En la semana de Navidad de 2037 concluyó el juicio de Kate.
La sala del tribunal era pequeña, revestido en roble y la bandera de las Barras y las Estrellas colgaba fláccida en la parte de atrás de la sala. El juez, los asesores letrados y los funcionarios del tribunal estaban sentados con solemne esplendor delante de hileras de bancos que estaban ocupados por unos pocos espectadores dispersos: Bobby, funcionarios de Nuestro Mundo, reporteros que escribían notas pulsando el teclado de pantallas flexibles.
El jurado era una colección de ciudadanía de aspecto impensado, aunque algunos de ellos llevaban las máscaras muy coloreadas y las ropas de recubrimiento inteligente que se habían puesto de moda en los últimos meses. Si Bobby no miraba con demasiado cuidado podía perder de vista a una jurado hasta que ésta se moviera y, entonces, aparecía como de la nada una cara o un mechón de cabello o una mano que se agitaba y el resto del cuerpo se hacía visible en forma tenue, delineado por una distorsión imperfecta e irregular del fondo.
Era una dulce ironía, pensó Bobby, que las prendas de recubrimiento inteligente hubieran sido otra brillante idea de Hiram: un nuevo producto de Nuestro Mundo que se vendía dejando elevadas ganancias, para contrarrestar el efecto de intrusión de otro producto.
… Y ahí, sentada sola en el banquillo, se hallaba Kate. Estaba vestida de negro con total sencillez, el cabello recogido detrás de la cabeza, la boca seca, la mirada vacía.
Se habían prohibido las cámaras en la sala misma del tribunal y en la entrada a la sala había tenido lugar un poco del forcejeo usual entre los medios de Prensa. Pero todos sabían que las órdenes que imponían prohibiciones nada significaban ahora: Bobby imaginaba el aire que lo rodeaba cribado por puntos de vista de cámara Gusano que andaban revoloteando, de los cuales, y sin la menor duda, grandes enjambres se concentraban sobre la cara de Kate y la propia de él.
Bobby sabía que Kate se había autoacondicionado para no olvidar la estrecha vigilancia de la cámara Gusano ni por un segundo; no podía evitar que los fisgones invisibles siguieran todo lo que hacía, pero sí les podía negar la satisfacción de que vieran cuánto le dolía. Para Bobby, la figura solitaria y frágil de esa joven representaba más fuerza que la del poderoso proceso jurídico al que esa joven estaba sometida, y también de la gran y millonaria compañía que le había entablado juicio.
Pero ni siquiera Kate pudo ocultar la desesperación cuando finalmente se le hizo saber la sentencia.
—Olvídala, Bobby —dijo Hiram. Estaba dando vueltas a zancadas en torno de su enorme mesa de conferencias. Una lluvia torrencial azotaba la ventana panorámica, llenando la sala de ruido.
—No te ha hecho más que daño. Y ahora es una delincuente convicta. ¿Qué pruebas más necesitas? Vamos, Bobby. Libérate de ella. No la necesitas.
—Ella está convencida de que tú la incriminaste falsamente.
—Pues eso no me importa en absoluto. ¿Qué es lo que tú crees? Eso es lo que cuenta para mí. ¿Realmente piensas que soy tan tortuoso como para tenderle una celada a la amante de mi hijo… sin importar lo que yo pueda pensar de ella?
—No lo sé, papá —dijo Bobby con tranquilidad. Se sentía sereno, controlado: la bravata de Hiram, evidentemente dicha con fines de manipulación, fue incapaz de alcanzarlo—. Ya no sé en qué creer.
—¿Por qué discutir sobre eso? ¿Por qué no usas la cámara Gusano para comprobar si estoy mintiendo?
—No tengo intención de espiarte.
Hiram miró fijamente a su hijo.
—Si estás tratando de encontrar mi conciencia, vas a tener que cavar hasta una profundidad mayor. De todos modos, no es más que reprogramar. ¡Demonios, deberían encerrar a esa mujer y perder la llave! La reprogramación es nada.
