13
PAREDES DE VIDRIO

Kate estaba bajo custodia, aguardando su juicio. Llevar el caso a los tribunales estaba tomando bastante tiempo, ya que era uno bastante complejo. Los abogados de Hiram habían sostenido, en comunicación reservada a través del FBI, que el juicio se debía demorar sea como fuere, mientras se estabilizaban las nuevas facultades de ver lo pasado con que ahora contaba la tecnología de las cámaras Gusano.

De hecho, tanta había sido la vasta publicidad que rodeó al caso de Kate, que se consideraba que el fallo iba a sentar jurisprudencia. Aun antes de que hubiera un conocimiento amplio de sus posibilidades de visión retrospectiva, de la cámara Gusano se esperaba que ejerciera influencia inmediata sobre casi todos los casos penales que fueran objeto de controversia. A muchos de los juicios más importantes se los había demorado o pasado a cuarto intermedio en espera de nuevas pruebas y, en general, únicamente los casos leves o los no controvertidos se los estaba procesando a través de los tribunales.

Durante mucho tiempo, cualquiera que fuese el resultado del caso, Kate no iría a ninguna parte.

En tanto, Bobby decidió encontrar a su madre.

Heather Mays vivía en un sitio llamado Thomas City, próximo al límite entre los estados de Utah y Arizona. Bobby voló hasta Cedar City y desde ahí se desplazó en auto. En Thomas detuvo el coche unas cuadras antes de la casa de Heather y fue caminando.

Un patrullero estaba haciendo su recorrida en silencio y un policía rollizo fijó la mirada en Bobby. La cara del hombre era una luna ancha y hostil que estaba toda picada con los hoyos de múltiples carcinomas de células básales. Pero su mirada llena de ferocidad se ablandó cuando reconoció de quién se trataba. Bobby le pudo leer los labios: Buen día, señor Patterson.

Cuando el patrullero siguió su recorrido, Bobby sintió un escalofrío de timidez. La cámara Gusano había convertido a Hiram en la persona más famosa del planeta y, ante el omnividente ojo público, Bobby siempre aparecía al lado de él.

De hecho sabía que mientras se acercaba a la casa de su madre, centenares de puntos de vista de cámaras Gusano debían de estar revoloteando junto a su hombro en ese mismo instante, observando con fijeza su cara en este difícil momento, como vampiros invisibles de las emociones.

Trató de no pensar en ello: era ésa la única defensa posible contra la cámara Gusano. Pasó caminando a través del corazón del pueblo.

Nieve de abril que caía fuera de estación descendía sobre los techos y jardines de casas de listones de madera barata, que se podrían haber conservado durante cien años. Pasó ante un pequeño estanque en el que había niños patinando, girando sin cesar y describiendo círculos apretados, riendo a carcajadas. Aun bajo el pálido sol invernal, los niños llevaban anteojos para sol y manchas de pomada con pantalla solar plateada y reflectora.

Thomas era un sitio anónimo, pacífico y arraigado, uno más en centenares iguales a él, según suponía Bobby, aquí, en el enorme corazón vacío de Estados Unidos. Era un sitio al que tres meses atrás habría considerado aburrido a muerte; si es que alguna vez se hubiera encontrado acá, es probable que se habría ido más que rápido hacia Las Vegas no bien se le hubiese dado la oportunidad. Y, sin embargo, ahora se encontraba preguntándose qué tal habría sido crecer en este lugar.

Mientras miraba el patrullero alejarse con lentitud por la calle, advirtió que inmediatamente después que el vehículo se alejara se producía una extraña actividad súbita de quebrantamientos triviales de la ley: un hombre, que había salido de una tienda donde se vendían hamburguesas de sushi, hizo un bollo con el papel en que venía envuelta su comida y lo dejó caer en el piso, directamente debajo de la nariz de los policías. En una intersección, una anciana imprudentemente cruzó una de las calles por el medio, no por la esquina, al tiempo que, a través del parabrisas del patrullero, lanzaba una mirada desafiante llena de cólera a los policías. Y así todo el tiempo. Los policías miraban con gesto tolerante y, no bien el patrullero había pasado, la gente, ya satisfecha con haber restregado su desprecio por la nariz de las autoridades, retomaba su vida aparentemente respetuosa de la ley.

