera en casa. Mi hermano y la esposa usan un monitor Gusano para saber adonde va su hija de trece años, que es un tanto desenfrenada, en opinión de ellos… y así todo el tiempo. Pensar que es la tecnología milagrosa de esta época y la usamos para cosas tan triviales.

David dijo con tono vivo:

—En tanto y cuanto siga vendiéndola, a Hiram no le importa qué hacemos con ella. ¿Por qué no me dice por qué vino hasta tan lejos para verme, agente especial Mavens?

El hombre buscó en un bolsillo de su arrugada chaqueta y extrajo un disco de datos del tamaño de la uña del dedo; lo hizo girar como una moneda y David vio resplandecer un holograma en la superficie. Mavens colocó el disco con todo cuidado sobre la pequeña mesa pulida que había al lado de su bebida.

—Estoy buscando a Kate Manzoni —dijo— y a Bobby Patterson y a Mary Mays. Los empujé a ocultarse. Quiero traerlos de vuelta. Ayudarlos a reconstruir su vida.

—¿Qué puedo hacer? —preguntó David agriamente—. Después de todo, usted cuenta con el respaldo de los recursos del FBI.

—No para esto. A decir verdad, la Agencia ya abandonó las esperanzas de encontrarlos a los tres. Yo no.

—¿Por qué? ¿Quiere castigarlos un poco más?

—En absoluto —dijo Mavens, incómodo—. El de Manzoni fue el primer caso resonante que oscilaba alrededor de las pruebas aportadas por una cámara Gusano. Y lo resolvimos mal. —Sonrió y se lo vio cansado—. Estuve revisándolo. Eso es lo maravilloso de la cámara Gusano, ¿no? Es la máquina más grandiosa del mundo para encontrar explicaciones después del hecho.

»Verá, ahora es posible leer muchos tipos de información a través de la cámara Gusano; en especial, lo que contienen la memoria de las computadoras y los dispositivos de almacenamiento. Revisé todo el equipo que Kate Manzoni había estado usando en el momento de su supuesto delito y, al final, descubrí que lo que Manzoni afirmaba había sido cierto todo el tiempo.

—¿Y eso es…?

—Que Hiram Patterson fue responsable del delito… aunque resultaría difícil acusarlo, incluso utilizando una cámara Gusano. Y que inculpó falsamente a Manzoni. —Sacudió levemente la cabeza, como para aventar un mal pensamiento—. Conocí y admiré la labor periodística de Kate Manzoni mucho antes de que apareciese este caso. El modo en que reveló el encubrimiento y la existencia del Ajenjo…

—No fue culpa de usted —dijo David con llaneza—. Únicamente estaba haciendo su trabajo.

Mavens contestó con aspereza:

—Es un trabajo que arruiné yo. No es el primero. Lo cierto es que quienes fueron dañados —Bobby y Kate— se han esfumado. Y no son los únicos.

—Ocultándose de la cámara Gusano —dijo David.

—Por supuesto. Los está cambiando a todos…

Era cierto. En esta nueva apertura, los negocios florecían. El crimen parecía haber decaído hasta un mínimo irreducible, a casos ínfimos y debidos a trastornos mentales. Cautelosamente, los políticos habían encontrado maneras de operar en el nuevo mundo de paredes de cristal, en el que cada uno de sus movimientos estaba expuesto al examen concienzudo por parte de una ciudadanía preocupada y que estaría en línea de defensa, ahora y en el futuro. Más allá de la trivialidad del turismo en el tiempo, una nueva historia verdadera, a la que se había expurgado de mitos y mentiras, y que no por eso era menos maravillosa, estaba ingresando en la conciencia de la especie humana; naciones y religiones y grandes compañías casi parecían haberse abierto paso a través de sus encuentros de disculpas recíprocas, y para con la gente. Las religiones subsistentes, vueltas a fundar y purificadas, liberadas de corrupción y codicia, estaban surgiendo hacia la luz y, según le parecía a David, se concentraban en atender su verdadera misión, que era la búsqueda de lo trascendente por parte de la humanidad.

Desde lo sublime hasta lo más abyecto. Hasta los modales habían cambiado. La gente parecía estar volviéndose un poco más tolerante con sus congéneres; siendo capaz de aceptar las diferencias y los defectos del prójimo… porque cada persona sabía que estaba bajo una mirada escrutadora también.

