David, junto con Hiram y Bobby, estaban sentados delante de una pantalla flexible gigantesca extendida por toda la pared de la sala de cálculos de la Fábrica de Gusanos. La imagen que aparecía en la pantalla, devuelta por una cámara de fibras ópticas que se había logrado introducir en el corazón de la Fábrica a través de un conjunto de imanes superconductores encajados entre sí, no era más que oscuridad sólo interrumpida por un pixel extraviado, un punto de color y luz.
En un extremo de la pantalla un contador digital indicaba una cuenta regresiva hacia el cero.
Con impaciencia, Hiram recorría a zancadas la atestada y estrecha sala de cálculos. Los técnicos ayudantes de David, atemorizados, se alejaban de él evitando su mirada.
Hiram preguntó con irritación:
—¿Cómo saben que el remaldito agujero de gusano está abierto siquiera?
David contuvo una sonrisa.
—No es preciso que susurres. —Señaló desde un rincón. Al lado del reloj de cuenta regresiva había un pequeño subtítulo numérico, una secuencia de números primos que iba aumentando desde dos hasta treinta y dos, una y otra vez—. Ésa es la señal de prueba, que el personal de Brisbane envía a través del agujero de gusano en las longitudes de onda normales de los rayos gamma; así sabemos que hemos logrado encontrar y estabilizar una boca de agujero de gusano… sin un anclaje a distancia, y que los australianos consiguieron localizarlo.
Durante sus tres meses de trabajo allí, David había descubierto rápidamente una manera de emplear las modulaciones de pulsos de materia exótica, para combatir la inestabilidad intrínseca de los agujeros de gusano. Este proceso transformado en ingeniería práctica y repetible había sido, por supuesto, difícil en extremo; pero finalmente había tenido éxito.
—Nuestra ubicación de la remota boca no es tan precisa todavía. Temo que nuestros colegas australianos tengan que perseguir la boca de nuestros agujeros de gusano a través del polvo que hay por allá. Debemos cambiar chisporroteos por parloteos, como dicen ellos. De todas maneras, ya se puede abrir un agujero de gusano hacia cualquier dirección. Lo que aún no sabemos es si podremos expandir los agujeros hasta darles la dimensión de la luz visible.
Bobby se reclinaba cómodamente contra una mesa, con las piernas cruzadas y con su apariencia atlética y relajada, como si acabara de salir de una cancha de tenis… Quizás así fuera, reflexionó David.
—Creo que tenemos que conceder a David gran parte del mérito, papá; después de todo ya resolvió la mitad del problema.
—Sí —contestó Hiram—, pero todavía no veo cosa alguna, con excepción de un chorro de rayos gamma que algún australianito de nariz rota lanzó adentro del agujero. A menos que podamos encontrar la manera de ensanchar estos inmundos agujeros, estamos malgastando mi dinero. ¡Y no puedo aguantar este despilfarro! ¿Por qué realizamos solamente un ensayo por día?
—Porque —dijo David con tranquilidad— tenemos que analizar los resultados de cada ensayo, desarmar el equipo para el Casimir, volver a cero el equipo de control y los detectores. Tenemos que analizar cada falla, antes de que podamos llevar adelante la tarea con éxito. —Es decir, añadió para sus adentros, antes de que me pueda liberar de este complejo enredo de familia y regresar a la relativa calma de Oxford, con sus batallas para conseguir fondos y la feroz rivalidad académica.
Bobby preguntó:
—¿Qué es lo que estamos buscando, exactamente? ¿Qué aspecto tendrá un agujero de gusano?
—Eso lo puedo responder yo —dijo Hiram, todavía recorriendo la sala a zancadas—. Me formé con programas de ciencia popular lo suficientemente malos. Un agujero de gusano es un atajo a través de la cuarta dimensión. Tienes que recortar una parte de nuestro espacio tridimensional y unirla con otra similar situada allá, en Brisbane.
Bobby alzó una ceja mirándolo a David.