Éste era un fenómeno muy difundido. Se había producido una rebelión de vasto alcance, si bien sorda, contra el nuevo régimen de invisibles vigiladores que usaban la cámara Gusano. La idea de que las autoridades dispusieran de tan inmensos poderes de inspección no parecía caer muy bien al instinto de muchos estadounidenses, y por todo el ámbito del país había tenido lugar un ascenso en la tasa de delitos leves. En otro aspecto, parecía como si a los ciudadanos respetuosos de las leyes súbitamente se les hubiera despertado el deseo de realizar pequeños actos de ilegalidad, como arrojar desperdicios en la vía pública, no cruzar la calle por las esquinas y demostrar que seguían siendo libres a pesar de la supuesta mirada escrutadora de las autoridades. Los policías locales estaban aprendiendo a ser tolerantes con esta conducta.

No era más que una muestra de las libertades que se defendía. Pero Bobby supuso que eso era saludable.

Llegó a la calle principal. Imágenes con animación en máquinas expendedoras de diarios sensacionalistas lo instaban a enterarse de las últimas noticias, por sólo diez dólares la imagen. Bobby observó con interés los seductores titulares: había algunas noticias serias, tanto locales como nacionales e internacionales. Aparentemente, en el pueblo se estaba agravando un estallido de cólera relacionada con la tensión derivada del suministro de agua, y también había problemas con la asimilación del cupo de habitantes de la isla Galveston, a los que fue necesario reubicar como consecuencia del ascenso del nivel del mar. Pero los temas en serio quedaban mayormente eclipsados por notas por completo intrascendentes que sólo buscaban el escándalo.

A una miembro local del Congreso se la había obligado a renunciar a su cargo cuando una cámara Gusano dejó al descubierto sus devaneos: se la había atrapado queriendo obligar a un héroe futbolístico de la escuela secundaria, enviado a Washington en virtud de sus méritos deportivos, a que practicara otra forma de actividad atlética… pero el muchacho ya había pasado de la edad en que la ley le permitía dar consentimiento, por lo que, en lo que a Bobby concernía, el delito principal que la diputada había cometido, en esta época en que alboreaba la cámara Gusano, era el de estupidez.

Pero esa funcionaria no fue la única. Se decía que el veinte por ciento de los miembros del Congreso, y casi un tercio de los del Senado, había anunciado que no iba a buscar la reelección o, si no, que se iba a jubilar temprano o, lisa y llanamente, ya había renunciado. Algunos comentaristas estimaban que una buena mitad de todos los funcionarios electos de Estados Unidos se pudo haber visto forzada a abandonar su cargo antes de que la cámara Gusano se hiciera carne en la conciencia nacional y en la individual.

Estaban los que decían que esto era algo bueno, que a la gente se la asustaba para que se comportara con decencia. Otros señalaban que la mayoría de los seres humanos tenía instantes que preferiría no compartir con el resto de la humanidad. Quizá dentro de algunos ciclos electorales, los únicos sobrevivientes entre los funcionarios ya elegidos, o entre los que se aprontaran para postularse para un cargo, serían patológicamente estúpidos y directamente desprovistos de una vida personal de la que pudieran hablar.

No cabía duda de que, como siempre, la verdad habría de estar entre esos dos extremos.

Todavía había algo de cobertura de la gran noticia de la semana anterior: el intento de funcionarios inescrupulosos de la Casa Blanca por desacreditar a un oponente potencial de la presidenta Juárez en la próxima campaña presidencial; lo habían tomado con una cámara Gusano cuando el hombre estaba sentado en el inodoro con los pantalones bajados hasta los tobillos, mientras se hurgaba la nariz y se extraía pelusa del ombligo.

Pero esto había hecho que a los fisgones les saliera el tiro por la culata y no había afectado en absoluto al gobernador Beauchamp. Después de todo, todo el mundo tenía que usar el inodoro y era probable que todos, sin importar cuan humilde fuese su lugar en la sociedad, lo hicieran sin preguntarse si había un punto de vista de cámara Gusano mirándolo hacia abajo (o, peor aún, hacia arriba).

Hasta Bobby había adquirido el hábito de usar el lavatorio en la oscuridad. No era sencillo, ni siquiera con las nuevas instalaciones sanitarias de fácil uso y con texturas para reconocimiento táctil que rápidamente se estaban volviendo cosa de todos los días. Y a veces se preguntaba si en el mundo civilizado había alguien que todavía mantenía relaciones sexuales con la luz encendida…

Dudaba de que aun los vendedores de diarios sensacionalistas en los supermercados insistieran con esas revelaciones que hacían los paparazzi, ya que el valor de ellas como elemento para llamar la atención se había desgastado. Una indicación de eso la daba el hecho de que esas imágenes, que apenas unos meses atrás habrían sido revelaciones conmocionantes, ahora, en medio de la tarde, desde puestos ubicados en la calle principal de esta comunidad mormona, trataban de atraer al público con imágenes en colores brillantes, y prácticamente ningún transeúnte les prestaba atención, así fueran jóvenes o viejos, niños o concurrentes a la iglesia.

