7
LA CÁMARA GUSANO

Eran las tres de la mañana. En el corazón de la desierta Fábrica de Gusanos, en una burbuja de luz que se veía en la pantalla flexible, Kate y Bobby estaban sentados una al lado del otro. Bobby estaba trabajando en una sencilla sesión de preparación de preguntas y respuestas en la pantalla flexible. Estaban preparados para una larga noche: detrás de ellos se apilaba el equipo reunido con apresuramiento; frascos de café, mantas y colchones de espuma.

Se oyó un crujido. Kate dio un salto y agarró el brazo de Bobby.

Bobby siguió trabajando en el programa.

—Tómalo con calma. No es más que un poco de contracción térmica. Ya te lo dije: me aseguré que todos los sistemas de vigilancia tuvieran su foco ciego aquí y ahora mismo.

—No estoy poniendo eso en duda. Es, simplemente, que no estoy acostumbrada a moverme furtivamente en la noche de esta manera.

—Creía que eras una reportera de las duras.

—Sí, pero lo que hago generalmente es legal.

¿Generalmente?

—Sí, aunque no lo puedas creer.

—Pero esto —con un amplio ademán señaló la maquinaria misteriosa y voluminosa que estaba en la oscuridad— ni siquiera es equipo de vigilancia: no es más que una instalación experimental para física de alta energía. No hay algo así en todo el mundo; ¿cómo puede haber una legislación que contemple su utilización?

—Eso es un sofisma, Bobby. Ningún juez del planeta aceptaría ese argumento.

—Sofisma o no sofisma, te estoy diciendo que te calmes. Estoy tratando de concentrarme. El control de misión espacial que tenemos acá podría ser un poco más fácil de usar. David ni siquiera emplea la activación por la voz. Quizá todos los físicos son tan conservadores… O todos son católicos.

Kate lo estudió mientras trabajaba con firmeza en el programa: parecía estar tan animado como nunca antes ella lo había visto; por una vez plenamente dedicado a una actividad. Y, sin embargo, se lo veía completamente impertérrito ante cualquier duda de tipo moral. En verdad era una persona compleja; o, mejor dicho, pensó Kate con tristeza, incompleta.

El dedo de él revoloteó sobre un botón de comienzo que había en la pantalla flexible.

—Listo. ¿Lo hago?

—¿Estamos grabando?

Bobby tocó la pantalla flexible.

—Todo lo que venga a través de ese agujero de gusano quedará atrapado aquí mismo.

—… Perfecto.

—Tres, dos, uno. —Tocó la tecla.

La pantalla se volvió negra.

Desde la intensa oscuridad que la rodeaba, Kate oyó un profundo zumbido de tono grave, y cuando la gigantesca maquinaria de la Fábrica de Gusanos entró en línea, ingentes fuerzas se acumularon para rasgar un agujero en el espacio tiempo. Le pareció que estaba oliendo ozono y que percibía pinchazos de electricidad. Pero podía ser que fuera su imaginación.

Montar esta operación había sido lo más sencillo del mundo. Mientras Bobby había trabajado para obtener acceso clandestino al equipo de la Fábrica de Gusanos, Kate se había abierto camino hacia la mansión de Billybob, un palacio de recargado estilo barroco que se había construido en la región arbolada de la periferia del parque nacional Monte Rainier. Kate había tomado suficientes fotografías como para armar un tosco mapa externo de ese lugar y efectuado lecturas del Sistema Global de Localización de Posiciones en diversos puntos de referencia. Eso, y la información que Billybob jactanciosamente había revelado a revistas de arquitectura respecto del profuso plan del interior del edificio habían sido suficientes para que Kate elaborara un detallado mapa interno de la mansión, en el que no faltaba una cuadrícula de referencias del SGLP.

Ahora, si todo iba bien, esas referencias serían suficientes para establecer un enlace por agujero de gusano entre los aposentos privados de Billybob y este puesto simulado de escucha.

… La pantalla flexible se iluminó. Kate se inclinó hacia adelante.

