20
CRISIS DE FE

David se había convertido en un ermitaño: ésa era la impresión que tenía Bobby. Venía a la Fábrica de Gusanos sin hacerse anunciar, llevaba a cabo abstrusos experimentos y retornaba a su departamento, donde según los registros de Nuestro Mundo, continuaba haciendo amplio uso de la tecnología de cámaras Gusano, yendo en pos de sus propios proyectos oscuros y de los que nada explicaba.

Al cabo de tres semanas, Bobby lo fue a buscar. David lo recibió en la puerta y pareció estar a punto de rehusarse a dejarlo ingresar. Después se hizo a un lado para hacerlo entrar.

El departamento era un caos, sin orden ni concierto, con libros y pantallas flexibles por todas partes. Un sitio en el que un hombre estaba viviendo solo, y cuyos hábitos no estaban moderados por los miramientos hacia el resto de la gente.

—¿Qué demonios te ocurre?

David se las ingenió para sonreír.

—La cámara Gusano, Bobby. ¿Qué otra cosa?

—Heather dijo que la ayudaste con el proyecto sobre Lincoln.

—Sí, pero eso hizo que me picara el bichito de la curiosidad… quizá. Pero ahora vi demasiada historia… Soy un mal anfitrión: ¿querrías algo para beber, una cerveza…?

—Vamos, David, habla conmigo.

David se rascó la rubia coronilla.

—Esto es lo que se llama una crisis de fe, Bobby. No espero que lo entiendas.

Era cierto: Bobby, irritado, no entendía y estaba decepcionado con lo vulgar del estado en que estaba su hermano. Todos los días, adictos a las cámaras Gusano que se dedicaban al estudio de la historia venían a golpear las puertas de la empresa Nuestro Mundo, para exigir cada vez más acceso a las cámaras. Pero David se había aislado; quizá no sabía qué tan miembro de la especie humana seguía siendo, qué tan común se había vuelto su adicción.

Pero ¿cómo decírselo?

Bobby dijo con cuidado:

—Estás padeciendo conmoción por la historia. Es… es un estado… que está de moda hoy en día. Ya pasará.

—¿De moda? ¿Eso es todo? —David le respondió con mirada colérica.

—Todos estamos sintiendo lo mismo. —Miró a su alrededor en busca de ejemplos—. Asistí a la premiére de la Novena Sinfonía de Beethoven: el teatro Karntnertor de Viena, 1824. ¿La viste? A la ejecución de la sinfonía se la había grabado de manera profesional y la había retransmitido una agrupación de medios de prensa. Pero las críticas habían sido malas. Fue terrible: la interpretación fue olvidable; el coro, discordante. El Shakespeare fue aún peor.

—¿Shakespeare?

—Realmente te enclaustraste, ¿no? Fue la premiére de Hamlet en el teatro del Globo, en 1601. La interpretación fue como de aficionados, los trajes eran ridículos; la multitud, una chusma ebria, y el teatro en sí no era mucho más que una letrina con techo. El acento de los actores sonaba tan extraño que hubo que subtitular la obra. Cuanto más profundamente viajamos en el pasado, más extraño parece ser.

»Mucha gente está encontrando que la nueva historia es dura de aceptar. Nuestro Mundo es el chivo expiatorio para la ira de esa gente, de modo que sé que es verdad. A Hiram lo golpearon demandas interminables, difamación escrita, instigación al desorden público, instigación a la provocación de odio racial, por parte de grupos nacionales y patrióticos, organizaciones religiosas, familias de héroes desenmascarados; incluso, de los gobiernos de algunos países. Eso es aparte de las amenazas físicas. Por supuesto, no ayuda mucho que Hiram esté tratando de obtener los derechos de propiedad intelectual sobre la historia.

David no pudo evitar una carcajada.

—¡Estás bromeando!

—Nop: está argumentando que la historia está para que se la descubra, como el genoma humano. Si se puede patentar trozos de eso… ¿Por qué no la historia, por lo menos, aquellos tramos a los que las cámaras Gusano de Nuestro Mundo fueron las primeras en llegar? El siglo XIV es el caso de prueba. Si eso falla, Hiram tiene planes para obtener los derechos de propiedad intelectual sobre los hombres de nieve. Así como Robín Hood.

»Al igual que muchos héroes casi míticos del pasado, bajo la luz intensa, molesta e impía de la cámara Gusano, Robin Hood sencillamente se habría disuelto en la leyenda y la confabulación, sin dejar el menor vestigio de verdad histórica. A decir verdad, la leyenda había surgido de una serie de baladas inglesas del siglo XIV, que nacieran de una época de rebeliones de los señores feudales y de descontento de los villanos, todo lo cual culminó en la revuelta de los campesinos de 1381.

David sonrió.