A Bobby le daba la impresión de que la cámara Gusano estaba obligando a la especie humana a abandonar algunos tabúes, para poder crecer un poco.

Siguió caminando.

El hogar de los Mayse fue fácil de hallar. Delante de esta casa que, en todo otro aspecto, carecía de detalles distintivos, aquí, en medio del Estados Unidos clásico de pueblos pequeños, Bobby encontró el símbolo, de décadas de antigüedad, de la fama y la notoriedad: una docena, más o menos, de dotaciones de noticiosos congregadas delante de la verja de estacas puntiagudas pintadas de blanco que bordeaba el jardín. Con tecnología de acceso instantáneo por cámara Gusano o sin ella, iba a transcurrir mucho tiempo antes de que el público que miraba noticias se desacostumbrara a ver la presencia interpretante de una reportera interponiéndose ante alguna nota que constituyera primicia sensacional.

La llegada de Bobby era, por supuesto, todo un acontecimiento noticioso por sí mismo. En ese momento, los periodistas vinieron corriendo hacia él, sus cámaras teleguiadas flotando sobre su cabeza como globos metálicos y angulares, para dispararle preguntas: Bobby, para acá, por favor… Bobby… Bobby, ¿es cierto que ésta es la primera vez que ve a su madre desde que usted tenía tres años?… ¿Es cierto que su padre no quiere que usted esté aquí o esa escena en la sala de conferencias de Nuestro Mundo no fue más que algo preparado para las cámaras Gusano?… Bobby… Bobby

Bobby sonrió con tanta tranquilidad como le fue posible mostrar. Los reporteros no intentaron seguirlo cuando abrió el pequeño portón y atravesó la verja. Después de todo no había necesidad: era indudable que en ese mismo momento mil puntos de vista de cámara Gusano lo estaban siguiendo.

Sabía que no tenía el menor sentido pedir que se respetara su vida privada. Aparentemente no había otra alternativa más que aguantar. Pero sentía esa mirada invisible como si hubiera sido una presión tangible sobre la nuca.

Y el pensamiento más pavoroso de todos era que entre esta multitud invisible que se juntaba como una manga de langostas podría haber observadores provenientes del futuro inimaginable, que a lo largo de los túneles del tiempo estaban atisbando de manera retrospectiva este momento. ¿Qué pasaría si él mismo, un Bobby futuro, se contara entre ellos?…

Pero tenía que vivir el resto de su vida, a pesar de esta supuesta mirada escrutadora.

Golpeó suavemente la puerta y esperó, sintiendo un nerviosismo que aumentaba a cada instante. Ninguna cámara Gusano, suponía, podría ver la manera en que estaba martillando su corazón pero, con seguridad, los millones que miraban podrían ver lo crispado de sus mandíbulas, las gotas de transpiración que él podía sentir en la frente a pesar del frío.

La puerta se abrió.

Se había necesitado un poco de trabajo de persuasión de Bobby para conseguir que Hiram le diera su aprobación a ese encuentro.

Hiram había estado sentado a solas ante el enorme escritorio imitación caoba, delante de una montaña de papeles y pantallas flexibles. Estaba con el torso inclinado hacia adelante, en postura defensiva. Había adquirido el hábito de mirar permanentemente en derredor, recorriendo el aire con mirada escudriñadora en busca de puntos de vista de cámara Gusano, como si fuera un ratón temeroso de un depredador.

—Quiero verla —le había dicho Bobby—. A Heather Mays. Mi madre. Quiero ir a encontrarme con ella.

Hiram parecía tener un agotamiento y una irresolución como Bobby jamás recordaba haberle visto antes:

—Sería un error. ¿Para qué te serviría hacerlo?

Bobby vaciló.

—No lo sé. No sé cómo es la sensación de tener una madre.

—Ella no es tu madre. No en el sentido real. No te conoce y no la conoces.