La imagen estaba fuertemente distorsionada: era un manchón circular de luz en anaranjado, marrón y amarillo, como si se hubiera estado mirando a través de un túnel espejado. Había una sensación de movimiento, parches de luz que iban y venían de un extremo al otro de la imagen, pero no se podían discernir detalles.

—No puedo ver nada —se quejó Kate.

Bobby tocó la pantalla flexible.

—Paciencia. Ahora tengo que insertarme en las rutinas de desconvolución.

—¿Las qué?

—La boca del agujero de gusano no es la lente de una cámara, recuérdalo. Es una pequeña esfera sobre la que incide la luz que llega desde alrededor de la esfera, en tres dimensiones. Y esa imagen global queda sumamente borroneada cuando pasa a través del agujero de gusano en sí. Pero podemos utilizar rutinas de software para descifrar todo eso. Es bastante interesante. El software se basa en programas empleados por los astrónomos para eliminar factores tales como distorsión atmosférica, centelleo, borrosidad y refracción, cuando estudian las estrellas…

La imagen se aclaró bruscamente, y Kate quedó boquiabierta.

Vieron un enorme escritorio con una lámpara en forma de globo que colgaba sobre él. Había papeles y pantallas flexibles diseminados sobre la mesa del escritorio. Detrás del escritorio había una silla vacía, a la que se había empujado hacia atrás sin formalidad. En las paredes se veían gráficas de rendimiento y gráficas de barra y lo que parecían ser estados de cuentas.

Era un ambiente lujoso. El papel del empapelado parecía ser material inglés fabricado a mano, probablemente el más caro del mundo. Y sobre el piso, tirado ahí como al descuido, había un par de cueros de rinoceronte completos, con la boca totalmente abierta y los ojos vidriosos mirando con fijeza; los cuernos sobresalían orgullosos, aun en la muerte.

Y había una sencilla pantalla con animación: un recuento total que aumentaba en forma continua. Tenía un rótulo que decía CONVERSOS y mostraba un contador de almas humanas, tal como si fueran las ventas de hamburguesas de suski en una cadena de restoranes de comida rápida.

La imagen distaba mucho de ser perfecta. Era oscura, se le notaba el grano, a veces era inestable y tenía tendencia a congelarse o a descomponerse en nubes de píxeles pero, así y todo…

—No puedo creerlo —susurró Kate—. Está funcionando. Es como si todas las paredes sencillamente se hubieran convertido en vidrio. Bienvenido a la pecera de pececitos dorados…

Bobby operó su pantalla flexible, haciendo que la imagen reconstruida tomara una visión panorámica.

—Creía que los rinocerontes estaban extinguidos.

—Lo están ahora. Billybob estaba complicado en un consorcio industrial que adquirió de un zoológico privado en Francia la última pareja reproductora. Los genetistas habían estado tratando de apoderarse de los rinocerontes para guardar material genético, quizás óvulos y espermatozoides, hasta cigotas, con la esperanza de restaurar la especie en el futuro. Pero Billybob había llegado ahí primero y, por eso, es el propietario del cuero de los últimos rinocerontes existentes. Fue un buen negocio, si se lo mira de ese modo, por esas pieles se pueden exigir precios increíblemente altos.

—Pero ilegales.

—Sí. Pero nadie tendría el coraje de entablar un juicio contra alguien tan poderoso como Billybob. Después de todo, cuando llegue el día del Ajenjo, todos los rinocerontes se extinguirán de todos modos: ¿Qué diferencia habría? ¿Puedes hacer un acercamiento con esta cosa?

—En sentido metafórico: puedo aumentar y destacar de manera selectiva.

—¿Podemos ver esos papeles que están sobre el escritorio?