—Me gusta eso. A Hiram siempre le gustó Robin Hood. Creo que se considera a sí mismo como el equivalente moderno, aun cuando se esté autoengañando; de hecho es probable que tenga más en común con el rey Juan Sin Tierra… ¡Qué irónico sería que Hiram se convirtiera en nuestro Robin!

—Mira, David, mucha gente piensa exactamente igual que tú. La historia está llena de horror, de gente olvidada, de esclavos, de gente a la que se le robó la vida. Pero no podemos alterar el pasado. Todo lo que podemos hacer es seguir adelante, con la firme resolución de no volver a cometer los mismos errores.

—¿Crees eso? —replicó David con amargura. Se puso de pie y, con movimientos enérgicos, volvió opacas las ventanas de su atestado departamento, impidiendo el paso de la luz de la tarde. Después se sentó al lado de Bobby y desenrolló una pantalla flexible—: Mira ahora y dime si sigues creyendo que es tan fácil.

Con pulsaciones certeras de las teclas dio inicio a un registro que estaba almacenado en la cámara Gusano.

Uno al lado del otro, los hermanos se sentaron bañados por la luz de otros días.

… El pequeño barco de vela redondeado y desgastado se aproximaba a la playa. En el horizonte se podían ver dos barcos más. La arena era pura; el agua, calma y azul; el cielo, enorme.

Sobre las playas aparecía gente: hombres y mujeres desnudos, de piel oscura, garbosos. Parecían estar llenos de admiración. Algunos de los nativos fueron nadando a recibir la nave que se acercaba.

—Colón —murmuró Bobby.

—Sí. Ésos son los arahuacos, los nativos de las Bahamas. Eran amistosos. A los europeos les dieron regalos, papagayos y bolas de algodón, además de lanzas hechas con caña. Pero también tenían oro, que usaban como adornos en las orejas.

Colón inmediatamente tomó por la fuerza a varios arahuacos, de modo de poder extraerles información sobre el oro. Y todo empezó a partir de eso. Los españoles tenían armaduras, mosquetes y caballos. Los arahuacos no tenían hierro ni medios para defenderse de las armas y la disciplina de los europeos.

A los arahuacos se los usó como mano de obra esclava. En Haití, por ejemplo, se arrasaron montañas desde la cumbre hasta la base, en busca de oro. Los arahuacos murieron por miles; más o menos la tercera parte de los trabajadores cada seis meses. Pronto empezaron los suicidios en masa, mediante el empleo del veneno de yuca. A los bebés se los mataba para salvarlos de los españoles. Y así sucesivamente. Parece que en Haití había alrededor de un cuarto de millón de arahuacos cuando llegó Colón: al cabo de unos pocos años, la mitad había muerto por asesinato, mutilación o suicidio y, para 1650, después de décadas de feroz trabajo en esclavitud, en Haití no quedaba uno solo de los arahuacos originales ni de sus descendientes.

—Resultó que no había yacimientos de oro después de todo: nada más que pizcas de polvo que los arahuacos acopiaban para elaborar sus patéticas, letales, joyas.

—Y así, Bobby, es como empezó nuestra invasión de América.

—David…

—Observa —pulsó la pantalla y trajo una nueva escena.

Bobby vio imágenes borrosas de una ciudad: pequeña, ruidosa, atestada de gente, hecha con piedra blanca que refulgía bajo la luz del Sol que caía a plomo y sin piedad.

—Jerusalén —dijo David en ese momento—. 15 de julio de 1099. Llena de judíos y musulmanes. Los cruzados, en misión militar proveniente del cristianismo del Occidente, habían puesto sitio a la ciudad desde hacía un mes. Ahora su ataque estaba alcanzando la intensidad máxima.

Bobby miró figuras de gran talla que trepaban con dificultad por los muros y soldados que venían con premura para enfrentarlas. Pero los defensores retrocedían y los atacantes de armadura avanzaban blandiendo su espada. Bobby vio, sin poder creerlo, a un hombre al que se descabezaba de un solo tajo.

Los cruzados se abrieron paso a brazo partido hasta la zona del Templo. Ahí, los defensores otomanos habían mantenido el sitio durante un día. Por fin, chapoteando en sangre que les llegaba hasta las pantorrillas, los cruzados lograron vencer la resistencia y prontamente aniquilaron a los defensores sobrevivientes.

Los caballeros de armadura y sus seguidores pasaron como manga de langostas por la ciudad, apoderándose de caballos y mulas, oro y plata. A la Cúpula de la Roca se la despojó de lámparas y candelabros. A los cuerpos se los abrió en canal, pues a veces los cruzados hallaban monedas en el vientre de los muertos.

Y, mientras proseguía ese largo día de pillaje y carnicería, Bobby vio a cristianos que arrancaban lonjas de carne de sus enemigos caídos, las ahumaban y las comían.

