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CONTEMPLAD AL HOMBRE

Extraído de la introducción que hiciera David Curzon para Los Doce Mil Días: Comentario Preliminar, S. P. Kozlov y G. Risha editores, Roma 2040:

El proyecto escolástico internacional que se conoce entre el público en general como Los Doce Mil Días llegó a la conclusión de su primera fase. Fui uno de los componentes de un equipo (en realidad, un poco más que eso) de doce mil observadores con cámara Gusano de todo el mundo, a los que se encomendó la tarea de estudiar la vida y la época histórica del hombre a quien sus contemporáneos conocieron como Iesho Ben Pantera, y generaciones posteriores como Jesucristo. Es un honor que se me hubiera pedido que redacte esta introducción…

Siempre hemos sabido que cuando encontramos a Jesús en los Evangelios, lo vemos a través de los ojos de los redactores del Evangelio. Mateo, por ejemplo, creía que el Mesías iba a nacer en Belén, tal como parecía haber predicho el profeta Miqueas en el Antiguo Testamento y, por eso, informa que Jesús iba a nacer en Belén (aunque, en verdad, Jesús de Galilea nació, como es natural, en Galilea).

Entendemos esto; lo compensamos. Pero ¿cuántos cristianos de todos los siglos anhelaron encontrarse con Jesús por sí mismos a través del medio neutral de una cámara… o, mejor aún, cara a cara? ¿Y cuántos hubieran creído que la nuestra habría de ser la primera generación para la cual un encuentro así iba a ser posible? Pero eso es exactamente lo que sucedió.

A cada uno de nosotros, los Doce Mil, se nos asignó un único Día de la breve vida de Jesús, un Día que habríamos de observar con la tecnología de la cámara Gusano en tiempo real, de medianoche a medianoche.

De esta manera se pudo recopilar con rapidez un primer borrador de la verdadera biografía de Jesús. Esta biografía visual e informes anexos no son otra cosa que un primer borrador: una simple observación, una exhibición de los acontecimientos de la trágicamente breve vida de Jesús. Todavía hay que realizar mucho de investigación auxiliar: por ejemplo, hasta hay que establecer la identidad de los catorce Apóstoles (¡No doce!), y el destino que corrieran sus hermanos, hermanas, Su esposa e hijo, sólo se conocen de manera superficial. Después vendrá la configuración organizada de los sucesos del relato humano central, tal como se dieran, sin tapujos, en función de las diversas narraciones, canónicas y apócrifas, que sobrevivieron para hablarnos de Jesús y de Su ministerio.

Y entonces comenzará, por supuesto, el verdadero debate: el debate sobre el significado de Jesús y de Su ministerio… debate que puede durar tanto como la especie humana en sí. Este primer encuentro no fue fácil, pero ya la límpida luz de Galilea ha quemado muchas falsedades.

David yacía en su otomana y estaba sometiendo sus sistemas a prueba: el aparato mismo de RV, los agentes de atención sanitaria que iban a encargarse de la alimentación intravenosa y los catéteres, y de hacer que su cuerpo gire para reducir el peligro de formación de escaras por la permanencia prolongada en una misma posición e incluso hasta de limpiarlo si así lo desease, como si fuera una víctima en coma.

Bobby se sentó delante de él en esa habitación silenciosa a la que se había puesto a oscuras. Su cara brillaba bajo la compleja luz de la pantalla flexible.

David se sentía absurdo en medio de todo este equipo, como un astronauta que se preparaba para el lanzamiento. Pero el Día clave, en el pasado, embebido en el tiempo como un insecto en ámbar, inmutable y brillante, estaba esperándolo para que lo inspeccionara. Y David se sometió.

Levantó el conjunto cefálico del Ojo de la Mente y lo acomodó sobre la cabeza: sintió la familiar textura de retorcimiento, cuando el conjunto cefálico se cerró apretadamente en torno a sus sienes.

Luchó contra el pánico. ¡Y pensar que la gente se sometía voluntariamente a esto por mera diversión!

… Y la luz estalló sobre él, cruda y brillante.

Había nacido en Nazaret, un pequeño y próspero pueblo que estaba en la colina de Galilea. El nacimiento fue de rutina para la época. En verdad nació de María, que había sido una virgen, una Virgen del Templo.

Tal como Sus contemporáneos Lo conocían, Jesucristo era el hijo ilegítimo de un legionario romano, un ilirio llamado Pantera.