David dijo con cuidado:
—Es un poco más complicado que eso, pero lo que dice está más cerca de lo correcto que de lo erróneo. La boca de un agujero de gusano es una esfera que flota libremente en el espacio. Una extirpación tridimensional. Si logramos conseguir la expansión, por primera vez podremos ver la boca de nuestro agujero de gusano, con una lupa, aunque más no fuese.
El reloj de cuenta regresiva estaba ahora en un solo dígito.
David dijo:
—Todos con la cabeza hacia arriba. Allá vamos.
El murmullo de las conversaciones cesó y todos los presentes se volvieron hacia el reloj digital.
La cuenta llegó a cero.
Pero nada ocurrió.
Aunque en realidad, sucedieron cosas. El contador de seguimiento ascendió hasta llegar a una respetable puntuación, mostrando incluso partículas pesadas y llenas de energía que atravesaban el conjunto detector: los restos de un agujero de gusano que había explotado. Los elementos de pixel del conjunto se disparaban en forma individual cuando una partícula pasaba a través de él, estos disparos se podían utilizar para hacer el seguimiento de los fragmentos de los restos en su trayectoria, trayectorias que luego se podrían reconstruir y analizar.
Se generó una gran cantidad de datos, y muchos de buena ciencia; pero la pantalla flexible y gigante seguía en blanco. No había señal.
David contuvo un suspiro. Abrió el libro de registro diario y con su letra redonda y clara anotó los detalles de la ejecución del ciclo de ensayo. Alrededor de él, sus técnicos iniciaron el diagnóstico del equipo.
Hiram miró con fijeza la cara de David, la pantalla flexible vacía, los técnicos.
—¿Eso es todo? ¿Funcionó?
Bobby tocó el hombro de su padre.
—Incluso yo puedo decir que no, papá. —Señaló la secuencia de números primos del ensayo: se había congelado en trece—. El trece de la desgracia —murmuró Bobby.
—¿Tiene razón? ¿David, volviste a fallar?
—Esto no fue una falla: tan sólo otro ensayo. No entiendes la ciencia, padre. Ahora, cuando analicemos las pruebas de este último proceso seguramente aprenderemos de los resultados…
—¡Aprender, nada! ¡Debiera haberte dejado en la remaldita Oxford hasta que te pudrieras! Llámame cuando tengas algo. —Y sacudiendo la cabeza, Hiram salió de la sala a zancadas.
Cuando partió fue palpable la sensación de alivio que recorrió la sala. Los técnicos, todos ellos físicos especializados en partículas, de cabello cano y algunos de ellos mayores que Hiram, con carreras reconocidas más allá de la Compañía, se retiraron del lugar.
Cuando lo dejaron solo, David se sentó ante una pantalla flexible para comenzar su propio trabajo de seguimiento.
Hizo aparecer su metáfora favorita del escritorio. Era como una ventana que daba a un estudio atiborrado de cosas: sobre el piso, sobre anaqueles y una mesa, pilas desordenadas de libros y documentos amontonados; y colgando del cielo raso como esculturas con partes móviles, complejos modelos de desintegración de partículas.
Cuando David recorría la «habitación» con la mirada, el punto que caía dentro del foco de su atención se ampliaba, brindando más detalles mientras el resto de la habitación se veía borroneado, como el fondo deslavado de una pintura. Podía «levantar» documentos y modelos con la punta de los dedos, repasando las páginas hasta encontrar lo que deseaba, exactamente donde lo había dejado la última vez.
Primero tuvo que hacer una comprobación de las averías en los píxels del detector. Empezó a transferir los trazados luminosos del detector de vértices hacia el interior del canal de datos de señales analógicas y extrajo una vista panorámica ampliada de diversas placas detectoras. Siempre había fallas aleatorias de los píxels cuando alguna partícula especialmente poderosa chocaba con un elemento detector. Aunque algunos de los detectores habían sufrido suficientes daños por causa de la radiación como para necesitar su reemplazo, nada era tan grave.