Todo esto en pantallazos violentos, llenos de color: la salpicadura en bermellón de las sanguinolentas espadas, los relinchos de miedo de los caballos, la mirada dura de caballeros que, mugrientos y semimuertos de hambre, cantaban espectralmente salmos e himnos, aun mientras blandían sus grandes espadas. Pero la lucha era extrañamente silenciosa: acá no había armas de fuego, no había cañones; a las únicas armas las operaban músculos humanos.

David murmuró:

—Esto fue un absoluto desastre para nuestra civilización. Fue un acto de violación y causó una escisión entre Oriente y Occidente que nunca se curó del todo. Y todo se hizo en nombre de Cristo.

»Bobby, gracias a la cámara Gusano tuve el privilegio de mirar siglos de terrorismo cristiano, una orgía de crueldad y destrucción que se extendió desde las Cruzadas pasando por el saqueo de México en el siglo XVI y llegando más allá; y todo eso impulsado por la religión de los Papas, mi religión; y el frenesí por la obtención de dinero y propiedades, del capitalismo del cual mi propio padre es un paladín tan conspicuo.

»Con su cota de malla y sus cruces brillantes, los cruzados eran como magníficos animales que avanzaban rabiosos bajo el polvo iluminado por el Sol. La barbarie era pasmosa.

»Y, aun así…

—David, esto ya lo sabíamos. Hay buenas crónicas de las Cruzadas. Los historiadores pudieron separar la verdad de la propaganda, y lo hicieron mucho antes de la cámara Gusano.

—Quizá. Pero somos seres humanos, Bobby. El cruel poder de la cámara Gusano estriba en la capacidad de recuperar la historia desde el polvo de los libros de texto y de hacerla vivir otra vez, de hacerla accesible a nuestros pobres sentidos humanos. Y, por eso, tenemos que experimentarla de nuevo, cuando la sangre que se salpicara hace siglos vuelve a fluir una vez más.

»La historia es un río de sangre, Bobby. Eso es lo que la cámara nos fuerza a ver. La historia es un río que arrastra las vidas como si fueran granos de arena y las hunde en el mar de la oscuridad. Y cada una de esas vidas es y fue tan preciosa y vibrante como la tuya o la mía. Y nada de eso, ni una sola gota de sangre, se puede cambiar. —Miró fijamente a Bobby—. ¿Estás listo para ver más?

—David…

David, no eres el único. Todos nosotros compartimos el horror. Te estás hundiendo en la autocomplacencia, si supones que sólo tú eres testigo de estas escenas, que sólo tú te sientes así.

Pero no tenía forma de decirle eso.

David trajo otra imagen. Bobby anhelaba irse, dar vuelta la cara. Pero sabía que tenía que enfrentar esto, si es que quería a ayudar a su hermano.

Una vez más, vida y sangre cruzaron de un extremo a otro de la pantalla.

En medio de ésta, su hora más difícil, David mantuvo la promesa que le hiciera a Heather, y fue a buscar a Mary.

Nunca se había considerado a sí mismo como persona especialmente competente en las cuestiones del corazón de los seres humanos. Así que, en su humildad, y consumido por su propio torbellino interior, había pasado largo tiempo buscando la manera de acercarse a la difícil y angustiada hija de Heather. Y la manera que encontró fue, al final, técnica: a través de un soporte lógico, de hecho.

Se dirigió al puesto de trabajo que Mary tenía en la Fábrica de Gusanos. Era tarde y la mayor parte de los demás investigadores se había ido. La muchacha estaba sentada en un manchón de luz, coloreada por el titilante fulgor de la pantalla flexible del puesto de trabajo y rodeada por la mucho más fuerte oscuridad de este polvoriento sitio de ingeniería y electrónica, que se cernía sobre ella. Cuando David llegó, la muchacha se apresuró a borrar lo que había en la pantalla. Pero David alcanzó a ver un día soleado, un jardín, niños que corrían con un adulto y reían, antes de que volviera la oscuridad. Mary le lanzó una mirada llena de odio y resentimiento. Llevaba puesta una camiseta holgada y mugrienta de manga corta, que tenía impreso un mensaje desfachatado:

PAPÁ NOEL ESTÁ LLEGANDO A LA CIUDAD

David admitió para sus adentros que no entendía el significado, pero no era ése el momento de preguntárselo a su media hermana.

Por su silencio y su postura, la muchacha indicó bien a las claras que no era bienvenido. Pero David no estaba dispuesto a que se desembarazaran de él con tanta facilidad. Se sentó al lado de ella.

—Tuve buenos comentarios acerca del soporte lógico de seguimiento que estuviste desarrollando.

Mary lo miró con severidad.

—¿Quién te estuvo contando lo que hice? Mi madre, supongo.

—No, no tu madre.