Fue una relación basada en el amor, y no en la coacción, aun cuando en aquel entonces María había sido prometida en matrimonio a Jose, un próspero maestro mayor de obras viudo. Pero a Pantera lo transfirieron de esa provincia romana cuando se tuvo conocimiento de la gravidez de María. Habla muy bien de José el hecho de que aceptara a María y criara al niño como si hubiera sido de él.

De todos modos, Jesús no se avergonzaba de Su origen y, tiempo después, Se haría llamar lesho Ben Pantera, es decir, Jesús, hijo de Pantera.

Ésta es la suma de los hechos históricos sobre el nacimiento de Jesús. Todo otro misterio más profundo se encuentra más allá del alcance de cualquier cámara Gusano. No hubo censo, no hubo travesía hasta Belén, no hubo caballeriza, no hubo pesebre, no hubo animales de corral, no hubo Reyes Magos, no hubo pastores, no hubo estrella. Todo eso, ideado por los redactores de los Evangelios para demostrar cómo este bebé era el cumplimiento de la profecía, no fue más que un invento.

La cámara Gusano está dejando sin base muchas de las ilusiones que tenemos sobre nosotros mismos y nuestro pasado. Están aquéllos que argumentan que la cámara Gusano es una herramienta para terapia en masa, que nos permite volvernos más cuerdos en cuanto especie. Puede ser. ¡Pero duro tiene el corazón la persona que no siente pesar por el desenmascaramiento del cuento de Navidad!…

Estaba parado en una playa. Podía sentir el calor como si hubiera sido una pesada frazada empapada y el sudor le producía alfilerazos en la frente.

Hacia la izquierda tenía colinas cubiertas de verdor; hacia la derecha, un mar azul lamía con suavidad las orillas. En el horizonte, que estaba cargado de neblina, pudo distinguir barcas de pesca, sombras marrón azulado tan quietas y planas como figuras recortadas en cartulina. En la orilla boreal del mar, distante unos cinco kilómetros quizá, pudo divisar una ciudad: un enjambre de edificios de techo plano y paredes marrones. Ésa debía de ser Cafarnaum. Supo que podría usar el motor de búsqueda para estar ahí en un instante. Pero le pareció más adecuado caminar.

Cerró los ojos: pudo sentir la calidez del Sol en la cara, oír el mar acariciando la orilla, oler la hierba y el olor ácido de los peces. Acá, la luz era tan intensa que a través de sus párpados cerrados brillaba con tono rosado; pero, en el rabillo del ojo, dentro de los párpados, refulgía un pequeño logotipo dorado de Nuestro Mundo.

Partió. En sus pies, la penetrante frialdad del mar de Galilea…

… Tenía varios hermanos y hermanas y, también, medio hermanos de ambos sexos (provenientes del matrimonio anterior de José). Uno de Sus hermanos, Jacobo, tenía notable parecido con Él, y habría de guiar la Iglesia (por lo menos, una rama de ella) luego de la muerte de Jesús. Jesús fue aprendiz de Su tío, José de Arimatea: no fue carpintero sino maestro de obras. Pasó mucho del final de Su juventud y comienzos de la adultez en la ciudad de Sepforis, cinco kilómetros al norte de Nazaret.

Sepforis era una ciudad importante: de hecho, la más grande de Judea, aparte de Jerusalén y de la capital de Galilea. En aquel entonces, en la ciudad había abundante trabajo para maestros de obras, albañiles y arquitectos, pues a Sepforis la había destruido en gran medida una acción militar romana contra un alzamiento judío en el año 4 a. C. El tiempo que pasó en Sepforis fue importante para Jesús, pues aquí Jesús se volvió cosmopolita. Estuvo expuesto a la cultura helénica a través de, por ejemplo, el teatro griego; y, lo que tuvo más significación, a la tradición pitagórica del número y de la proporción. Jesús hasta se incorporó, durante un tiempo, a un grupo pitagórico judío conocido como el de los esenios. Esto, a su vez, fue parte de una tradición mucho más antigua que abarcó toda Europa y que, en verdad, había logrado extenderse hasta los druidas de Bretaña.

Jesús se convirtió, no en un humilde carpintero sino en artesano de una tradición sumamente compleja y antigua. El oficio de José llevaría al joven Jesús a viajar extensamente por todo el mundo romano.

