PREFACIO

Ha pasado más de medio siglo desde que nació Tras la caída de la noche, aunque todavía conservo claramente en la memoria el momento de su concepción.

Parece que la primera imagen de la novela se me apareció de repente, surgida de ninguna parte. Fue una imagen tan vivida que la anoté de inmediato, aunque en ese momento no tenía ni idea de que fuera a desarrollarla.

Eso debió de ser aproximadamente en 1936, y a finales de 1940, cuando ya había escrito varios borradores, fui evacuado con mis compañeros del Ministerio de Hacienda de Su Majestad a la pequeña ciudad de Colwyn Bay, en el norte de Gales. Allí terminé una versión de quince mil palabras, pero durante los cinco años siguientes estuve ocupado con otros asuntos (véase Glide Path).

Empecé a trabajar de nuevo en la historia en agosto de 1945, aunque no recuerdo si fue antes o después de que la bomba de Hiroshima cambiara el mundo.

El primer borrador completo fue terminado en enero de 1946, y lo envié rápidamente a John Campbell para su revista Astounding Stories.

Campbell tardó tres meses en rechazarlo, y reescribí el final en julio de 1946, y volví a enviárselo. Campbell tardó otros tres meses en rechazar la segunda versión.

Después de eso, la envié a mi nuevo agente, Scott Meredith, que la vendió a Startling Stories, donde apareció en noviembre de 1948. Fue aceptada por Gnome Press para ser publicada en cartoné en septiembre de 1949, y apareció en una bonita edición con portada de un joven artista muy prometedor, un tal Kelly Freas (debió de ser uno de los primeros trabajos de Kelly, sólo espero que le pagaran por él).

Por ser mi primera obra, Tras la caída de la noche siempre ha ocupado un lugar especial en mi corazón, aunque nunca me sentí completamente satisfecho de ella. La oportunidad de hacer una revisión completa se produjo durante un largo viaje por mar de Inglaterra a Australia, cuando uní fuerzas con Mike Wilson y preparé una expedición submarina al Gran Arrecife de Coral (véase The Coast of Coral). La nueva versión, mucho más larga y drásticamente revisada, La ciudad y las estrellas, fue completada en Queensland entre excursiones al arrecife y a los territorios de perlas del estrecho de Torres. Fue publicada por Harcourt, Brace & World en 1956, y ha permanecido en catálogo desde entonces.

En ese momento, supuse que la nueva versión reemplazaría por completo a la antigua novela, pero Tras la caída de la noche no demostró ninguna tendencia a desaparecer. De hecho, para mi sorpresa, algunos lectores la prefirieron a su sucesora, y ha sido reeditada varias veces en rústica (Pyramid Books, 1960; Jove, 1978) así como en el volumen El león de Comarre y Tras la caída de la noche.

Un día me gustaría hacer una encuesta para descubrir cuál es la versión más popular; ya hace tiempo que he renunciado a intentar decidir cuál es la mejor.

La búsqueda del título duró casi tanto como la redacción del libro. Lo encontré por fin en un poema de A. E. Housman, que también inspiró la historia corta Transience:

¿Qué haré o escribiré

tras la caída de la noche?

El nombre de mi protagonista, Alvin, también me dio muchos quebraderos de cabeza, y no puedo recordar cuándo ni por qué me decidí por él. No me di cuenta de que, al menos para los lectores norteamericanos, resultaba levemente humorístico, pues recordaba a un famoso personaje de cómics. Sin embargo, muchos años más tarde, el nombre tuvo para mí dos importantes asociaciones. El sumergible Alvin llevó a Ballard y sus asociados a descubrir los restos del Titanic en 1986. Esa tragedia, ocurrida cinco años antes de que yo naciera (eso me deja en evidencia, ¿eh?), me ha acompañado toda la vida. Fue la base para la primera historia que escribí, una epopeya felizmente perdida llamada (agárrense). Icebergs del espacio. También la incorporé a la novela Imperial Earth (1975), y es el tema de un libro en el que llevo trabajando varios años.

Quizá todavía más extraño, el nombre Alvin deriva del de Allyn C. Vine, su principal ingeniero. Y Vine fue uno de los autores de la famosa carta en Science (151 682-683; 1966), que proponía la construcción del Ascensor Espacial, el tema de mi novela Las fuentes del Paraíso (1979).

Así que el nombre de Alvin tenía mucho más poder de lo que yo habría podido imaginar a finales de los años treinta, y me alegro de reconocerlo.

Cuando se sugirió que Gregory Benford escribiera una continuación de la historia, me sentí inmediatamente cautivado por la idea, pues soy un gran admirador de los libros de Greg, especialmente de su notable Gran río del espacio. Además, acababa de conocerle en la sede de la NASA. Como profesor de astrofísica de la Universidad de California, en Irvine, es uno de los consejeros técnicos de la NASA.

He leído su continuación con gran interés, porque para mí (como lo será para ustedes) fue un viaje de descubrimiento. No tenía ni idea de cómo desarrollaría los temas y personajes que yo abandoné hace ya tanto tiempo.

Es particularmente interesante ver cómo algunos de los conceptos de esta historia que ya tiene medio siglo están ahora a la cabeza de la ciencia moderna; me gusta especialmente el «Sol negro», que es una clara descripción de los ahora tan populares agujeros negros.

No diré más sobre la versión de Greg, ni de la mía. Los dejo para que disfruten de ambas.

Otra cosa: por una extraña coincidencia, casi simultáneamente con la propuesta de escribir la continuación de Tras la caída de la noche, el excelente escritor australiano Damien Broderick (The Dreaming Dragons) me escribió preguntando si podía escribir la continuación de La ciudad y las estrellas. A la vista del proyecto de Greg, rechacé reluctante su oferta, pero tal vez dentro de otra década…

ARTHUR C. CLARKE

Colombo, Sri Lanka

29 de mayo de 1989