—¿Entonces, quién? Bah, supongo que no importa. Piensas que soy paranoica, ¿no? Estoy demasiado a la defensiva; soy demasiado cáustica.

David contestó con tono calmo:

—Todavía no tomé una decisión al respecto.

Al oír eso sonrió con ganas.

—Por lo menos es una respuesta justa. De todos modos, ¿cómo supiste lo de mi soporte lógico?

—Eres usuaria de la cámara Gusano —fue la respuesta—, una de las condiciones para emplearla en la Fábrica de Gusanos es que cualquier innovación que se le hiciere al equipo es propiedad intelectual de Nuestro Mundo. Eso figura en el contrato que tuve que celebrar contigo en nombre de tu madre… y de ti.

—Un Hiram Patterson típico.

—¿Te refieres a hacer buenos negocios? Me parece una cosa razonable. Todos sabemos que esta tecnología todavía tiene un largo trecho por delante…

—Ni que lo digas. Toda la interfaz con el usuario es una basura, David.

—¿Y a quién se le puede ocurrir una idea mejor que a ellos mismos, para optimizar lo que la propia gente necesita?

—¿Así que tienen espías? ¿Gente que observa a los observadores del pasado?

—Tenemos un nivel de metasoporte lógico que controla las adaptaciones que cada usuario introduce para su uso personal, y que evalúa su funcionalidad y calidad. Si vemos una buena idea podemos tomarla y desarrollarla. Lo mejor de todo es, claro, encontrar algo que sea una idea brillante y bien desarrollada.

La muchacha mostró una llamita de interés, de orgullo inclusive.

—¿Cómo la mía?

—Tiene potencial. Eres una persona lista, Mary, con un futuro brillante delante de ti… pero… ¿cómo podría expresarlo? Sabes poco y nada respecto de desarrollar soportes lógicos de calidad.

—Funciona, ¿no?

—La mayor parte del tiempo. Pero dudo que alguien, a excepción tuya, podría introducir un perfeccionamiento sin reconstruir todo el asunto a partir de cero. —Suspiró—. Ya no estamos en la década de 1990, Mary, ahora, el desarrollo de soportes lógicos es un arte.

—Ya lo sé, ya lo sé. Nos machacan todo el tiempo con eso en la escuela… Tú crees que mi idea funciona, empero.

—¿Por qué no me lo demuestras?

Mary extendió las manos hacia la pantalla flexible: David pudo ver que iba a borrar los ajustes de lectura y disponer un ciclo nuevo de ejecución de la cámara Gusano.

Con gesto deliberado puso la mano sobre la de ella.

—No. Muéstrame lo que estabas mirando cuando me senté.

Mary lo miró con furia.

—Así que es eso, mi madre te envió, ¿no? Y no tienes el más mínimo interés en mi soporte lógico de seguimiento.

—Creo firmemente en la verdad, Mary.

—Pues entonces empieza a decirla.

David retiró la punta de los dedos.

—Tu madre está preocupada por ti. Fue idea mía venir a ti, no de ella. Sí pienso que tendrías que mostrarme lo que estás mirando. Sí, si sirve como pretexto para hablar contigo, pero también estoy interesado en tu soporte lógico por él mismo. ¿Hay algo más?

—Si me niego a seguir adelante con esto, ¿me echarás de la Fábrica de Gusanos?

—No haría eso.

—En comparación con el equipo que tienen acá, lo que yo tengo para ganar acceso a través de la red es una verdadera basura…

—Ya te lo dije, no estoy amenazando con echarte.

El instante de silencio se prolongó.

De modo sutil, la muchacha se fue dejando caer en su asiento: David supo que había ganado ese round.

Con unos pocos toques en el teclado, Mary restableció la escena.

Era un jardín pequeño, un patio en realidad, con franjas de césped calcinado al sol separadas por parches de grava; había unos canteros mal atendidos. La imagen era brillante; el cielo, azul; las sombras, largas. Había juguetes por todas partes, como salpicaduras de color; algunos iban en forma autónoma para atrás y para adelante, obedeciendo las tareas y las rutinas con las que cada uno estaba programado.

Aparecieron dos niños, un varón y una niña, que tendrían quizá seis y ocho años respectivamente. Los niños estaban riendo, pateando una pelota entre ellos y los perseguía un hombre, que también reía. El hombre agarró a la niña y la hizo girar por el aire, de modo tal que ella voló a través de las sombras y las luces…

Mary congeló la escena.

—Una frase gastada —dijo—. ¿De acuerdo? Un recuerdo de la niñez, una tarde de verano larga y perfecta.

—Ésos son tu padre y tu hermano… y tú misma.

La cara de Mary se contrajo formando una sonrisa amarga.

—La escena no llega a tener ocho años de antigüedad, pero dos de los protagonistas ya murieron. ¿Qué piensas de eso?