—Me siento como si la conociera, la veo en toda exhibición de diarios sensacionalistas…

—Pues entonces sabes que tiene una familia nueva. Una familia nueva que nada tiene que ver contigo. —Hiram lo miró—. Y ya sabes respecto del suicidio.

Bobby frunció el entrecejo.

—Su marido.

—Se suicidó debido a la intromisión de los medios de prensa. Y todo porque tu novia reveló lo de la cámara Gusano a los reptiles periodísticos más detestables de todo el planeta. Ella es responsable…

—Papá…

—Sí, sí, lo sé. Ya tuvimos una discusión por eso. —Hiram se levantó de su silla, fue hacia el ventanal y se masajeó la nuca—. Dios, estoy cansado. Mira, Bobby, en el momento que se te ocurra que quieres volver al trabajo, me vendría muy bien algo de ayuda.

—No creo estar listo en este preciso momento…

—Todo se ha ido al demonio desde que se lanzara la cámara Gusano. Toda la seguridad adicional es una molestia permanente…

Bobby sabía que esto era cierto: la reacción, casi toda hostil, contra la existencia de la cámara Gusano había venido de todo el espectro de grupos de protesta, desde venerables militantes como del Centro de Distribución de los Derechos a la Vida Privada, hasta llegar a intentos de ataque a las casa matriz de la compañía, la Fábrica de Gusanos e, inclusive, a la casa privada de Hiram. Una cantidad enorme de gente, de ambos lados de la ley, se sentía lesionada por la inexorable revelación de la verdad que hacía la cámara Gusano. Mucha de esa gente parecía tener la necesidad de alguien a quien culpar por su congoja… ¿Y a quién mejor que a Hiram?

—Estamos perdiendo gran cantidad de gente útil, Bobby. Muchos de ellos no tienen el coraje de quedarse junto a mí ahora, cuando me he convertido en el enemigo público número uno, en el hombre que destruyó la vida privada. Y no puedo decir que los culpo, ellos no tienen nada que ver en esta pelea.

»Y aun aquéllos que permanecieron a mi lado no pueden mantener las manos fuera de las cámaras Gusano. La utilización ilícita ha sido increíble… y ya te puedes imaginar para qué: espiar a los vecinos, a la esposa, a los compañeros de trabajo. Hemos tenido interminables trifulcas, peleas a puñetazos y un intento de tiroteo, cuando la gente descubre lo que los amigos piensan de ellos en realidad, lo que hacen a sus espaldas. Y ahora que se puede mirar lo pasado es imposible de esconder. Es adictivo. Supongo que esto es una muestra de lo que nos cabe esperar cuando la cámara Gusano de visión retrospectiva llegue al público en general. Vamos a despachar millones de unidades, de eso no hay duda alguna pero, por ahora, es una molestia de la que no nos podemos deshacer. Tuve que prohibir el uso ilícito y poner las terminales bajo llave… —Miró a su hijo fijamente:

—Mira, hay mucho por hacer y el mundo no va a esperar hasta que las heridas de tu refinada alma hayan sanado.

—Pensaba que los negocios marchaban bien… aun cuando hubiéramos perdido el monopolio de la cámara Gusano.

—Todavía llevamos la delantera. —La voz de Hiram estaba adquiriendo fuerza; se estaba volviendo más fluida la manera de expresión, según observó Bobby, Hiram estaba hablando al público invisible que suponía que lo estaba vigilando aun ahora—. Ahora que podemos dar a conocer la existencia de la cámara Gusano, hay una de nuevas aplicaciones que podemos producir en nuestras instalaciones. Videófonos, por ejemplo: un par de agujeros de gusano en línea directa entre emisor y receptor; prevemos un mercado en el nivel de las empresas más importantes que se inaugurará de inmediato, a lo que han de seguir modelos para el público en general. Naturalmente que eso tendrá influencia sobre el negocio de la Cadena de Datos, pero aun así seguirá existiendo la necesidad de una tecnología de seguimiento e identificación… pero no es ahí donde radican mis problemas. Bobby, la semana que viene tenemos una asamblea de inversionistas y tengo que enfrentar a mis accionistas.

—No van a hacerte pasar un mal momento, las finanzas andan soberbias.

—No es eso. —Recorrió la sala con la mirada, con gesto temeroso—. ¿Cómo lo puedo expresar? Antes del advenimiento de la cámara Gusano, este negocio era un coto cerrado de caza. Nadie conocía mis cartas, ni mis competidores, ni mis empleados, ni siquiera los inversionistas ni los accionistas, si yo quería que fuera de ese modo. Y eso me brindaba mucho poder para simular o actuar contra las simulaciones de los competidores.

