Los supras abordaron el Leviatán después de intensas negociaciones. El capitán apareció ante Buscador y Cley, zumbando como loco, alarmado por algún motivo que Cley no pudo entender. Tuvo que asegurarle tres veces que ella era la forma humana primitiva que buscaban los supras.
Sólo entonces dejó el capitán que los supras subieran a bordo, y poco después apareció Alvin, solo, abriéndose paso entre la lujuriante vegetación. Estaba cansado y demacrado; su traje de una pieza, habitualmente inmaculado, manchado y sucio.
Entonces Cley vio que le faltaba el brazo izquierdo por debajo del codo.
—¿Qué…, cómo…?
—Un incidente menor —dijo Alvin, la voz débil y tensa.
Cley corrió hacia él. Palpó el muñón de su brazo. La carne del codo estaba llena de magulladuras y cubierta de lívidos puntos amarillos y anaranjados.
—Una cosa retorcida —dijo él, sentándose cuidadosamente en una enredadera—. Me atacó cuando entrábamos en esta bestia enorme.
—¿Un animal?
—Una creación de la Mente Loca.
—¿Qué…?
—La maté.
—¿Qué puedo hacer? ¿No sangraste? ¿Qué…?
—Déjalo —dijo él, apartándola, acumulando más fuerza en la voz.
—Pero estás herido. Yo…
—Mi brazo cuidará de sí mismo. —Sonrió por un instante, pero se recuperó con visible esfuerzo.
Ella se dispuso a ayudarle, pero Alvin se volvió, apartando el brazo cercenado. Cley frunció el ceño, preocupada.
—Bueno, al menos toma algo para el dolor.
—Podría liberar… —un dolor lo sacudió—… mis propias endorfinas si quisiera. Pero eso retrasaría la regeneración.
El muñón del brazo ya había formado una masa protuberante de pálidas células en su punta. Cley vio cómo la piel de Alvin empezaba lentamente a brotar del codo. El brazo parecía construirse solo capa a capa, mientras se hinchaba hacia fuera. Lo primero que aparecieron fueron trozos de hueso blanco. Entonces ligamentos y tendones se acumularon a lo largo de los huesos, alimentados por enjambres de células migratorias que se movían como atareados liqúenes. Una oleada de cartílagos más densos los siguió, cementando las conexiones con fibras que se fueron tejiendo mientras ella observaba. Luego varias capas de piel fueron ampliándose, primero una columna rosa y luego tonos más oscuros. El brazo de Alvin ya era varios centímetros más largo. El sudor empapaba sus ropas, pero él mantuvo los dientes apretados y no dijo nada. Tenía hinchados los músculos del cuello.
Cley permaneció sentada junto a él, sirviéndole agua cuando se la pedía. Pasó un largo rato. Alvin comió algunas nueces rojas que ella le ofreció, pero rehusó cualquier otro alimento. Parecía crear los materiales y la energía para la regeneración a partir de sus propios tejidos. Sus fuertes piernas parecieron desinflarse un poco, como si la carne se disolviera y emigrara hacia su brazo herido. Todo su cuerpo se volvió de un rosa oscuro, arrebolado por la sangre. Espasmos musculares y filigranas de color alborotaban su piel. Gemía de vez en cuando, pero consiguió contener su tormento, respirando de forma entrecortada.
La mano se formó con rápidas pinceladas de células grises. Fluían directamente de sus venas, moviéndose hacia la superficie y creando capas. Éstas se convirtieron en la fina cadena de músculos que hacían de la mano humana una maravilla del arte de la evolución.
Cley seguía observando, como si esto fuera una clase de anatomía en vivo. Los huesos crecieron hasta las puntas, seguidos por un brote de células cobertoras. A continuación, olas azules de células ocuparon su lugar en forma de músculos. La grasa amarilla y pegajosa llenó los espacios. La nueva piel había empezado a envolver los dedos antes de que Alvin parpadeara y pareciera recobrar toda la conciencia. Unas láminas blancas se endurecieron para crear las uñas, cuyas puntas estaban apropiadamente recortadas.
—Yo… nunca había visto nada igual —dijo Cley.
—Normalmente necesitamos más tiempo.
—Debes de estar exhausto. He podido ver cómo tu cuerpo robaba tejidos para construir tu brazo.
—Los tomaba prestados.
—Mi pueblo tiene una habilidad parecida, pero no tan…
—Debemos hablar.
