Heather estaba sentada ante la pantalla flexible de su casa. Ingresó parámetros nuevos de búsqueda. PAÍS: Uzbekistán. CIUDAD: Nukus…
No la sorprendió ver que delante de ella aparecía un atrayente bloqueo en turquesa: Nukus era, después de todo, zona de guerra.
Pero eso no iba a detener a Heather durante mucho tiempo. Ya antes, en sus tiempos, había encontrado razones para descubrir maneras de vulnerar los soportes lógicos de censura. Y ganar acceso a una cámara Gusano propia era una motivación poderosa.
Sonriente, se puso a trabajar.
Cuando las primeras corporaciones, debido a la intensa presión pública, empezaron a brindar el acceso a cámaras Gusano a ciudadanos privados a través de la Internet, Heather Mays fue rápida para suscribirse.
Hasta podía trabajar desde su casa. A partir de un menú directo y simple seleccionaba un sitio para ver. Este sitio podía hallarse en cualquier parte del mundo y se lo especificaba mediante coordenadas geográficas o la dirección postal, con la mayor precisión con que Heather podía circunscribir. El soporte lógico de intervención convertía la solicitud en coordenadas de latitud y longitud y le ofrecía a Heather opciones adicionales. La idea era circunscribir su selección hasta llegar a especificar un volumen del tamaño de una habitación, en alguna parte sobre, o cerca de, la superficie de la Tierra, donde se habría de establecer la boca de un agujero de gusano.
También permitía definir rasgos aleatorios, si es que no se tenía preferencias: por ejemplo, si Heather quería ver algún atolón coralino lejano en foto o postal, pero no le importaba cuál. Hasta se podía, con un costo adicional, seleccionar vistas intermedias con lo que, por ejemplo, se podía ver una calle y seleccionar una casa que visitar.
Una vez hecha la selección, se abría un agujero de gusano entre la localización central del servidor del proveedor y el sitio que el usuario hubiese elegido. Imágenes provenientes de la cámara Gusano se enviarían entonces, en forma directa, a la terminal de la casa de Heather, en este caso. Hasta se podía guiar el punto de vista, dentro de un volumen limitado.
La interfaz comercial de la cámara Gusano hacía que se la sintiera como juguete, cada una de las imágenes venía marcada de manera indeleble con los entrometidos logos y avisos de Nuestro Mundo. Pero Heather sabía que intrínsecamente la cámara Gusano era mucho más poderosa que lo que parecía, en esta primera aparición pública.
Cuando dominó el sistema por primera vez se sintió excesivamente complacida y llamó a Mary para que viniera a ver.
—Mira —le dijo señalando la imagen de la cámara. Era la de una casa no identificada bajo la luz natural de un atardecer estival; el marco de la imagen estaba cubierto por completo con molestos logotipos de avisos—. Ésta es la casa en que nací; está en Boise, Idaho. En esa misma habitación, de hecho.
Mary se encogió de hombros.
—¿Vas a llevarme de excursión?
—Por supuesto. A decir verdad, lo conseguí para ti, en parte. Los deberes que te dieron como tarea en el colegio…
—Sí, sí.
—Escucha, esto no es un juguete. —Bruscamente, la pantalla se llenó con un bloqueo en color apaciguador.
Mary frunció el entrecejo.
—¿Qué pasa?… Ah, ya entiendo, viene con un filtro nodriza. De esa manera únicamente vemos lo que ellos nos permiten ver.
La idea era que a las cámaras Gusano no se las podía usar para fisgonear, para espiar a la gente en su casa o en otros lugares privados, ni para violar lo que había de confidencial en las grandes empresas, ni para ver edificios del Estado, instalaciones militares, estaciones de policía y otros lugares sensibles. Se suponía que el soporte lógico nodriza también vigilaba los patrones de utilización y, en el caso de conducta morbosa o excesiva, interrumpía el servicio y brindaba asesoramiento, ya fuere por parte de sistemas expertos o de un agente humano.