—¿Mintiendo?

—Eso nunca —contestó Hiram con firmeza, tal como Bobby sabía que tenía que hacerlo—. Es una cuestión de postura: yo podía reducir al mínimo mis puntos débiles, dar a conocer mis puntos fuertes, sorprender a los competidores con una estrategia nueva, hacer cualquier cosa, en síntesis. Pero ahora las reglas cambiaron. Ahora el juego se parece más al ajedrez, y yo llegué a perro viejo jugando al poker. Ahora, por un precio, cualquier accionista o competidor, o regulador tal vez, puede venir a comprobar cualquier aspecto de mi operación. Pueden ver todas mis cartas, incluso antes de que las juegue. Y ésa no es una sensación confortable.

—Le puedes hacer lo mismo a tus competidores —dijo Bobby—. Leí muchos artículos que dicen que la nueva administración de empresas a libro abierto será algo bueno: si estás abierto a las inspecciones, aun las de tus empleados, puedes explicar todo lo que haces, y es más probable que te lleguen críticas válidas, con lo que cometerás menos errores…

Los economistas argumentaban que la apertura había traído muchos beneficios a las empresas. Al no haber una sola de las partes que tuviera el monopolio de la información, se presentaba una oportunidad mejor de celebrar un acuerdo comercial dado: con la información sobre costos reales disponible para todo el mundo, sólo era admisible un margen razonable de obtención de utilidades. Un mejor flujo de la información llevaba a una competencia más perfeccionada; los monopolios y cárteles, y otros manipuladores del mercado, encontraban que les resultaba imposible mantener sus actividades. Al haber flujos abiertos y explicables de dinero, los delincuentes y los terroristas ya no podían ocultar dinero que hubiera escapado al registro. Y así sucesivamente.

—Por Dios —gruñó Hiram—. Cuando oigo pavadas como ésa desearía con todas mis fuerzas haberme dedicado a la venta de libros de texto sobre administración de empresas. En este preciso instante estaría ganando dinero a carradas. —Con un ademán abarcador señaló los edificios del centro de la ciudad que se veían más allá del ventanal—. Pero ahí afuera no hay un grupo de discusión de la facultad de ciencias económicas.

»Es parecido a lo que ocurrió con las leyes sobre los derechos de la propiedad intelectual, cuando se produjo el advenimiento de Internet. ¿Recuerdas eso?… No, eras demasiado joven. La Infraestructura Global de la Información, esa cosa que se suponía iba a reemplazar la Convención de Berna sobre derechos de la propiedad intelectual, volvió a caer estrepitosamente sobre todo aquello que no se podía hacer. De repente, la Red se vio inundada por basura que no se había preparado ni revisado para su publicación. Todas y cada una de las malditas editoriales se vieron forzadas a cerrar las puertas, y todos los escritores volvieron a ser programadores de computadora, y todo porque alguien estaba dando a conocer, gratis, el material que editoriales y autores solían vender para ganarse el pan.

»Ahora estamos volviendo a pasar otra vez por lo mismo: hay una tecnología poderosa que conduce a una revolución en la información, a una nueva apertura. Pero eso entra en conflicto con el interés de la gente que originó, o añadió, valor a esa información en primer lugar. Únicamente puedo obtener un rédito en lo creado por Nuestro Mundo y eso deriva, en gran medida, de la titularidad de las ideas. Pero pronto no va a ser posible obligar al cumplimiento de las leyes sobre titularidad de la propiedad intelectual.

—Papá, eso es lo mismo para todos.

Hiram resopló.

—Puede ser. Pero no todos van a prosperar. En cada una de las salas donde se reúne la junta directiva de cada empresa de esta ciudad hay revoluciones y pugnas por el poder. Lo sé, observé la mayoría de ellas… del mismo modo que ellas observaron las mías. Lo que te estoy diciendo es que me hallo en un mundo totalmente nuevo. Y necesito que estés a mi lado.

—Papá, tengo que ordenar mi mente.

—Olvídate de Heather. Estoy tratando de advertirte que vas a salir lastimado.

Bobby negó moviendo la cabeza.

—Si estuvieras en mi lugar, ¿no querrías conocerla? ¿No tendrías curiosidad?