Buscador apareció de pronto en las inmediaciones. Cley se preguntó dónde habría estado.
Alvin pareció desprenderse del sopor que le poseía. Extendió el brazo de forma experimental y en su muñeca y sus dedos aparecieron las articulaciones. Durante un instante a Cley le pareció un adolescente que probaba su fuerza recién descubierta. Entonces miró a Buscador con frialdad.
—¿Y bien?
—¿Y bien qué? —replicó Cley. Sintió una afilada conversación en los límites de su percepción.
Alvin sacudió la cabeza.
—Prometiste que ayudarías a mantenerla a salvo —le dijo a Buscador.
La bestia bostezó.
—Lo he hecho.
—Pero no tenías permiso para quitárnosla. Y desde luego no para escapar al espacio.
Cley esperaba furia en Alvin, no esta especie de preciso disgusto. Sin embargo, no le sorprendió saber que Buscador había hecho algún tipo de trato con ellos en la Tierra. A Buscador le encantaba nadar entre los intersticios del lenguaje.
—No necesitaba permiso —dijo.
—Me parece que…
—Después de todo, ¿quién podía concederlo? —preguntó Buscador perezosamente.
—Ella pertenece a nuestra especie. Eso nos da derecho…
—Tú eres Homo Technologicus. Ella es ur-humana, a varias especies de distancia.
Alvin hizo una mueca.
—Con todo, estamos más relacionados que tú.
—¿Estás seguro? —Buscador sonrió como un buho—. Yo abarco la herencia genética de muchas formas anteriores.
—Estoy seguro de que si leyera tu matriz encontraría fácilmente muchas más diferencias…
—Escuchad, vosotros dos —les interrumpió Cley—. Yo quise escapar de esa Biblioteca. Y por eso me marché. Buscador simplemente me acompañó.
Alvin la miró durante un instante.
—Al menos estás a salvo y has venido al lugar donde te necesitamos —dijo tranquilamente.
—¿Pretendías traerme aquí? —le preguntó Cley.
—Sí, en una nave.
El temperamento de Cley estalló a pesar de todos sus esfuerzos por mantener la calma de un supra.
—¿Qué? ¿Pude haber llegado aquí en una nave?
—Bueno, sí. —Alvin pareció sorprenderse ante la pregunta.
Ella se volvió para enfrentarse a Buscador.
—¿Me has hecho pasar por todo esto?
Buscador movió la boca con torpeza.
—Percibí que ése era el rumbo correcto.
—Fue terriblemente peligroso. ¡Y ni siquiera me consultaste!
—No sabías lo suficiente para juzgar —dijo Buscador, inseguro.
—¡Yo decidiré eso!
Buscador retrocedió.
—Tal vez me equivoqué.
—¿Tal vez? Tú…
—No te precipites —dijo Alvin suavemente—. Este animal es listo, y en este caso mostró su previsión. Tuviste suerte de que yo no te trajera por la ruta que habíamos planeado. Creíamos que era segura. Sin embargo, varias naves que llevaban pasajeros ur-humanos fueron destruidas después de abandonar la Tierra, y tú bien podrías haber estado entre ellos.
—¿Qué? —El estallido de furia de Cley se consumió—. ¿Mi pueblo? —Estaba tan excitada que perdió su asidero en una rama y tuvo que agarrarse para no caer.
—No exactamente. Los desarrollamos a partir de tu matriz.
—¿Quieres decir que son…, que son yo?
—Algunos sí. A otros los alteramos levemente, para conseguir la mezcla de habilidades adecuada.
Cley temía que los supras hicieran eso. ¿Aquellos ur-humanos artificiales serían zombis, carentes de cultura, parodias de su especie? Esos temores la habían impulsado a escapar.
—Yo… quiero verlos.
—Los verás cuando todo esto acabe.
—¡No! Tengo derecho a estar con mi propia especie.
—¿No estás contenta con nuestra compañía? —Alvin hizo un gesto y Cley vio que mientras reflexionaba un grupo de supras se había infiltrado silenciosamente entre las ramas a su alrededor. Seranis se encontraba cerca, con una ceja alzada, estudiando las cascadas de hojas con evidente disgusto.
Tenía las ropas rasgadas y ennegrecidas, tal vez por el mismo motivo que Alvin. Sus cortes ya estaban curándose. Los moretones se disolvían, digeridos por las vidriosas fibras.
Cley suspiró.
—No sé a qué atenerme con vosotros los supras. No sois humanos.