—Mary…

—Querías ver mi soporte lógico.

David asintió con la cabeza.

—Muéstramelo.

La muchacha tocó la pantalla: el punto de vista tomó una vista panorámica de un lado para otro y avanzaba y retrocedía en el tiempo, aunque nada más que segundos. A la niña se la alzaba y se la bajaba y se la volvía a alzar, el cabello despeinándose para un lado y para otro, como si se tratara de una película a la que se hubiera estado haciendo avanzar y retroceder.

—En este preciso momento estoy empleando la interfaz clásica con el puesto de trabajo. El punto de vista es como una pequeña cámara que flota en el aire. Puedo controlar su ubicación en el espacio y desplazarlo por el tiempo, mediante el ajuste de la posición de la boca del agujero de gusano; esto está bien para algunas aplicaciones, pero si lo que se desea es explorar períodos más extensos se avanza lento, como ya sabes.

Dejó que la escena siguiera pasando: el padre bajó a Mary niña. Mary enfocó el punto de vista en la cara del padre y, con suaves pulsaciones en la pantalla flexible, lo siguió en imágenes que se movían espasmódicamente, cuando el padre corría detrás de su hija por ese césped ya desaparecido.

—Puedo seguir al sujeto —dijo la muchacha con tono clínico—, pero eso es difícil y tedioso, así que estuve buscando una manera para automatizar el seguimiento. —Pulsó más botones virtuales—. Usé rutinas para reconocimiento de configuraciones visuales para mantenerme en posición sobre las caras. Así.

El punto de vista de la cámara Gusano descendió, como guiado por un camarógrafo invisible, y se concentró en la cara del padre. La cara permaneció ahí, en el centro de la imagen, como si moviera la cabeza hacia un lado y hacia otro, asintiendo, riendo, gritando; el fondo oscilaba alrededor de él de manera desconcertante.

—Todo automatizado —comentó David.

—Sí. Tengo subrutinas para vigilar mis preferencias y hacer que todo tenga un aspecto un poco más profesional…

Más toques del teclado y entonces el punto de vista retrocedió un poco. Los ángulos de toma de imagen eran más convencionales, estaban estabilizados y ya no se hallaban atados a esa cara. El padre seguía siendo el protagonista central, pero el contexto en que se hallaba se había vuelto más claro.

David hizo un gesto de aprobación con la cabeza.

—Esto es valioso, Mary. Esto, unido a un soporte lógico de interpretación, hasta nos podría permitir automatizar la recopilación de la biografía de figuras históricas, en un primer borrador al menos. Felicitaciones.

Mary suspiró.

—Gracias. Pero todavía crees que soy una chiflada porque estoy mirando a mi padre en vez de mirar a John Lennon, ¿no es así?

David se encogió de hombros y dijo, eligiendo las palabras:

—Todos los demás están mirando a John Lennon. La vida de él, para bien o para mal, pertenece al dominio público. Tu vida, esa tarde dorada, es exclusivamente tuya.

—Pero soy obsesa. Como esos locos a los que se encuentra mirando a sus propios padres haciendo el amor, mirando su propia concepción…

—No soy psicoanalista —dijo con delicadeza—. Tu vida fue dura, nadie niega eso. Perdiste a tu hermano, a tu padre. Pero…

—¿Pero qué?

—Pero estás rodeada de gente que no desea que seas desdichada. Tienes que creer en eso.

Ella dio un profundo suspiro.

—Sabes, cuando éramos pequeños —Tommy y yo—, mi madre tenía el hábito de usar a otros adultos en contra de nosotros: si me portaba mal, me señalaba algo del mundo de los adultos, un auto que hacía sonar el claxon a un kilómetro de distancia, incluso un avión de reacción que aullaba en lo alto, y decía: Ese hombre oyó lo que le dijiste a tu madre y te está demostrando lo que piensa al respecto. Era aterrorizante. Crecí con la impresión de que estaba sola en un inmenso bosque de adultos y que todos ellos vivían vigilándome, juzgándome todo el tiempo.

David sonrió.

—Vigilancia de tiempo completo. Entonces no te resultará difícil acostumbrarte a la vida con la cámara Gusano.

—¿Te refieres al daño que ya se me hizo? No estoy segura de que eso sea un consuelo. —Y después lo miró fijamente—. Así, pues, David… ¿Qué miras tú cuando tienes la cámara Gusano con exclusividad para ti?

David volvió a su departamento. Puso su propia estación de trabajo subordinada a la de Mary que estaba en la Fábrica de Gusanos y recorrió los registros que Nuestro Mundo efectuaba, de modo rutinario, de la utilización que de sus cámaras Gusanos hacía cada usuario.

Ya había hecho lo suficiente, pensó, como para no sentirse culpable de lo que iba a tener que hacer después para satisfacer su obligación hacia Heather… que era espiarla a Mary.