—No —dijo de modo contundente—. Nunca regresé a Uganda para buscar a la familia de mi padre. Nunca lo lamenté. Ni siquiera una vez. ¿Para qué habría servido? Tenía que construir mi propia vida. Lo pasado, pisado; no hace el menor bien examinarlo demasiado de cerca. —Miró hacia el aire con gesto desafiante—. Y todos ustedes, sanguijuelas que están trabajando para poner al desnudo más defectos de Hiram Patterson, pueden escribir eso también.

Bobby se puso de pie.

—Pues si duele tanto, siempre puedo encender la llave que pusiste en mi cabeza, ¿no?

Hiram lo miró con tristeza.

—Tan sólo no olvides dónde está tu verdadera familia, hijo.

En la puerta estaba parada una muchacha esbelta, no más alta que el hombro de Bobby, llevaba un vestido recto y suelto, en color azul eléctrico chillón que tenía un estampado refulgente Lincoln rosado. Miró a Bobby con gesto severo.

—Sé quién eres —comenzó él—, eres Mary. —La hija del segundo matrimonio de Heather.

Otra media hermana de cuya existencia recién se había enterado. La muchacha aparentaba menos de los quince años que tenía.

Llevaba el cabello cortado de manera brutalmente corta y en la mejilla apareció un morfotatuaje liso. Era bonita, tenía pómulos altos y ojos de mirada cálida, pero su cara estaba contraída en un gesto de disgusto que parecía habitual.

Bobby forzó una sonrisa.

—Tu madre está…

—Esperándote, lo sé. —Miró más allá de él al nido de reporteros—. Es mejor que entres.

Bobby se preguntó si debía decir algo sobre el padre de la muchacha, expresar sus condolencias. Pero no pudo hallar las palabras y la cara de ella era dura y desprovista de expresión. Había pasado el momento.

Pasó al lado de su media hermana y entró en la casa. Estaba en un vestíbulo estrecho atestado con botas y abrigos de invierno; alcanzó a ver una cocina de aspecto cálido, una sala de estar con grandes pantallas flexibles que colgaban de las paredes, parecía ser un estudio casero.

Mary le golpeó el brazo.

—Observa esto. —Avanzó un paso, encaró a los reporteros y se levantó el vestido por encima de la cabeza, llevaba bombacha pero sus pequeños pechos estaban desnudos. Se bajó el vestido y cerró la puerta de un golpe. Bobby pudo ver que tenía puntos de sonrojo en las mejillas. ¿Ira, vergüenza?

—¿Por qué hiciste eso?

—De todos modos, me miran todo el tiempo. —Y giró sobre los talones y corrió al piso de arriba, los zapatos taconeando sobre las tablas de madera desnuda, dejando a Bobby varado en el vestíbulo.

—… Lamento lo que pasó. Mary no se está adaptando muy bien.

Y aquí, por fin, estaba Heather, caminando lentamente por el vestíbulo hacia él. Era más menuda de lo que había esperado. Parecía esbelta, incluso muy delgada pero fuerte, si bien un tanto cargada de hombros. Su cara alguna vez pudo haber compartido la apariencia de niña traviesa de Mary, pero ahora esos pómulos eran sobresalientes bajo una piel envejecida por la exposición al sol, y esos ojos pardos, hundidos en lo profundo de pozos formados por el entrecruzamiento de arrugas, se veían cansados. El cabello, con vetas de gris, estaba recogido formando un rodete apretado.

Lo miraba con curiosidad.

—¿Estás bien?

Durante el lapso de varios latidos, Bobby no confió en sí mismo para hablar.

—… Sí …No estoy seguro de cómo te debo llamar.

Ella sonrió.

—¿Qué te parece Heather? Esto ya es bastante complicado tal como está.

Y, sin advertencia alguna, dio un paso hacia él y le envolvió el pecho con los brazos.

Bobby había tratado de ensayar qué decir y hacer cuando sobreviniera este momento; trató de imaginar cómo iba a manejar la tormenta de emoción que esperaba que se produjera. Pero ahora el momento había llegado y él se sentía…

Vacío.

Y todo el tiempo estaba consciente, dolorosamente consciente, de que millones de ojos estaban sobre él, sobre cada gesto y expresión que hacía.

Heather dejó de abrazarlo y se alejó de él.

—No te veía desde que tenías cinco años y ahora que te veo tiene que ser así. Bueno, creo que hemos dado suficiente espectáculo.