Somos más que humanos, según tu forma de hablar, le envió Seranis.
—¡Si tenéis algún sentido de la justicia, dejadme ver a mi pueblo!
La justicia vendrá con el tiempo, dijo Seranis con una pizca de amarga despreocupación.
Cley miró a Buscador, pero éste parecía absorto arrancando insectos de su pelaje.
—¿Cuándo será eso? —preguntó.
—Nuestra lucha ya ha empezado —dijo Alvin—. Lo mejor es que de momento te quedes con nosotros.
Cley parpadeó.
—¿La lucha ya está en marcha?
—En cierto sentido, empezó mucho antes de que tú nacieras —dijo Alvin, frío y amable.
Cley vio entonces las marcas en su armadura, su boca solemne torcida, un brillo triste en los ojos.
—¿Dónde?
—El encuentro final ha comenzado en el borde exterior del sistema solar. Ahora converge hacia aquí, donde la fuerza de los campos magnéticos de Jove puede cubrirnos un poco más y nuestras reservas son mayores.
Cley sintió de pronto el veloz intercambio de habla-talento que revoloteaba entre los supras de Lys. El tiempo había ampliado su habilidad, pues ahora podía seguir leves hilos de escurridizas ideas, corrientes e implicaciones que iban y venían en instantes cristalinos.
—¿Qué puedo hacer en todo esto? Yo…
Como si años de preparación se hubieran enfocado en un solo punto del tiempo, una respuesta saltó a su mente. Cley supo que Seranis era el canal, pero tuvo la sensación de que tras la enorme intrusión había un conjunto de voces. Una cuña de pensamiento se abrió paso a través de ella. Le estaban diciendo muchas cosas, pero era como intentar beber de una manguera.
—Yo… no comprendo…
—Me han dicho que tardará un poco en adaptarse a tu mente —dijo Alvin.
—Tanto… ¿Qué es el Sol Negro?
—Un término antiguo. «Agujero negro» es mejor. —Alvin escogió cuidadosamente las palabras para que ella pudiera entenderla—. Nuestras leyendas sostienen que la Mente Loca fue aprisionada en el borde de la galaxia, cuando de hecho el agujero negro se encuentra en el centro.
—Un error bastante grande.
—Un fallo de anotación, al parecer. —Su cuidada precisión hizo que Cley recordara que su primer amor fue la biblioteca de Diaspar—. Sin embargo, la historia tenía razón en cuanto a la devastación de la Mente Loca. Conoce un modo de comer los velos de plasma que cuelgan de los brazos galácticos, dejando grandes agujeros donde deberían brillar los soles. La leyenda sostiene que la Mente y Vanamonde se encontrarían entre los cadáveres de las estrellas, pero ahora sabemos que la colisión debe suceder aquí, cerca de la Tierra, donde empezó el asunto y donde debe terminar.
Cley sacudió la cabeza, intentando despejarla.
—Yo no puedo contar para nada en todo este asunto.
—Eso mismo habría dicho yo, hace tiempo. —Alvin se había acomodado en una rama, e incluso en la baja gravedad las arrugas de su cara aumentaron—. Pero sí que cuentas. Los ur-humanos teníais una habilidad especial, junto con las formas humanas avanzadas y las razas alienígenas, para crear entidades magnéticas.
—¿Nosotros? Imposible.
—Admito que parece altamente improbable. Sin embargo, los archivos más antiguos de Diaspar son claros, si se leen con atención.
—¿Cómo pudimos crear algo como ese rayo inteligente?
—Puede que llegues a comprenderlo en la lucha que se avecina.
—Bueno, aunque ayudáramos a crear a Vanamonde, ¿qué importa ahora? No sé nada al respecto.
Alvin miró a Buscador, pero la gran criatura no parecía preocupada. Cley tuvo la impresión de que todo se desarrollaba más o menos como Buscador había previsto, y la bestia nunca se preocupaba por corregir lo inevitable.
Alvin extendió los brazos.
—En Vanamonde existe un conjunto de suposiciones, una visión del mundo. Dependen de los sentidos cinestéticos de los ur-humanos, según vuestro espacio perceptivo.
—¿Qué es eso?
—Lo que importa es que no podemos duplicar eso.
—Vamos —dijo Cley amargamente—. Sé que soy la más tonta de los presentes, pero eso no significa que no podáis…
No te engañamos. Seranis miró a Cley sombríamente. La forma de un ser circunscribe sus percepciones. Eso no puede ser duplicado artificialmente. Lo intentamos, sí… y fracasamos.