Con la uña del dedo, Bobby marcó los iconos de acercamiento y el foco del software progresivamente se desplazó hasta colocarse sobre el revoltijo de papeles que había en la mesa del escritorio. La boca del agujero de gusano parecía haberse ubicado a un metro del suelo y unos dos del escritorio. Kate se preguntaba si sería visible la diminuta cuenta reflectora que flotaba en el aire, así que los papeles se veían en línea oblicua por la distorsión de la perspectiva. Además, no era fácil su lectura, algunos estaban boca abajo u ocultos por otros. De todos modos, Bobby alcanzó a discernir secciones. Invirtió las imágenes, introdujo correcciones para la distorsión debida a la perspectiva y las limpió con rutinas de soportes lógicas inteligentes para mejoramiento de imágenes, de manera que Kate pudiera visualizar la gran cantidad de información del material.

En su mayor parte era papeleo de rutina de una empresa, prueba escalofriante de cómo Billybob se enriquecía en escala industrial a partir de estadounidenses crédulos… pero nada ilegal. Kate hizo que Bobby efectuara una exploración, revolviendo precipitadamente el material que estaba desparramado.

Y en ese momento, por fin, ella descubrió algo valioso.

—Alto —dijo—. Ajusta… Bueno, bueno. —Era un informe técnico, escrito en letra apretada, repleto de cifras, acerca de los efectos adversos por la estimulación con dopamina en sujetos de mucha edad.

—Eso es —susurró—, la prueba del delito. —Se puso de pie y empezó a recorrer la sala a zancadas, incapaz de contener su inquieta energía.

—¡Qué imbécil! Si se es traficante de drogas, se lo es para siempre. Si podemos conseguir una imagen del propio Billybob leyendo eso…; mejor aún, firmándolo. ¡Bobby, necesitamos encontrarlo!

Bobby suspiró y se reclinó en su asiento.

—Pues entonces pregúntale a David. Yo sé hacer giros sobre el eje y hacer acercamientos y alejamientos, pero en estos momentos no sé cómo hacer que esta cámara Gusano dé una imagen panorámica.

—¿¡Cámara Gusano!? —preguntó Kate con una amplia sonrisa.

—Papá hace trabajar a sus especialistas en comercialización con aun mayor intensidad que a sus ingenieros. Mira, Kate, son las tres y media de la mañana. Seamos pacientes. Acá tengo cierre de seguridad hasta el mediodía de mañana, seguramente lo podremos sorprender a Billybob en su oficina antes de esa hora. Si no, volveremos a intentarlo otro día.

—Sí —Kate asintió con la cabeza, tensa—, tienes razón. Simplemente ocurre que estoy habituada a trabajar con rapidez.

Bobby sonrió.

—¿Antes de que algún otro periodista ansioso se inmiscuya en tu primicia?

—Eso sucede.

—Eh. —Bobby extendió el brazo y, ahuecando su mano, le tomó el mentón. En la Fábrica de Gusanos, sombría como una caverna, la cara oscura de Bobby era poco menos que invisible, pero el contacto con su mano era cálido, seco, inspiraba confianza—. No debes preocuparte. Tan sólo piensa que en este preciso instante, nadie en todo el planeta, nadie más, tiene acceso a esta tecnología de las cámaras Gusano. No existe modo alguno por el que Billybob pueda detectar qué tramamos, ni alguien más puede conseguir dar el golpe antes que tú. ¿Qué son unas pocas horas?

Ella respiraba agitada, jadeante; su corazón golpeaba contra el pecho: Kate parecía percibir la presencia de Bobby delante de ella en la oscuridad, en un nivel más profundo que el de la vista o el del olfato o, inclusive, que el del tacto, como si un núcleo existente muy en su interior estuviera reaccionando ante la cálida masa indefinida en la oscuridad que era el cuerpo de Bobby.

Ella extendió el brazo, le cubrió la mano y la besó.

—Tienes razón. Tenemos que esperar. Pero estoy consumiendo energía de todos modos… así que hagamos algo constructivo con ella.

Bobby pareció vacilar, como si tratara de comprender el significado de lo que ella le estaba diciendo.

Bien, Kate, se dijo a sí misma, no eres como las demás muchachas que conoció en su dorada y cómoda vida. A lo mejor necesita un poco de ayuda.

