Avistaron la nave supra al tercer día. Llegó desde el lado que apuntaba a la Tierra, como Cley consideraba ahora a las capas de popa del Leviatán.
Buscador y ella pasaban mucho tiempo allí, disfrutando del espectáculo de la verde Luna cada vez más pequeña, descansando entre una maraña de enormes flores. Cerca de la Luna, una estrella amarilla crecía rápidamente. Se convirtió en una estilizada nave de plata que mantenía su equilibrio sobre una fina llama.
Cley acababa de divisarla cuando Buscador la hizo esconderse tras un alto estambre.
—No te muevas —susurró.
La nave revoloteó en torno al Leviatán como si estuviera olisqueando, y su nariz giraba y se hinchaba a pesar de ser de metal brillante. La llama redujo su intensidad y los propulsores la hicieron perderse de vista tras la masa del Leviatán.
Cley sintió una presencia oscura, como un sonido que no acaba de reconocerse. La nave supra regresó, acercándose tanto que se arriesgó a chocar contra los tallos superiores.
Buscador colocó sus grandes manos sobre la cara de Cley. Lo había hecho antes, para tranquilizarla cuando su ansiedad no la dejaba dormir. Ahora, la presión de aquellas ásperas palmas cubiertas de fino pelo negro la inundó de calma. Sabía lo que implicaba aquel contacto: dejaba su mente en blanco. De esa forma, su talento transmitía lo menos posible. Cualquier supra a bordo de la nave que hubiera venido de Lys podría detectar sus pensamientos, pero sólo si se enfocaban claramente en mensajes perceptibles. O al menos eso esperaba Cley.
La nave permaneció completamente inmóvil durante largo rato, como decidiendo si aventurarse en el interior. La nube de vida espacial que rodeaba el Leviatán se había retirado de la nave, quizá temiendo sus cohetes. Sus exactas simetrías cilíndricas y su severo brillo parecían extraños y malévolos entre los enjambres en movimiento, duros y cerrados, sin revelar nada. De repente, la llama amarilla volvió a encenderse, dispersando las formas de vida. La nave desapareció en cuestión de segundos, alejándose del Sol.
—Debieron de suponer que huía en esta dirección —dijo Cley.
—Comprueban todas las posibilidades.
Buscador parecía preocupado, aunque Cley no estaba segura de qué significado exacto tenían su ceño fruncido, las ondulaciones de su pelaje y las muecas con las que enseñaba los dientes.
—Siento algo…
—Buscaban tu pensamiento-olor.
—No sabía que tenía uno.
—Es distintivo.
—¿Puedes olerlo tú?
—En tu especie, muchos recuerdos están albergados cerca de los receptores cerebrales para el olor. Los olores entonces evocan recuerdos. Yo no comparto esa habilidad.
—¿Entonces? —A veces los giros de Buscador la irritaban. No estaba segura de si sugería mucho al decir poco o simplemente se estaba divirtiendo a su costa.
—Un supra puede recordar el sabor de tu pensamiento. Este acto de recordar convoca tu talento, lo hace más fuerte.
—¿Sólo recordando me hacen transmitir mejor?
—Algo así.
Cley no pudo encajar esto con la extraña presencia que había sentido.
—Bien, ya se han ido.
—Pueden regresar.
—Tienes el talento, ¿verdad?
—Si no lo sabes, entonces supongo que no.
—Bueno, sí, no puedo captar nada de ti. Pero…
—Marchémonos de aquí. La nave puede volver a intentarlo.
Dejaron la zona de flores donde habían vivido durante un día, nutriéndose a base de denso néctar. Cley no advirtió transición alguna, pero de algún modo llegaron a una región con leve gravedad centrífuga. No se trataba de una geometría interna tan simple como la del Jonás. Porciones internas del Leviatán giraban sobre ejes invisibles, y los arroyos fluían entre las empinadas colinas. La gravedad local nunca era más que un leve toque, pero daba forma y orden a la desbocada vegetación.
Llegaron a una enorme cámara con plataformas, pasadizos, túneles, balaustradas y antesalas, todo repleto de pequeños animales que surcaban sus senderos internos. Era una estación central para un sistema de tubos que parecía brotar por todas partes, incluso por las paredes. El aire húmedo quedaba cruzado por grandes lanzadas de luz que brotaban del suelo, hasta la distante bóveda del techo, sorprendentemente decorada (como para demostrar que esta cúpula era la piedra angular de todo), con una proyección del paisaje estelar del exterior. El centro galáctico resplandecía.
Sin embargo, toda la grandeza del lugar no intimidó a Cley. Resultaba incluso acogedor. Los animales eran inteligentes, a su modo, y ejecutaban rápidamente sus tareas sin dirigirle apenas una mirada. Los humanos al parecer no eran interesantes, tal vez ni siquiera inusitados…, aunque Cley dudaba de que muchos supras usaran Leviatanes para viajar, pues tenían sus veloces naves.