Mavens estaba diciendo:

—Sabe, es como si todos estuviéramos bajo reflectores en un escenario a oscuras. Ahora las luces del teatro están encendidas y podemos ver toda la sala hasta las bambalinas… nos guste o no. Supongo que usted oyó hablar de la VAS —Vigilancia Mutuamente Asegurada—, una consecuencia del hecho de que todos portan una cámara Gusano: todos vigilan a todos. De pronto, nuestra nación está llena de ciudadanos corteses, cuidadosos, alerta. Pero eso puede ser dañino. Algunos parece que se están volviendo obsesivos de la vigilancia y no están dispuestos a hacer cosa alguna que los deje marcados como diferentes de la norma. Es como vivir en un pueblo pequeño dominado por la mirada curiosa…

—Pero seguramente la cámara Gusano ha sido, en el balance final, una fuerza que actuó para bien, como en Cielos Abiertos, por ejemplo.

El de Cielos Abiertos había sido el antiguo sueño del presidente Eisenhower sobre la transparencia internacional. Aun antes de la cámara Gusano se había producido la instrumentación de algo parecido a aquella visión, con reconocimiento aéreo, satélites de vigilancia, inspectores de armas. Pero siempre fue limitado: a los inspectores se los podía echar; a los silos de misiles ocultarlos con lonas mimetizadas.

—Pero ahora —dijo Mavens—, en este maravilloso mundo de la cámara Gusano, los estamos observando y sabemos que ellos nos observan a nosotros. Y nada se puede esconder. Los tratados para la reducción de armamentos se pueden verificar; varios conflictos armados quedaron congelados en una situación de impasse, al saber ambos bandos lo que estaba por hacer el otro. No sólo eso, sino que los ciudadanos también nos están observando a nosotros. Por todo el planeta…

Regímenes dictatoriales y represores, expuestos a la luz, se estaban derrumbando. Aunque algunos Estados totalitarios habían intentado utilizar la nueva tecnología como instrumento de opresión, la deliberada inundación con cámaras Gusano por parte de las democracias ha dado por resultado la apertura y la responsabilidad por las acciones. Esto era la extensión del trabajo pasado que habían realizado grupos tales como el Programa Testigo que, durante décadas, había suministrado equipos de videograbación a grupos que protegían los derechos humanos: Que la verdad libre el combate.

—Créame —dijo Mavens—, Estados Unidos la está sacando barata: el peor escándalo que sufriéramos hace poco fue que se diera a conocer los refugios contra el Ajenjo.

Ejercicio patético, hecho sin ánimo ni interés. Se trataba de un puñado de montañas ahuecadas y de minas transformadas cuyo propósito era servir como refugio para los ricos y poderosos o, por lo menos, para sus hijos, durante el Día del Ajenjo. La existencia de tales instalaciones se había sospechado desde hacía mucho. Cuando se las expuso a la opinión pública, los científicos demostraron con rapidez su inutilidad como refugios, causando burla la ingenuidad de sus constructores.

Mavens dijo:

—Si se piensa en esto, en cualquier otro momento del pasado, por lo general había para revelar escándalos mucho más graves que ése. Todos nos estamos volviendo más limpios. Hay quienes sostienen que podemos estar a punto, por fin, de conseguir un verdadero gobierno mundial que responda al consenso general… hasta una Utopía.

—¿Lo cree usted?

Mavens sonrió con amargura.

—Ni por un segundo. Tengo la sensación de que cualquiera que sea el sitio hacia el cual nos dirigimos, cualquiera que fuese el lugar al que la cámara Gusano nos estuviere llevando, es sin duda, mucho más extraño.

—Quizá —dijo David—. Supongo que nos tocó vivir en uno de los instantes en que se produce un cambio de perspectiva: la generación pasada fue la primera en ver la Tierra completa desde el espacio; la nuestra fue la primera en ver la verdadera historia completa… y la verdad sobre nosotros mismos. Sabe usted, yo tendría que estar en condiciones de enfrentarme a todo eso. —David forzó una sonrisa—. Acepte la palabra de un católico, agente especial Mavens. Crecí alentado en la creencia de estar bajo la mirada escrutadora de una especie de cámara Gusano… pero esa cámara era el ojo de Dios, que todo lo ve. Tenemos que aprender a vivir sin subterfugios ni vergüenza. Sí, es difícil para nosotros, difícil para . Pero, gracias a la cámara Gusano, tengo la impresión de que toda la gente se está volviendo algo más cuerda.