Lo condujo a la sala que Bobby provisoriamente había identificado como estudio. En una mesa de trabajo había una gigantesca pantalla flexible, del tipo de grano fino que empleaban los dibujantes y los diseñadores gráficos. Las paredes estaban cubiertas con listas, imágenes de gente y de lugares, trozos de papel amarillo cubiertos con escritura de trazos muy finos, escritura incomprensible. Sobre cada superficie, y eso incluía el piso, había guiones cinematográficos y libros de referencia abiertos. Con brusquedad, Heather tomó una masa de papeles apilados sobre una silla giratoria y la dejó caer al suelo. Bobby aceptó la invitación implícita, sentándose.

Ella le sonrió.

—Cuando eras pequeño te gustaba el té.

—¿De veras?

—No bebías otra cosa. Ni siquiera gaseosas. Así que… ¿Querrías?

Iba a rehusarse, pero era probable que ella lo hubiera comprado especialmente. ¡Y ésta es tu madre, pedazo de imbécil!

—Claro que sí —mintió—. Gracias.

Heather fue a la cocina y volvió con una tetera humeante de lo que resultó ser té de jazmín. Se inclinó hacia él para servírselo.

—No me puedes engañar —susurró— …pero gracias por ser indulgente conmigo.

Silencio embarazoso. Bobby sorbió el té.

Señaló la gran pantalla flexible y la parva de papel.

—Eres cineasta, ¿no es así?

Ella suspiró.

—Solía serlo. Documentales. Me considero a mí misma como periodista de investigación. —Sonrió—. Gané premios. Deberías estar orgulloso. No es que a alguien le importe más ese costado de mi vida, en comparación con el hecho de que una vez me acosté con el grandioso Hiram Patterson.

Bobby preguntó.

—¿Todavía trabajas? ¿Aun cuando…?

—¿Aun cuando mi vida está deshecha? Estoy tratando de trabajar. ¿Qué otra cosa puedo hacer? No quiero que se me defina en función de Hiram. Y no es que eso resulte fácil. Todo ha cambiado con tanta rapidez.

—¿La cámara Gusano?

—¿Qué otra cosa?… Ya nadie quiere pedazos de película elegidos por un director. Y al género dramático se lo borró por completo del mapa. Todos estamos fascinados por este nuevo poder que tenemos de observarnos los unos a los otros, así que ya no queda trabajo, con la excepción de las novelas documentales, seguir gente real en el transcurso de su vida real… con el consentimiento y la aprobación de esa gente, claro está. Eso es irónico, si se tiene en cuenta mi propia posición, ¿no crees? Mira —hizo aparecer una imagen en la pantalla flexible, una joven en uniforme.

—Anna Petersen. Recién salida de la escuela de la Armada en Annapolis.

Bobby sonrió.

—¿Anna de Annapolis?

—Ya puedes ver por qué se la eligió. Tenemos dotaciones rotativas para hacer el seguimiento de Anna veinticuatro horas por día. Seguiremos su carrera en los primeros destinos que le asigne la Fuerza, durante sus triunfos y desastres, sus amores y pérdidas. Según se rumorea se la ha de enviar con la fuerza de tareas a los puntos candentes de la guerra por el agua que se está librando en el mar de Aral, así que estamos esperando algo de buen material. Por supuesto, la Armada sabe que estamos haciendo el seguimiento de Anna. —Heather miró hacia el aire vacío—. ¿No es así, muchachos? De modo que tal vez no sería una sorpresa que ya se le haya dado una misión así; y no cabe la menor duda de que tendremos abundancia de metraje de película de guerra apto para que lo puedan ver las mamitas de los combatientes y que les muestre lo bien que sus hijos lo están pasando.

—Eres cínica.

—Pues espero que no. Pero no es fácil. La cámara Gusano está destrozando mi carrera. Ah sí, por el momento hay demanda por gente que sepa interpretar su información —analistas, editores, comentadores—, pero aun eso va a desaparecer cuando las enormes masas humanas de clase baja que están ahí afuera puedan apuntar sus propias cámaras Gusano a quien mejor les plazca.

—¿Crees que eso va a ocurrir?

La mujer resopló.

—Oh, pero naturalmente que sí. Esto ya nos pasó antes con las computadoras personales. Sólo es cuestión de cuan rápido vaya a ocurrir ahora. Empujadas por la presión de la competencia y por las fuerzas sociales, las cámaras Gusano van a volverse más baratas y más poderosas y de más amplia asequibilidad, hasta que toda la gente tenga una.