Pasó la mano libre alrededor del cuello de él y lo atrajo, hasta sentir sus labios sobre los de ella. La lengua de Kate, ardiente e inquisitiva, invadió la boca de él y recorrió una hilera de dientes inferiores perfectos. Los labios de él respondieron con avidez.

Al principio, Bobby fue tierno, hasta cariñoso pero, a medida que aumentaba la pasión, Kate advertía un cambio en su postura, en su actitud. Mientras respondía a las silenciosas órdenes de Bobby, estaba consciente de que le permitía asumir el control y, aun cuando Bobby la llevó hasta un profundo climax con la facilidad de un experto, Kate Sentía que él estaba distraído, perdido en los misterios de su mente extraña y herida; concentrado en el acto físico, no en ella.

Sabe hacer el amor —pensó ella— quizá mejor que cualquier otro que yo haya conocido… pero no sabe cómo amar. —Una forma cursi de decirlo y tristemente cierta.

Cuando él acercó su cuerpo, los dedos de ella le acariciaron la nuca y percibieron una dureza redonda debajo del cabello. Tenía el tamaño aproximado de una moneda de cinco centavos de dólar, igual de metálica y fría.

Era un borne para el cerebro.

* * *

En el silencio de la mañana primaveral de la Fábrica de Gusanos, David estaba sentado ante el resplandor de su pantalla flexible.

Él miraba la parte superior de su propia cabeza desde una altura de dos o tres metros. No era una imagen agradable: David se veía excedido de peso y una pequeña zona calva que no había advertido antes se distinguía en su coronilla, como una monedita rosada en medio de su despeinada cabellera.

Levantó la mano para palpar la zona calva.

La imagen que aparecía en la pantalla levantó la mano también, como un títere esclavo de las acciones del operador. David saludó con la mano, en un gesto infantil, y miró hacia arriba. Pero, claro está, no había qué ver, ninguna señal del diminuto desgarro en el espacio-tiempo que transmitía estas imágenes.

Tocó suavemente la pantalla flexible y el punto de vista giró en torno a un eje imaginario, quedando directamente hacia adelante. Otro toque, con vacilación, y el punto de vista empezó a desplazarse avanzando a través de las oscuras salas de la Fábrica de Gusanos; al principio lo hacía en forma un tanto espasmódica; después, con mayor suavidad. Enormes máquinas, que se alzaban amenazadoras y bastante siniestras, pasaron flotando frente a él como macizas nubes.

Con el tiempo, según suponía David, versiones comerciales de esta cámara para agujero de gusano vendrían con controles más intuitivos, controladores de mando quizá; palancas y perillas para hacer rotar el punto de vista en un sentido y en otro. Pero esta configuración sencilla de controles sensibles al tacto en la pantalla flexible era suficiente para permitirle controlar el punto de vista, lo que daba pie para concentrarse en la imagen en sí.

Y, por supuesto, un rincón de su mente le hacía recordar que, en realidad, el punto de vista no se movilizaba en absoluto; sino que los motores de Casimir estaban creando y deshaciendo una serie de agujeros de gusano, separados entre sí a distancias planckianas y ensartados formando una línea en el sentido en que el operador quisiese desplazarse. Las imágenes que regresaban por agujeros sucesivos llegaban lo suficientemente próximas como para darle a David la ilusión de desplazamiento.

Pero nada de esto era importante ahora, se dijo con severidad. Por ahora, lo único que deseaba era jugar.

Con una palmada decidida a la pantalla hizo girar el punto de vista y lo hizo volar directamente hacia la pared de hierro corrugado de la Fábrica. No pudo evitar encogerse cuando la barrera voló hacia él.

Hubo un instante de oscuridad.

Imprevistamente David se encontró del otro lado y envuelto en una encandilante luz de sol.

Frenó el punto de vista y lo dejó descender hasta la altura de los ojos. Estaba en los terrenos que rodeaban la Fábrica de Gusanos: césped, arroyos, encantadores puentecitos. El Sol estaba bajo, lo que facilitaba la proyección de largas sombras, bien definidas; sobre el césped había centelleantes vestigios de rocío.

