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EL OJO DE LA MENTE

Mientras el auto la llevaba hacia los predios, a Kate el lugar le dio la impresión de ser un típico ambiente de Seattle: colinas verdes que descendían en suave declive hasta el océano, enmarcadas por el cielo gris y bajo del otoño.

Pero la mansión de Hiram, una gigantesca cúpula geodésica que era todo ventanas, daba la impresión de haber aterrizado recién sobre la ladera. Era uno de los edificios más feos, de estilo más recargado que Kate hubiera visto jamás.

Al llegar entregó el abrigo a un robot teleguiado. Se le hizo un examen de identidad, no sólo una lectura de sus implantes sino que, también, era probable que se hubiera hecho la equiparación de imágenes para identificar su cara; incluso un muy discreto estudio de la secuencia de ADN, todo esto realizado en cuestión de segundos. Después, los robots sirvientes de Hiram la escoltaron al interior de la casa.

Hiram estaba trabajando. Eso no sorprendió a Kate: los seis meses transcurridos desde el lanzamiento de su sistema tecnológico de transmisión de datos por tubos del diámetro de la boca de un gusano habían sido los más ajetreados de Hiram. La corporación Nuestro Mundo había alcanzado un suceso máximo, el mayor que jamás había tenido, según los analistas. Pero iba a regresar a tiempo para cenar, dijo el robot.

Así que ella fue conducida hasta donde estaba Bobby.

La sala era grande; la temperatura, neutra; las paredes tan suaves y carentes de detalles como una cáscara de huevo. La luz estaba baja; el sonido anecoico, amortiguado. Los únicos muebles eran varias otomanas para recostarse, tapizadas en cuero negro. Al lado de cada una de las otomanas había una mesa pequeña con una jarra para agua y un estante para suministro de alimentos por vía intravenosa.

Y aquí estaba Bobby Patterson, probablemente uno de los hombres jóvenes más ricos, más poderosos del planeta, recostado solo sobre una otomana en la oscuridad, los ojos abiertos pero la mirada en blanco; los miembros totalmente relajados. Tenía una banda de metal alrededor de las sienes.

Kate se sentó en una otomana al lado de Bobby y lo estudió: pudo ver que estaba respirando con lentitud y la aguja para alimentación intravenosa que se había colocado en un receptáculo del brazo abastecía con suavidad a su desatendido cuerpo.

Estaba vestido con una camisa negra holgada y pantalones cortos. El cuerpo, que se revelaba en los sitios en que la ropa suelta caía sobre la piel, era de gran musculatura, pero eso no decía mucho sobre su estilo de vida; un cuerpo así esculpido ahora se podía obtener con facilidad mediante tratamientos con hormonas y estimulación eléctrica; hasta lo pudo haber conseguido mientras estaba tendido ahí, pensó Kate, como una víctima en coma yaciendo en una cama de hospital.

Había vestigios de baba en la comisura de sus labios, un tanto abiertos. Kate se la quitó con un índice y le cerró la boca empujándole el mentón con suavidad.

—Gracias.

Giró sobre sí misma, sobresaltada: Bobby, otro Bobby, vestido de forma idéntica al primero, estaba parado al lado de ella, sonriendo. Irritada, Kate le lanzó un puñetazo al abdomen; el puño, claro está, pasó directamente a través de este Bobby, que no retrocedió.

—Así que me puede ver —dijo Bobby.

—Lo veo.

—Usted tiene implantes retinianos y cocleares, ¿sí? El diseño de esta sala permite producir virtuales compatibles con todas las generaciones recientes de tecnología para incremento del sistema nervioso central. Naturalmente, para mí usted está sentada en el lomo de un fitosaurio de aspecto maligno.

—¿Un qué?

—Un cocodrilo del triásico. Que está empezando a darse cuenta de que usted está ahí. Bienvenida, Ms. Manzoni.

—Kate.

