Bobby estaba llegando con atraso a la Tierra de la Revelación. Kate todavía lo estaba esperando en la playa de estacionamiento, mientras los enjambres de ancianos adherentes empezaban a hacer presión sobre los portones de la gigantesca catedral de cemento armado y vidrio de Billybob Meeks.
Esta catedral había sido un estadio de fútbol americano en otra época: los asistentes se veían forzados a sentarse cerca de la parte posterior de una de las graderías, con la visual obstaculizada por pilares. Los vendedores de hot dogs, maníes, bebidas sin alcohol y drogas para recreación estaban trabajando entre el gentío, y por los altavoces sonaba el sistema de música por cable.
—Jerusalem —reconoció Kate—, basada sobre el grandioso poema de Blake relativo a la legendaria visita de Cristo a Gran Bretaña, ahora era el himno nacional de la nueva Inglaterra post Reino Unido.
Todo el piso del estadio estaba tapizado con espejos, lo que lo convertía en un piso de cielo azul sobre el que se esparcían gordas nubes de invierno. En el centro había un trono gigantesco, cubierto por piedras que destellaban en verde y azul. Probablemente cuarzo impuro, pensó Kate. A través del aire se vaporizaba agua, y lámparas de arco creaban un arco iris que se curvaba de manera espectacular. Más lámparas revoloteaban en el aire, delante del trono, sostenidas en lo alto por robots teleguiados, y tronos más pequeños daban vueltas llevando a los ancianos y ancianas vestidos de blanco con coronas doradas sobre la enjuta cabeza.
Y había bestias del tamaño de camiones volcadores que rondaban el campo de juego. Eran grotescas; cada parte de su cuerpo estaba cubierto con ojos que parpadeaban. Una de ellas desplegó gigantescas alas y voló como un águila unos pocos metros.
Las bestias rugieron a la multitud y el sonido fue amplificado por un retumbante conjunto de altavoces. La multitud se puso de pie y vitoreó como si hubiera estado celebrando el tanto logrado por su equipo.
Bobby estaba extrañamente nervioso. Llevaba un traje ajustado enterizo de color escarlata claro, con un pañuelo con morfotropía cromática envuelto alrededor del cuello. Era un magnífico play boy del siglo XXI, pensó Kate, tan fuera de lugar entre la multitud deslucida y senil que tenía en derredor, como un diamante en medio de la colección de caracoles recogidos en la playa por un niño.
Kate le tocó la mano.
—¿Estás bien?
—No me di cuenta de que todos iban a ser tan viejos.
Tenía razón, por supuesto. La congregación que se estaba reuniendo era una poderosa ilustración de cómo se iban plateando las sienes de Estados Unidos. De hecho, muchos de la multitud tenían bornes mejoradores de la actividad cognitiva, los que eran claramente visibles en la nuca: estaban allí para combatir el inicio de enfermedades relacionadas con la edad, como el mal de Alzheimer, al estimular la producción de neurotransmisores y moléculas para adhesión celular.
—Ve a cualquier iglesia del país y verás lo mismo, Bobby. Lamentablemente, la gente se siente atraída por la religión cuando se siente cerca de la muerte. Y ahora hay más gente de edad… y, quizá, con la venida de Ajenjo todos sentimos el roce de esa sombra oscura. Billybob no hace más que ir sobre la cresta de una ola demográfica. Sea como fuere, esta gente no muerde.
—Quizá no. Pero sí tienen olor. ¿No te das cuenta?
Kate rio.
—Nunca se deben usar los mejores pantalones cuando hay que salir a batallar por la libertad y la verdad.
—¿Eh?
—Henrik Ibsen.
En ese momento, un hombre se paró sobre el gran trono central. Era de baja estatura, gordo, y la cara le brillaba por el sudor. Su voz amplificada retumbó:
—¡Bienvenidos a la Tierra de la Revelación! ¿Sabéis por qué estáis aquí? —Su dedo apuntó como una espada—. ¿Lo sabéis? ¿Lo sabéis? Escuchadme ahora: «El día del Señor estuve en espíritu y detrás de mí oí una poderosa voz que, cual trompeta, dijo: “Escribid en un pergamino lo que veis…”» —Y el hombre sostuvo en alto un pergamino centelleante.
