Mientras Kate miraba, John Collins llegaba en avión hasta el aeropuerto de Moscú.
En el aeropuerto, Collins se encontró con un hombre más joven. El motor de búsqueda lo identificó con rapidez, por el registro, como Andrei Popov. Popov, ciudadano ruso, tenía vínculos con grupos de la insurgencia armada que operaban en los cinco países lindantes con el mar de Aral: Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán y Kirguishtán.
Kate se estaba acercando.
Con una sensación cada vez mayor de alborozo, hizo que el punto de vista de la cámara Gusano volara al lado de Collins y Popov mientras los dos hombres viajaban por Moscú en autobús, en tren subterráneo, en autos y a pie, e inclusive a través de una tormenta de nieve. La joven alcanzó a ver el Kremlin y el antiguo y desagradable edificio de la KGB, como si ésa hubiera sido una aventura virtual para turistas.
La pobreza que imperaba en el lugar era impresionante. A pesar de la profesión que había elegido, Collins era el arquetipo del estadounidense que viaja al exterior. Kate veía la frustración cada vez mayor que lo invadía cuando perdían la comunicación los teléfonos móviles, la sorpresa que experimentaba al ver vendedores de pasajes de subterráneo que empleaban ábacos para hacer el cálculo para dar el vuelto, su repugnancia ante la suciedad con que se topaba en los baños públicos, su impaciencia llena de escepticismo cuando trataba de llamar al motor de búsqueda y no recibía respuesta alguna.
Kate sintió profundo alivio cuando Collins llegó a un pequeño aeropuerto suburbano de Moscú y subió a una avioneta, entonces ella pudo poner en acción el sistema considerado como un piloto automático.
En medio de las penumbras de la Fábrica de Gusanos, sentada ante una pantalla flexible estaba haciendo volar el punto de vista mediante el empleo de una palanca de mando y un soporte lógico inteligente de apoyo. Ingenioso como era el sistema, seguir con exactitud los desplazamientos de una persona por una ciudad extranjera era una tarea intensa e impiadosa; un único error de concentración podría arruinar horas de duro trabajo.
Pero la tecnología de seguimiento de las cámaras Gusano había evolucionado hasta poder enlazar el punto de vista remoto con diversos diagramas electrónicos característicos, por ejemplo, la aeronave de Collins. Por eso ahora el punto de vista de la cámara Gusano flotaba total y absolutamente invisible en la cabina, aún junto al hombro de Collins, cuando el avión se elevaba penetrando en el cada vez más intenso crepúsculo ruso, siguiéndole el rastro a la presa sin necesidad de la intervención de Kate.
Esto debería ser más fácil. Los técnicos de la Fábrica de Gusanos estaban trabajando en las maneras de conseguir que un punto de vista hiciera el seguimiento de una persona sin necesidad de guía humana… Pero esto para un futuro.
Kate empujó su asiento hacia atrás, se paró y estiró los músculos. Estaba más cansada que lo que supuso; no podía recordar cuándo se había tomado el último descanso.
Distraídamente recorrió las imágenes que la cámara Gusano enviaba de manera continua: la noche estaba cayendo sobre Asia central y, a través de las ventanillas del avión, pudo ver cómo el paisaje estaba lleno de cicatrices, fajas enteras de él constituidas por páramos marrones, todavía inhabitables cuatro décadas después de la caída de la Unión Soviética, con su terrible desprecio por el paisaje y la gente que lo habitaba…
Sintió una mano sobre el hombro, dedos fuertes que le masajeaban un nudo de músculos que allí se le había formado. Se sobresaltó, pero el toque era familiar y no pudo evitar relajarse y dejar que continuara.
Bobby la besó en la coronilla.
—Sabía que te iba a encontrar acá. ¿Sabes qué hora es?
Kate echó una rápida mirada a un reloj que aparecía en la pantalla flexible.
—¿Tarde en la tarde temprana?
Bobby rio.
—Sí… hora de Moscú. Pero esto es Seattle, Washington, hemisferio occidental, y de este lado del planeta acaba de dar poco más de las diez de la mañana: estuviste trabajando toda la noche. Una vez más. Tengo la sensación de que me estás evitando.