Y era notable que todo esto hubiera emanado de la aparición de un dispositivo del que Hiram, su fuerza impulsora, pensó, no era más que una cámara de TV más inteligente. Pero ahora Hiram, oculto quién sabe dónde, estaba a la manera de todos aquellos inventores desde Frankestein para acá, frente al peligro de que lo destruyera su propia máquina.

—Quizás en una generación, o en dos, esto nos deje purificados —dijo Mavens—, pero no toda la gente puede soportar que se la ponga al descubierto. La tasa de suicidios sigue siendo elevada… y le sorprendería saber cuánto de elevada. Y hay mucha gente, como Bobby, que desaparece de los registros (planillas de votantes, censos). Algunos hasta se extirpan de los brazos los implantes para seguimiento: los podemos ver, claro, pero no les podemos dar nombre. —Fijó la mirada en David—. Ésta es la clase de grupo al que creemos que Bobby y los demás se unieron. Se llaman a sí mismos Refugiados. Y ésa es la clase de gente cuya huella tenemos que seguir si queremos hallar a Bobby.

David frunció el entrecejo.

—Él hizo su elección. Puede que esté feliz.

—Está huyendo. En este preciso momento no tiene elección alguna.

—Si lo encuentra a él, también encuentra a Kate… y ella tendrá que cumplir su sentencia.

Mavens negó con movimiento de la cabeza.

—Puedo garantizar que eso no va a ocurrir. Ya se lo dije, tengo pruebas de su inocencia. Ya estoy preparando material para una nueva apelación. —Tomó el disco de datos y con él dio golpecitos en la mesa.

—Entonces —dijo el agente—, ¿no quiere usted tirarle un salvavidas a su hermano?

—¿Qué quiere que haga yo?

—Podemos encontrar el rastro de las personas con la cámara Gusano, mediante el sencillo procedimiento de seguirlas —dijo Mavens—. No es fácil y demanda mucho trabajo, pero es posible. Pero la búsqueda del rastro mediante el ojo se puede burlar. A un rastro obtenido por la cámara Gusano tampoco se lo puede identificar de manera confiable con una clave que vaya a algún indicador externo, ni siquiera a un implante: a los implantes se los puede extirpar, transferir, volver a programar, destruir. Así que un laboratorio de investigaciones del FBI estuvo trabajando en un método mejor.

—¿Sobre la base de…?

—El ADN. Estamos convencidos de que será posible empezar a partir de cualquier fragmento orgánico analizable, un poco de piel muerta o un recorte de uña, suficiente como para registrar la disposición individual del ADN; y después hacer el seguimiento hacia atrás del fragmento hasta que… hmmm… se vuelva a unir a la persona en cuestión. Y después, utilizando la clave de ADN, podemos seguir las huellas del individuo hacia atrás y hacia adelante en el tiempo, tan lejos como queramos.

»Este disco contiene soporte lógico de seguimiento. Lo que necesitamos de usted es que lo incorpore a una cámara Gusano operativa. La gente de Nuestro Mundo, y usted de manera específica, doctor Curzon, aún tienen la delantera en esta tecnología.

»Pensamos que, en última instancia, podría ser posible establecer una base global de datos sobre secuencias de ADN: de los niños se tomaría la secuencia de ADN y se la registraría cuando nacen… y sería usado como base de un procedimiento general de búsqueda, sin necesidad de depender de que se tuviera un fragmento físico…

—Y entonces —dijo David lentamente— ustedes se podrán sentar en el cuartel general del FBI y sus espías a través de los agujeros de gusano van a rastrillar todo el planeta hasta que encuentren a quien sea que estén buscando… inclusive en completa oscuridad. Será el golpe mortal a la vida privada. ¿Tengo razón?