David dejó que su punto de vista flotara hacia delante. En un principio como caminando al paso; luego, con un poco más de rapidez. El césped pasaba con celeridad debajo de él y los árboles replantados de Hiram se desplazaban por los costados como veloces manchones borrosos.

La sensación de velocidad era regocijante.

Todavía no había dominado los controles y, de vez en cuando, su punto de vista se hundía con torpeza a través de un árbol o de una roca, provocando momentos de oscuridad teñida de marrón o gris intenso. Pero David tenía mayor confianza en el control, y la sensación de velocidad, libertad y claridad era impresionante. Era como tener diez años nuevamente —pensó—, con los sentidos frescos y afilados, un cuerpo tan lleno de energía que era liviano como una pluma.

Llegó hasta el camino privado de la planta. Hizo elevar el punto de vista en dos o tres metros, recorrió la ruta y encontró la autopista. Voló más alto y se desplazó muy por lo alto de la autopista, contemplando los ríos de destellantes autos parecidos a escarabajos que circulaban por ella. El flujo del tránsito se concentraba llegando ya a la hora de máxima afluencia, se veía denso, desplazándose con celeridad. David pudo ver patrones en el flujo, nudos de densidad que se reunían y desaparecían cuando la red invisible de controles de programación llevaba a lo óptimo la corriente de autos guiados por el sistema de inteligencia artificial.

De pronto, impaciente, se elevó aún más, con lo que la autopista se convirtió en una cinta gris que viboreaba por la tierra; el parabrisas de los autos centelleaba como un collar de diamantes.

Ahora podía ver la ciudad, que se extendía delante de él. Los suburbios eran una prolija rejilla rectangular que estaba tendida sobre las colinas, las que, envueltas por la neblina, aparecían como sombras en gris. Los edificios altos del centro comercial se proyectaban hacia arriba como un compacto puño de hormigón armado, vidrio y acero.

David se elevó aún más, pasó velozmente a través de un delgado estrato de nubes, hasta llegar a la luz del Sol que brillaba intensamente más allá. Después, volvió a girar para ver el centelleo del océano, que, lejos del continente, aparecía manchado por la ominosa oscuridad de otro sistema más de tormenta que se acercaba. La curvatura del horizonte se hizo evidente cuando el continente y el mar se doblaron sobre sí mismos y la Tierra se convirtió en planeta.

David reprimió el impulso de lanzar un grito de alegría: siempre había querido volar como Superman. Esto, pensó, se va a vender como pan caliente.

Una luna creciente colgaba, baja y solitaria, en el cielo azul. David hizo rotar el punto de vista hasta que su campo visual se centró en esa astilla de descarnada luz.

Detrás de sí pudo oír una conmoción, voces que se alzaban, pies que corrían. Quizás había ocurrido una violación de la seguridad en alguna parte de la Fábrica de Gusanos. No era su problema.

Con determinación llevó el punto de vista hacia adelante. El azul de la mañana se hizo más intenso y viró hacia lo violeta. Ya podía ver las primeras estrellas.

Ellos durmieron por un rato.

Cuando Kate se volvió, sintió frío. Levantó la muñeca y su tatuaje se encendió: las seis de la mañana. Mientras dormía, Bobby se había alejado de ella, dejándola descubierta. Kate tiró de la manta que estaban compartiendo y se tapó el desnudo torso.

La Fábrica de Gusanos, carente de ventanas, estaba tan oscura y cavernosa como cuando llegaron. Pudo ver que la imagen por cámara Gusano del estudio de Billybob todavía estaba como antes; el escritorio, los cueros de rinoceronte y los papeles. Se había grabado todo lo ocurrido desde la instalación de la cámara Gusano. Con un temblor de excitación, Kate se dio cuenta de que podría tener suficiente material como para hacer que encerraran a Meeks para siempre…

—Estás despierta.