Kate contestó con irritación:
—Bobby, tú no entiendes. Estoy siguiéndole el rastro a este tipo. Es un trabajo de veinticuatro horas seguidas. Collins es un agente secreto de la CÍA que parece estar abriendo líneas de comunicación entre nuestro gobierno y diversos insurrectos tenebrosos de la zona del mar de Aral. Acá está pasando algo y nuestros mandatarios no nos quieren decir de qué se trata.
—Pero —dijo Bobby con burlona solemnidad— la cámara Gusano todo lo ve…
Estaba vestido con ropas informales de esquiar, coloridas, brillantes, con adaptación térmica, muy costosas. En la calidez de este rincón de la Fábrica de Gusanos, Kate pudo ver cómo los poros artificiales de la tela se habían abierto, revelando un lustre marrón tenue de piel tostada por el sol. Bobby se inclinó hacia la pantalla flexible, estudió la imagen y garrapateó notas.
—¿Cuánto tiempo va a durar el vuelo de Collins?
—Difícil de decir. Horas.
Se irguió.
—Pues entonces tómate un recreo: tu blanco está trabado en ese avión hasta que aterrice, o se estrelle, y la cámara Gusano alegremente puede hacer su seguimiento por sí misma. Y, además, el hombre está durmiendo.
—Pero está con Popov. Si se despierta…
—Entonces el sistema de grabación recogerá cualquier cosa que él diga y haga. Vamos. Concédete un respiro… y concédemelo a mí.
… Pero no quiero estar contigo, Bobby, pensó Kate, porque hay cosas sobre las que prefiero no discutir.
Y sin embargo…
Y, sin embargo, todavía se sentía atraída por Bobby, a pesar de lo que sabía sobre él.
Te estás volviendo demasiado complicada, Kate, demasiado introvertida. Un descanso de este sitio frío y desprovisto de vida en verdad te hará bien.
Al tiempo que hacía un esfuerzo por sonreír, tomó la mano de Bobby.
* * *
Era un día agradable, tranquilo, un bienvenido intervalo entre dos de los sistemas de tormenta sucesivos que ahora castigaban en forma habitual la costa del Pacífico.
Con sendos tazones de café con leche que sostenían en ambas manos, la pareja caminaba por las zonas parquizadas que Hiram había construido en torno a su Fábrica de Gusanos: eran obras de tierra, estanques, puentes sobre arroyos y árboles inadecuadamente grandes y antiguos, todo ello importado e instalado según el típico estilo de Hiram, pensó Kate, con abundancia de gastos y carencia de distinción o buen gusto. Pero el cielo lucía un azul límpido y brillante, el sol de invierno realmente brindaba un poco de calor en las caras y los dos jóvenes estaban dejando un rastro de pisadas oscuras en la espesa capa plateada de rocío que aún no se había evaporado.
Encontraron un banco. Tenía un sistema para reconocimiento de temperaturas y se había autocalentado lo suficiente como para hacer que el rocío despareciera. Se sentaron, bebiendo el café.
—Sigo creyendo que te has estado ocultando de mí —dijo Bobby con tono apacible. Kate notó que los implantes retinianos de él se habían polarizado ante la luz del sol, adquiriendo un brillo plateado, parecido al de un insecto—. Se trata de la cámara Gusano, ¿no? Todas las consecuencias éticas que encuentras tan perturbadoras.
Con una vehemencia que la hizo avergonzarse de sí misma, se apresuró a utilizar el pie involuntario que Bobby le había dado.
—Por supuesto que es perturbadora. Una tecnología de un poder tal…
—Pero estabas ahí cuando llegamos a un acuerdo con el FBI. Acuerdo que puso la cámara Gusano en manos de la gente.
—Oh, Bobby… La gente ni siquiera sabe de la existencia de esa maldita cosa y ni qué hablar de que no tiene la más remota idea de que los organismos del Estado la están usando contra ella. Mira todos los evasores de impuestos a los que súbitamente se atrapa, a los padres divorciados que mienten cuando tienen que pasar alimentos para los hijos, los controles de la ley Brady sobre los compradores de armas, los agresores sexuales en serie.
—Pero todo eso es para bien, ¿no? ¿Qué estás diciendo, que no confías en el Estado? Éste no es el siglo XX.
Kate gruñó:
—Recuerda lo que dijo Jefferson: «Todo gobierno degenera cuando se lo confía nada más que a las manos de los gobernantes del pueblo. En consecuencia, solamente es el pueblo mismo su único depositario seguro»… ¿Y qué pasa con el allanamiento ilegal de los republicanos? ¿Cómo puede ser eso bueno para los intereses del pueblo?