Concentrado en su trabajo, tarareaba una canción, mientras se preparaba para empezar a actuar…
—Tu interfaz con el usuario es una confusión.
David, sobresaltado, se volvió: Bobby todavía estaba allí, reclinado contra la mesa.
—Lo siento —dijo David—. No fue mi intención darte la espalda. —Era extraño que no se hubiese dado cuenta de que aún seguía ahí su hermano.
Bobby dijo entonces:
—La mayoría de la gente emplea el motor de búsqueda.
—Que es lento hasta la irritación, proclive a cometer errores de entendimiento y que, de todos modos, enmascara un sistema jerárquico de almacenamiento de datos propio de la era victoriana. Archivadores. Bobby, no tengo la desenvoltura necesaria como para usar el motor de búsqueda. Soy nada más que un simio evolucionado al que le gusta usar sus manos y ojos para encontrar las cosas. Esto puede parecer un lío, pero sé con exactitud dónde se encuentra cada cosa.
—Pero, aun así, podrías estudiar este asunto del seguimiento de partículas un poco mejor si fueras un virtual. Si me permites, ensayaré para ti mi más reciente prototipo de Ojo de la Mente. Podemos llegar a más zonas del cerebro, conmutar con más rapidez a…
—Y todo sin necesidad de hacer una trepanación.
Bobby sonrió.
—Muy bien —dijo David—. Agradecería eso.
La mirada de Bobby recorrió la habitación en esa manera ausente y desconcertante que era propia de él.
—¿Es cierto? ¿Lo que le dijiste a papá, que esto no era un fracaso sino otro paso?
—Puedo entender la impaciencia de Hiram. Después de todo, es él quien está pagando por todo esto.
—Y está trabajando bajo presión por parte de la plaza comercial —dijo Bobby—; ya algunos de sus competidores están afirmando que tienen cadenas de datos de una calidad comparable con la de Hiram. Es indudable que no habrá de pasar mucho tiempo antes de que a uno de ellos se le ocurra la idea de un visor a distancia… de manera independiente, si es que alguien no lo dejó trascender ya.
—Pero la presión comercial no viene al caso —dijo David con irritación—. Un estudio como éste tiene que marchar a su propio ritmo. Bobby, no sé cuánto sabes de física.
—Parte de la base de que no sé nada. Una vez que tienes un agujero de gusano, ¿qué tiene de difícil expandirlo?
—No se trata de fabricar un auto más grande y mejor: estamos tratando de embutir espacio-tiempo dentro de una forma que no adoptaría de manera natural. Mira, los agujeros de gusano son intrínsecamente inestables. Sabes que, para mantenerlos abiertos, en primer lugar tenemos que enhebrarlos con materia exótica.
—Antigravedad.
—Sí. Pero la tensión que se produce en la garganta de un agujero de gusano es gigantesca. Constantemente estamos equilibrando una de las inmensas presiones contra otra. —David cerró los puños y los apretó uno contra otro, con fuerza—. En tanto estén en equilibrio, bien. Pero la perturbación más pequeña… y se pierde todo. —Dejó que uno de los puños se deslizara sobre el otro, rompiendo el equilibrio que había establecido—. Y esa inestabilidad fundamental se vuelve peor a medida que aumenta el tamaño. Lo que estamos tratando de hacer es vigilar las condiciones que existen en el interior del agujero de gusano y ajustar el bombeo de la materia de energía exógena para compensar las fluctuaciones. —Volvió a apretar los puños entre sí; esta vez, mientras desplazaba el izquierdo con movimientos cortos hacia atrás y hacia adelante, hacía una compensación con desplazamientos del derecho, de modo tal que los nudillos de ambos puños se mantuvieran apretados entre sí.
—Ya lo entiendo —dijo Bobby—, es como si estuvieras enhebrando el agujero de gusano con un soporte lógico.