—¿Por qué? —preguntó Cley—. Creía que podíais hacer cualquier cosa.
No podemos trascender nuestra visión del mundo, como tampoco puedes tú, envió Seranis.
—Eso se cumple siempre en una misma especie —dijo Buscador, indiferente.
La frente de Alvin se arrugó, mostrando su malestar.
—¿Y tú?
—Ha habido algunos arreglos desde vuestra época —dijo Buscador.
—¡Ésta es nuestra época! —replicó Alvin bruscamente.
Buscador se echó hacia atrás y no contestó.
—Mirad —dijo Cley—, ¿cómo habláis con Vanamonde?
—Mal. Para alcanzarlo debemos atravesar los matorrales de la mente ur-humana.
—¿Matorrales? —preguntó Cley.
—Tal vez pantano sea una expresión mejor. Está inscrito en el ser de Vanamonde.
—¿Tiene algo de nosotros en él? —Cley sintió un arrebato de júbilo. Esto significaba que su especie había dejado alguna marca en la gran arquitectura derruida del tiempo.
—En la lucha que se avecina, la velocidad es esencial. Enlazar nuestras habilidades con Vanamonde requiere conexiones que sólo podéis establecer tú y tu especie.
Los ojos de Cley se entornaron, recelosos.
—¿Los ur-humanos que fabricasteis?
—Sí, serán utilizados. Seranis y los otros habitantes de Lys les han enseñado el talento, una labor de gran dificultad conseguida en muy poco tiempo.
—Nos manipuláis, nos utilizáis como, como…
—Por supuesto. —Alvin continuaba impertérrito—. Ésa es la naturaleza de la jerarquía de las especies.
—¡No tenéis derecho!
—Tampoco hemos hecho nada malo.
Buscador hizo un brusco ruido y retorció la boca en una mueca ilegible. Cley advirtió que sólo empleaba expresiones humanas cuando lo deseaba.
—Aquí no hay ningún tema moral —continuó Alvin, mirando airado a Buscador—. Estos asuntos trascienden el concepto de derechos. Esas ideas se relacionan con las estrategias que usan las sociedades para mantener el orden y la estabilidad. Como conceptos, no tienen ninguna validez en las transacciones en el abismo que nos separa.
Alvin sonrió, como si supiera que esto era lo que hacían los ur-humanos para quitar hierro a una discusión.
—Es increíble —dijo Cley—. Tenemos una obligación mutua, debemos tratar a todo el mundo según sus derechos naturales.
¿Naturales de quién?, envió Seranis.
De cualquier cosa y cualquier ser que pueda pensar, respondió Cley.
¿Pensar qué? Esta época no es igual que la época en que evolucionó tu especie. Ahora hay muchos seres, grandes y pequeños, que son inteligentes.
Entonces tienen que ser tratados según su propia dignidad, contraatacó Cley.
La dignidad no significa que puedan apartarse del orden inherente ordenado por la mano de la evolución. Seranis dirigió a Cley una mirada de preocupación, pero en las estrías de su rápido pensamiento había una capa subyacente de impaciencia y molestia.
—Mirad, tengo que pensar en todo esto —dijo Cley.
—No es momento para el tipo de pensamiento que empleas —respondió Alvin—. El tiempo se nos echa encima.
Cley se volvió hacia Buscador.
—¿Qué debo hacer?
Buscador chascó la lengua, como si tuviera hambre.
—No suscribo sus ideas. Ni las tuyas. Ambas son demasiado simples.
—Buscador, necesito tu apoyo.
—Puedo ayudarte en tus acciones, tal vez. Es cierto, como dicen los supras, que son necesarias tus habilidades innatas.
—No, no me refería a ayudarlos en su lucha. Quiero que tú… bueno, les digas que se equivocan, que están tratando a mi gente como, como a animales.
—Yo soy un animal. No me tratan como a vosotros.
—¡Tú no eres un animal!
—No soy ni remotamente humano.
—Pero eres, eres…
—Soy como tú cuando necesito serlo. Pero eso es para conseguir un fin.
—¿Qué fin? —preguntó Cley, cada vez más confundida.
—Traerte aquí en este momento. Para reunirte con los ur-humanos, como prometí. —Buscador miró a Alvin y Seranis—. Sabía que los supras probablemente fracasarían.