—No sabes con absoluta certeza si la Casa Blanca usó la cámara Gusano para eso.
—¿Y de qué otra manera si no? —Kate negó con enérgico movimiento de cabeza—. Quise que Hiram me dejara investigar al respecto: me echó del caso de inmediato. Hicimos un arreglo como el de Fausto, Bobby. Los tipos del gobierno y los organismos del Estado no son necesariamente delincuentes, pero son nada más que seres humanos y al darles un arma tan poderosa y secreta… Bobby, no confiaría en mí misma con un poder así. El incidente de espionaje con el Partido Republicano no es más que el comienzo de la pesadilla orwelliana que estamos a punto de soportar.
»Y en cuanto a Hiram… ¿Tienes alguna idea de cómo trata a sus empleados aquí, en Nuestro Mundo? A la gente que viene a solicitar empleo la hace pasar por tamices que llegan hasta la obtención de su secuencia de ADN. Obtiene el perfil de todos los empleados mediante la investigación de bases de datos sobre créditos, antecedentes policiales, hasta antecedentes federales. Ya cuenta con cien maneras para medir la productividad, el rendimiento y para controlar a su personal. Ahora que tiene la cámara Gusano, Hiram puede mantenernos vigilados veinticuatro horas por día, si así se le ocurriera… y no hay una sola remaldita cosa que podamos hacer al respecto. Hubo toda una serie de fallos judiciales que establecieron que los empleados carecen de protección constitucional contra la vigilancia sin permiso por parte de los empleadores.
—Pero Hiram necesita todo eso para hacer que su personal siga trabajando —dijo Bobby con frialdad—. Desde que diste a conocer lo del Ajenjo, el ausentismo ascendió de manera increíble, y el uso de alcohol y otros estupefacientes en el lugar de trabajo, y…
—Eso nada tiene que ver con el Ajenjo —interrumpió Kate con severidad—, eso es una cuestión de derechos básicos. Bobby, ¿no te das cuenta? Nuestro Mundo es una visión del futuro para todos nosotros… si monstruos como Hiram consiguen conservar la cámara Gusano. Y es por eso importante que la tecnología se disemine, y tan lejos y tan rápido como pudiese ser posible. Reciprocidad: por lo menos estaríamos en condiciones de observarlos cuando nos ob servan… —Kate buscó la mirada plateada parecida a la de un insecto que ahora tenía él.
Bobby contestó con tono calmo:
—Gracias por el sermón. ¿Y es por eso que me estás abandonando?
Ella desvió la mirada.
—No tiene que ver con la cámara Gusano, ¿no? —Bobby se inclinó hacia adelante, desafiándola—. Hay algo que no me quieres decir. Has estado así desde hace días. Semanas, inclusive. ¿Qué es, Kate? No tengas miedo de herirme. No podrás.
Es probable que así sea, pensó ella. Y ése, mi pobre, mi querido Bobby, es el meollo del problema.
Se volvió para mirarlo.
—Bobby, el borne. El implante que Hiram puso en tu cabeza cuando eras niño…
—¿Sí?…
—Descubrí para qué es. Para qué es en realidad.
El instante se prolongó y Kate sintió la luz de la mañana rozando su cara recubierta con protector solar factor ultravioleta aun en época tan temprana del año.
—Dímelo —dijo él con calma.
Las rutinas especializadas del motor de búsqueda le habían explicado a ella todo de manera sucinta. Era un clásico ejemplo de manoseo neurobiológico de la mente, propio de comienzos del siglo XXI.
Y para nada tenía que ver con la dislexia o la hiperactividad, como había dicho Hiram.
En primera instancia había suprimido la estimulación nerviosa de zonas del lóbulo temporal del cerebro de Bobby. Esas zonas estaban relacionadas con sentimientos de trascendencia espiritual y de presencia mística. Además, los médicos habían actuado con prisa sobre la región para asegurarse de que Bobby no sufriera síntomas relacionados con trastornos obsesocompulsivos que llevaban a algunas personas a sentir la necesidad de tener excesiva seguridad, orden, predecibilidad de sus actos y ritualismos; necesidad que, en algunas circunstancias, se satisface cuando se es miembro de una comunidad religiosa.