No le tomó mucho tiempo llegar al corazón del asunto: después de todo, Mary miraba el mismo incidente en forma incesante.

Había sido otra tarde brillante de sol y juego y familia, no mucho tiempo después de la otra tarde que había observado al lado de Mary. En ésta, su media hermana tenía ocho años y estaba con su padre y su familia haciendo una excursión a pie, con facilidad, a la velocidad de marcha de un niño de seis años, a través del parque nacional Rainier. Luz de sol, rocas, árboles.

Y entonces llegó a eso: al punto crucial en la vida de Mary. Duró nada más que segundos.

No es que hubieran corrido riesgos; tampoco se habían desviado del sendero marcado ni habían intentado algo ambicioso. Simplemente fue un accidente.

Tommy había estado montado en el cuello del padre, aferrándose de manojos de espeso cabello negro y sentado a horcajadas sobre los hombros del padre, cuyas anchas manos lo sostenían con firmeza. Mary los había pasado corriendo, ansiosa por perseguir lo que parecía ser la sombra de un ciervo. Tommy extendió la mano hacia ella, desequilibrándose un poco, y la mano del padre que lo agarraba con fuerza resbaló… nada más que un poco, pero fue suficiente.

El impacto en sí no fue espectacular: un suave crujido cuando ese cráneo grande chocó contra una roca volcánica aguda; el extraño desplome fláccido del cuerpo. Tan sólo un hecho desafortunado, inclusive en el modo en que golpeó el suelo de manera tan letal. Culpa de nadie.

Y eso fue todo. Terminó en lo que dura un latido del corazón. Desafortunado, común y corriente, fue culpa de nadie… con la salvedad, pensó David con un enojo no deseado, de que el Creador del Universo había optado por alojar algo tan precioso como el alma de un niño de seis años en un continente tan frágil.

La primera vez que Mary (y ahora David, como si fuera un inoportuno fantasma) observara el accidente había empleado un punto de vista notable de la cámara Gusano: mirar a través de los propios ojos de Mary niña. Era como si el punto de vista hubiera estado alojado precisamente en el centro del alma de la niña, ese sitio misterioso de su cabeza en el que residía ella, rodeada por la suave maquinaria del cuerpo.

Mary vio al niño cayendo. Reaccionó, extendió los brazos, dio un paso hacia él. El hermanito parecía caer con lentitud, como si se tratara de un sueño. Pero Mary estaba demasiado lejos como para alcanzarlo; nada, pudo hacer para alterar lo que iba a ocurrir.

… Y ahora, al hacer el seguimiento del usuario de Mary, David se vio forzado a observar el mismo incidente desde el punto de vista del padre: era como mirar hacia abajo desde un atalaya, con Mary niña, nada más que un borrón debajo de él; y el niño, una cosa de sombras oscuras que tenía alrededor de la cabeza. Pero los mismos eventos se desplegaron con espeluznante inevitabilidad: el desequilibrio, el resbalón, el niño cayendo, sus piernas estorbándolo, por lo que cayó inclinado hacia abajo y descendió de cabeza hacia el rocoso suelo.

Pero lo que Mary observaba una vez y otra de manera obsesiva no era la muerte en sí, sino los instantes previos: el pequeño Tommy cayendo, que estaba a nada más que un metro de Mary, pero eso era demasiado lejos, y a no menos que centímetros del desesperado intentó del padre por agarrarlo, una fracción de un tiempo de reacción de un segundo. Pudo haber sido un kilómetro, horas de demora: no habría significado la menor diferencia.

Y esto, sospechó David, fue la causa real por la que el padre se había suicidado, y no la publicidad que súbitamente los había rodeado a él y a su familia, aunque sí pudo haber servido de ayuda para concretar el suicidio. Si ese hombre fue en algo parecido a Mary, debió de haber comprendido de inmediato las consecuencias que la cámara Gusano iba a tener para él mismo, al igual que para millones de personas más, que ahora exploraban las facultades de la cámara y la oscuridad que tenían en su propio corazón.

¿Cómo ese padre acongojado podría no haber mirado esto? ¿Cómo podría no haber vuelto a vivir esos terribles momentos una vez y otra? ¿Cómo podía dar vuelta la cara y no mirar a ese niño atrapado dentro de la máquina, tan vivido como la vida misma y, sin embargo, imposibilitado para siempre de envejecer un solo segundo más o de hacer algo que fuese diferente, aunque más no fuera algo insignificante?

¿Y cómo habría podido ese padre soportar seguir viviendo en un mundo en que la terrible claridad del incidente estuviera a su disposición para que la pudiera volver a ver cuando quisiese, desde cualquier ángulo que deseara… y, aun así, sabiendo que nunca podría cambiar m un solo detalle?