Bobby negó con movimiento de la cabeza.
—No a Kate. Luchó contra tu metodología durante años. Ella le tiene verdadero pavor, papá.
—Oh, diantres. A ti se te reprogramó. Y no te hizo mal en absoluto.
—No sé si lo hizo o no lo hizo. —Bobby se puso de pie y encaró al padre. Sentía aumentar su propia ira—. Me sentí diferente cuando al implante se lo apagó. Estaba enojado, aterrorizado, confuso. Ni siquiera sabía cómo se suponía que me sintiera.
—Hablas como ella —gritó Hiram—. Ella te reprogramó más con sus palabras y su vagina, que lo que yo jamás pude con un pedacito de silicio. ¿No te das cuenta de eso? ¡Ah, maldición! Lo único de bueno que el condenado implante sí te hizo fue volverte demasiado estúpido como para ver lo que te estaba ocurriendo… —Se interrumpió y desvió la mirada.
Bobby contestó con tono glacial:
—Es mejor que me expliques qué quieres decir con eso.
Hiram se dio vuelta: el enojo, la impaciencia, incluso algo parecido a la culpa parecían pugnar dentro de él para tener el dominio.
—Piénsalo un poco. Tu hermano es un físico brillante, y no uso la palabra a la ligera: se lo puede proponer como candidato para el Premio Nobel. Y en cuanto a mí… —Alzó las manos—. Levanté todo esto de la nada. Ningún imbécil podría haber logrado eso. Pero tú…
—¿Estás diciendo que eso se debe al implante?
—Yo sabía que había riesgos. La creatividad se vincula con la depresión. Grandes logros a menudo se relacionan con una personalidad obsesiva… y bla, bla. Pero tú no necesitas un inmundo cerebro para convertirte en presidente de Estados Unidos de Norteamérica. ¿No está bien eso?… ¿no? —Y extendió la mano hacia la mejilla de Bobby, como para pellizcarla del modo que se hace con un niño.
Bobby retrocedió para esquivarla.
—Recuerdo que, cuando niño, solías decirme eso cien, mil, veces. En aquellos tiempos nunca entendí lo que querías decir.
—¡Pero vamos, Bobby…!
—Tú lo hiciste, ¿no? Tú la implicaste a Kate. Sabes que es inocente y estás dispuesto a que le manoseen el cerebro y se lo arruinen… exactamente del mismo modo que lo hicieron con el mío.
Hiram quedó inmóvil un instante; después dejó caer los brazos.
—¡Vete al infierno! Vuelve a ella si quieres, entiérrate en su vagina: al final siempre vuelves corriendo, pedazo de mierda. Tengo trabajo para hacer. —Y se sentó ante la mesa, pulsó la superficie para abrir sus pantallas flexibles y pronto el fulgor de dígitos que iban pasando por la pantalla le encendió la cara, como si Bobby hubiera dejado de existir.
Después de que se la liberara, Bobby la llevó a casa.
No bien hubieron llegado, Kate empezó a recorrer el departamento a zancadas, cerrando cortinas de manera compulsiva, impidiendo el paso de la brillante luz del mediodía, dejando una estela de habitaciones a oscuras.
Se sacó la ropa que había estado usando desde que dejara la sala del tribunal y la arrojó a la basura. Bobby se tendió en la cama, escuchándola bañarse bajo la ducha en la oscuridad más completa, durante varios minutos. Después, Kate se deslizó debajo del acolchado de lana: estaba fría, tiritaba y el cabello no estaba del todo seco. Se había estado bañando con agua fría. Bobby no la interrogó, se limitó a abrazarla hasta que su calor penetró en ella.
Por fin, Kate dijo en un susurro:
—Necesitas comprar cortinas más gruesas.
—La oscuridad no te esconde de una cámara Gusano.
—Ya lo sé —contestó ella—. Y sé que aun ahora están escuchando cada una de las palabras que decimos. Pero no tenemos que hacerles las cosas fáciles. No puedo soportarlo. Hiram me derrotó, Bobby… y ahora me va a destruir.
