9
EL AGENTE

Cuando el FBI se puso al día con los asuntos de Hiram, Kate sintió que la inundaba el alivio.

Se había sentido más que feliz de dar las primicias sensacionales del mundo… pero habría estado haciendo eso de todos modos, con las cámaras Gusano o sin ellas. Y le producía una incomodidad cada vez mayor la idea de que una tecnología así de poderosa estuviera, de manera exclusiva, en las manos de un ruin capitalista megalómano como Hiram Patterson.

Dio la casualidad de que Kate estuviera en la oficina de Hiram el día que todo hizo crisis. Pero no resultó de la manera que la joven había esperado.

Kate estaba caminando de un lado para otro de la oficina, como una fiera enjaulada. Estaba discutiendo con Hiram, como siempre.

—¡Por el amor de Dios, Hiram!; ¿cuán poca cosa puede llegar usted a ser?

Hiram se reclinó en su sillón tapizado en imitación cuero y contempló por la ventana el centro comercial de Seattle, sopesando su respuesta.

Otrora, y eso Kate lo sabía, ésta había sido la suite presidencial de uno de los mejores hoteles de la ciudad. Aunque aún subsistía la gran ventana panorámica, Hiram no había retenido en absoluto los suntuosos adornos de esta habitación. Independientemente de cuáles fueran sus defectos, ser pretencioso no era uno de los que afectaban a Hiram Patterson. Ahora, la habitación era una oficina común y corriente de trabajo; el único mobiliario era la gran mesa de conferencias y su juego de sillas de respaldo vertical, una máquina para preparar café y un surtidor de agua. Corría el rumor de que Hiram tenía ahí una cama, enrollada en un compartimiento embutido en las paredes. Y, aun así, faltaba el toque de un ser humano, pensó Kate: ni siquiera había una sola imagen de un miembro de la familia… de los dos hijos, por ejemplo.

Pero quizá no necesita imágenes, pensó Kate con amargura. Quizá sus dos hijos eran suficiente trofeo.

—Así que —dijo Hiram con lentitud— ahora usted se auto designó como mi remaldita conciencia, Ms. Manzoni.

—Oh, vamos, Hiram. No es cuestión de conciencia. Mire, usted tiene un monopolio tecnológico que es la envidia de todas las demás empresas noticieras del planeta. ¿No puede ver cómo lo está desperdiciando? Chismes sobre la realeza rusa, programas con cámara oculta y tomas en la cancha de juegos de fútbol… No entré en esta profesión para fotografiar las tetas de la secretaria general de las Naciones Unidas.

—Esas tetas, como dice usted —contestó él secamente—, atrajeron a mil millones de personas. Mi preocupación primordial es derrotar a los competidores… y eso es lo que estoy haciendo.

—Pero se está convirtiendo en el paparazzi máximo. ¿Es ése el límite de su visión? Usted tiene tú… poder… para hacer el bien.

Hiram sonrió.

—¿El bien? ¿Qué tiene que ver el bien conmigo? Tengo que darle al público lo que el público quiere, Manzoni. Si no lo hago, algún otro bastardo lo hará. Sea como fuere, no entiendo de qué se está quejando: presenté su nota sobre la invasión de Escocia por Inglaterra. Eso fue una verdadera noticia por derecho propio.

—¡Pero usted la volvió insignificante al incluirla con basura de pasquín! Del mismo modo que usted hace que pierda importancia toda la cuestión de la guerra por el agua. Mire, la convención de las Naciones Unidas sobre hidrología fue un chiste…

—No necesito otro sermón sobre los temas acuciantes de actualidad, Manzoni. Sabe, usted es tan pomposa… pero entiende tan poco. ¿No se da cuenta?, a la gente no le interesa saber sobre los temas acuciantes. Debido a usted y su remaldito Ajenjo, la gente entiende que los temas acuciantes sencillamente no cuentan. No importa cómo bombeemos agua por todo el planeta ni lo que reste decir de eso, porque, de todos modos, el Ajenjo va a arrancar todas las cosas de cuajo. Todo lo que el público quiere es entretenimiento, distracción.