—Sí. Me alegra que hubiera aceptado mi… nuestra invitación para cenar. Aunque no supuse que se tomaría seis meses para responder.

Kate se encogió de hombros.

—«Hiram Se Hace Aún Más Rico» realmente no es gran cosa como artículo.

—Hmmm. Lo que entraña que ahora se enteró usted de algo nuevo. —Por supuesto, Bobby tenía razón. Kate nada dijo.

—O —prosiguió— a lo mejor usted por fin sucumbió a mi encantadora sonrisa.

—A lo mejor sí… si su boca no estuviera ribeteada con baba.

Bobby miró a su propia forma inconsciente.

—¿Vanidad? ¿Debemos preocuparnos de nuestra apariencia, aun cuando estuviésemos explorando un mundo virtual? —Frunció el entrecejo—. Claro que sí, usted tiene razón. En realidad, es algo sobre lo que debe meditar mi personal de comercialización.

¿Su personal de comercialización?

—Pero claro. —«Levantó» una de las bandas metálicas para cabeza que estaban cerca de él: una copia virtual del objeto separada del objeto real, que permanecía sobre la otomana—. Éste es el Ojo de la Mente, la tecnología más reciente en RV de Nuestro Mundo. ¿Quiere probarla?

—Por cierto que no.

Bobby la estudió.

—Usted no es lo que podríamos llamar virgen en cuanto a RV, Kate. Sus implantes sensoriales…

—… son nada más que lo mínimo que se necesita para moverse en el mundo moderno. ¿Alguna vez intentó pasar a través del aeropuerto de SeaTac sin facultades de RV?

Él rio.

—En realidad, por lo general se me escolta para pasar. Supongo que usted cree que todo es parte de una gigantesca conspiración de las grandes compañías.

—Por supuesto que lo es. La invasión tecnológica de nuestro hogar y nuestro auto y nuestro lugar de trabajo llegó al punto de saturación hace mucho. Ahora vienen para apoderarse de nuestro cuerpo.

—¡Qué enojada está! —Sostuvo en alto la banda de cabeza. Era un momento extrañamente recursivo, pensó Kate, abstraída: una copia virtual de Bobby sosteniendo la copia virtual de un generador virtual—. Pero esto es diferente. Inténtelo. Dé un viaje conmigo.

Kate vaciló… pero después, sintiendo que se estaba comportando con rudeza, aceptó; después de todo, aquí era una invitada. Pero le rechazó la oferta de la alimentación intravenosa.

—Tan sólo echaremos un vistazo por ahí y regresaremos antes de que nuestro cuerpo se caiga a pedazos. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —contestó Bobby—. Elija una otomana. Limítese a encajar la banda cefálica sobre las sienes, de este modo. —Con cuidado, Bobby levantó el conjunto virtual por sobre la cabeza. Su cara, con gesto de interés, era innegablemente hermosa, pensó Kate: parecía Cristo con la corona de espinas.

Kate se tendió en una otomana cercana y se colocó una banda cefálica Ojo de la Mente sobre la cabeza. Daba sensación de calor y elasticidad y, cuando Kate la bajó más allá del cabello, pareció colocarse sola en su lugar.

El cuero cabelludo, bajo la banda, experimentó un pinchazo.

—¡Auch!

Bobby estaba sentado en su otomana.

—Infusores. No se preocupe por eso. La mayor parte de la entrada de información se hace por vía estimulación magnética intracraneana. Cuando hayamos vuelto a efectuar la carga inicial de programas, no sentirá cosa alguna… —Cuando Bobby se acomodó definitivamente, Kate pudo ver los dos cuerpos de él, el de carne y hueso y el de píxels, brevemente superpuestos.

La sala quedó a oscuras. Durante el lapso de un latido del corazón, o de dos, Kate no pudo ver y oír nada. La sensación de su propio cuerpo se desvaneció, como si al cerebro se lo hubieran estado extrayendo entero fuera del cráneo.