Del mismo modo que, pensó Bobby, Hiram me destruyó a mí.
En cambio, dijo:
—Por lo menos, tu sentencia no te obliga a estar bajo custodia. Por lo menos, nos tenemos el uno al otro.
Ella cerró la mano formando un puño y le golpeó el pecho, lo suficientemente fuerte como para producir dolor.
—Ésa es la cuestión, precisamente, ¿no te das cuenta?: no me tendrás más, porque para el momento en que hayan terminado, ya no habrá más de mí. No importa en qué me vaya a convertir, seré… diferente.
Le cubrió el puño con su propia mano, hasta que sintió que los dedos de Kate se aflojaban.
—No es más que una reprogramación…
—Dijeron que yo debía de sufrir del Síndrome E: espasmos de hiperactividad en mis lóbulos órbitofrontal y prefrontal mediano.
Un tráfico excesivo proveniente de la corteza evita que las emociones lleguen a mi nivel consciente. Y es así como puedo cometer un delito, dirigido al padre de mi amante, sin conciencia ni remordimiento ni repugnancia por mí misma.
—Kate…
—Y después se me ha de acondicionar contra el empleo de la cámara Gusano. A los delincuentes convictos como yo, ves, no se les ha de permitir el acceso a la tecnología. En mi núcleo amigdalino, el asiento de mis emociones, van a poner falsos vestigios de memoria. Tendré una fobia invencible respecto de considerar siquiera el uso de una cámara Gusano o de ver sus resultados.
—No hay de qué temer.
Kate se apoyó sobre los codos. Su cara en sombras se alzó delante de él; las órbitas oculares eran pozos de oscuridad de bordes redondeados.
—¿Cómo puedes defenderlos? Tú, sobre todo.
—No estoy defendiéndolos. De todos modos, no creo que haya un ellos: todos los que intervinieron sencillamente estaban haciendo su trabajo, el FBI, los tribunales…
—¿Y Hiram?
Bobby no intentó contestar. Sólo dijo:
—Lo único que quiero es abrazarte.
Ella suspiró y dejó que su cabeza se apoyara en el pecho de él: Bobby la sintió pesada; la mejilla, cálida contra su carne.
Bobby vaciló.
—Sea como fuere, sé cuál es el verdadero problema.
Pudo sentir cómo se fruncía el entrecejo de Kate.
»Soy yo, ¿no? No quieres un interruptor en la cabeza porque eso es lo que yo tenía cuando me encontraste. Tienes pavor de convertirte en algo como yo… como lo que yo fui. En cierto sentido… —Se obligó a decirlo—: En cierto sentido, me desprecias.
Kate se irguió, apartándose de él.
—En todo lo que piensas es en ti mismo. Pero yo soy a quien están a punto de sacarle los sesos con una cuchara para helados. —Se levantó de la cama, salió de la habitación y cerró la puerta fríamente, sin perder el control, dejando a Bobby en la oscuridad.
Él durmió un rato.
Cuando despertó fue a buscarla. La sala de estar todavía estaba a oscuras, las cortinas cerradas y las luces apagadas… pero podía asegurar que Kate estaba ahí.
—Luces, encenderse.
Luz, cegadora y brillante, inundó la habitación.
Kate estaba sentada en un sofá, completamente vestida. Estaba frente a una mesa, sobre la que había una botella de un fluido transparente y otra botella, más pequeña: barbitúricos y alcohol. Ambas botellas estaban sin abrir, con el sello intacto. El licor era un absintio de mucho precio.
Ella señaló:
—Siempre tuve buen gusto, sí señor.
—Kate…
Los ojos de ella se estaban humedeciendo bajo la luz y las pupilas se habían abierto enormemente, lo que le daba un aspecto infantil.