Kate se inclinó hacia Bobby.
—Te presento a Billybob Meeks. Agradable, ¿no? Aplaudan todos. Coloración protectora.
—¿Qué es todo esto, Kate?
—Es evidente que nunca leíste el Libro de las Revelaciones, el desvariante remate cómico de la Biblia —señaló Kate—: siete lámparas que flotan en el aire. Veinticuatro tronos alrededor del gran trono. Revelaciones está plagado de números mágicos: tres, siete, doce. Y la descripción que da del fin de las cosas es muy literal. Aunque, por lo menos, Billybob usa las versiones tradicionales, y no las ediciones de módem a las que se reescribiera para mostrar cómo la fecha de 2534 para el Ajenjo estuvo presente en el texto todo el tiempo… —suspiró—. Los astrónomos que descubrieron el Ajenjo nos hicieron un flaco favor al denominarlo así: capítulo ocho, versículo diez: «El tercer ángel hizo sonar su trompeta y una grandiosa estrella, fulgurante cual antorcha, cayó del cielo sobre el tercero de los ríos y sobre los manantiales. El nombre de la estrella es Ajenjo…»
—No entiendo por qué me invitaste a venir aquí hoy. De hecho, no sé cómo conseguiste enviarme un mensaje. Después de que mi padre te echara…
—Hiram todavía no es omnipotente, Bobby —contestó ella—. Ni siquiera respecto de ti. Y en cuanto al porqué… mira hacia arriba.
Un robot teleguiado flotaba sobre la cabeza de ellos. Estaba marcado con una palabra sencilla y sin adornos: GRAINS. Se sumergió entre la multitud, en respuesta a llamadas de miembros de la congregación.
Bobby se sorprendió.
—¿Granos? ¿El acelerador cerebral?
—Sí. La especialidad de Billybob. ¿Leíste a Blake?: En un Grano de Arena un Mundo ver / y un Paraíso, en una Flor que Crece en la Soledad / En la Palma de tu Mano lo Infinito Sostener / y en una Hora abarcar la Eternidad… El punto culminante es que si tomas Granos, tu percepción del tiempo se acelera. Desde el punto de vista subjetivo podrás elaborar más pensamientos, tener más experiencias, en el mismo tiempo externo a ti. Una vida más larga… obtenible en forma exclusiva de Billybob Meeks.
Bobby asintió con la cabeza.
—¿Pero qué hay de malo en ello?
—Bobby, mira a tu alrededor. Los ancianos tienen miedo de la muerte. Eso los vuelve vulnerables a esta clase de plan fraudulento.
—¿Qué plan fraudulento? ¿No es cierto que Grains realmente funciona?
—En un aspecto, sí. El reloj interno del cerebro en verdad marcha con mayor lentitud en la gente de edad avanzada. Y ése es el mecanismo con el que está jugando peligrosamente Billybob.
—¿Y el problema es…?
—Los efectos secundarios. Lo que Grains hace es estimular la producción de dopamina, el mensajero químico principal del cerebro: tratar de hacer que el cerebro de un viejo funcione con la misma rapidez que el de un niño.
—Lo que en realidad no está bien —dijo Bobby con tono vacilante—, ¿no es así?
Kate frunció el entrecejo, desconcertada por la pregunta: no era la primera vez que tenía la sensación de que algo no estaba claro respecto de Bobby.
—Por supuesto que es algo malo. Es una manipulación maligna del cerebro. Bobby, la dopamina interviene en muchas de las funciones fundamentales del cerebro. Si los niveles de dopamina son demasiado bajos puedes padecer temblores, la incapacidad de iniciar movimientos voluntarios —el mal de Parkinson, por ejemplo—, y así toda la gama hasta llegar a la catatonia. Demasiada dopamina y puedes padecer agitación, trastornos obsesivo compulsivos, habla y movimientos descontrolados, adicciones, euforia. La congregación de Billybob —yo diría sus víctimas— no va a lograr la Eternidad cuando llegue su hora final. Con todo cinismo, Billybob les está quemando el cerebro.