—¿Y ése es el límite de lo que usted ambiciona?

Hiram se encogió de hombros.

—¿Qué más se puede hacer?

Kate resopló para liberar su repugnancia:

—Sabe, su monopolio no va a durar para siempre. En la industria y en la prensa se especula mucho respecto de cómo consigue usted todas las noticias sensacionales. No podrá pasar mucho tiempo antes de que alguien descubra el porqué y repita las investigaciones que usted hizo.

—Tengo patentes…

—Ah, sí, claro, eso lo protegerá. Si usted persiste en su actitud, no le va a quedar cosa alguna para dejarle a Bobby.

Los ojos del hombre se achicaron hasta convertirse en ranuras.

—Ni se atreva a hablar de mi hijo. Sabe, cada día que pasa lamento más haberla traído acá, Manzoni. Sí, aportó algunos artículos buenos, pero no tiene sentido del equilibrio, no lo tiene en absoluto.

—¿Equilibrio? ¿Ése es el nombre que le da? ¿Usar la cámara Gusano nada más que para tomas de celebridades en ropa interior?…

Sonó el tono suave de una campanilla. Hiram alzó la cabeza, dirigiéndose hacia el aire y dijo:

—Dije que no quería que se me interrumpiera.

El tono de voz inofensivo del motor de búsqueda sonó desde el aire.

—Temo que tengo una superposición, señor Patterson.

—¿Qué clase de superposición?

—Acá está un tal Michael Mavens que viene a verlo a usted. A usted también, Ms. Manzoni.

—¿Mavens? No conozco a alguien de…

—Pertenece al FBI, señor Patterson. El Organismo Federal de…

—Sé qué es el FBI. —Hiram dio un golpe sobre el escritorio, frustrado—. Una maldita cosa después de otra.

Por fin, pensó Kate.

Hiram la miró fijamente.

—Tan sólo cuídese de lo que le dice a este imbécil.

Kate frunció el entrecejo.

—¿Es a este imbécil-encargado-de-hacer-cumplir-la-ley, nombrado-por-el-Estado-y-que-proviene-del-FBI al que se está refiriendo? Incluso usted tiene que responder ante la ley, Hiram. Diré lo que me parezca mejor.

Hiram apretó un puño, pareció estar pronto a decir más; después se limitó a sacudir la cabeza. Avanzó de una zancada hacia la ventana panorámica y la luz azul del cielo, filtrada al pasar por el vidrio coloreado, arrancó brillos de su calva coronilla.

—Remaldición —dijo—. Mil veces remaldición.

Michael Mavens, agente especial del FBI, llevaba el traje gris carbón, la camisa sin cuello y la corbata de cordón propios de la repartición. Era rubio, delgado como un alambre y parecía como si hubiese jugado mucho al tenis de gimnasio, sin duda que en alguna academia ultracompetitiva del FBI.

A Kate le pareció notablemente joven, alrededor de los veinte años. Y estaba nervioso: arrastró con torpeza la silla que Hiram le ofreció; manejó de manera desmañada su maletín cuando lo abrió y pescó de adentro una pantalla flexible.

Kate miró a Hiram: vio el gesto calculador en su cara oscura y ancha. También Hiram había descubierto la sorprendente incomodidad de este agente.

Después de mostrarles su insignia, Mavens dijo:

—Me agrada encontrarlos a ambos acá, señor Patterson, Ms. Manzoni. Estoy investigando lo que aparenta ser una violación de la seguridad…

Hiram fue al ataque.

—¿Qué autorización tiene usted?

Mavens vaciló.

—Señor Patterson, conservo la esperanza de que todos podamos aportar algo más constructivo que eso.

—¿Constructivo? —repitió Hiram con brusquedad—. ¿Qué clase de respuesta es ésa? ¿Está usted actuando sin autorización? —Extendió el brazo para tocar el icono de un teléfono que tenía en la mesa del escritorio.

Mavens repuso con calma:

—Conozco su secreto.

La mano de Hiram quedó suspendida sobre el destellante símbolo; después la retiró.

Mavens sonrió.