—Qué extraño, ¿no? Debo de haber hecho la cobertura de una docena de suicidios y de una cantidad mayor de intentos. Sé que hay formas más rápidas que ésta: me podría cortar las muñecas, o el cuello inclusive; me podría volar los sesos, antes de que los manoseen. Esto será más lento. Probablemente más doloroso. Pero es fácil. ¿Ves?, bebes y tragas, bebes y tragas. —Lanzó una carcajada helada—. Hasta te emborrachas en el proceso.
—No quieres hacer eso.
—No. Tienes razón. No quiero hacerlo. Es por eso que necesito que me ayudes.
Como respuesta, Bobby levantó la botella del licor y la lanzó a través de la habitación. Se hizo añicos contra una pared, dejando una espectacular mancha sobre el yeso.
Kate suspiró.
—Ésa no es la única botella del mundo. Finalmente lo haré. Prefiero morir a permitirles manosear mi cerebro.
—Tiene que haber otra forma. Volveré donde está Hiram y le diré…
—¿Decirle qué? ¿Qué si no confiesa me voy a autodestruir? Se reirá de ti, Bobby. Me quiere destruida, de una forma o de otra.
Bobby midió la habitación a zancadas, como una fiera enjaulada, sintiéndose cada vez más desesperado.
—Pues entonces, larguémonos de aquí.
Kate suspiró.
—Nos pueden ver cuando abandonamos esta habitación, seguirnos a cualquier parte. Podríamos ir a la Luna y nunca ser libres…
La voz pareció provenir de la nada:
—Si estás convencida de eso, entonces es mejor que te rindas ya mismo.
Kate dio un respingo. Bobby saltó y giró velozmente sobre los talones. Había sido la voz de una mujer o de una muchacha… una voz familiar. Pero la habitación parecía estar vacía.
Bobby preguntó en voz baja:
—¿Mary?
Primero vio la cara de ella flotando en el aire, cuando empezó a sacarse una capucha. Después, cuando empezó a desplazarse contra el fondo, la perfección del ocultamiento que le brindaba el recubrimiento inteligente empezó a deshacerse y Bobby pudo discernir el contorno de Mary: una extremidad en sombras por aquí, un vago borrón descolorido donde debía de estar el torso, el todo recubierto por un extraño efecto ojo de pescado que engañaba a la vista, como ocurría en las primeras imágenes de la cámara Gusano. Bobby observó, como al pasar, que Mary parecía estar limpia, saludable, hasta bien alimentada.
—¿Cómo entraste acá?
La muchacha sonrió de oreja a oreja.
—Si vienes conmigo, Kate, te lo mostraré.
Kate respondió con lentitud:
—¿Ir contigo? ¿Adónde?
—¿Y por qué? —completó Bobby.
—El porqué es obvio, Bobby —dijo Mary, con voz en la que regresaba un eco de su causticidad adolescente—. Porque, como sigue diciendo Kate, si no se larga de aquí el hombre va a revolverle los sesos con una cuchara.
Bobby dijo con tono razonable:
—No importa dónde vaya, se le puede seguir la pista.
—Es cierto —dijo Mary con pesadumbre—. La cámara Gusano. Pero no pudiste seguir mi pista desde que abandoné mi casa hace tres meses. No me viste venir. No sabías que estaba en el departamento hasta que revelé mi presencia. Mira, la cámara Gusano es una herramienta fantástica… pero no es una varita mágica. La gente se paraliza por ella y ha dejado de pensar. Si hasta Papá Noel te puede ver, ¿qué se puede hacer? Para el momento en que llega, tú te puedes haber ido hace mucho.
Bobby frunció el entrecejo.
—¿Papá Noel?
Kate repuso con lentitud:
—Papá Noel te puede ver todo el tiempo. En víspera de Navidad puede mirar retrospectivamente por todo el mundo y ver si fuiste travieso o si te portaste bien.
Otra sonrisa amplia de Mary.
—Papá Noel debe de haber tenido la primera cámara Gusano de todas, ¿no es así? Feliz Navidad.