»Algunos de los médicos están empezando a darse cuenta de lo que está pasando, pero nadie ha podido demostrar algo. Lo que realmente necesito son pruebas, provenientes de los propios laboratorios de Billybob, de que él sabe con exactitud lo que está haciendo… junto con pruebas de sus otras estafas.
—¿Tales como?
—Tales como la malversación de millones de dólares de compañías de seguros, al venderles listas falsas de miembros de su iglesia. Tales como el robo de una enorme donación proveniente de la Liga Antidifamación. Meeks sigue estafando, aunque ahora lo hace con mucho más estilo que cuando hacía bautismos por billetes… —Contempló a Bobby—. ¿Nunca oíste hablar de eso? Durante un bautismo escondes un billete en la palma de la mano. De ese modo, la bendición de Dios se desvía al dinero en vez de al niño. Después vuelves a poner el billete en circulación y se supone que vuelve a ti con intereses… y para asegurarse de manera especial que eso funcione, entregas el dinero… a quién si no a tu predicador. Según las malas lenguas, Billybob tomó esa encantadora costumbre en Colombia, donde trabajaba como traficante de narcóticos.
Bobby parecía estar conmocionado.
—No tienes prueba alguna de eso.
—No aún —dijo Kate con tono sombrío—, pero la tendré.
—¿Cómo?
—Es de eso que quiero hablar contigo…
Bobby parecía estar levemente aturdido.
Kate dijo:
—Lo siento. Te estoy dando un sermón, ¿no?
—Un poquito.
—Hago eso cuando estoy enojada…
—Kate, tú estás enojada muchas veces…
—Siento que tengo derecho a estarlo. He estado tras la pista de este tipo durante meses.
Un robot teleguiado flotó sobre la cabeza de los presentes, portando juegos de Antiparras y Guantes virtuales.
—A estas antiparras y guantes los diseñó Tierra de la Revelación Corp., junto con Nuestro Mundo Corp., para lograr la plena experiencia de la Tierra de la Revelación. Se facturará de manera automática en vuestra tarjeta de crédito o cuenta personal, por minuto que estéis en línea. A estas antiparras y guantes…
Kate alzó el brazo y tomó dos juegos.
—Hora de salir a escena.
Bobby hizo un gesto de rechazo con la cabeza.
—Tengo implantes. No necesito…
—Billybob tiene su propia manera particular para dejar fuera de combate las tecnologías de la competencia. —Levantó las antiparras hacia su cabeza—. ¿Estás listo?
—Supongo…
Kate experimentó una sensación de humedad alrededor de la órbita de los ojos, cuando de las antiparras se extendieron membranas para establecer con la piel del portador un empalme impermeable al paso de la luz. La sensación era como de bocas húmedas y frías que succionaban la cara.
Kate quedó suspendida instantáneamente en la oscuridad y en el silencio.
En ese momento, Bobby se materializó al lado de ella, flotando en el espacio y sosteniéndole la mano. Las antiparras y guantes eran, claro está, invisibles.
Y pronto la visión de Kate se aclaró más: había gente que flotaba en el aire alrededor de la pareja, y los había en tanta cantidad como hasta donde alcanzara la vista; parecían una nube de motas de polvo. Todos estaban vestidos con túnicas blancas y llevaban grandes y ostentosas hojas de palma… hasta descubrió que Bobby y ella misma las portaban. La luz fluía como un torrente desde el objeto que colgaba delante de ellos, haciéndolos refulgir.
Era un cubo inmenso, perfecto, que resplandecía con el brillo del Sol y empequeñecía por completo a la muchedumbre de gente que flotaba.
—¡Tremendo! —Volvió a decir Bobby.
—Revelaciones, Capítulo Veintiuno —murmuró Kate—. Bienvenidos a la Nueva Jerusalem. —Trató de arrojar a un lado su hoja de palma, pero otra simplemente apareció en su mano—. Tan sólo recuerda —dijo— que lo único que aquí es real es el flujo continuo de dinero que sale de tu bolsillo y va a parar al de Billybob.