—Motor de búsqueda. Cubierta de seguridad de FBI nivel tres cuatro, autorización Mavens, M. K. Confirmar, por favor.

Al cabo de unos segundos, el motor de búsqueda informó de nuevo:

—Cubierta en su sitio, agente especial Mavens.

Mavens asintió con leve inclinación de cabeza.

—Podemos hablar sin ambages.

Kate se sentó frente a Mavens, presa de la curiosidad, perpleja nerviosa.

Mavens extendió por completo su pantalla flexible sobre el escritorio: mostraba la imagen de un helicóptero militar grande cuyos morros estaban pintados de blanco. Mavens preguntó:

—¿Reconoce esto?

Hiram se inclinó para acercarse más.

—Es un Sikorsky, creo.

—En realidad, un VH-3D —corrigió Mavens.

—Es el Infante de Marina Uno —dijo Kate—, el helicóptero de la presidenta.

Mavens observó a Kate.

—Así es. Estoy seguro de que ambos saben que la presidenta y su marido han pasado estos últimos días en Cuba, en la conferencia sobre hidrología de la ONU. Allá estuvieron utilizando el Infante de Marina Uno. Ayer, durante un vuelo corto, tuvo lugar una conversación breve y privada entre la presidenta Juárez y el primer ministro inglés Huxtable. —Tocó con suavidad la pantalla flexible, que reveló un diagrama esquemático en bloques del interior del helicóptero—. El Sikorsky es un pájaro grande para ser una antigualla, pero está atiborrado con equipo de comunicaciones. Solamente tiene diez asientos: cinco los ocupan los agentes del servicio secreto, un médico, y asistentes militares y personales de la presidenta.

Hiram parecía sentir curiosidad.

—Creo que uno de esos asistentes tiene la. pelota de rugby.[4]

Mavens pareció estar apenado.

—Ya no usamos más la. pelota de rugby, señor Patterson. En esa ocasión, los demás pasajeros, además de la presidenta Juárez en sí, fueron el señor Juárez, el jefe de estado mayor, el primer ministro Huxtable y un agente inglés de seguridad.

»Toda esta gente, así como los pilotos, tienen la aprobación más alta posible de seguridad que, en el caso de los agentes y de otros miembros del personal, se comprueba todos los días. El señor Huxtable, por supuesto, a pesar de su título a la antigua, ocupa un cargo equivalente al de gobernador de Estado. Al mismo Infante de Marina Uno se lo revisa varias veces por día. A pesar de sus melodramas virtuales sobre espías y agentes dobles, señor Patterson, las medidas modernas contra espionaje electrónico son sumamente resistentes a los errores de maniobra. Además, la presidenta y el señor Huxtable estaban aislados dentro de una cortina de seguridad, inclusive dentro del Sikorsky. No sabemos que exista manera alguna por la que se pudiera violar esos diversos niveles de seguridad. —Volvió sus ojos castaños hacia Kate—. Y, sin embargo, aparentemente se pudo.

»La noticia que usted dio fue exacta, Ms. Manzoni: Juárez y Huxtable sí mantuvieron una conversación sobre la posibilidad de una solución militar para la disputa de Inglaterra con Escocia por la provisión de agua.

»Pero tenemos el testimonio del señor Huxtable de que sus especulaciones respecto de invadir Escocia son —fueron— privadas y personales. La noción es de él, no la había puesto en papel ni confiado al almacenamiento electrónico ni discurrido sobre ella con alguien, ni con su gabinete, ni siquiera con su compañera. Sus conversaciones con la presidenta Juárez fueron, en realidad, la primera vez que daba a conocer la idea en voz alta, para medir el grado de apoyo de la presidenta a una propuesta así, si se la formulaba de manera oficial.

»Y en el momento en que usted reveló el suceso, ni el primer ministro ni la presidenta habían discurrido sobre eso con alguien más. —Miró con ferocidad a Kate—. Ms. Manzoni, ya entiende cuál es la situación: la única fuente posible para su noticia es la conversación Juárez-Huxtable en sí.

Hiram se paró al lado de Kate.