La vida de Jesús fue completa. Se casó. (La narración bíblica sobre el matrimonio de Cana, cuando el agua se convirtió en vino, parece haberse adornado con detalles fantásticos a partir de un suceso ocurrido en el propio casamiento de Jesús). Su esposa murió al dar a luz y Él no se volvió a casar. Pero sobrevivió el fruto de la unión, una hija, que desapareció en la confusión que rodeó el final de la vida de su padre. (La búsqueda de la hija de Jesús, y de cualesquiera descendientes que vivieran hoy, es una de las zonas más activas de las investigaciones con la cámara Gusano).

Pero Jesús era inquieto: a una edad precozmente temprana empezó a formular Su propia filosofía. De ella se podía considerar, haciendo un análisis simplista, que se basaba en una peculiar síntesis de erudiciones mosaica y pitagórica. El cristianismo nacería de esta colisión entre el misticismo oriental y la lógica occidental. Jesús se vio a Sí mismo, metafóricamente hablando, como una proporción media entre Dios y la humanidad. Y el concepto de la proporción, en especial el de la Proporción Áurea fue, claro está, tema de mucha meditación en la tradición pitagórica. Fue, y siempre seguiría siendo, un buen judío. Pero sí desarrolló ideas muy definidas sobre cómo mejorar la práctica de Su religión.

Empezó a cultivar la amistad entre aquéllos a los que Su familia juzgaba absolutamente inadecuados para un hombre de Su posición social: los pobres, los delincuentes. Hasta forjó tenebrosos vínculos con diversos grupos de Iestai, insurrectos en potencia.

Discutió con Su familia y partió para Cafarnaum, donde habría de vivir con sus amigos. Y, es durante esos años, que empezó a realizar milagros.

Dos hombres venían caminando hacia él.

Eran más bajos que él, pero con robusta musculatura; cada uno llevaba el espeso cabello negro atado en una cola detrás de la cabeza. Su ropa era funcional: lo que parecían ser prendas de una pieza hechas de algodón, con faltriqueras profundas y muy usadas. Estaban caminando por la orilla del mar, sin prestar atención a las olas pequeñas que rompían a sus pies. Daban la impresión de tener cuarenta años, pero era probable que fueran más jóvenes. Se los veía saludables, bien alimentados, prósperos. Probablemente eran mercaderes, pensó.

Estaban tan enfrascados en su conversación que aún no habían advertido su presencia.

… No, se recordó a sí mismo: no lo podían ver a David… porque él no había estado ahí, en ese día desaparecido hacía ya mucho, cuando esa conversación bajo un sol candente había tenido lugar. Ninguno de los circunstantes era consciente de que un hombre que vendría del futuro remoto, un día se maravillaría al verlos, un hombre que tenía la capacidad de hacer que este instante cotidiano cobrara vida y se repitiera una vez y otra, absolutamente inmutado.

Él retrocedió cuando los hombres chocaron suavemente con él. La luz pareció disminuir de intensidad y no sintió más la agudeza de las piedras debajo de los pies.

Pero después siguieron de largo, alejándose de él, y su conversación no se vio perturbada ni en una palabra por el fantasmal encuentro. La vivida realidad del paisaje se restableció con tanta tranquilidad como si él hubiera ajustado los controles de una invisible pantalla flexible.

Siguió caminando hacia Cafarnaum.

Jesús podía curar enfermedades de origen psicosomático y causadas por sugestión, tales como los dolores de espalda, la tartamudez, las úlceras, el estrés, la fiebre del heno, las parálisis y ceguera por histeria; incluso los falsos embarazos. Algunas de las curaciones eran notables y muy conmovedoras de presenciar. Pero se limitaban a aquellas gentes cuya creencia en Jesús era más fuerte que su creencia en la enfermedad y, al igual que con cualquier otro sanador antes de Él o después, Jesús no tenía la capacidad de curar enfermedades orgánicas más profundas. (Hay que reconocerle que Él jamás afirmó poder hacerlo).

Como era natural, sus milagros de curación atrajeron a gran cantidad de seguidores. Pero lo que distinguía a Jesús de los muchos otros jasidim de Su época era el mensaje que Él predicaba junto con Sus curaciones.

Jesús estaba convencido de que la Era Mesiánica prometida por los profetas llegaría no cuando los judíos hubieran obtenido la victoria en lo militar sino cuando se volvieran puros de corazón. Estaba convencido de que esta pureza interior se iba a lograr no mediante una vida que fuera nada más que de pureza en lo exterior sino a través del sometimiento a la terrible clemencia de Dios. Y creía que esta clemencia se hacía extensiva a todo Israel: a los intocables, a los impuros, a los desclasados y a los pecadores. A través de Sus curaciones y exorcismos demostró la realidad de ese amor. Jesús fue la Proporción Áurea entre lo divino y lo humano. Eso explica por qué la atracción que ejercía era eléctrica: parecía poder lograr que el pecador más abyecto se sintiera cerca de Dios.