Era evidente que Hiram había intentado proteger a Bobby de los impulsos religiosos que tanto habían perturbado a su hermano. El mundo de Bobby iba a ser hedonista, sin inhibiciones, despojado de todo lo trascendente y espiritual. Y todo esto sin siquiera percibirlo. Había sido —pensó Kate con amargura— una Diosectomía.
El implante de Hiram también entorpecía la compleja interacción de las hormonas, los neurotransmisores y las regiones cerebrales que se estimulaban cuando Bobby hacía el amor: el implante, por ejemplo, suprimía la hormona de efectos parecidos al de los opiatos, la oxitocina, que era generada por el hipotálamo e inundaba el cerebro durante el orgasmo y producía las sensaciones placenteras, como la de flotar y también las generadoras de vínculos emotivos que se sucedían después del acto sexual.
Gracias a una serie de amoríos con figuras famosas, que Hiram discretamente había arreglado y alentado, y con certeza, dado a publicidad, Bobby se había convertido en algo así como un atleta sexual y obtenía gran placer físico del acto en sí. Pero su padre lo había hecho incapaz de amar… y, de ese modo, según lo planeado por Hiram, había conseguido que Bobby no sintiera lealtad para con nadie, a excepción de su padre.
Y había más. Por ejemplo, un enlace con la parte profunda del cerebro de Bobby, denominada núcleo amigdalino, pudo haber sido un intento por controlar la propensión del joven al enojo. Una misteriosa manipulación en la corteza orbitofrontal hasta pudo haberse tratado de un esfuerzo por reducir su poder de decisión. Y así todo el tiempo.
Hiram había reaccionado ante su decepción con David, convirtiéndolo a Bobby en el hijo perfecto… perfecto, claro está, para cumplir las metas prefijadas por Hiram. Pero, al hacer eso, le había arrebatado a su hijo mucho de aquello que lo convertía en ser humano.
Hasta que Kate Manzoni le descubrió el interruptor en la cabeza.
Llevó a Bobby de vuelta al pequeño departamento que había alquilado en el centro de Seattle. Allá hicieron el amor, por primera vez después de semanas.
Luego, Bobby se recostó en los brazos de ella, acalorado, la piel húmeda debajo de la de ella en los sitios que estaban en contacto: estaba lo más cerca que a él le era posible estar y, sin embargo, todavía estaba lejos. Era como tratar de hacer el amor con un extraño.
Pero, por lo menos, ahora Kate entendía el porqué.
Extendió la mano y tocó la parte de atrás de la cabeza de Bobby, los bordes duros del implante que tenía debajo de la piel.
—¿Estás seguro de que deseas hacerlo?
Bobby vaciló.
—Lo que me preocupa es que no sé cómo me sentiré después… ¿Seguiré siendo yo?
Kate le susurró al oído:
—Te sentirás vivo. Te sentirás humano.
Bobby contuvo el aliento; después dijo, en voz tan baja que Kate apenas pudo entenderlo.
—Hazlo.
Kate giró la cabeza.
—Motor de búsqueda.
—Sí, Kate.
—Apágalo.
… y para Bobby, todavía con la temperatura elevada por el resplandor crepuscular del orgasmo, fue como si, de pronto, la mujer que tenía en los brazos se hubiese vuelto tridimensional, concreta y completa; como si hubiera cobrado vida. Todo lo que él podía ver, palpar, oler: el tibio aroma de cenizas del cabello de ella, el contorno exquisito de su mejilla allá donde le daba la luz tenue, la suavidad sin defectos de su vientre… Todo era tal y como había sido antes, pero ahora parecía como si hubiera logrado ir más allá de la textura de la superficie y penetrar en la calidez de Kate misma: vio los ojos de ella, atentos, llenos de preocupación… preocupación por él, según se dio cuenta con un desconcierto que experimentaba por vez primera. Ya no estaba solo. Y antes, ni siquiera se había dado cuenta de que lo estaba.
Quiso sumergirse en la cálida vastedad oceánica de Kate.
Ella le tocó la mejilla, él pudo ver que sus dedos se alejaban húmedos.
Y ahora pudo sentir los intensos sollozos espasmódicos que le torturaban el cuerpo; una incontrolable tormenta de llanto. El amor y el dolor lo atravesaron, exquisitos, ardientes, insoportables.