Cuan indulgente había sido él —David mismo— como para sentarse y mirar episodios horrorosos de la historia de la Iglesia, incidentes que estaban a una distancia de siglos de su propia realidad. Después de todo, los crímenes de Colón a nadie herían hoy… salvo al hombre mismo, fue el tétrico pensamiento de David. ¡Cuánto más grande había sido el coraje de Mary, una niña aislada, imperfecta, cuando, sola, había enfrentado el instante que iba a moldear su vida, para bien o para mal!

Pues esto, entendió entonces David, es el quid de la experiencia con la cámara Gusano: no un tímido espiar para excitarse sexualmente, no la visión de algún período remotamente imposible de la historia, sino la oportunidad de rever los candentes sucesos que constituyen la propia vida.

Pero mis ojos no evolucionaron para ver tales imágenes. Mi corazón no evolucionó para tener que enfrentarse a esas revelaciones repetidas. En otras épocas, al tiempo se lo denominaba gran sanador, ahora, al sanador bálsamo de la distancia se lo hizo pedazos.

Se nos concedió la mirada de Dios, pensó David, ojos que pueden ver lo pasado inmutable, ensangrentado, como si fuera hoy. Pero no somos Dios y la quemante luz de esa historia nos puede destruir.

La ira se conglutinó. Inmutabilidad. ¿Por qué debería aceptar tal falta de equidad? Quizás había algo que él pudiera hacer al respecto.

Pero primero tendría que resolver qué decirle a Heather.

La siguiente vez que lo llamó, después de transcurridas unas semanas, Bobby quedó conmocionado por el deterioro de David.

David llevaba una camisola suelta, y daba la impresión de que no se hubiera cambiado durante días. Tenía el cabello sucio y desaliñado y tan sólo se había afeitado de manera descuidada. El departamento estaba todavía más desordenado, los muebles cubiertos desordenadamente por pantallas flexibles, libros y revistas abiertos, blocks de papel amarillo, lapiceras abandonadas. Sobre el piso, apilados alrededor de un cesto del que desbordaban los desperdicios, había platos sucios de papel, cajas de pizza y envases de cartón para microondas que contuvieron comida chatarra.

Pero David parecía estar a la defensiva, quizás hasta culposo.

—No es lo que estás pensando: adicción a la cámara Gusano, ¿no? Puedo ser un obseso, Bobby, pero creo que me pude emancipar de eso.

—¿Entonces, qué?

—Estuve trabajando.

En una de las paredes había colgado un pizarrón blanco; estaba cubierto con garabatos, ecuaciones y fragmentos de frases en inglés y francés escritos en escarlata y conectados por flechas y semicírculos que formaban circuitos cerrados.

Bobby dijo con cuidado:

—Heather me dijo que abandonaste el proyecto de los Doce Mil Días, la verdadera biografía de Cristo.

—Sí, lo abandoné. Estoy seguro de que entenderás el porqué.

—Entonces, ¿qué estuviste haciendo aquí, David?

David suspiró.

—Traté de modificar el pasado, Bobby. Traté… y fracasé.

—¡Huy! —Exclamó Bobby—. ¿Entendí bien lo que dijiste? ¿Trataste de usar un agujero de gusano para afectar el pasado? ¿Es eso lo que me estás diciendo? Pero tu teoría dice que es imposible, ¿no?

—Sí. Lo intenté de todos modos. Ejecuté algunos ensayos en la Fábrica de Gusanos. Traté de enviarme a mí mismo una señal de vuelta en el tiempo, a través de un agujero de gusano pequeño. Tan sólo a través de unos pocos milisegundos, pero lo suficiente como para demostrar el principio.

—¿Y?

David sonrió con gesto irónico.

—Las señales pueden desplazarse hacia adelante en el tiempo a través de un agujero de gusano. Así es como vemos el pasado. Pero cuando hice un intento de enviar una señal de vuelta en el tiempo, hubo realimentación. Imagina un fotón que sale de la boca de mi agujero de gusano unos segundos en el pasado: puede volar hacia la boca del futuro, viajar hacia atrás en el tiempo y surgir de la boca del pasado en el preciso instante en que empezara su viaje. Vuelve a pasar sobre el fotón que él mismo era antes…

—… y duplica su energía.

—En realidad, hace más que eso, debido a efectos Doppler. Es un bucle de realimentación positiva. Ese pedacito de radiación puede viajar a través del agujero de gusano una vez y otra, acumulando energía que extrae del agujero mismo de gusano. Con el tiempo se vuelve tan fuerte que destruye el agujero de gusano… una fracción de segundo antes de operar una máquina completa del tiempo.

—Y así tu agujero de gusano de prueba hizo pum.