Pero en esa nación ocupada, pocos tenían el refinamiento suficiente como para entender Su mensaje. Jesús se volvió impaciente ante las vociferantes exigencias que se Le hacían para que revelara de Sí mismo que era el Mesías. Y los lestai que se sentían atraídos por Su presencia carismática empezaron a ver en Él un conveniente punto focal para un alzamiento contra los odiados romanos. Los problemas empezaron a acumularse.

David vagó por las habitaciones pequeñas y cuadradas como un fantasma, mirando a la gente, las mujeres, los sirvientes y los niños, que iban y venían.

La casa era más impresionante de lo que había esperado. Estaba construida según el modelo de una casa de campo romana, con un atrio abierto central y diversas habitaciones que se abrían hacia él, a manera de un claustro. El decorado era muy mediterráneo, la luz, densa y brillante; las habitaciones, abiertas al aire sereno.

Ya en época tan temprana del ministerio de Jesús, más allá de las paredes de Su casa había un campamento permanente: los enfermos, los lisiados, los potenciales peregrinos; una ciudad en miniatura formada por tiendas.

Tiempo después, en este sitio se iba a construir un convento y después, en el siglo V, una iglesia bizantina que habría de sobrevivir hasta los días mismos de David, junto con la leyenda de aquéllos que una vez habían vivido ahí.

En ese momento hubo un ruido fuera de la casa: el sonido de pies que corren, de gente gritando. David salió con paso vivo al exterior.

La mayoría de los habitantes de la ciudad de tiendas, algunos de los cuales exhibían una sorprendente y jovial presteza, se apresuraba por llegar hacia el centelleante mar, al que David pudo distinguir por entre las casas. Siguió a la multitud que se estaba congregando, alzándose por encima de la muchedumbre que lo rodeaba, y trató de no hacer caso del hedor causado por la suciedad en la gente y en las cosas, mucho del cual era extrapolado por el soporte lógico de control con inoportuna autenticidad; la percepción directa de los olores a través de las cámaras Gusano todavía era una cuestión nada confiable.

La muchedumbre se desplegaba a medida que llegaba al muelle rudimentario. David se abrió camino a través del gentío y alcanzó el borde del agua, sin hacer caso de las temporarias disminuciones de luminosidad que se producían cuando los galileos, en su avidez por llegar, pasaban rozándolo o a través de él.

Había una sola barca en el agua mansa: quizá tenía seis metros de largo, era de madera y su construcción era tosca. Cuatro hombres estaban remando con paciencia hacia la orilla. Al lado de un fornido timonel que estaba en la popa había una red de pesca recogida formando una pila sobre sí misma.

Otro hombre estaba parado en la proa, mirando hacia la gente que estaba en la orilla.

David oyó los murmullos: Él había estado predicando, desde la barca, en otros sitios a lo largo de la orilla. Tenía una voz imponente que se transmitía muy bien por el agua, éste es Iesho, éste es Jesús.

David se esforzó por verlo con más claridad. Pero la luz que se reflejaba en el agua lo encandilaba.

… Y, por eso, debemos volver, con renuencia, al verdadero relato de la Pasión.

Jerusalén, compleja, caótica, edificada con la radiantemente brillante piedra blanca local, en esta Pascua judía[6] estaba atestada de peregrinos que habían venido a comer el cordero pascual dentro de los confines de la ciudad santa, como lo exigía la tradición. Pero la ciudad también contaba con la pesada presencia de soldados romanos. Y en esta Pascua, en particular, se sucedía un tiempo de mucha tensión, pues había muchos grupos de insurrectos operando allí, por ejemplo, los zelotes, feroces opositores a Roma, y los iscarii, asesinos que habitualmente actuaban sobre las multitudes que asistían a las conmemoraciones. Era en medio de este epicentro del conflicto histórico que caminaban Jesús y Sus seguidores.

El grupo de Jesús comió su ágape de Pascua judía. (Pero no se recitó la Eucaristía; no existió la orden de Jesús de tomar pan y vino en recuerdo de Él, como si fueran fragmentos de Su propio cuerpo. Es evidente que este rito es una creación de los redactores del Evangelio. Esa noche, Jesús tenía muchas ideas en su cabeza… pero no el invento de una nueva religión).