Con un ruido sordo intangible se sintió caer una vez más dentro del cuerpo. Pero ahora estaba de pie.

En una especie de barro.

Luz y calor estallaron por encima de ella, azul, verde, marrón. Estaba en la margen de un río, hundida hasta los tobillos en lodo espeso, negro y pegajoso.

El cielo era de un azul lavado. Kate estaba en el borde de un bosque, un lujurioso aluvión de helechos, pinos y coníferas gigantescas; el espeso follaje oscuro bloqueaba el paso de casi toda la luz. El calor y la humedad eran sofocantes; Kate podía sentir el sudor que la empapaba a través de la camisa y los pantalones, haciendo que el flequillo se le adhiriera a la frente. El río cercano era ancho, lánguido, amarronado por el lodo.

Trepó adentrándose un poco más en el bosque, en busca de terreno más firme. La vegetación era muy densa; hojas y renuevos foliares arañaban su cara y sus brazos. Había insectos por todas partes, entre ellos libélulas azules gigantescas, y la selva estaba animada con ruidos: gorjeos, gruñidos, graznidos.

La sensación de realidad era pasmosa; la autenticidad iba mucho más allá de cualquier otra RV que Kate hubiera experimentado antes.

—¿Impresionante, no? —Bobby estaba parado al lado de ella. Llevaba pantalones cortos, camisa y sombrero de ala ancha, todos de color caqui, al estilo safari; del hombro colgaba un rifle de aspecto anticuado.

—¿En dónde estamos? Es decir…

¿En cuándo estamos? Esto es Arizona a fines del triásico, hace unos doscientos millones de años. Se parece más a África, ¿no es así? Este período nos brindó los estratos de Desierto Pintado. Tenemos gigantescos equisetos, helechos, cicadas, licopodios… Pero en algunos aspectos es un mundo monótono. La evolución de las flores todavía está muy lejos en el futuro. Hace que uno se ponga a pensar, ¿no?

Kate tomó un tronco como punto de apoyo para el pie y trató de sacarse con las manos el lodo pegajoso y espeso que le cubría la pierna. El calor era profundamente incómodo y la sed creciente de Kate era feroz. Su brazo desnudo estaba cubierto por un sinnúmero de glóbulos de sudor que destellaban de manera auténtica, y se los sentía tan calientes que era como si estuviesen a punto de hervir.

Bobby señaló hacia lo alto.

—Mire.

Era un pájaro que sacudía las alas sin elegancia por entre las ramas de un árbol… No, era demasiado grande y desmañado como para ser un pájaro. Además, carecía de plumas. Quizás era una especie de reptil volador. Se desplazaba produciendo un ruido como de cuero que cruje, con reflejos púrpura, y Kate sintió escalofríos.

—Admítalo —dijo Bobby—: está impresionada.

Kate movió brazos y piernas en todos los sentidos, doblándolos de una manera y de otra.

—Mi sensación corporal es intensa. Puedo sentir los miembros, tener la sensación de arriba y abajo si me inclino. Pero doy por sentado que todavía estoy tendida en mi otomana, babeándome como usted.

—Sí. Los aspectos propioceptivos del Ojo de la Mente son sorprendentes. Usted ni siquiera está sudando. Bueno, es probable que no lo esté: a veces hay un poco de filtración. Ésta es tecnología de RV de cuarta generación, contando hacia adelante a partir de la burda de anteojos y guantes; después, los implantes de órganos sensoriales —como los suyos— y los implantes corticales, que permitieron el establecimiento de una interfaz directa entre sistemas externos y el sistema nervioso central humano…

—Propio de bárbaros —interrumpió Kate con irritación.

—Quizá —dijo Bobby con suavidad—. Lo que me lleva al Ojo de la Mente. Las bandas cefálicas producen campos magnéticos que pueden estimular zonas precisas del cerebro. Todo sin necesidad de la intervención física.