Juntos cayeron hacia la luz.
El muro que tenía delante de ella estaba perforado por ventanas y una línea de tres portales en forma de arco. Kate pudo ver una luz en el interior, que refulgía con una intensidad cada vez mayor que el exterior del edificio. En comparación con las dimensiones del edificio, los muros parecían ser tan delgados como el papel.
Y todavía la multitud continuaba cayendo hacia el cubo, hasta que éste se alzó delante de ellos, gigantesco, como si hubiera sido un inmenso paquebote.
Bobby dijo:
—¿De qué tamaño es esto?
Kate murmuró:
—San Juan nos dice que es un cubo de doce mil estadios de lado.
—Y doce mil estadios es…
—Alrededor de dos mil kilómetros. Bobby, esta ciudad de Dios es del tamaño de una luna pequeña. Caer en su interior va a tomar mucho tiempo… y se nos ha de cobrar por cada segundo, claro está.
—En ese caso, ojalá tuviera un hot dog. Sabes, mi padre te menciona mucho.
—Está enojado conmigo.
—Hiram es… humm… muy cambiante. Creo que, en cierto nivel, encontró que eras estimulante.
—Supongo que eso me tiene que halagar.
—Le gustó la expresión que usaste, Anestesia electrónica. Tengo que admitir que no la entendí por completo.
Kate frunció el entrecejo, mientras los dos caían lentamente hacia la pálida luz gris.
—En verdad tuviste una vida de sobreprotección, ¿no, Bobby?
—La mayor parte de lo que tú denominas «manipulación maligna del cerebro» es beneficiosa, seguramente. Como los bornes para el Alzheimer. —La miró con fijeza—. Quizá no estoy tan fuera de eso como podrías creer: hace unos años inauguré el pabellón de un hospital donado por Nuestro Mundo. Ayudaban a pacientes que sufrían obsesión y compulsión, mediante la ablación de un circuito de realimentación destructiva que existía entre dos zonas del cerebro…
—El núcleo caudal y el núcleo amigdalino. —Sonrió ella—. Es notable cómo todos nos hemos convertido en expertos en anatomía cerebral. No estoy diciendo que todo es dañino, pero sí existe la compulsión a manipular. Las adicciones se anulan mediante cambios en el circuito de recompensas del cerebro. La gente proclive a tener ataques de ira se pacifica cuando se hace que a partes de su núcleo amigdalino, que es esencial para las emociones, se las cauterice. A las personas con adicción patológica al trabajo, a los jugadores compulsivos, hasta a la gente que habitualmente incurre en deudas se la diagnostica y cura. Incluso la agresión se ha relacionado con una perturbación de la corteza.
—¿Y qué hay de tan terrible en eso?
—Estos matasanos, estos médicos que hacen reprogramación, no entienden la máquina a la que están manipulando en forma desprolija. Es como tratar de descubrir las funciones del soporte lógico de una computadora quemando los microprocesadores con los que funciona esa computadora. Siempre hay efectos secundarios. ¿Por qué crees que a Billybob le fue tan fácil encontrar un estadio de fútbol americano del que apoderarse? Porque los deportes organizados como espectáculo tuvieron su decadencia a partir de 2015: los jugadores ya no luchaban con la suficiente crueldad.
Bobby sonrió.
—Eso no parece ser demasiado grave.
—Pues entonces toma esto en cuenta: la calidad y la cantidad de las investigaciones científicas originales tuvo una franca decadencia durante dos décadas. Al producir la curación de autistas y fronterizos, los médicos eliminaron la capacidad que tenía nuestra gente más brillante de dedicarse a disciplinas difíciles. Y la zona del cerebro que se relaciona con la depresión, la corteza subgenual, también se relaciona con la creatividad, la percepción del significado. La mayoría de los críticos coincide en que las artes han entrado en un retroceso. ¿Por qué crees que las bandas virtuales de rock de tu padre gozan de tanta popularidad setenta años después de que los originales hubieran llegado a la cima?