Y quizá —pensó Bobby con inquietud, recordando los experimentos de David con la visión a través del tiempo— más poderosas que lo que ya conoces.

—… Háblame sobre ti y Hiram —disparó de pronto Bobby.

Heather sonrió, dando la impresión de sentirse cansada.

—¿Estás seguro de querer eso? ¿Acá, en el planeta de la Cámara Indiscreta?

—Por favor.

—¿Qué te dijo Hiram sobre mí?

Con lentitud, vacilante en ocasiones, repitió la narración de Hiram.

Heather asintió con la cabeza.

—Entonces eso es lo que ocurrió. —Y ella sostuvo la mirada de Bobby durante muchos segundos—. Escúchame, soy más que un apéndice de Hiram, que una especie de anexo de tu vida. Lo mismo vale para Mary. Somos gente, Bobby. ¿Sabías que perdí un hijo y Mary, un hermano menor?

—No, Hiram no me lo dijo.

—Estoy segura de que no lo hizo porque eso nada tenía que ver con él. Gracias a Dios que nadie puede mirar eso, No aún, pensó Bobby sombríamente.

—… Quiero que entiendas esto, Bobby. —Miró al aire—. Quiero que todos entiendan. Mi vida se está destruyendo, pedazo por pedazo, porque se la está observando. Cuando perdí a mi hijo me escondí. Cerré las puertas con llave, cerré las cortinas, hasta me escondí debajo de la cama. Por lo menos había momentos en los que podía estar en privado. No ahora. Ahora es como si cada pared de mi casa se hubiera convertido en un espejo que permite ver desde el otro lado. ¿Puedes imaginar la sensación que eso produce?

—Creo que sí —contestó con gentileza.

—Dentro de unos días el centro de atención se va a desplazar, a quemar a alguna otra persona. Pero nunca sabré cuándo algún obseso, en alguna parte del mundo, estará fisgando en mi alcoba, todavía curioso, aun cuando hubieran transcurrido años desde hoy. E incluso si la cámara Gusano desapareciera mañana, nunca podría traer de vuelta a Desmond.

»Mira, las cosas ya han ido bastante mal para mí pero, por lo menos, sé que todo eso se debe a algo quejo hice, hace mucho tiempo. Mi esposo y mi hija nada tuvieron que ver con eso. Y, aun así, se vieron sometidos a la misma mirada escrutadora e inmisericorde. Y Desmond…

—Lo siento.

Heather bajó la mirada. Su taza estaba temblando, produciendo un delicado tintineo de porcelana en el platillo.

—Yo lo siento también. No acepté verte para hacer que te sientas mal.

—No te preocupes. Ya me sentía mal desde antes. Y traje al público. He sido egoísta.

Su madre sonrió con esfuerzo.

—Estaban aquí de todas maneras. —Blandió la mano por el aire, alrededor de la cabeza—. A veces imagino que puedo dispersar a los fisgones como quien ahuyenta insectos. Pero no supongo que eso sirva para algo. Me agrada que vinieras, cualesquiera que fuesen las circunstancias… ¿Querrías más té?

»…Ella tenía ojos pardos.

No fue sino hasta que soportó el largo viaje de regreso a Cedar City que ese simple detalle se le ocurrió de pronto a Bobby.

Llamó.

—Motor de búsqueda. Genética Básica. Genes dominantes y recesivos. Por ejemplo, los ojos azules son recesivos; los pardos, dominantes. Así que si un padre tiene ojos azules y la madre los tiene pardos, los hijos deberían tener…

—¿Ojos pardos? No es así de sencillo, Bobby. Si los cromosomas de la madre llevan un gen para ojos azules, entonces algunos de los hijos tendrán ojos azules también.

—Azul-azul proveniente del padre; azul-pardo proveniente de la madre. Cuatro combinaciones…

—Sí. Así que uno de cuatro hijos tendrá ojos azules.

»…Hmmm, tengo ojos azules, pensó. Heather los tiene pardos.

El motor de búsqueda era lo suficientemente sagaz como para interpolar la verdadera pregunta de Bobby.

—No tengo información sobre los antecedentes genéticos de Heather, Bobby. Si lo deseas puedo averiguarlo…

—No importa. Gracias.

Se arrellanó en su asiento. Sin duda era una pregunta estúpida. Heather debía de tener ojos azules en los antecedentes de su familia.

Sin duda.

El auto avanzó velozmente a través de la vasta noche que cada vez se iba haciendo más oscura.