»Pero no es únicamente la redundancia de los implantes lo que es emocionante —dijo con tono amable—: es la precisión y el alcance de la estimulación que podemos lograr. En este mismo instante, por ejemplo, un mapa de la escena, hecho con ciento ochenta grados de amplitud, se está pintando en forma directa sobre su corteza visual. Estimulamos el núcleo amigdalino y la ínsula, en el lóbulo temporal, para dar sentido del olfato: eso es esencial para la autenticidad de la experiencia. Los olores van directamente al sistema límbico del cerebro, el asiento de las emociones. Ésa es la razón por la que los olores siempre son tan evocadores, ¿sabe? Hasta enviamos leves sacudidas de dolor, mediante el encendido de la corteza anterior de cintillas, el centro, no del dolor en sí, sino del conocimiento consciente del dolor. En realidad trabajamos mucho con el sistema límbico, para garantizar que todo lo que ve la persona contenga un golpe emocional.

»Después está la propiocepción, la percepción del propio cuerpo, que es muy compleja y entraña el ingreso de informaciones sensoriales provenientes de la piel, los músculos y los tendones; información visual y motora proveniente del cerebro; datos sobre equilibrio provenientes del oído interno. Se necesitó mucho de cartografía del cerebro para conseguir que eso saliera bien. Pero ahora podemos hacer que la persona caiga, vuele, dé saltos mortales, y todo sin dejar su otomana… y podemos hacer que vea maravillas, como ésta.

—Todo ese asunto lo conozco bien. Usted se siente orgulloso de eso, ¿no?

—Por supuesto que lo estoy. Yo lo desarrollé. —Parpadeó, y Kate se dio cuenta de que ésa era la primera vez que él la había mirado directamente durante algunos minutos. Incluso aquí, en esta selva triásica de imitación, Bobby hacía que Kate se sintiera vagamente inquieta, aun cuando ella, en cierto nivel, se sintiera indudablemente atraída por él.

—Bobby… ¿en qué sentido esto es suyo? ¿Usted lo inició? ¿Usted lo descubrió?

—Soy el hijo de mi padre. Es dentro de su compañía que estoy trabajando. Pero superviso las investigaciones sobre el Ojo de la Mente. Hago los ensayos de los productos en el terreno.

—¿Ensayos en el terreno? ¿Quiere decir que viene aquí y juega a Cacemos al Dinosaurio?

—Yo no lo llamaría jugar —dijo con mansedumbre—. Permítame demostrarle lo que digo. —Se puso de pie con energía y se adentró más profundamente en la selva.

Kate se esforzó por seguirlo. No tenía machete y las ramas y las espinas pronto estuvieron cortándole la delgada tela de la ropa y lacerándole la carne. Eso le punzaba, pero no demasiado. Claro que no: no era real sino nada más que un maldito juego de aventuras. Se precipitó detrás de Bobby, maldiciendo para sus adentros la tecnología decadente y el exceso de riquezas.

Llegaron al borde de un claro, una zona de árboles caídos y carbonizados de los que pequeños brotes verdes pugnaban por surgir. Quizás a este sitio lo había despejado un relámpago.

Bobby extendió un brazo para mantener a Kate atrás, en el borde de la selva.

—¡Mire!

Con el hocico y las patas anteriores, un animal estaba rebuscando entre los fragmentos de madera carbonizada, muerta. Debía de haber tenido unos dos metros de largo, una cabeza parecida a la de un lobo e incisivos sobresalientes. A pesar de su apariencia lupina, estaba gruñendo como un cerdo.

—Un cinodonte —susurró Bobby—, un protomamífero.

—¿Nuestro antecesor?

—No. Los verdaderos mamíferos ya se han diversificado. Los cinodontes son un callejón sin salida en la evolución… ¡Maldición!