Y, por ahora, sólo se había puesto a disposición del público las facultades de visión a distancia de la cámara Gusano. A la visión retrospectiva, la mayoría de los expertos la consideraba más que peligrosa como para que se la pusiera en manos de la gente común. En verdad, según se argumentaba, ya era peligroso que se diera a conocer la existencia de la facultad de retrospección.
Pero, claro está, todo este cuidado primoroso únicamente habría de ser tan efectivo como el ingenio de los diseñadores humanos que estaban detrás de la cámara. Y alimentados por rumores en Internet, y por filtraciones y especulaciones en la industria, se extendía cada vez más fuerte el clamor para que al público se le diera un mayor acceso a toda la potencia de la cámara Gusano: a los observadores retrospectivos mismos.
Heather presentía que esta nueva tecnología iba a ser, por su misma naturaleza, difícil de contener…
Pero eso no era algo que estuviera por compartir con su hija de quince años de edad.
Heather puso claro el agujero de gusano y se preparó para iniciar una nueva búsqueda.
—Necesito trabajar. Ve. Puedes jugar más tarde. Una hora solamente.
Con una mirada de desprecio, Mary salió y Heather volvió su atención a Uzbekistán.
Anna Petersen, Armada de Estados Unidos, heroína de una telenovela documental por cámara Gusano de veintisiete por siete, se había destacado al participar en la intervención de las Naciones Unidas, dirigida por Norteamérica, en la guerra por el agua que rugía en la zona del mar de Aral. Una guerra de precisión es la que estaban librando los aliados contra el principal agresor, Uzbekistán, una agresión que había amenazado los intereses del Occidente en los depósitos de aceite y azufre y en diversos sitios de producción de minerales, comprendida una fuente fundamental de cobre. Brillante y técnica, Anna había trabajado mayormente en el comando y en operaciones de control y comunicaciones.
La tecnología de la cámara Gusano estaba cambiando la naturaleza de la actividad bélica, del mismo modo que lo había hecho con muchas cosas más. Estas cámaras ya habían reemplazado en gran medida la compleja tecnología de vigilancia —satélites, aviones de comprobación y centrales en tierra firme— que había regido los campos de batalla durante décadas. Si hubiese habido ojos con la capacidad de verlo, cada uno de los blancos principales de Uzbekistán habría destellado con bocas evanescentes de agujero de gusano. Bombas con guía de precisión, misiles crucero y otras armas, muchas de las cuales no eran más grandes que pájaros, habían llovido sobre los centros de defensa aérea sobre las instalaciones militares de comando y control, sobre casamatas que ocultaban tropas, y sobre tanques, plantas hidroeléctricas y cañerías de gas natural; y sobre todo blanco posible en ciudades tales como Samarkanda, Andiyán, Namangán y la capital, Tashkent.
La precisión no reconocía precedentes y, por primera vez en operaciones así, podían verificarse buenos resultados.
Por supuesto, por ahora las tropas aliadas tenían el dominio en el despliegue de cámaras Gusano. Pero las guerras futuras se iban a tener que librar sobre la base de la presunción de que ambos bandos tenían información perfecta y al día sobre la estrategia, los recursos y el despliegue del otro. Heather suponía que era demasiado esperar que semejante cambio en la naturaleza de la guerra pudiese llevar a su final definitivo, pero, por lo menos, le iba dando a los combatientes una pausa para la meditación, y eso podría conducir a evitar mayores pérdidas.
De todos modos, esta guerra, la guerra de Anna, la fría batalla de la información y la tecnología, era la guerra de la que el público estadounidense había sido testigo, en parte gracias al punto de vista de la cámara Gusano que Heather misma había operado, volando junto al bien torneado hombro de Petersen mientras su dueña se desplazaba desde un libreto clínico, sin derramamiento de sangre, a otro.