Ahora sabemos que Jesús tenía contactos con muchas de los sectas y grupos que operaban en la periferia de Su sociedad. Pero la intención de Jesús no fue la insurrección. Jesús fue hasta el lugar que se llama Getsemaní, en el que los olivos aún crecen en la actualidad, algunos de ellos (lo podemos verificar ahora) sobrevivientes de los días del propio Jesús. Jesús había trabajado para purificar al judaísmo de sus aspectos sectarios. Él pensaba que ahí se reuniría con las autoridades y los caudillos de diversos grupos rebeldes y buscaría una unidad pacífica. Como siempre, Jesús buscaba ser la Áurea Proporción, el puente entre esos grupos en conflicto. Pero la humanidad de los tiempos de Jesús no era más racional que la de cualquier otra época: lo recibió un grupo de soldados armados que habían enviado los sumos sacerdotes. Y los acontecimientos que se sucedieron de ahí en adelante se desarrollaron según una lógica letal que nos es familiar. El Juicio no fue un gran suceso teológico. Todo lo que le importaba al sumo sacerdote —un anciano cansado, concienzudo, desgastado— era mantener el orden público. Sabía que tenía que proteger a su gente de las salvajes represalias de Roma mediante la aceptación del menor de los males, que era entregar a este difícil y anárquico sanador por la fe. Una vez hecho eso, el sumo sacerdote regresó a su cama y a un sueño incómodo.

Pilatos, el procurador romano, tuvo que salir al encuentro de los sacerdotes que no entraban en la pretoria por temor a quedar impuros. Pilatos era un hombre cruel y competente, el representante de un poder conquistador que tenía siglos de antigüedad. Sin embargo, él también vaciló, parece que por temor de incitar a una violencia peor al ejecutar a un líder popular.

Ahora hemos podido presenciar los miedos y el aborrecimiento y las espantosas intrigas que impulsaban a los hombres que esa noche oscura se enfrentaron… y cada uno de ellos creía, sin duda, que estaba haciendo lo que correspondía hacerse.

Una vez que tomó su decisión, Pilatos actuó con brutal eficiencia. De lo que sigue conocemos los detalles demasiado bien. Ni siquiera fue un espectáculo grandioso pero, si es por eso, la Pasión de Cristo es un acontecimiento que no tardó dos días en desarrollarse, sino dos mil años. Pero todavía quedan muchas cosas que no conocemos. El momento de Su muerte está extrañamente oculto; la exploración de la cámara Gusano es limitada ahí. Algunos científicos propusieron la teoría de que en esos segundos clave hay tal densidad de puntos de vista que la trama del espacio-tiempo en sí se daña por la intrusión de agujeros de gusano. Y a estos puntos de vista supuestamente los envían observadores provenientes de nuestro propio futuro… o, quizá, provenientes de múltiples futuros posibles, si lo que se encuentra adelante de nosotros es indeterminado.

Del mismo modo, todavía no hemos oído Sus últimas palabras a Su madre; todavía no sabemos si, apaleado, agonizante, azorado, Le clamó a Su Dios. Aún ahora, a pesar de toda nuestra tecnología, Lo vemos oscuramente a través de un vidrio.

En el centro de la ciudad había un mercado, ya lleno de gente. Suprimiendo un escalofrío, David se forzó a pasar a través de los circunstantes.

En el centro de la multitud un soldado, uniformado de manera tosca, estaba reteniendo por el brazo a una mujer: ella tenía aspecto abyecto, su túnica estaba rota; el cabello estaba apelmazado y mugriento y la cara, otrora bonita, estaba surcada por arroyos de llanto. Al lado de ella había dos hombres que llevaban vestiduras religiosas limpias, de buena calidad. Quizás eran sacerdotes o fariseos. Estaban señalando a la mujer, gesticulando con ira y discutiendo con una figura que estaba delante de ellos y que, oculta por la multitud, estaba en cuclillas en el polvo.

David se preguntó si este incidente habría dejado huella alguna en el Evangelio. Quizás ésta era la mujer a la que se había condenado por adulterio y los fariseos lo estaban enfrentando a Jesús con otra de las preguntas capciosas de ellos, tratando de dejar al desnudo Su blasfemia.