En ese momento se oyó un tremendo estruendo proveniente del monte bajo que estaba en el extremo opuesto del claro: era un dinosaurio como los de Parque Jurásico, por lo menos de dos metros de altura. Salió del bosque dando saltos sobre poderosas patas traseras, las mandíbulas inmensas abiertas por completo, las escamas centelleando.

El cinodonte pareció quedar paralizado, con los ojos fijos en el depredador.

El dinosaurio saltó sobre el lomo del cinodonte, que quedó aplastado debajo del peso de su agresor. Los dos rodaron por el suelo, destrozando los jóvenes árboles que crecían ahí. El cinodonte daba chillidos.

Kate retrocedió hacia la selva, tomándose con fuerza del brazo de Bobby. Sentía la sacudida del suelo, la potencia del encuentro. Impresionante, admitió.

El carnosaurio terminó quedando arriba. Mientras retenía a su presa con el peso del cuerpo, se inclinó hacia el cuello del protomamífero y, con una sola dentellada, lo perforó. El cinodonte todavía estaba luchando, pero en su cuello totalmente desgarrado se veían huesos blancos y la sangre salía a borbotones y, cuando el carnosaurio hizo estallar el estómago de su presa, se sintió un hedor a carne podrida que casi hizo que Kate tuviera arcadas…

Casi, pero no del todo. Por supuesto que no. Es que, si se miraba con cuidado, había un leve aspecto falso en la sangre que brotaba a chorros del protomamífero, así como lo había en el centelleante brillo de las escamas del dinosaurio. Toda RV era así: ostentosa pero limitada; hasta el hedor y el ruido modelados para comodidad del usuario, todo ello era tan inofensivo y, en consecuencia, tan carente de significado como una excursión por un parque temático.

—Creo que es un dilofosaurio —murmuró Bobby—. ¡Fantástico! Es por eso que adoro este período: es una especie de punto de empalme de la vida. Aquí todo se superpone, lo antiguo con lo nuevo, nuestros antecesores y los primeros dinosaurios…

—Sí —dijo Kate, recuperándose— …pero no es real.

Bobby se rascó la coronilla.

—Es como toda la ficción: hay que hacer a un lado el descreimiento.

—Pero no es más que un campo magnético que está haciendo cosquillas en la parte inferior de mi cerebro. ¡Por Dios, esto ni siquiera es el triásico legítimo!, sólo es la mala suposición de algún académico… a la que añadieron un poco de color para el turista virtual.

Bobby le sonreía.

—Siempre está tan enojada. ¿Y su argumento es…?

Kate contempló esos ojos azules vacíos. Hasta ahora, él había fijado el programa de actividades. Si quieres avanzar más, se dijo a sí misma, si quieres aproximarte a aquello que viniste a buscar, tendrás que desafiarlo.

—Bobby, en este preciso momento usted está yaciendo en una sala a oscuras. Nada de esto tiene importancia.

—Sus palabras parecen dar la impresión de que siente lástima por mí. —Parecía tener curiosidad.

—Toda su vida parece ser así. A pesar de todo lo que habla sobre los proyectos de RV y las responsabilidades que tiene dentro de la empresa, no tiene un control real de cosa alguna, ¿no es así? El mundo en el que vive es tan irreal como cualquier simulación virtual. Piense en eso: hasta antes de que yo apareciera, usted realmente estaba solo.

Bobby meditó sobre eso.

—Quizá. Pero usted apareció. —Se puso el fusil al hombro—. Vamos. Hora de cenar con papá. —Arqueó una ceja—. Puede ser que usted se quede, aun cuando hubiera obtenido lo que fuere que quiere de nosotros.

—Bobby…

Pero él ya había levantado las manos en dirección de su banda cefálica.

La cena fue difícil.

Los tres comensales se sentaron debajo del cielo raso en forma de cúpula de la mansión de Hiram. Las estrellas y una Luna creciente macilenta se veían en los claros que se formaban entre las nubes que pasaban a la carrera. El cielo no pudo haber sido más espectacular… pero a Kate se le ocurrió de pronto que gracias a las Cadenas de Datos del agujero de gusano de Hiram, el cielo pronto iba a volverse mucho más aburrido, cuando al último de los satélites de comunicaciones en órbita baja se le permitiera caer de vuelta dentro de la atmósfera.