Pero se habían oído rumores, la mayoría de los cuales circulaba en los rincones de la Internet que aún permanecían exentos de control, de que otra guerra, más primitiva, estaba teniendo lugar en el terreno, cuando las tropas iban a afianzar lo ganado mediante los ataques aéreos.
Entonces, un canal inglés de noticias dio a conocer un informe sobre un campamento de prisioneros que estaba en el campo de batalla, en el que a cautivos de las Naciones Unidas, entre ellos estadounidenses, los uzbecos mantenían en detención. También había rumores de que a las prisioneras, incluidas las de las tropas aliadas, las habían raptado de los campamentos para violarlas, o se las introducía en burdeles por la fuerza, en lo más profundo de la campiña.
Estaba claro que revelar todo beneficiaba a los fines de los Estados que estaban detrás de la alianza antiuzbeca. Los magos de la pluma que escribían los relatos para el gobierno de Juárez estaban de acuerdo en poner de relieve la perturbadora idea de que la muy saludable Anna de Iowa estuviera en manos de atezados abusadores uzbecos.
Para Heather todo esto era la prueba de que se estaba librando un conflicto sucio, que distaba mucho del videojuego limpio y sin consecuencias con el que Anna Petersen estaba en connivencia. Los pelos de la nuca de Heather se habían erizado ante la idea de que ella podría estar desempeñando un papel en una inmensa máquina de propaganda. Pero cuando solicitó permiso de su empleador, Noticias En Línea de la Tierra, para descubrir la verdad de esa guerra, se lo rehusaron. Su acceso a las instalaciones de la empresa de la Fábrica de Gusanos sería revocado si ella intentaba investigar.
Mientras estaba en el centro de la atención pública, en su carácter de ex esposa de Hiram, tuvo que mantener la cabeza gacha.
Pero en aquel entonces la feroz atención del foco público se alejó de los Mayse… y ella pudo permitirse obtener su propio acceso a la cámara Gusano. Renunció a NET; consiguió un nuevo trabajo que le permitía pagar las facturas, trabajando en una biografía de Abraham Lincoln por cámara Gusano y puso manos a la obra.
Le tomó un par de días encontrar lo que estaba buscando.
Siguió a prisioneros uzbecos a los que estaban subiendo a un camión abierto de las Naciones Unidas e iban a trasladar bajo la lluvia. Pasaron a través de la ciudad de Nakus, controlada por tropas aliadas, y siguieron hacia la campiña que estaba más allá.
Ahí, según descubrió Heather, las tropas aliadas habían establecido un campamento propio de prisioneros.
Era un complejo para la extracción de hierro, que estaba abandonado. A los prisioneros se los mantenía encerrados en jaulas de un metro de altura, de metal, y apiladas sobre un cargador de mineral. Los prisioneros estaban imposibilitados de estirar piernas o espalda. Se los mantenía sin condiciones de higiene, ni alimento adecuado, ni ejercicio ni acceso a la Cruz Roja o su equivalente musulmán, la Merjamet. A través del enrejado goteaba la mugre de las jaulas de arriba a las que estaban abajo.
Heather estimó que ahí debía de haber no menos de mil hombres. Sólo se les daba una taza de sopa aguachenta por día. La hepatitis era epidémica y se estaban difundiendo otras enfermedades.
Día por medio se elegían prisioneros, aparentemente al azar, y se los sacaba para golpearlos. Tres o cuatro soldados rodeaban a cada prisionero y le pegaban con barras de hierro, con bastones de madera para reprimir manifestaciones, o con bastones cortos de policía. Luego de un tiempo, la paliza cesaba. Si el prisionero podía caminar se lo volvía a arrojar al ruedo para someterlo a más de ese tratamiento, y los golpes continuaban. Después, los otros prisioneros los llevaban de vuelta a la correspondiente jaula.
Ésta era una pauta general de conducta. Existían tratamientos especiales, que los guardianes les infligían a los prisioneros casi con espíritu de experimentación, por ejemplo, no se les permitía defecar; o se los forzaba a comer arena; o bien a tragar sus propias heces.