El hombre que estaba en el polvo tenía una falange de amigos. Eran hombres de aspecto robusto, quizá pescadores. Con suavidad, pero con firmeza, mantenía alejado al gentío. Pero, así y todo —David lo pudo ver cuando se acercó como un fantasma—, algunos de los presentes se estaban aproximando, extendiendo una mano vacilante para tocar la túnica, acariciar un mechón de cabello aunque más no fuere.

No creo que Su muerte —humillado, quebrado— necesite seguir siendo el centro de nuestra obsesión por Jesús, como lo ha sido durante dos mil años: para mí, el cénit de Su vida, tal como la pude presenciar, es el momento en que Pilatos lo presenta a Él, ya torturado y sangrante, para someterlo al escarnio de los soldados, sacrificado por Su propio pueblo. Con todo lo que Él había intentado aparentemente en ruinas, quizá sintiéndose ya abandonado por Dios, Jesús se debía de haber derrumbado y, sin embargo, se mantuvo erguido. Un hombre inmerso en Su época, derrotado y, sin embargo, no vencido, Él es Gandhi, Él es San Francisco, Él es Wilberforce, Él es Elizabeth Fry, Él es el padre Damián entre los leprosos. Él es Su propio pueblo y el horrible sufrimiento que ese pueblo habría de soportar en nombre de la religión que se había fundado en Su nombre.

Todas las religiones importantes enfrentaron crisis cuando su origen y su enrevesado pasado quedaron expuestos a una mirada escrutadora. Ninguna de ellas salió indemne; algunas se desplomaron por completo. Pero la religión no trata simplemente sobre la moralidad, o sobre la personalidad de sus fundadores y de quienes la profesan. Trata sobre lo espiritual, sobre una dimensión más elevada de nuestra naturaleza. Y todavía están aquéllos que sienten el anhelo de lo trascendente, del significado de todo lo que es. Ya —purificada, reformada, vuelta a fundar— la Iglesia está empezando a brindar consuelo a mucha gente a la que dejó azorada la demolición de la vida privada y de la certeza histórica.

Quizá lo hemos perdido a Cristo… pero lo hemos encontrado a Jesús. Y Su ejemplo todavía puede conducirnos a un futuro desconocido, aun si ese futuro sólo consta del Ajenjo y el único papel que le queda a nuestras religiones es el de confortarnos.

Y, sin embargo, la historia todavía tiene sorpresas para nosotros pues, contra todas las expectativas, una de las leyendas más peculiares y, aun así, obstinadas sobre la vida de Jesús se ha comprobado…

El hombre que estaba en el polvo era delgado. Su cabello, estirado hacia atrás con rigurosidad, estaba poniéndose prematuramente gris en las sienes. La toga estaba manchada con polvo y se arrastraba por el suelo. La nariz era prominente, orgullosa y aguileña. Sus ojos, negros, impetuosos e inteligentes. Parecía estar enojado y estaba dibujando en el polvo con un dedo.

Este hombre silencioso, meditativo, estaba a la misma altura que los fariseos, sin siquiera la necesidad de hablar.

David avanzó. Debajo de los pies podía sentir el polvo de este mercado de Cafarnaum. Extendió la mano hacia el ruedo de esa túnica.

… Pero, por supuesto, los dedos se deslizaron a través del paño y aunque el sol se amortiguó, David no sintió nada.

El hombre que estaba en el polvo alzó la vista y miró directamente en los ojos a David.

David lanzó un grito. La luz de Galilea se disipó y la cara —con gesto de preocupación— de Bobby flotó delante de él.

Cuando joven, siguiendo con Su tío, José de Arimatea, una ruta comercial bien establecida, Jesús visitó la zona de minas de estaño de Cornwall.

Con compañeros se adentró más en la isla, llegando tan lejos como hasta Glastonbury, en aquel entonces un puerto de importancia, donde estudió con los druidas y ayudó a diseñar y construir una casa pequeña, en el sitio donde se habría de erigir la futura abadía de Glastonbury. Esta visita se recuerda, hasta cierto punto, en fragmentos de tradiciones locales. Hemos perdido tanto. El crudo fulgor de la cámara Gusano reveló que tantas de nuestras fábulas no son más que sombras y susurros; la Atlántida se evaporó como el rocío; el rey Arturo retrocedió a las sombras de las que nunca salió verdaderamente. Y, no obstante, es, después de todo, verdad, como cantara Blake, que esos pies en tiempos antiguos sí caminaron por el verdor de las montañas de Inglaterra.