David contestó secamente:

—Con más vigor que el que yo había previsto. Parece que el viejo Hawking tuvo razón respecto de la protección de la cronología: las leyes de la física no permiten las máquinas del tiempo que operan hacia atrás. El pasado es un universo relativista en bloque, el futuro es incertidumbre cuántica y los dos se unen en el presente, lo que, supongo, es una interfaz de gravedad cuántica… Lo siento. Los detalles técnicos no importan. El pasado, ves, es como un manto de hielo que avanza y va invadiendo el futuro fluido; cada suceso queda congelado en su sitio dentro de la estructura cristalina, queda fijado para siempre.

»Lo que importa es lo que yo sé, mejor que cualquier otro ser humano del planeta: que el pasado es inmutable, inalterable, que está abierto a nuestra observación a través de los agujeros de gusano, pero que es fijo. ¿Entiendes cómo me hace sentir esto?

Bobby caminó por el departamento, pisando sobre las montañas de papeles y libros.

—Es claro que estás sufriendo. Utilizas una abstrusa física como terapia. ¿Y qué hay sobre tu familia? ¿Alguna vez nos dedicas un pensamiento?

David cerró los ojos.

—Dime. Por favor.

Bobby tomó aire.

—Bien, Hiram se fue a un escondite aún más recóndito pero planea ganar una mayor cantidad de dinero todavía, a partir de los pronósticos meteorológicos, predicciones enormemente mejoradas sobre datos precisos de siglos de antigüedad, gracias a la cámara Gusano. Piensa que hasta puede ser posible desarrollar sistemas para el control del clima, dada la nueva comprensión que tenemos de los cambios climáticos a largo plazo.

—Hiram es —David buscó la palabra adecuada—… un fenómeno. ¿Es que no hay límites para su imaginación capitalista? ¿Y las noticias sobre Kate?

—El jurado está en receso.

—Creí que las pruebas eran circunstanciales.

—Lo son. Pero verla realmente en su terminal en el momento en que el delito se cometió, ver que tuvo la oportunidad… Creo que eso influyó sobre muchos de los miembros del jurado.

—¿Qué harás si la declaran culpable?

—No lo he decidido.

Lo que era cierto. El final del juicio fue un agujero negro esperando consumir el futuro de Bobby, de manera tan inevitable y tan inoportuna como la muerte. Así que él puso lo mejor de sí mismo para no pensar en ello.

—Vi a Heather —dijo, cambiando de tema—. Está bien, a pesar de todo. Publicó su biografía verdadera de Lincoln.

—Un buen trabajo. Y sus escritos sobre la guerra en el mar de Aral fueron notables. David miró atentamente a Bobby. —Tienes que estar orgulloso de ella… de tu madre.

Bobby meditó sobre eso.

—Supongo que debiera estarlo. Pero no estoy seguro de cómo se supone que me tengo que sentir respecto de ella. Ya sabes, la miré cuando estaba con Mary; a pesar de toda la fricción, hay un vínculo entre ellas. Es como una cuerda de acero que las conecta. Yo no siento cosa alguna como ésa. Probablemente es mi culpa…

—Dijiste que las miraste, ¿tiempo pasado?

Bobby lo miró de frente.

—Imagino que no me oíste: Mary abandonó el hogar.

—… Ah. Qué lástima.

—Sostuvieron una pelea final sobre la manera en que Mary estaba usando la cámara Gusano. Heather esta preocupada, al borde de la desesperación.

—¿Por qué no localiza a Mary?

—Lo intentó.

David resopló de furia.

—¡Eso es ridículo! ¿¡Cómo puede alguno de nosotros esconderse de la cámara Gusano!?

—Evidentemente, hay maneras de hacerlo… Mira, David, ¿no es hora de que te vuelvas a incorporar a la especie humana?

David entrelazó los dedos de una mano con los de la otra; era un hombre corpulento profundamente angustiado.

—Pero es tan insoportable —dijo—. Seguramente es por eso que Mary escapó. Traté, recuerda, traté de encontrar el modo de arreglar las cosas… de arreglar el pasado. Y descubrí que ninguno de nosotros tiene oportunidad alguna con la historia. Ni siquiera Dios. ¡Tengo pruebas experimentales! ¿No te das cuenta? Mirar toda esa sangre, esa rapiña y ese saqueo y esos asesinatos… Si tan sólo pudiera desviar la espada de uno solo de los cruzados, salvar la vida de un solo niño arahuaco…

—Y por eso te estás escapando hacia el terreno de la árida física.

—¿Qué sugieres que haga?

—No puedes arreglar el pasado… pero te puedes arreglar a ti. Incorpórate al trabajo sobre los Doce Mil Días.

—Ya te dije…

—Te ayudaré. Estaré ahí. Hazlo, David: ve y encuentra a Jesús. —Bobby sonrió—. Te desafío a hacerlo.

Después de un prolongado silencio, David le devolvió la sonrisa.