Seis personas habían muerto en el lapso que Heather vigiló el campamento. Las muertes se produjeron como consecuencia de los castigados, de la exposición a las condiciones climáticas o por enfermedad. En ocasiones, se le disparaba a un prisionero si intentaba huir o devolver los golpes. Cuando se liberaba a un detenido era para que llevara a sus camaradas la noticia de la firmeza con que actuaban estas tropas de casco azul.
Heather observó que los guardias tenían sumo cuidado de utilizar nada más que armas capturadas al enemigo, como si hubieran estado decididos a no dejar rastros inequívocos de sus actividades. Era evidente, pensaba Heather, que la potencia de la cámara Gusano todavía no había hecho impacto en la imaginación de estos soldados, aún no se habían acostumbrado a la idea de que se los podía observar en cualquier lugar, en cualquier momento, incluso en forma retrospectiva desde el futuro.
Habría resultado casi imposible mirar esos sanguinarios hechos, invisibles para el público en general, tan sólo unos meses atrás.
Esto sería dinamita a punto de estallar en el culo de la presidenta Juárez que, en opinión de Heather, ya había dado pruebas suficientes de ser la peor y más ruin gobernante que hubiera contaminado jamás la Casa Blanca desde que empezara el siglo, lo cual era decir demasiado, por no mencionar que, en su carácter de primera mujer Presidente, era el principal motivo de vergüenza para la mitad de la población.
Y quizá —Heather se permitió tener la esperanza— la conciencia de las masas se agitaría una vez más cuando la gente viera cómo era la guerra en realidad, en toda su sanguinaria belleza, tal como había podido apreciar brevemente cuando Vietnam se convirtió en la primera guerra transmitida por televisión, y antes de que quienes la comandaban hubieran vuelto a imponer el control sobre la cobertura que hacían los medios de prensa.
Hasta albergaba la esperanza de que el acercamiento del Ajenjo hiciera cambiar el modo en que la gente pensaba de su prójimo. Si todo iba a terminar dentro de nada más que unas pocas generaciones, ¿qué importaban los antiguos enconos? ¿Y era el propósito del tiempo que quedaba, de los días que le quedaban a la existencia humana, infligirse dolor y sufrimiento los unos a los otros?
Seguiría habiendo guerras justas, de eso no había dudas, pero ya no iba a ser posible despojar al adversario de su carácter de ser humano ni hacerlo aparecer como si fuera el Diablo en persona… no cuando cualquier persona podía pulsar una pantalla flexible y ver por sí misma a los ciudadanos de cualquiera nación a la que se considerase enemiga. Y no habría más mentiras de los que fomentaban las guerras, respecto de la capacidad, la intención y la resolución del adversario. Si la cultura del secreto finalmente se quebraba, ningún Estado se saldría con la suya con actos como éste, nunca más.
O, quizás, ella no era otra cosa que una idealista.
Insistió, decidida, motivada; no importaba qué intensamente objetiva trataba de ser, a esas escenas las hallaba insoportablemente desgarradoras: ver a esos hombres desnudos, lastimados, retorciéndose de agonía a los pies de soldados que llevaban casco azul y tenían la cara limpia, dura, de ciudadanos de Estados Unidos de Norteamérica.
Se tomó un respiro. Durmió un poco, se bañó, después se preparó algo para comer (el desayuno, a las tres de la tarde).
Sabía que no era el único ciudadano que le estaba dando esta clase de uso a los nuevos dispositivos.
Por todo el país, según había oído decir, se estaban formando escuadrones de la verdad que usaban cámaras Gusano y la Internet. Algunos de los escuadrones no eran más que proyectos de observación en los vecindarios. Pero una de las organizaciones, llamada Vigilancia de la Policía, estaba difundiendo instrucciones respecto de cómo seguir minuciosamente a los policías en su tarea, con el objeto de constituirse en testigos imparciales de cada actividad de esos funcionarios. Por lo que se decía, esta nueva situación —la de estar sujetos a que se conociera con precisión lo que hacían— ya estaba teniendo un señalado efecto sobre la calidad de la actividad de los policías: los agentes perversos y corruptos que, por fortuna, eran escasos de todos modos, quedaban al descubierto casi de inmediato.