—O con un gusano inteligente —dijo David, sonriendo—. Sí. Es muy exigente, desde el punto de vista del procesador y, hasta ahora, las inestabilidades han sido demasiado rápidas y catastróficas como para manejarlas.
—Mira esto. —Extendió la mano hacia la tapa del escritorio y, con el toque de la punta del dedo, extrajo una imagen nueva de una cascada de partículas: tenía un fuerte tronco púrpura, el color mostraba una ionización intensa, con enjambres de chorros rojos, anchos y angostos, algunos rectos; otros, curvos. Pulsó una tecla y la aspersión rotó en tres dimensiones; el software suprimió elementos que estaban en primer plano, para permitir que detalles de la estructura interna del chorro se volvieran visibles. El chorro central estaba rodeado por números que mostraban la energía, la cantidad de movimiento y las lecturas de carga ionizante.
—Acá estamos mirando un evento complejo y de alta energía, Bobby. Toda esta basura exótica se vomita antes de que el agujero de gusano desaparezca por completo. —Suspiró—. Es como si tratáramos de resolver la manera de reparar un auto, haciéndolo volar en pedazos y revisando minuciosamente los restos después.
—Bobby, fui honesto con nuestro padre. Cada ensayo es la exploración de otro ángulo de lo que denominamos espacio entre parámetros, mientras intentamos diferentes maneras de hacer que nuestros visores por agujero de gusano sean amplios y estables. No hay ensayos desperdiciados; cada vez que actuamos aprendemos algo.
De hecho, muchos de mis ensayos son negativos: en realidad, los diseño para que fracasen. Un solo ensayo que pruebe que alguna parte de la teoría está equivocada es más valioso que cien que demuestren que la teoría podría ser cierta. Con el tiempo llegaremos… O demostraremos que el sueño de Hiram es imposible con la tecnología actual.
—La ciencia exige paciencia.
David sonrió.
—Sí. Siempre la exigió. Pero para alguna gente resulta difícil mantener la paciencia frente al meteoro negro que se nos acerca a todos.
—¿El Ajenjo? Pero se halla a siglos de distancia.
—Pero los científicos no están solos en absoluto, en lo concerniente a verse afectados por el conocimiento de la existencia del Ajenjo. Existe el impulso de apurarse, de reunir tantos datos y formular nuevas teorías, de aprender tanto como fuere posible en el tiempo que queda… porque ya no estamos tan seguros de que habrá alguien que emplee nuestra obra como base de sus investigaciones, como siempre supusimos en el pasado. Por eso los investigadores toman atajos y el proceso de revisión de lo que hicieron por parte de sus pares está sometido a presión…
En ese momento, una luz roja de alerta empezó a destellar en lo alto de la pared de la sala de cómputos, y los técnicos empezaron a ingresar otra vez.
Bobby miró a David con gesto de curiosidad.
—¿Estás disponiendo el equipo para que vuelva a funcionar? Le dijiste a papá que realizabas nada más que un ensayo por día.
David le guiñó el ojo.
—Una mentira inocente, una efectiva forma de sacármelo de encima.
Bobby rio.
Resultó que era hora de ir a buscar el café antes de que empezara el nuevo ciclo de ensayo. Los dos hermanos fueron juntos a la cafetería.
Bobby está tardando en irse, pensó David, como si quisiera tomar parte en esto. En esa actitud, David percibía una necesidad, una necesidad que no entendía. Quizás hasta de… ¿Envidia? ¿Era eso posible?
Era un pensamiento deliciosamente maligno: Bobby Patterson, fabulosamente rico, este play boy, me envidia, a mí, a su honesto y flojo hermano. O, quizá, no es más que rivalidad entre hermanos por parte mía.
Mientras caminaban de vuelta, David buscó iniciar una conversación.
—¿Así que tienes una licenciatura, Bobby?
—Claro que sí, pero de la FCEU.
—¿La FCEU?… Oh, Harvard…
—Sí, la facultad de Ciencias Económicas de Harvard.