—Pero ¿cuál es la alternativa? Si no fuera por la reprogramación, el mundo sería un sitio violento y salvaje.
Kate le apretó la mano.
—Puede no ser evidente para ti, en tu jaula de oro, pero el mundo que está ahí afuera sigue siendo violento y salvaje. Lo que necesitamos es una máquina que nos permita ver el punto de vista de la otra persona. Si no podemos conseguir eso, entonces toda la reprogramación del mundo es fútil.
Bobby dijo con tono burlón:
—Realmente eres una persona enojada, ¿no?
—¿Enojada? ¿Con charlatanes como Billybob? ¿Con los frenólogos y lobotomistas de hoy en día y con los médicos nazis que están manoseando nuestra cabeza, quizás hasta amenazando el futuro de la especie, mientras el mundo se cae a pedazos a nuestro alrededor? ¡Por supuesto que estoy enojada! ¿No lo estás tú?
Bobby le devolvió la mirada, perplejo.
—Creo que tengo que meditar al respecto… ¡Eh, estamos acelerando!
La Ciudad Santa se alzaba imponente frente a ella. El muro era como una gran llanura puesta en posición vertical; los portones, refulgentes cráteres rectangulares.
Los enjambres de personas estaban precipitándose hacia los grandiosos portones en arco en torrentes separados, como si se los hubiera estado atrayendo hacia remolinos. Bobby y Kate cayeron en picada hacia el portón central. Kate sintió una estimulante arremetida de cabeza, cuando el arco del portón se abrió de par en par ante ella… pero no había una legítima sensación de movimiento aquí: si se ponía a pensar sobre ello, Kate todavía podía sentir el cuerpo, sentado con toda calma en el asiento de duro respaldo del estadio.
Pero, así y todo, era un paseo extraordinario.
En el lapso de un latir del corazón habían pasado volando por el portal, un túnel brillante de luz blanco grisácea, y avanzaban rozando una superficie de brillante oro.
Kate miró en derredor, buscando muros que debían de estar a centenares de kilómetros de distancia. Pero aquí había una inesperada actividad artística. El aire estaba brumoso, hasta había nubes por encima de ella, esparcidas de manera rala, que reflejaban el resplandeciente piso de oro, y Kate no podía ver más allá de unos pocos kilómetros de la llanura dorada.
… Y entonces, miró hacia lo alto y vio los refulgentes muros de la ciudad que surgían de la capa de atmósfera que se aferraba al piso. Las llanuras y los bordes rectos se fusionaban constituyendo un cuadrado lejano, inesperadamente diáfano, que estaba muy por encima del aire.
Era un cielo raso sobre la atmósfera.
—¡Huy! —Dijo Kate—. Es la caja en la que vino embalada la Luna.
La mano de Bobby alrededor de la de ella era cálida y suave.
—Admítelo: estás impresionada.
—Billybob sigue siendo un estafador.
—Pero un estafador astuto.
En ese momento, la gravedad empezó a actuar. La gente que estaba alrededor de la pareja descendía como otros tantos copos de nieve humanos, y Kate cayó con ellos. Pudo ver un río, azul brillante, que corría transversal a la llanura dorada que estaba abajo. A sus riberas las tapizaba un denso bosque verde. Había gente por todas partes, advirtió Kate, diseminada por las riberas y las zonas despejadas que se veían más allá y cerca de los edificios. Alrededor de la muchacha, miles de personas más estaban cayendo del cielo. Con seguridad habría más aquí que las que pudieron haber estado presentes en el estadio: no cabía duda de que muchos de ellos eran proyecciones virtuales.
Los detalles parecían cristalizarse a medida que Kate caía: árboles y gente, y hasta puntos de luz en el agua del río. Por fin, los árboles más altos se extendieron hacia arriba en torno a ella.
Con una breve deformación de la imagen del movimiento, Kate se asentó con facilidad en el suelo. Cuando miró hacia el cielo vio una nevada de gente vestida con togas de un blanco impoluto, que caía con facilidad y sin miedo aparente.
