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AJENJO

Extraído de Ajenjo: Cuando las Montañas se Funden, por Katherine Manzoni, publicado por Shiva Press, Nueva York, 2033; también asequible como conjunto en flotación de Internet.

… Enfrentamos grandes desafíos como especie, si es que hemos de sobrevivir durante los próximos siglos. Ya es evidente que el efecto de los cambios de clima será mucho peor que lo que se imaginaba hace unas pocas décadas. En verdad, la predicción de esos efectos que se hiciera, por ejemplo, en la década de 1980, ahora aparece como tontamente optimista.

Hoy sabemos que el rápido calentamiento que tuvo lugar durante estos últimos siglos causó que una serie de sistemas naturales metaestables que había por todo el planeta, pasara a tener estados nuevos. Desde debajo del subsuelo siberiano permanentemente congelado que se derrite, ya se están liberando miles de millones de toneladas de metano y de otros gases de invernadero. Las aguas oceánicas que se calientan están desestabilizando aún más a los inmensos depósitos de metano alrededor de las plataformas continentales. La Europa boreal está ingresando en un período de frío extremo, debido a la interrupción de la Corriente del Golfo. Nuevas modalidades atmosféricas —tormentas permanentes— parecen estar surgiendo por sobre los océanos y las grandes masas continentales. La muerte de los bosques tropicales está volcando ingentes cantidades de dióxido de carbono en la atmósfera. La lenta fusión de la capa de hielo antártico occidental parece estar aliviando la presión sobre un archipiélago de islas hundidas que hay debajo de esa capa, lo que, a su vez, llevará a una fusión catastrófica adicional de la capa. Ahora se pronostica que el ascenso del nivel de los mares habrá de ser mucho mayor que lo que se imaginaba hace algunas décadas. Y así todo el tiempo.

Todos estos cambios están entrelazados. Puede ocurrir que la temporada de estabilidad climática que la Tierra disfrutó durante miles de años, estabilidad que, en primer lugar, permitió que la civilización humana surgiera, esté llegando ahora a su fin, quizá debido a nuestras propias acciones. Lo peor de todo es que nos estamos encaminando hacia un colapso climático irreversible como, por ejemplo, un efecto invernadero desbocado, que nos mataría a todos. Pero todos estos problemas empalidecen, en comparación con lo que nos ocurrirá a todos nosotros si el cuerpo que ahora se conoce como Ajenjo chocara contra la Tierra… aunque es una escalofriante coincidencia que la palabra rusa para Ajenjo sea Chernobyl

De muchas de las especulaciones sobre el Ajenjo y sus probables consecuencias lamentablemente se ha dado información errónea… en verdad, complaciente. Permítanme reiterar aquí algunos hechos concretos básicos.

El primer hecho concreto es que el Ajenjo no es un asteroide. Los astrónomos creen que el Ajenjo en otro tiempo pudo haber sido una luna de Neptuno o Urano, o quizás estaba trabado en un punto estable dentro de la órbita de Neptuno, y después se lo perturbó de alguna manera. Pero que se lo perturbó no admite dudas y ahora está siguiendo un curso de colisión que lo llevará a chocar con la Tierra dentro de quinientos años.

Otro de los hechos concretos es que el impacto del Ajenjo no será comparable con el impacto de Chicxulub, que causó la extinción de los dinosaurios.

Aquel impacto fue suficiente como para causar mortandad en masa y para alterar, de manera drástica y para siempre, el curso de la evolución de la vida sobre la Tierra. Pero lo ocasionó un cuerpo colisionante de unos diez kilómetros de largo: el Ajenjo es cuarenta veces más grande y su masa es, en consecuencia, sesenta mil veces más grande. Un hecho concreto más nos dice que el Ajenjo no se limitará a producir un evento de extinción en masa, como en Chicxulub.

Será mucho peor que eso.

El impulso térmico esterilizará el suelo hasta una profundidad de cincuenta metros. La vida podría subsistir, pero únicamente si se entierra en lo profundo de cuevas. No conocemos manera alguna, ni siquiera en principio, por la que una comunidad humana pudiera sobreponerse al impacto. Podría ser que poblaciones viables se establecieran en otros mundos: en la órbita, en Marte o en la Luna. Pero incluso dentro de cinco siglos, nada más que a una pequeña fracción de la población actual del mundo se la podría proteger fuera de nuestro planeta.

Así, pues, a la Tierra no se la puede evacuar. Cuando el Ajenjo llegue, casi todos morirán.

Un hecho concreto más: al Ajenjo no se lo puede desviar con la tecnología que se prevé que habrá en el futuro. Es posible que podamos hacer a un lado cuerpos pequeños —de unos pocos kilómetros de longitud, típicos de la población de asteroides próximos a la Tierra—, con medios tales como el emplazamiento de cargas nucleares o de cohetes termonucleares. El desafío de desviar el Ajenjo es, en muchos órdenes, de magnitud mayor. Aunque se propusieron experimentos relativos al desplazamiento de tales cuerpos, mediante el empleo de, por ejemplo, una serie de ayudas gravitacionales —no accesibles en este caso— o mediante el empleo de tecnología de avanzada, tal como máquinas de von Neumann elaboradas por nanotecnología, para desarmar y dispersar el cuerpo. Pero esas tecnologías están mucho más allá de nuestra capacidad actual.

Dos años después de que yo expusiera la conjura para ocultarle al público en general la existencia del Ajenjo, la atención ya no se puede detener… y todavía tenemos que empezar a trabajar en los grandes proyectos de nuestra supervivencia. En verdad, el Ajenjo en sí ya está teniendo efectos de antemano. Es una cruel ironía que así como, por primera vez en nuestra historia, estuvimos empezando a manejar nuestro futuro de manera responsable y mancomunada, la perspectiva del Día del Ajenjo parece despojar de sentido esos esfuerzos. Ya hemos visto que se abandonaron diversas pautas voluntarias relativas a la emisión de desechos, la clausura de reservas naturales, un incremento de la búsqueda de fuentes de combustibles no renovables, un impulso de extinción entre las especies que están amenazadas. Si a la casa se la ha de demoler mañana de todos modos, la gente parece pensar que, siendo así, tampoco hay problema en quemar los muebles hoy. Ninguno de nuestros problemas es insoluble… ni siquiera el Ajenjo. Pero parece estar claro que para prevalecer, nosotros, los seres humanos, tendremos que actuar con una inteligencia y una abnegación que hasta ahora nos estuvieron evitando durante nuestra prolongada y enmarañada historia. Así y todo, mis esperanzas se concentran en la humanidad y su ingenio. Tiene importancia, estoy convencida de ello, el que al Ajenjo lo hubiera descubierto, no profesionales, que no estaban mirando en esa dirección, sino una red de observadores aficionados del cielo, que montaron telescopios robot en el patio trasero y utilizaron rutinas de soporte lógico compartido para explorar imágenes provenientes de detectores ópticos, en busca de reflejos luminosos cambiantes, y que rehusaron aceptar el manto de secreto que nuestro Estado trató de tender sobre ellos. Es en grupos de hombres como estos —honestos, inteligentes, cooperadores, obcecados, que rehúsan someterse a los impulsos que llevan al suicidio o al hedonismo o al egoísmo, que buscan nuevas soluciones para desafiar la complacencia de los profesionales—, en que podría hallarse nuestra mejor y más brillante esperanza de sobrevivir a aquello que el futuro nos depara…