Giró la cabeza: ahí estaba la cara de Bobby, los ojos completamente abiertos, apoyada sobre una manta plegada.

Acarició la mejilla de la joven con el dorso de uno de los dedos.

—Creo que estuviste llorando —dijo.

Eso la sobresaltó. Resistió la tentación de sacarle la mano, de ocultar la cara.

Bobby suspiró.

—Encontraste el implante. Así que ahora hiciste el amor con un cabeza enchufada. ¿Es ése tu prejuicio? No te gustan los implantes. Quizá piensas que únicamente los delincuentes y los deficientes mentales deben sufrir la modificación de las funciones cerebrales…

—¿Quién lo puso ahí?

—Mi padre. Es decir, fue por iniciativa de él. Cuando yo era niño.

—¿Lo recuerdas?

—Tenía tres o cuatro años. Sí, lo recuerdo, y recuerdo haber entendido por qué lo estaba haciendo. No los detalles técnicos, claro, pero sí el hecho de que me amaba y quería lo mejor para mí. —Sonrió con humildad—. No soy tan perfecto como parezco. Era un tanto hiperactivo y también padecía una leve dislexia. El implante corrigió esas cosas.

Kate tanteó con la mano en la parte de atrás de la cabeza de Bobby y exploró el perfil del implante. Mientras trataba de no hacerlo de modo tan evidente, se aseguró de que su propio tatuaje de la muñeca pasara por encima de la superficie de metal. Se obligó a sonreír.

—Tendrías que perfeccionar tus piezas mecánicas.

Bobby se encogió de hombros:

—Funcionan bastante bien.

—Si me permites traer equipo para análisis microelectrónico podría hacer un estudio de tu implante.

—¿Para qué serviría hacerlo?

Kate hizo una profunda inspiración.

—Descubrir qué hace.

—Ya te dije lo que hace.

—Me dijiste lo que Hiram te dijo a ti.

Bobby se apoyó en uno de los codos y la miró con fijeza.

—¿Qué estás queriendo decir?

Sí, ¿por qué, Kate? ¿No será que simplemente estás irritada porque no da señales de estar enamorándose de ti… en tanto que, como es evidente, tú sí te estás enamorando de este hombre complejo y con imperfecciones? —se dijo ella—. Pareces tener… vacíos. Por ejemplo, ¿nunca te haces preguntas respecto de tu madre?

—No —respondió él—. ¿Debería hacerlo?

—No es cuestión de lo que deberías hacer, Bobby, sino que eso es precisamente lo que hace la mayoría de la gente… sin que haya que empujarla.

—Y tú supones que eso tiene algo que ver con mi implante. Mira, confío en mi padre. Sé que todo lo que hizo fue pensando en lo que habría de ser mejor para mí.

—Está bien. —Se inclinó para besarlo—. No es asunto mío. No volveremos a hablar de eso.

Por lo menos —pensó ella con un estremecimiento de culpa— no hasta que yo obtenga un análisis de los datos que ya recogí del borne de tu cabeza… sin tu conocimiento ni tu autorización. —Se acurrucó más cerca de él y con un brazo le envolvió el pecho, en gesto de protección.

De manera aterradoramente repentina, luz de linternas se derramó sobre ellos.

Kate tiró con toda prisa de la manta hasta tapar su pecho, sintiéndose absurdamente expuesta y vulnerable. La linterna que refulgía en sus ojos la encandilaba, ocultando al grupo de gente que estaba más allá: eran dos, tres personas. Llevaban uniformes oscuros.

Y estaba el inconfundible corpachón de Hiram, los brazos en jarras, la mirada clavada en ella.

—No pueden esconderse de mí —dijo Hiram, seguro de sí mismo. Con un gesto señaló la imagen que mostraba la cámara Gusano—: Apaguen esa maldita cosa.

La imagen se convirtió en puntos cuando el enlace de agujero de gusano con la oficina de Billybob se interrumpió.