—Ella no va a revelar sus fuentes a un imbécil como usted.

Mavens se pasó la mano por la cara y se reacomodó en la silla.

—Tengo que decirle, señor, que haber intervenido las conversaciones de la presidenta hará que le caiga encima una lista de acusaciones federales larga como su brazo. Un equipo de interorganismos de seguridad está investigando este asunto. Y la presidenta misma está sumamente enojada. A Nuestro Mundo se lo podría clausurar… y usted y Ms. Manzoni se podrán considerar afortunados si esquivan la prisión.

—Primero tendrá que demostrarlo —rugió, jactancioso, Hiram—. Puedo atestiguar que ninguna de las operaciones de Nuestro Mundo estuvo siquiera cerca del Infante de Marina Uno, como para plantarle un micrófono oculto o alguna otra cosa más. Este equipo de investigación interorganismos que usted dirige…

Mavens tosió.

—Yo no lo dirijo. Soy parte de él. De hecho, el jefe mismo del FBI…

La mandíbula de Hiram cayó, abierta por la sorpresa.

—¿Y sabe él que usted está aquí? ¿No? Entonces, ¿qué está usted tratando de hacer acá? ¿Entrometerse conmigo… o chantajearme? ¿Se trata de eso?

Mavens parecía estar cada vez más incómodo, pero se mantenía recto en su silla.

Kate tocó el brazo de Hiram.

—Creo que mejor es que lo escuchemos, Hiram.

Hiram sacudió el brazo para que Kate lo suelte. Se volvió hacia la ventana, las manos fuertemente apretadas a la espalda, los hombros subiendo y bajando por la furia.

Kate se inclinó hacia Mavens.

—Usted dijo que conocía el secreto de Hiram. ¿Qué quiso dar a entender con eso?

Y Michael Mavens empezó a hablar sobre agujeros de gusano.

El mapa que hizo aparecer de dentro de su maletín y que extendió sobre la mesa estaba trazado a mano sobre papel sin membrete. Evidentemente, pensó Kate, Mavens estaba perdido en especulaciones que no había querido compartir con sus colegas del FBI ni confiar, siquiera, a la dudosa seguridad de una pantalla flexible.

El agente dijo:

—Éste es un mapa de la ruta que el Infante de Marina Uno recorrió ayer sobre los suburbios de La Habana. Marqué los puntos de tiempo con estas cruces. Se puede observar que cuando la conversación clave a bordo entre Juárez y Huxtable tuvo lugar —sólo duró unos minutos—, el helicóptero estaba acá.

Hiram frunció el entrecejo y con el dedo tocó una casilla que aparecía sombreada para que se destacara en el mapa y que estaba inmediatamente por debajo de la posición del Sikorsky cuando comenzó la conversación.

—¿Y esto qué es?

Mavens sonrió de oreja a oreja.

—Es suyo, señor Patterson: ésta es una terminal de Datos de Nuestro Mundo. La boca de un agujero de gusano, que establece la conexión con sus instalaciones centrales aquí, en Seattle. Estoy convencido de que la terminal Cadena de Datos que está debajo del Infante de Marina. Uno es el mecanismo que ustedes usaron para obtener la información proveniente de esa charla.

Los ojos de Hiram se achicaron hasta convertirse en dos ranuras.

Kate escuchaba, pero con una abstracción cada vez mayor, mientras Mavens hacía especulaciones, un tanto alocadamente, sobre micrófonos direccionales y los efectos de ampliación de los campos gravitacionales de la boca de los agujeros de gusano. La teoría que esgrimía el agente, tal como la estaba planteando, era que Hiram estaría utilizando como base la Cadena de Datos para llevar a cabo la escucha clandestina.

Era evidente que Mavens había descubierto sólo algunos aspectos de la verdad.

—Todo eso es basura —dijo Hiram con tranquilidad—. En su teoría hay agujeros por los que yo podría hacer pasar un 7A7.

—Exacto —agregó Kate con delicadeza—. Tal es la capacidad de Nuestro Mundo para instalar cámaras en sitios en los que no hay una terminal agujero de gusano para la Cadena de Datos. Como es el caso de aquellas islas filipinas arrasadas por un huracán o los pechos de la secretaria general Halliwell.