La comida estaba preparada de manera primorosa, tal como Kate había esperado, y la habían servido silenciosos robots teleguiados. Pero los diversos componentes del menú eran platos bastante sencillos de pescado y mariscos, del tipo que pudo haber disfrutado en cualquiera de muchos restoranes de Seattle; el vino era un Chardonnay californiano de paladar carente de matices particulares. En ese menú no había el menor vestigio de los complejos orígenes mismos de Hiram, ni originalidad o expresión de personalidad de clase alguna.

Y, mientras tanto, la concentración de Hiram en Kate era intensa e implacable: la acribillaba con preguntas y detalles suplementarios referidos a sus antecedentes, familia, carrera; una vez y otra, Kate se encontraba diciendo más de lo que debería haber dicho.

La hostilidad de Hiram, bajo una pátina de cortesía, era inconfundible. Sabe qué me propongo, se dio cuenta Kate.

Bobby estaba sentado en silencio, comiendo poco. Aunque persistía su desconcertante hábito de evitar mirar a Kate a los ojos, parecía estar más consciente de ella que antes. Kate percibía la atracción —eso no era tan difícil de ver— pero, también, una cierta fascinación. Quizás ella había logrado vulnerar de alguna manera ese pellejo resbaladizo y satisfecho de sí mismo de Bobby. O, lo que era más factible, admitió Kate, simplemente estaba perplejo por sus propias reacciones ante ella.

O, quizá, todo esto no era más que una fantasía por parte de ella, y habría sido mejor que evitara entrometerse en los pensamientos de los demás, hábito que condenaba tan decididamente en otra gente.

—No lo entiendo —estaba diciendo Hiram ahora—; ¿cómo se pudo haber tardado hasta 2033 para descubrir el Ajenjo, un objeto de cuatrocientos kilómetros de extremo a extremo? Sé que está más allá de Urano, pero así y todo…

—Es extremadamente oscuro y se desplaza con lentitud —contestó Kate—. En apariencia es un cometa, pero es mucho más voluminoso que cualquier cometa conocido. No sabemos de dónde vino; quizás ahí afuera hay una nube de objetos así, en algún lugar más allá de Neptuno.

»Y, de todos modos, nadie estaba mirando específicamente en esa dirección. Incluso el sistema Guardián Espacial se concentra en el espacio próximo a la Tierra, en los objetos que es probable que choquen con nosotros en el futuro cercano. Al Ajenjo lo descubrió una red de aficionados observadores del cielo.

—Hmmm —dijo Hiram—. Y ahora está en camino hacia acá.

—Sí. Llegará dentro de quinientos años.

Bobby blandió una mano fuerte, tratada con manicura.

—Pero eso es tan adelante en el tiempo. Debe de haber planes para esa contingencia.

—¿¡Qué planes de contingencia!? Bobby, el Ajenjo es un gigante. Nosotros no conocemos modo alguno de empujar esa maldita cosa para otro lado, ni siquiera en principio. Y cuando esa roca caiga, no habrá dónde esconderse.

¿Nosotros no conocemos modo alguno? —preguntó Bobby secamente.

—Me refiero a los astrónomos…

—Por la manera en que hablaba casi llegué a imaginar que lo había descubierto usted misma. —La estaba aguijoneando, como respuesta al sondeo anterior de ella—. Resulta tan fácil mezclar los propios logros con los de la gente en la que se confía, ¿no es así?

Hiram estaba cloqueando de risa.

—Puedo decirles, chicos, que se están llevando muy bien. Si les interesa lo suficiente como para mantener una discusión… Y usted, claro, Ms. Manzoni, ¿cree que la gente tiene el derecho de saber que el mundo va a terminar dentro de quinientos años?