Los grupos de consumidores habían ganado poder de manera repentina, y todos los días se descubrían negocios fraudulentos, además de exponerse a sus artífices. En la mayoría de los estados de la Unión se daban a conocer análisis detallados de la información sobre financiamiento de campañas políticas, en algunos casos por primera vez. Se hacía gran hincapié sobre las actividades más tenebrosas del Pentágono y sobre su oscuro presupuesto. Y así todo el tiempo.
Heather se regodeaba con la idea de que ciudadanos comunes y corrientes, pero responsables, armados con cámaras Gusano y suspicacia, se apiñaran alrededor de los corruptos y delincuentes, como glóbulos blancos alrededor de una bacteria. En la mente de ella había una simple cadena de causalidad que subyacía a las libertades fundamentales: el aumento de la apertura aseguraba que hubiera responsabilidad ante la sociedad lo que, a su vez, mantenía la independencia. Y ahora un milagro tecnológico… o un accidente… parecía estar entregando en manos de los ciudadanos comunes la herramienta más poderosa, imaginable para la difusión abierta.
Jefferson y Franklin probablemente la habrían adorado, aun si eso hubiera significado el sacrificio de su propia vida privada…
Había ruido en su estudio, risitas entrecortadas apagadas.
Descalza, Heather avanzó con sigilo hasta la puerta semiabierta, Mary y una amiga estaban sentadas ante el escritorio de Heather:
—Mira a ese cretino —estaba diciendo Mary—, su mano sigue resbalándose de la punta.
Heather reconoció a la amiga: Sasha, estaba un curso por encima de Mary en la escuela secundaria; era conocida entre la mafia de los padres locales como una mala influencia. El aire estaba denso con el humo proveniente de un porro… probablemente uno de la propia reserva de Heather.
La imagen que daba la cámara Gusano era la de un adolescente. También a él lo tenía Heather como uno de los muchachos de la escuela… ¿Jack? ¿Jacques? Estaba en su dormitorio. Tenía los pantalones bajados hasta alrededor de las pantorrillas y, delante de una pantalla flexible, con más entusiasmo que aptitud se estaba masturbando.
Heather dijo con tono calmo:
—Felicitaciones. Así que lograste abrirte paso a través del bloqueo nodriza.
Tanto Mary como Sasha dieron un salto, asustadas. Sasha agitó inútilmente la mano en el aire, para esparcir la nube de humo de marihuana.
Mary volvió a la pantalla.
—¿Por qué no? Tú lo hiciste.
—Yo lo hice por una razón válida.
—Así que está bien para ti, pero no para mí. Eres tan hipócrita, mamá.
Sasha se puso de pie.
—Yo me largo.
—Sí, es lo mejor que puedes hacer —le dijo Heather con tono cortante a la espalda de la muchacha en retirada—. ¿Mary, ésta eres tú? ¿Espiando a tus vecinos como una vil voyeur?
—¿Qué otra cosa hay para hacer? Admítelo, mamá: tú misma también te estás poniendo un poco húmeda…
—¡Lárgate de acá!
La carcajada de Mary se convirtió en una afectada risa despectiva, y salió de la habitación.
Heather, temblando, se sentó ante la pantalla y estudió al muchacho. La pantalla flexible en la que tenía fijada la vista mostraba otra toma de la cámara Gusano. Había una muchacha en la imagen, desnuda, que también se estaba masturbando, pero sonreía y en los labios modulaba palabras para el muchacho.