—Como parte de mi primer título hice unos estudios en ciencias económicas —dijo David, y sonrió—. Los cursos tenían el propósito de «equiparnos para el mundo moderno». Todas esas matrices de dos por dos, la moda de esta teoría o de aquélla, de un gurú de la administración empresaria o de otro…
—Bueno, pues, el análisis financiero no es la ciencia de la balística, como solíamos decir —murmuró Bobby con tono conciliador—, pero nadie en Harvard era un pelele. Gané mi lugar ahí sobre la base de mis méritos. Y la competencia allá era feroz.
—No me cabe duda de que lo era. —David estaba perplejo por la falta total de emoción que tenía la voz de Bobby, por su falta de fuego. Sondeó con delicadeza.
—Tengo la impresión de que te sientes… subestimado.
Bobby se encogió de hombros.
—Quizá. La división de RV de Nuestro Mundo es una empresa de mil millones de dólares por derecho propio. Si fracaso, papá dijo con toda claridad que no va a sacarme del problema. Pero hasta Kate cree que soy una especie de lugarteniente. —Bobby sonrió, mostrando los dientes—. Estoy disfrutando mi intento por convencerla de que no es así.
David frunció el entrecejo: ¿Kate?… Ah, sí, la joven reportera a la que Hiram había tratado de excluir de la vida de su hijo… sin conseguirlo, por lo que parecía. Interesante.
—¿Quieres que mantenga lo boca cerrada?
—¿Respecto de qué?
—Kate. La reportera…
—En verdad no hay algo por lo que haya que mantener la boca cerrada.
—Puede ser, pero nuestro padre no la aprueba. ¿Le dijiste que la sigues viendo?
—No.
Y esto puede ser lo único de tu joven vida, pensó David, de lo que Hiram no esté al tanto. Pues bien, mantengámoslo así. David se sintió complacido de haber establecido este pequeño vínculo con su hermano.
En ese momento, el reloj de cuenta regresiva se había acercado a su conclusión. Una vez más, la pantalla flexible de pared mostró una oscuridad negra como tinta, sólo interrumpida por destellos al azar de píxels, y con el monitor numérico que estaba en el rincón repitiendo con monotonía su lista de prueba de números primos. David miraba divertido cómo los labios de Bobby formaban en silencio los números de cuenta: Tres. Dos. Uno.
Y entonces la boca de Bobby quedó abierta por la conmoción, mientras una luz parpadeante jugaba sobre su cara.
David desplazó la mirada hacia la pantalla flexible.
Esta vez había una imagen: un disco de luz. Era una aparición caprichosa, parecida a una ensoñación, constituida por cajas y luces en hilera y cables, distorsionada casi más allá del reconocimiento, como si se la hubiera estado recibiendo a través de una grotesca lente ojo de pescado.
David se descubrió a sí mismo conteniendo la respiración. Cuando la imagen se mantuvo estable durante dos, tres segundos, deliberadamente tragó aire.
Bobby preguntó:
—¿Qué estamos viendo?
—La boca del agujero de gusano o, mejor dicho, la luz que está atrayendo desde sus alrededores, desde aquí, de la Fábrica de Gusanos. Mira, puedes ver la masa de material electrónico. Pero la fuerte gravedad de la boca está arrastrando luz desde el espacio tridimensional que está rodeándola por completo: se está distorsionando la imagen.
—Como hacen las lentes gravitacionales.
Miró a Bobby con sorpresa.
—Exactamente igual. —Revisó los monitores—. Ya estamos superando nuestros ensayos anteriores…
Para estos momentos, la distorsión de la imagen se estaba haciendo más fuerte, pues las formas del equipo y los dispositivos de iluminación se veían borroneados y parecían círculos rodeando el punto central de visión. Algunos de los colores manifestaban experimentar un desplazamiento Doppler: un soporte verde estaba empezando a parecer azul, el fulgor de las lámparas fluorescentes comenzaba a adoptar un matiz violeta.
—Nos estamos metiendo más profundamente en el agujero de gusano —susurró David—. No me abandones ahora.