Hiram le lanzó una mirada asesina a Kate, advirtiéndole que cerrara la boca.

Mavens parecía estar confundido, pero no cejó.

—Señor Patterson, no soy físico. Todavía no resolví todos los detalles, pero estoy convencido de que así como su tecnología de los agujeros de gusano es lo que le brinda la ventaja sobre sus competidores en la transmisión de datos, así también debe de hacerlo en sus operaciones de consecución de noticias.

—¡Oh, vamos, Hiram! —dijo Kate—. Él ya sabe la mayor parte de los hechos.

Hiram gruñó:

—¡Maldición, Manzoni! Le dije a usted que quería plausible negabilidad en cada una de las etapas.

Mavens miró a Kate con gesto de no entender de qué se hablaba.

Ella explicó:

—Lo que quiere decir es «tapar la existencia de las cámaras Gusano».

Mavens sonrió levemente.

Cámaras Gusano. Puedo imaginar qué quiere decir eso. Lo sabía.

Kate prosiguió:

—Pero la negabilidad no siempre fue posible. Y no en este caso. Usted lo sabía, Hiram, antes de dar su aprobación al artículo. Lo que pasó es que era una noticia importante demasiado buena para dejarla pasar. Creo que le debería decir a Mavens lo que él quiere saber.

Hiram la masacró con la mirada.

—¿¡Por qué demonios debería hacerlo!?

—Porque —intervino Mavens— creo que lo puedo ayudar.

Mavens contempló atónito la primera boca de agujero de gusano de David, que ya era una pieza de museo: la perla de espacio-tiempo todavía embebida en su bloque de vidrio.

—Y no se necesitan anclajes. Se puede poner el ojo de una cámara Gusano en cualquier parte, observar cualquier cosa… ¿Y puede recibir sonidos también?

—Aún no —dijo Hiram—. Pero el motor de búsqueda es un muy buen lector de labios. Y tenemos expertos humanos para respaldarlo. Y ahora, agente especial, dígame de qué manera me puede ayudar.

Con renuencia, Mavens volvió a depositar el bloque de vidrio sobre la mesa.

—Tal como Ms. Manzoni dedujo, el resto de mi equipo está nada más que unos pasos detrás de mí. Es probable que mañana se haga un allanamiento de estas instalaciones.

Kate frunció el entrecejo.

—Pues entonces usted, ciertamente, no debería estar acá dándonos el soplo.

—No, no debería —dijo Mavens con seriedad—. Miren, señor Patterson, Ms. Manzoni, seré franco. Tengo la suficiente arrogancia como para creer que en este asunto puedo ver con un poco más de claridad que mis superiores, que es la causa por la que me estoy extralimitando. La tecnología de cámara Gusano de ustedes, aún con lo poco que he podido deducir, es fantásticamente poderosa. Y podría hacer una inmensa cantidad de bien: llevar delincuentes ante la justicia, hacer contraespionaje, vigilancia…

—Si estuviera en las manos adecuadas —dijo Hiram con pesadumbre.

—Si estuviera en las manos adecuadas.

—Y eso quiere decir las de ustedes. Las del FBI.

—No sólo nosotros. Pero, en el dominio público, sí. No puedo estar de acuerdo con que ustedes hayan dado a conocer la conversación Juárez-Huxtable. Pero que hubieran expuesto la maniobra dolosa existente detrás del proyecto de desalinización Galveston, por ejemplo, fue una obra maestra de periodismo. Al dejar al descubierto ese plan fraudulento en particular, tan sólo al Tesoro le ahorraron miles de millones de dólares. Pero yo soy un servidor público y para la gente, para nosotros, también es necesaria esa tecnología, señor Patterson.

—¿Para invadir la vida privada de los ciudadanos? —preguntó Kate.

Mavens negó moviendo la cabeza.