—¿No lo cree usted?

Bobby dijo:

—¿Y usted no tiene la menor preocupación por las consecuencias: los suicidios, el incremento abrupto de los índices de aborto, el desistimiento de diversos proyectos para la conservación del ambiente?

—Yo traje la mala noticia —repuso Kate, tensa—, yo no traje el Ajenjo. Mire, si no se nos informa, no podemos actuar, para bien o para mal. No podemos asumir la responsabilidad por nosotros mismos… en lo que fuere que nos quedare de tiempo. No es que nuestras responsabilidades sean prometedoras. Es probable que lo mejor que podamos hacer es enviar un puñado de gente hacia algún lugar que sea más seguro, la Luna o Marte o un asteroide. Ni siquiera eso da garantías de que se salve la especie, a menos que podamos instituir una población que se reproduzca. Y —dijo con tono apesadumbrado— aquéllos que sí escapen serán, a no dudarlo, los que nos rigen y su descendencia, a menos que podamos quitarnos de encima nuestra anestesia electrónica.

Hiram empujó su silla hacia atrás y rugió de risa.

—Anestesia electrónica. Cuan cierto es eso… en tanto y en cuanto yo esté vendiendo el anestésico, claro. —La miró directamente—: Me gusta usted, Ms. Manzoni.

—Mentiroso.

—Gracias… ¿Para qué vino acá?

Hubo un largo silencio.

—Usted me invitó.

—Seis meses y siete días atrás. ¿Por qué ahora? ¿Está trabajando para mis rivales?

—No. —Kate se encrespó al oír eso—. Soy periodista independiente.

Hiram asintió con la cabeza.

—De todos modos, aquí hay algo que usted quiere. Un artículo, claro está. El Ajenjo ya está quedando relegado a su pasado y usted necesita triunfos nuevos, una nueva noticia sensacional. De eso es lo que vive la gente como usted, ¿no es así, Ms. Manzoni? ¿Pero cuál puede ser esa noticia? Nada personal, con seguridad: hay poco de mí que no sea del dominio público.

Kate contestó con todo cuidado:

—Oh, pues me atrevería a decir que hay algunos puntos. —Tomó aire—. La verdad es que oí decir que usted tiene un proyecto nuevo. Una nueva aplicación de los agujeros de gusano, que va mucho más allá de las simples Cadenas de Datos que…

—Vino aquí revolviendo entre la carroña para obtener información —dijo Hiram.

—Pero vamos, Hiram. Todo el mundo se está conectando con sus agujeros de gusano. Si yo pudiera tener la primicia del resto de esa información…

—Pero usted no sabe nada.

Kate se sofrenó. Te mostraré lo que sé.

—Usted nació con el nombre de Hirdamani Patel. Antes de nacer, la familia de su padre fue forzada a huir de Uganda debido a una limpieza, étnica, ¿tengo razón?

Hiram la miraba con deseos de matarla.

—Todo eso es de conocimiento público. En Uganda, mi padre era gerente de banco. En Norfolk manejó ómnibus, pues nadie conocía sus antecedentes laborales…

—Usted no era feliz en Inglaterra. —Kate volvió a embestir—. Se halló incapaz de superar las barreras de raza y de clase. Así fue que partió hacia los Estados Unidos de América. Abandonó el nombre con que nació y adoptó una versión adaptada al inglés. Se hizo famoso y se convirtió en una especie de modelo a imitar por los asiáticos que viven en Estados Unidos. Sin embargo, cercenó todos los vínculos con sus orígenes étnicos: cada una de sus esposas fue una WASP.[3]

Bobby parecía estar pasmado.

¿Esposas? Papá…

—La familia es todo para usted —dijo Kate con tono tranquilo, obligándolos a prestarle atención—. Usted está tratando de constituir una dinastía, según parece, a través de Bobby, aquí presente. Quizás eso se debe a que usted abandonó a su propia familia, a su propio padre, allá en Inglaterra.