La imagen se fragmentaba aún más, sus elementos se hacían añicos y se multiplicaban según un patrón reiterado en torno de la imagen en forma de disco. Era un calidoscopio tridimensional, pensó David, compuesto por imágenes múltiples de la iluminación del laboratorio. Lanzó una rápida mirada a las lecturas del contador, que le dijeron que gran parte de la energía de luz que caía dentro del agujero de gusano había experimentado una desviación hacia el ultravioleta y más allá aún; y, que la radiación energizada golpeaba fuertemente sobre las paredes curvas de este túnel en el espacio-tiempo.
Pero el agujero de gusano se mantenía.
Éste era un punto en el que todos los experimentos anteriores se habían derrumbado.
Ahora la imagen del disco empezaba a contraerse con la luz, que caía desde tres dimensiones sobre la boca del agujero de gusano, la garganta del agujero la comprimía hasta convertirla en un caño que se iba haciendo más angosto. La masa luminosa, que se mezclaba desordenadamente y se estaba contrayendo, alcanzó un valor máximo de distorsión.
Y entonces, la calidad de la luz cambió: la estructura de imágenes múltiples se volvió más simple, dilatándose, pareciendo dejar de mezclarse sola, y David comenzó a discernir elementos de un nuevo campo visual: una mancha borrosa de azul que bien podría ser un cielo; un blanco pálido que pudo haber sido una caja de instrumentos.
Dijo:
—Llamemos a Hiram.
Bobby preguntó:
—¿Qué estamos mirando?
—Tan sólo llama a nuestro padre, Bobby.
Hiram llegó a la carrera una hora después.
—Es mejor que valga la pena: interrumpí una asamblea de inversionistas…
Sin decir palabra, David le alcanzó una placa de cristal con óxido de plomo, del tamaño y la forma de un mazo de barajas. Hiram giró la placa sobre sí, inspeccionándola.
Se había pulido la superficie de la placa hasta convertirla en una lente de aumento. Cuando Hiram miró en su interior pudo observar dispositivos electrónicos en miniatura: detectores fotomultiplicadores de luz, para recibir señales; un diodo emisor de luz, que tenía la capacidad de emitir destellos para la realización de ensayos; una pequeña fuente de alimentación; electroimanes diminutos. Y, en el centro geométrico de la placa, una esfera diminuta y perfecta, casi en el límite de la visibilidad. Parecía de plata y reflejaba la luz como una perla, pero la calidad de la luz que devolvía no era ni por asomo el gris duro de las lámparas fluorescentes de la sala de cómputos.
Hiram se volvió hacia David.
—¿Qué estoy mirando?
Con un leve movimiento de la cabeza, David señaló la gran pantalla flexible de pared: mostraba algo que semejaba una nube redonda de luz azul y marrón.
Una cara apareció sin mayor definición en la imagen, una cara humana, la de un hombre de unos cuarenta años de edad, quizá. La imagen estaba sumamente distorsionada. Era, exactamente, como si ese hombre hubiera acercado la cara hasta tocar una lente ojo de pescado; pero David pudo reconocer el pelo negro rizado, la piel endurecida por una intensa exposición al sol, y la sonrisa amplia de dientes blancos.
—Es Walter —dijo Hiram, maravillado—, el jefe de nuestra instalación en Brisbane. —Se acercó más a la pantalla flexible—: Está diciendo algo. Sus labios se mueven. —Se quedó parado ahí, moviendo la boca en concordancia con la que se veía en la pantalla—: «Yo… los… veo». Los veo… ¡Dios mío!
Detrás de Walter ahora se podía ver a otros técnicos australianos, sombras sumamente distorsionadas, que aplaudían en silencio.
David sonrió y se sometió a los gritos de alegría y los abrazos hasta la casi sofocación de Hiram, pero sin dejar de mirar todo el tiempo la placa de vidrio con óxido de plomo que contenía la boca del agujero de gusano, esa perla de mil millones de dólares.