Había oro por todos lados: bajo la planta de los pies, en los muros de los edificios más próximos. Kate estudió las caras que tenía cerca: parecían excitadas, felices, expectantes, pero el oro llenaba el aire con una luz amarilla que hacía que la gente pareciera estar padeciendo alguna deficiencia de minerales. Y no había la menor duda de que esas expresiones felices y beatíficas eran simulaciones virtuales que se había pintado sobre caras de gesto meditabundo.
Bobby caminó hacia un árbol. Kate advirtió que los pies desnudos de él desaparecían un centímetro, o dos, dentro de la superficie de hierba. Bobby dijo:
—Los árboles dan más que una clase de fruto. Mira: manzanas, naranjas, limas…
—En cada margen del río se alzaba el árbol de la vida, que daba doce clases de fruto y producía sus frutos todos los meses. Y las hojas del árbol son para dar cura a las naciones…
—Estoy impresionado por la atención que prestaron a los detalles.
—No lo estés. —Kate se inclinó para tocar el suelo: no pudo palpar hojas de hierba, ni rocío, ni tierra: nada más que la suavidad oleosa del plástico—. Billybob es un embustero —dijo—, pero un embustero de mala calaña. —Se enderezó—. Esto ni siquiera es una verdadera religión. Billybob tiene vendedores y analistas comerciales trabajando para él, no monjas. Está predicando un Evangelio de prosperidad, está diciendo que está bien ser codicioso y avaro. Habla con tu hermano al respecto. Éste es un fetichismo de las mercancías, que es descendiente directo del fraude que Billybob hacía con los bautismos con billetes.
—Al oírte da la impresión de que te importa la religión.
—Créeme, no me importa —dijo Kate con vehemencia—. La especie humana se podría arreglar perfectamente bien sin ella. Pero mi causa es contra Billybob y los de su calaña. Te traje acá para mostrarte cuan poderoso es, Bobby. Necesitamos detenerlo.
—¿Y cómo se supone que yo ayude?
Kate se acercó un poco más a Bobby.
—Sé lo que tu padre está tratando de construir: una extensión de su tecnología de Cadenas de Datos… un visor a distancia.
Bobby nada dijo.
—No pretendo que confirmes o niegues eso… y no te voy a decir cómo me enteré. Lo que quiero es que pienses en lo que podríamos lograr con una tecnología así.
Bobby frunció el entrecejo.
—Acceso instantáneo a los hechos que son noticia, donde fuere que tuvieran lugar…
Con un ademán, Kate quitó importancia a esa respuesta y dijo:
—Mucho más que eso. Piensa al respecto. Si pudieras abrir un agujero de gusano hacia cualquier parte, entonces no habría más barreras. No más paredes. Podrías ver a quien quisieras, en cualquier momento. Y truhanes como Billybob no tendrían sitio alguno para esconderse.
La arruga del entrecejo de Bobby se hizo más pronunciada.
—¿Estás hablando de espiar?
Kate rio.
—Oh, vamos, Bobby, sea como fuere cada uno de nosotros está bajo vigilancia todo el tiempo. Fuiste una celebridad desde que tuviste veintiún años: tú debes de conocer cómo es la sensación de saber que a uno lo observan.
—No es lo mismo.
Kate le tomó el brazo:
—Si Billybob no tiene algo para ocultar, entonces no tiene motivos para temer —dijo Kate—: míralo de ese modo.
—A veces hablas como mi padre —dijo Bobby con tono carente de inflexiones.
Kate quedó en silencio, intranquila.
Avanzaron junto con la muchedumbre. Ahora se estaban acercando a un grandioso trono con siete globos danzantes y veinticuatro tronos auxiliares de menor tamaño, una versión en escala mayor de la representación que, en el mundo real, Billybob había montado en el estadio.
Y delante del grandioso trono central, Billybob Meeks estaba de pie.
Pero éste no era el hombre gordo y sudoroso que Kate había visto en el estadio. Este Billybob era más alto, más joven, más delgado, mucho más guapo, como un joven Charlton Heston. Aunque debía de haber estado a, cuanto menos, un kilómetro de donde estaba Kate, se alzaba imponente ante la congregación. Y parecía estar creciendo.