Heather se preguntó cuántos mirones más tenía esta pareja. Quizás estos dos no habían pensado en eso: a una cámara Gusano no se la podía intervenir, pero resultaba difícil recordar que la cámara Gusano significaba acceso global para toda la gente, cualquier persona podía mirar a esa parejita jugar.
Estaba lista para apostar a que en esos primeros meses, el noventa y nueve por ciento del uso que se habría de dar a las cámaras Gusano sería para esta clase de crudo voyeurismo. Quizás era como el súbito acceso libre a la pornografía desde el hogar, sin tener que entrar a una tienda sórdida, que Internet había hecho posible. De alguna forma, todo el mundo alguna vez quiso ser un voyeur; ése era el argumento que se esgrimía, y ahora podían serlo sin el peligro de que se los descubriera.
Por lo menos, ésa era la impresión que se tenía: la verdad era que cualquier persona podría estar mirando a los voyeur también, y a su vez alguien pudo haber estado observando a Mary y Sasha, dos bonitas adolescentes que gratamente se estaban excitando sexualmente. Y quizás hasta había una comunidad que podría obtener alguna clase de placer observándola a ella, a Heather, una mujer madura que contemplaba en forma analítica todo este tonto material.
Quizá, decían algunos de los comentaristas, fue la oportunidad del fisgoneo sexual lo que estaba impulsando las primeras ventas de este acceso a la cámara Gusano desde la casa, y que incluso estaba impulsando su desarrollo tecnológico, del mismo modo en que los abastecedores de material pornográfico habían impulsado el desarrollo inicial de las instalaciones de la Internet. A Heather le habría agradado creer que sus congéneres eran un poco más profundos que eso. Pero, quizás, una vez más ella no era otra cosa más que una idealista.
Y, después de todo, no todo el fisgoneo era para producir una excitación agradable. Todos los días se leía titulares sobre gente que, por un motivo o por otro, había espiado a quienes tenía cerca, descubriendo secretos y traiciones y asquerosidades que se infiltraban de manera furtiva: eso había originado una oleada de divorcios, violencia doméstica, suicidios, guerras intestinas entre amigos, cónyuges, hermanos, hijos y sus padres; un montón de basura para resolver en un montón de relaciones personales, suponía Heather, antes de que toda la gente creciera un poco y se habituara a la idea de una apertura como la de quien vive en una casa con paredes de cristal.
Observó que en la pared de su dormitorio el muchacho tenía una imagen espectacular de los anillos de Saturno, obtenida por la sonda espacial Cassini. Naturalmente, en esos momentos no le prestaba la más mínima atención: estaba mucho más interesado en su pene. Heather recordó cómo su propia madre, por Dios, hacía casi cincuenta años, le contaba sobre la clase de futuro en el que ella había crecido, en años más optimistas y con ideas de expansión. En el año 2025, solía decir su madre, espacionaves impulsadas por energía atómica harían vuelos regulares entre los planetas colonizados, transportando agua y minerales preciosos extraídos de los asteroides. Quizá la primera sonda interestelar ya se habría lanzado. Y así todo el tiempo.
A lo mejor, a los adolescentes de ese mundo les pudo haber desviado su atención de las mutuas partes corporales. ¡Por lo menos, parte del tiempo!, el espectáculo de los exploradores que se hallaban en el Valle del Mariner, en Marte, o en la gran cuenca del Calor, en Mercurio o en los cambiantes campos de hielo en la luna Europa, de Júpiter.
Pero, pensó, en nuestro mundo todavía estamos atascados aquí, en la Tierra, e incluso lo futuro parece terminar en una negra muralla de roca contra la que nos estrellamos a toda velocidad, y pareciera que todo lo que nos interesa hacer es espiarnos los unos a los otros.
Cortó el enlace con el agujero de gusano y agregó nuevos protocolos de seguridad a su terminal: eso no impediría para siempre el acceso de Mary, pero sí haría que se moviera con un poco más de lentitud.
Una vez hecho eso, exhausta y deprimida, volvió al trabajo.