—Siempre pensé que ése era un mito siniestro —dijo Kate—, pero únicamente nos podemos mantener alejados de Papá Noel si lo podemos ver cuando está viniendo.
Mary sonrió suavemente.
—Eso es fácil. —Alzó el brazo, tiró hacia atrás de la manga de su recubrimiento inteligente y reveló lo que parecía ser un reloj gordo de pulsera. Era compacto, estaba raspado por el uso y tenía aspecto de algo que había salido de un taller casero. La esfera del instrumento era una pantalla flexible en miniatura; mostraba vistas del corredor que estaba afuera, de la calle, de los ascensores, de lo que debían de ser departamentos vecinos.
—Todo vacío —susurró Mary—. Puede ser que un estúpido que está en alguna parte esté escuchando todo lo que decimos. ¿A quién le importa? Para el momento en que llegue aquí, ya nos habremos ido.
—Ésa es una cámara Gusano —dijo Kate—. En la muñeca de ella. Alguna clase de diseño pirata.
—No puedo creerlo —se sorprendió Bobby—, en comparación con los aceleradores gigantescos de la Fábrica de Gusanos…
—Y —dijo Mary—, Alexander Graham Bell probablemente nunca pensó que se podría fabricar un teléfono sin cable y tan pequeño que se pudiera implantar en la muñeca.
Los ojos de Kate se achicaron.
—Un inyector de Casimir nunca se podría convertir en una miniatura como ésta. Esto tiene que ser tecnología de vacío comprimido. El asunto en el que estaba trabajando David.
—Si lo es —dijo Bobby con tono lúgubre—, ¿cómo se filtró el desarrollo de la tecnología fuera de la Fábrica de Gusanos? —Miró directamente a Mary—: ¿Tu madre sabe dónde estás?
—Típico —replicó Mary—, unos minutos atrás, Kate se iba a suicidar, y ahora me están acusando de hacer espionaje industrial y se están preocupando por la relación que tengo con mi madre.
—¡Dios mío! —se alarmó Kate—. ¿Qué clase de mundo va ser aquél en que cada condenado niño lleve una cámara Gusano en la muñeca?
—Te diré un secreto —dijo Mary—, ya la llevamos. Los detalles están en la Internet. Hay talleres caseros, que están por todo el planeta, donde los están fabricando en profusión. —Sonrió de oreja a oreja—. El genio de la botella está fuera de ella. Mira, estoy aquí para ayudarte. No hay garantías. Papá Noel no es todopoderoso, pero ha hecho que resulte más difícil esconderse. Todo lo que te estoy brindando es una oportunidad. —Fijó la vista en Kate—. Creo que es mejor que lo que tienes que enfrentar ahora, ¿no?
Kate preguntó:
—¿Por qué me quieres ayudar?
Mary pareció estar avergonzada.
—Porque eres parte de mi familia… más o menos.
Bobby le respondió:
—Tu madre también es parte de la familia.
Mary lo miró con furia.
—Haré un trato contigo, si eso te hace sentir mejor: déjenme sacarlos de aquí. Déjenme impedir que a la cabeza de Kate la abran. A cambio de eso llamaré a mi madre. ¿Trato hecho?
Kate y Bobby cambiaron una mirada.
—Trato hecho.
Mary buscó dentro de su túnica y extrajo una muestra de tela que sacudió hasta que se extendió.
—Cubrimiento inteligente.
Bobby preguntó:
—¿Hay lugar para dos ahí dentro?
Mary estaba sonriendo con alegría.
—Esperaba que dijeras eso. Vamos, larguémonos de aquí.
Los guardias de seguridad de Hiram, alertados por un monitor cámara de Gusano de rutina, llegaron diez minutos más tarde. El departamento, brillantemente iluminado, estaba vacío. Los guardias empezaron a disputar respecto de quién se lo iba a decir a Hiram y aceptar la culpa… y después quedaron en silencio, cuando comprendieron que él estaba, o iba a estar, mirándolos de todos modos.