—Toda tecnología está expuesta a que se haga mal uso de ella. Tendría que haber controles. Pero, y esto puede ser que usted no lo crea, Ms. Manzoni, en la mayoría de los casos nosotros, los servidores públicos, somos muy honestos. Y necesitamos toda la ayuda que podamos obtener. Éstos son tiempos cada vez más difíciles; como usted bien sabrá, Ms. Manzoni.

—El Ajenjo.

—Sí. —Mavens frunció el entrecejo, y pareció estar muy preocupado—. La gente parece ser reacia a asumir la responsabilidad que le toca, y ni qué hablar de la responsabilidad de los demás por su comunidad. El aumento de la criminalidad va acorde con el aumento de la apatía ante esa criminalidad. Es de suponerse que esto habrá de empeorar a medida que transcurran los años, a medida que el Ajenjo se aproxime más.

A Hiram parecía habérsele despertado la curiosidad.

—¿Pero cuál es la diferencia, si el Ajenjo nos hará puré a todos de cualquier manera? Cuando yo era niño, en Inglaterra, crecimos con la convicción de que cuando se desatara la guerra termonuclear íbamos a tener nada más que cuatro minutos de advertencia. Solíamos hablar sobre eso: ¿Qué harías tú con tus cuatro minutos? Yo me emborracharía como una cuba y…

—Nosotros tenemos siglos —dijo Mavens—, no minutos apenas. Tenemos el deber de mantener a la sociedad funcionando lo mejor que podamos, durante tanto tiempo como podamos. ¿Qué más podemos hacer? Y, entretanto, y tal como ha sido la norma durante décadas, este país tiene más enemigos que cualquier otra nación de la Tierra. La seguridad nacional puede tener una prioridad superior que los asuntos relativos a los derechos individuales.

—Díganos cuál es su propuesta —dijo Kate.

Mavens hizo una inspiración profunda.

—Quiero tratar de llegar a un acuerdo. Señor Patterson, ésta es su tecnología; tiene usted todo el derecho de obtener réditos de ella. Yo le propondría que conserve las patentes y el monopolio de la industria, pero si fuera usted le cedería la licencia al Estado, para que se la emplee en beneficio público bajo una legislación adecuadamente redactada.

Hiram contestó con brusquedad:

—Usted carece de autoridad para ofrecer un trato así.

Mavens se encogió de hombros.

—Por supuesto que no. Pero resulta evidente que éste sería un arreglo sensato, una situación de triunfo, triunfo para todas las partes intervinientes; entre ellas el pueblo de este país. Creo que se podría convencer a mi superior inmediato y entonces…

Kate sonrió.

—En verdad usted se jugó el todo por el todo en esto, ¿no? ¿Es tan importante?

—Sí, señorita, estoy convencido de que lo es.

Hiram sacudió la cabeza, dubitativo.

—Ustedes, malditos niños y su idealismo sentimental.

Mavens lo estaba observando.

—Entonces, ¿qué dice, señor Patterson? ¿Quiere ayudarme a convencer a mi gente para que acepte esto… o esperará el allanamiento de mañana?

Kate dijo:

—Estarán agradecidos, Hiram. En público, por lo menos. Quizás el Infante de Marina Uno venga a recogerlo del helipuerto que hay en su parque, para que la presidenta le ponga una medalla en el pecho. Es un paso que lo acerca más al centro del poder.

—Para mí y mis hijos —dijo Hiram.

—Sí.

—¿Y yo conservaría el monopolio comercial?

—Sí, señor.

Bruscamente, Hiram sonrió mostrando todos los dientes. Su actitud cambió de inmediato cuando aceptó esta derrota y empezó a rever sus planes.

—Hagámoslo, agente especial. —Extendió el brazo hacia el otro lado de la mesa y estrechó la mano de Mavens.

Así que el secreto había terminado; el poder que la cámara Gusano le había concedido a Hiram quedaría contrapesado. Kate sintió un inmenso alivio.

Pero después Hiram se volvió hacia Kate y, lanzándole una mirada llena de odio, le dijo:

—Ésta fue su metida de pata, Manzoni. Su traición. No lo olvidaré.

Y Kate, sobresaltada e inquieta, supo que ese hombre hablaba en serio.