—Oh, vamos, doctor Curzon —insistió Mavens—. ¿Qué es la vida privada? Mire a su alrededor. Ya los muchachos están teniendo sexo en la calle. Dentro de diez años más usted tendrá que explicar cuál solía ser el significado de las palabras vida privada. Estos muchachos ya son diferentes. Los sociólogos dicen eso. Usted puede verlo. Están creciendo acostumbrados a la apertura, a vivir abiertos a la luz y a hablar entre sí todo el tiempo. ¿Oyó hablar de las Palestras, gigantescas discusiones en curso que se transmiten a través de enlaces por cámara Gusano, en las que no hay mediadores, son internacionales y, a veces, constan de miles de participantes? Prácticamente ninguno de los participantes supera los veinticinco años de edad. Están empezando a resolver cosas por sí mismos, casi con ninguna referencia al mundo que construimos. En comparación, nosotros estamos como la mierda, ¿no es así?

Muy a su pesar, David descubrió que estaba de acuerdo. Y eso no se iba a detener ahí. Quizás iba a ser necesario que las dañadas generaciones mayores, entre ellas él mismo, hicieran mutis por el foro llevándose consigo sus problemas emocionales y tabúes, antes de que los jóvenes pudieran heredar este nuevo mundo, que únicamente ellos entendían de verdad.

—Puede ser —gruñó Mavens cuando David expresó en voz alta ese pensamiento—. Pero yo no estaría tan dispuesto a rendirme aún. Y, mientras tanto…

—Mientras tanto, yo podría encontrar a mi hermano.

Mavens estudió su vaso.

—Mire, eso nada tiene que ver conmigo. Pero Heather es una cabeza de gusano, ¿no?

Un cabeza de gusano era el resultado máximo de la adicción a las cámaras Gusano. Desde que se había aplicado sus implantes retinianos, Heather había pasado la vida en un sueño virtual. Naturalmente, tenía la capacidad de sintonizar sus ojos con cámara Gusano para ver el presente o, por lo menos, el pasado muy reciente, como si sus ojos hubieran seguido siendo los originales orgánicos. Pero —eso David lo sabía— su madre prácticamente nunca optaba por hacerlo.

Por lo común vagaba en un mundo iluminado por el fulgor perdido del pasado profundo. A veces caminaba con su propio yo más joven, incluso mirando a través de sus propios ojos, volviendo a vivir los sucesos pasados una y otra vez. David estaba seguro de que Heather estaba con Mary casi todo el tiempo, la bebé en sus brazos, la niñita corriendo hacia ella; incapaz y, de todos modos, para nada dispuesta, a modificar un solo detalle.

Si el estado de Heather nada tenía que ver con Mavens, tenía bastante que ver con David. Quizás el impulso de él por protegerla había sido el propio roce de David con la seducción del pasado.

—Algunos analistas —dijo David con calma— dicen que esto es el futuro para todos nosotros: agujeros de gusano en los ojos, en los oídos. Aprenderemos una nueva percepción, en la que los estratos del pasado sean tan visibles para nosotros como los del presente. Será una nueva manera de pensar, de vivir en el universo. Pero, por ahora…

—Por ahora —completó Mavens con delicadeza—, Heather necesita ayuda.

—Sí. Tomó muy mal la pérdida de su hija.

—Pues entonces haga algo al respecto. Ayúdeme. Mire, este seguimiento por el ADN no es un mero dispositivo de intervención clandestina. —Mavens se inclinó hacia adelante—. Piense en las otras cosas que se pueden hacer con él: erradicar enfermedades, por ejemplo. A una peste que se estuviera extendiendo se le podría seguir el rastro en forma retrospectiva a lo largo de sus vectores, ya sean portadores por aire o por agua o por lo que fuere, reemplazando lo que pueden ser meses de trabajo de investigación esmerada y peligrosa por una mirada que durara un instante… Los centros para control de enfermedades ya están considerando esto. ¿Y qué tal la historia? Se podría hacer el seguimiento de una persona hacia atrás en el tiempo, hasta el útero, ¿de acuerdo? No se precisaría una extensión muy grande del soporte lógico para transferir el seguimiento hasta el ADN de cada uno de los padres, y para sus padres antes de ellos. Se podría recorrer árboles genealógicos hasta sus raíces atrás, en el tiempo. Y se podría trabajar al revés: empezar con un personaje histórico cualquiera y hacer el seguimiento prospectivo de todos sus descendientes vivos… Usted es científico, David. La cámara Gusano ya puso de cabeza la ciencia y la historia, ¿no es así? Piense hasta dónde podría usted con esto.

Sostenía el disco delante de la cara de David, tomándolo entre el pulgar y el índice como si fuera, pensó David, una hostia.