Se inclinó, los brazos en jarras, la voz con intensidad de trueno.
—La ciudad no necesita del Sol ni de la Luna para que brillen sobre ella, pues la Gloria de Dios le confiere luz, y el Cordero es su lámpara… —Todavía Billybob seguía creciendo, los brazos eran ahora como troncos de árbol; la cara, un disco amenazador que ya estaba por encima de las nubes más bajas. Kate podía ver gente que huía como hormigas de debajo de los gigantescos pies de Billybob.
Y Billybob apuntó con un dedo poderoso directamente a Kate, inmensos ojos grises que la miraban con furia; los surcos de ira del entrecejo eran profundos como los canales de Marte.
—Nada impuro ingresará jamás en esta Ciudad, y tampoco lo hará quienquiera que hiciere lo que es vergonzoso o engañoso: únicamente lo harán aquellos cuyos nombres estén inscriptos en el Libro de la Vida del Cordero. ¿Está tu nombre en ese libro? ¿Lo está? ¿Eres tú digna?
Kate lanzó un grito, al verse repentinamente avasallada.
Y la levantó una mano invisible que la arrastró hacia el resplandeciente aire.
Tuvo una sensación de succión en ojos y oídos. La luz, el ruido, el hedor mundano de los hot dogs, la invadieron.
Bobby estaba arrodillado delante de ella. Kate pudo ver las marcas que las antiparras habían hecho alrededor de sus ojos.
—Te llegó, ¿no?
—Billybob sí sabe cómo hacer que su mensaje golpee en el blanco —jadeó Kate, todavía desorientada.
En fila tras fila de los desgastados asientos del antiguo estadio deportivo había gente que se balanceaba y gemía, mientras las lágrimas se filtraban desde los redondeles negros que las antiparras habían marcado alrededor de los ojos. En uno de los sectores, paramédicos estaban trabajando sobre gente inconsciente, quizá víctimas de desmayos, epilepsia, ataques cardíacos inclusive, especuló Kate: ella misma, cuando solicitó las entradas, tuvo que firmar varios formularios de exención de responsabilidad en caso de accidentes y no creía que la seguridad de los feligreses fuera cuestión de suma prioridad para Billybob Meeks.
Con curiosidad estudió a Bobby, que no parecía estar perturbado.
—Pero ¿qué me dices de ti?
El joven sólo se encogió de hombros.
—Intervine en juegos de aventura que eran más interesantes. —Alzó la vista hacia el oscuro cielo invernal—. Kate… sé que simplemente me estás usando como medio para llegar a mi padre. Pero, aun así, me gustas… y, a lo mejor, retorcerle la nariz a Hiram sería bueno para mi alma. ¿Qué opinas?
La muchacha contuvo el aliento. Dijo:
—Creo que es lo más parecido a una contestación humana que te haya oído decir jamás.
—Pues entonces, hagámoslo.
Kate se obligó a sonreír: había conseguido lo que quería.
Pero el mundo que la rodeaba todavía parecía irreal, en comparación con la intensidad de esos instantes finales dentro de la mente de Billybob.
Kate no tenía duda alguna de que si los rumores sobre las capacidades de lo que Hiram estaba fabricando eran precisos, aunque lo fueran remotamente, y si ella podía ganar acceso a eso, entonces podría destruir a Billybob Meeks. Ésta sería una grandiosa noticia exclusiva, un triunfo personal.
Pero sabía que alguna parte de ella misma, no importaba cuan profundamente la enterrara, siempre iba a lamentar haber actuado así. Alguna parte de ella siempre iba a añorar que se le permitiera regresar a esa rutilante ciudad de oro, con muros que se extendían hasta la mitad de la distancia a la Luna y donde gente fulgurante y sonriente aguardaba para darle la bienvenida.
Billybob había logrado vulnerarla; sus tácticas de choque habían podido derrotar a la propia Kate. Y eso, claro está, era el nudo de la cuestión. El porqué de que fuera necesario detenerlo a Billybob.
—Sí —contestó—. Hagámoslo.