—Ah —Hiram dio un aplauso breve, forzando una sonrisa—, me preguntaba cuánto tiempo iba a pasar hasta que Papá Sigmund se nos uniera a la mesa. Así que ése es su artículo: «¡Hiram Patterson está erigiendo Nuestro Mundo porque se siente culpable por lo que le hizo al padre!»

Bobby tenía el entrecejo fruncido.

—Kate, ¿de qué proyecto nuevo estás hablando?

¿Sería posible que Bobby realmente no lo supiera? Kate sostuvo la mirada que le dirigía con fijeza a Hiram, regodeándose en el súbito poder que acaba de obtener:

—De uno que tiene suficiente importancia para él como para haber mandado a llamar a su hermano desde Francia.

—Hermano…

—Que, a su vez, tiene la suficiente importancia para él como para haberlo aceptado a Billybob Meeks, el fundador de la Tierra de la Revelación, como socio de inversiones. ¿Oíste hablar de eso, Bobby?: es la más reciente perversión de la religión, ideada con el fin de secar la mente y tragar el dinero para afligir a la desdichada población de crédulos estadounidenses…

—Eso no viene al caso —replicó Hiram con brusquedad—. Sí, estoy trabajando con Meeks. Yo trabajo con quien quiera. Si la gente quiere comprar mi equipo de RV, para poder ver a Jesús y a sus Apóstoles bailando zapateo americano, pues se lo vendo. ¿Quién soy yo para juzgar? No somos todos tan mojigatos como usted, Ms. Manzoni. Todos no nos podemos dar ese lujo.

Pero Bobby tenía la mirada fija en Hiram.

—¿Mi hermano?

Kate se sobresaltó y volvió a llevar la conversación hacia donde ella quería.

—Bobby… Tú no sabías nada sobre todo esto, ¿no? No sólo sobre el proyecto, sino sobre la otra esposa de Hiram, sobre su otro hijo. —Miró a Hiram con repugnancia—: ¿Cómo pudo alguien guardar un secreto así?

Los labios de Hiram se fruncieron y la furibunda mirada que le lanzó a Kate estaba llena de aborrecimiento.

—Un medio hermano, Bobby. Nada más que un medio hermano.

Kate añadió con tono desapasionado:

—Su nombre es David. —Lo pronunció como en francés: David.— Su madre era francesa. Él tiene treinta y dos años, siete más que tú, Bobby. Es físico y le está yendo bien: se lo describió como el Hawking de su generación… Ah, y es católico. Ferviente, parece.

Bobby parecía estar… no enojado sino, más bien, desconcertado. Le dijo a Hiram:

—¿Por qué no me lo dijiste?

Hiram respondió:

—No era necesario que lo supieras.

—¿Y del nuevo proyecto, de lo que fuere que se trate? ¿Por qué no lo mencionaste?

Hiram se puso de pie.

—Su compañía ha sido encantadora, Ms. Manzoni. Los robots teleguiados le mostrarán el camino de salida.

Kate se levantó.

—No me puede impedir que publique lo que sé.

—Pues publique lo que le plazca. No tiene cosa alguna de importancia.

Kate sabía que él tenía razón.

Fue caminando hacia la puerta, la euforia y la bronca disipándose con rapidez.

—Lo arruiné todo —se dijo a sí misma—. Tuve la intención de congraciarme con Hiram y en vez de eso lo convertí en mi enemigo por el solo hecho de divertirme un rato.

Miró hacia atrás: Bobby todavía estaba sentado. La estaba mirando, esos extraños ojos como ventanas de iglesia, exageradamente abiertos. Te volveré a ver, pensó Kate. Quizás esto no haya terminado aún.

La puerta empezó a cerrarse. Lo último que alcanzó a ver fue a Hiram cubriendo con su mano la de su hijo, en un gesto de ternura.