Ms. Manzoni, tan sólo por haber entrado acá sin permiso violó toda una serie de leyes. Y ni qué hablar del intento de violar la vida privada de Billybob Meeks. La Policía ya está en camino. Tengo mis dudas respecto de si podré hacer que la encierren en la cárcel, aunque le juro que voy a hacer todo lo posible para que así sea, pero sí le puedo asegurar que nunca volverá a trabajar en el campo de su profesión.

Kate mantuvo una mirada desafiante y llena de cólera. Pero por dentro sintió que su firmeza se derrumbaba: sabía que Hiram tenía el poder para hacer exactamente lo que decía.

Bobby estaba acostado de espaldas, relajado.

Kate le dio un codazo en las costillas.

—No te entiendo, Bobby. Te espía. ¿Eso no te molesta?

Hiram se paró ante ella, amenazante.

—¿Por qué habría de molestarle? —A través de la luz que la encandilaba, Kate pudo ver gotas de sudor que brillaban sobre la coronilla calva de Hiram, la única señal de su furia—. Soy su padre. Lo que me molesta es usted, Ms. Manzoni. Para mí resulta evidente que usted está envenenando la mente de mi hijo. Tal como… —Se detuvo bruscamente.

Kate le devolvió la mirada asesina.

—¿Cómo quién, Hiram? ¿Cómo su madre?

La mano de Bobby aferró su brazo.

—Retrocede, papá. Kate, era seguro que él deduciría esto en algún momento. Escuchen, los dos, encontremos una solución de triunfo-triunfo para todo esto. ¿No es eso lo que siempre me dijiste, papá? —dijo con impulsividad—. No la eches a Kate. Dale un empleo. Aquí, en Nuestro Mundo.

Hiram y Kate hablaron en forma simultánea:

—¡¿Estás loco?!…

—¡Bobby, eso es absurdo! Si crees que voy a trabajar para esta alimaña…

Bobby alzó las manos en gesto de apaciguamiento.

—Papá, piénsalo un poco. Para explotar esta tecnología vas a necesitar los mejores periodistas de investigación, ¿no es cierto? Incluso con la cámara Gusano no puedes sacar a relucir una noticia si no tienes pistas.

Hiram resopló.

—¿Y con eso me quieres decir que ella es la mejor?

Bobby arqueó las cejas.

—Ella está aquí, papá. Descubrió todo acerca de la cámara Gusano. Hasta la empezó a usar. Y en cuanto a ti, Kate…

—Bobby, se va a congelar el infierno antes de que…

—Tú ya sabes lo de la cámara Gusano. Hiram no te puede dejar ir con ese conocimiento. Así que… no te vayas. Ven a trabajar aquí. Tendrás la delantera sobre cualquier otro condenado reportero del planeta. —Bobby miró a uno y a otro de sus interlocutores.

Hiram y Kate se lanzaron miradas asesinas.

Fue Kate la que habló:

—Yo insistiría en terminar mi investigación sobre Billybob Meeks. No me importa los vínculos que usted tiene con él, Hiram. Ese hombre es un mentiroso, un criminal en potencia y un traficante de drogas. Y…

Hiram lanzó una carcajada.

—¿Me está imponiendo condiciones?

Bobby dijo:

—Papá, por favor, tan sólo piénsalo. Por mí.

Hiram se alzó amenazador ante Kate, en su cara había un gesto de furia salvaje.

—Quizá tenga que aceptar esto. Pero no va a separar a mi hijo de mí. Espero que entienda eso. —Se enderezó y Kate se descubrió temblando de miedo.

—A propósito —Hiram le dijo a Bobby—, tenías razón.

—¿Respecto de qué?

—De que te amo. De que debes confiar en mí. De que todo lo que hice por ti lo hice pensando en lo mejor para ti.

Kate quedó boquiabierta.

—¿Usted lo oyó decir eso? —Pero por supuesto que sí; era probable que Hiram lo hubiera oído todo.

Los ojos de Hiram estaban sobre Bobby.

—Porque tú sí me crees, ¿no?… ¿No?