En el rostro de Alvin se dibujó una expresión que Cley no pudo descifrar, pero el equivalente más cercano era una mezcla de irritación y sorprendido respeto.
—Habría sido sencillo traeros aquí si la Mente Loca no hubiera aprendido a entrar en nuestras naves —dijo Alvin cansinamente—. Y no podrías haber sabido que comprendería tan rápidamente, mucho menos que encontraría a esos ur-humanos entre todas las naves que tenemos.
—¿No? —Buscador sonrió.
Cley sintió que algo pasaba entre Buscador y los supras, una flecha de pensamientos complejos.
—¡Buscador! Tienes el talento.
—No es como el tuyo. Pero no importa. —Buscador se volvió hacia Cley—. Creo que este tema debe ser resuelto ahora, así que lo haré.
—No puedo dejar un asunto tan crucial en manos de… —dijo Alvin con firmeza.
—Haz lo que dicen —le dijo Buscador a Cley.
—Pero yo…
—Si deseas pensarlo en términos de la estructura de los derechos, entonces ten en cuenta una cosa. —Buscador se llevó una nuez a la boca, pero se aturulló y la dejó caer—. Los otros miembros de tu pueblo, y no creo que sean tu «pueblo», pues ni siquiera son personas, morirán si no lo haces.
Alvin frunció el ceño.
—No puedes estar seguro de eso.
Buscador no respondió inmediatamente. En cambio, sacó el cadáver de un pequeño roedor de un pliegue de su piel y empezó a mordisquearlo. Los supras lo observaron con asco. Cley recordó lo delicado y etéreo que era su alimento, como si se tratara de nubes comestibles.
Buscador lamió el cadáver sensualmente.
—¿Recuerdas la era de las leyes simples? —preguntó.
Alvin volvió a fruncir el ceño.
—¿Qué? Oh, te refieres a la época en que la ciencia descubrió todas las leyes que gobiernan las relaciones entre partículas y campos. Esa época ya no tiene relevancia.
Buscador cerró un ojo y dejó que una parte de su cara se relajara, como si pudiera dormirse sola. Cley se preguntó si aquello sería algún tipo de chiste antiguo.
—Los ur-humanos descubrieron todas esas leyes —dijo Buscador—. Pero saber cómo tira la gravedad de un cuerpo no significa ni siquiera en un principio que puedas prever cuántos cuerpos moverá. La predicción de cualquier sistema real está más allá del alcance real y exacto de la ciencia.
Alvin asintió, pero Cley se dio cuenta de que no comprendía adonde quería llegar la bestia. Ni ella tampoco. Y el tiempo se acababa, pensó irritada, mientras los dos discutían sobre grandes principios.
—Cierto —dijo Alvin—, pero eso es filosofía antigua. La inseguridad cuántica, el caos…, ocultan siempre el conocimiento preciso del futuro.
—¿Y si no fuera así? —preguntó Buscador, todavía con un ojo cerrado.
—Entonces los supras lo habrían descubierto hace mucho tiempo —insistió Alvin—. Ese conocimiento se encontraría en los archivos de Diaspar.
Buscador parpadeó con ambos ojos y la animación regresó por completo a su rostro. En ese mismo momento, Cley sintió un estallido de habla-talento en forma de notas graves e irreconocibles. Algunos supras se agitaron, incómodos. Cley advirtió que Buscador había enviado alguna especie de mensaje mientras mantenía esta tonta discusión.
—Se ha aprendido mucho desde que en Diaspar se colocaron estratos de conocimiento —dijo Buscador.
Una nota de duda tino la voz de Alvin.
—Los humanos que vinieron después de nuestra especie, los que se marcharon…, ¿descubrieron esa habilidad?
—No —dijo Buscador—. Eso no está abierto a vuestra especie.
—Bestia, ¿hay órdenes superiores que conocen la ciencia? —Alvin miró a sus compañeros supras, que parecían distantemente divertidos por la conversación.
—Ninguna qué puedas ver fácilmente ante ti.
—¿Mentes magnéticas, entonces? Ni siquiera ellas usan la ciencia. No la comprenden de verdad.
—Hay otros métodos de comprensión que provienen de la suma de las especies.
Alvin sacudió la cabeza, sorprendido.
—¡Pero estamos discutiendo de los límites fundamentales del conocimiento!
—Ese «conocimiento» vuestro es también una categoría, igual que los «derechos». No se aplica entre especies.
—No puedo comprender cómo puede ser posible —dijo Alvin.
—Exactamente —contestó Buscador.