No le preocupaba la persecución supra. La velocidad de los acontecimientos la había apartado de sus tierras, y había decidido continuar en vez de inquietarse continuamente. Tal vez podría encontrar a otros ur-humanos en alguna parte, como había dicho Buscador.
Sus habilidades cazadoras revivieron mientras seguía a Buscador en su rápido y tranquilo deambular en busca de comida. Buscador devoraba mucho y parecía saborear las pequeñas presas, aunque se nutría principalmente de plantas. Le gustaba especialmente reducir a trocitos las grandes hojas, para sacar puñados de semillas rojas ya maduras.
El fermento de la vida mezclada a su alrededor, extendiéndose en las tres dimensiones por todo el Leviatán, cautivaba a Cley. Era muy distinto de los cuidadosos proyectos de los supras. Mientras se sumergía en esta compleja riqueza, comprendió lo que la había irritado y atormentado de los supras. Su aire de superioridad era tolerable, pero en sus graves modales sentía el frío roce de algo que no podía nombrar.
Alvin resultaba divertido en ocasiones, pero los otros eran pesados y solemnes. Seranis le había mostrado su arte, repleto de imágenes de deterioro. Cley sabía en el fondo de su alma que era una moda y no una regla de la naturaleza, aunque estuviera formada por el peso de siglos de aburrimiento. La entropía aumentaba, y condenaría incluso a las brillantes estrellas. Pero sin la abundancia del Sol no habría luz para crear vida. Los seres vivos eran como contables habilidosos, viviendo a base del flujo de la energía, pagando todos los impuestos necesarios pero sin pasar nunca por alto un desliz. La grasa ardiente de la sangre de Cley generaba entropía, pero conseguía excretarla aún más rápido en calor y materia de desecho: una forma milagrosa, improbable y perfectamente legal de esquivar la segunda ley de la termodinámica.
Ella, como los planetas, creaba excrementos y contaminación. Pero la contaminación de uno era el sustento de otro, y empezaba a ver que esta verdad funcionaba a escala interplanetaria.
Seguramente en el Leviatán operaba una magia persistente, y pronto sucedería lo mismo en la Tierra. Los supras la habían preocupado porque aún resonaban con los compases fijos y estrechos de Diaspar. Alvin no conocía la vida, esa chispa que cuelga entre dos eternidades. En un sentido profundo, los supras eran inmortales pero no estaban vivos.
Descartó estos pensamientos con un escalofrío. Recorrieron esa cripta interior, comiendo bayas que colgaban de palmeras que atrapaban animales. Las afiladas hojas podían arrancarle un brazo, pero Buscador le mostró cómo confundir los reflejos del árbol lo suficiente para poder coger las bayas. Viajaron durante dos días a lo largo de una playa, y Buscador capturó los peces amarillos que vivían en el lago. A través de las nubes, Cley podía ver el lago curvándose por encima de sus cabezas, a kilómetros de distancia, describiendo la vasta curvatura de un cilindro en rotación.
—¿Por qué nos movemos tanto? —preguntó Cley cuando Buscador continuó marchando resueltamente a pesar de la oscuridad. La luz del Sol menguaba y aumentaba en la gran cripta cilíndrica como una marea.
—Nos escondemos entre la vida.
—¿Crees que los supras siguen buscándome?
—Se han ido.
—¿Te lo dice tu misteriosa sabiduría?
Buscador le mostró los dientes, recién limpiados con espinas de peces amarillos.
—Los supras continúan hacia fuera.
—Magnífico. Volvamos a la piel del Leviatán. Me gustaba el panorama.
De hecho, quería buscar al capitán. Había visto humanos a través de las llagas transparentes, y siempre parecían evaporarse en la húmeda jungla antes de poder perseguirlos.
Buscador no hizo ningún comentario a su deseo de encontrar humanos, y no quiso ayudarla a localizarlos, aunque ella sospechaba que podía sentir a los animales más pequeños que nadaban o chapoteaban entre las capas de verde. Durante tres días siguieron el curso de los lagos, deteniéndose sólo a nadar y descansar. Esta zona del Leviatán giraba, produciendo en el lago curiosas olas en espiral que subían y bajaban hasta la orilla.
Dos días más, según el reloj interno de Cley, los llevaron hasta la piel. Una vez más Cley no pudo sentir cuándo dejaron la región de la gravedad giratoria. Las brumas habían cubierto su camino, introduciéndose en los recovecos del Leviatán, llenando de humedad los senderos de las grandes hojas de luz reflejada que se extendían por los anchos árboles.
Buscador le enseñó uno de sus juegos favoritos. Se encaramaron a una de las burbujas transparentes en las extensiones exteriores del Leviatán, esperando. En el completo vacío exterior, trabajaban y se deslizaban formas extrañas. Criaturas con concha parecidas a lapas pegadas a la piel del Leviatán. A veces disparaban por accidente un reflejo que hacía que la resbaladiza piel se plegara hacia dentro. Cuando una caía dentro, Buscador la abría con los pies y chupaba ávidamente el interior de la concha.
Largas criaturas negras reptaban sobre el Leviatán, alimentándose de las esterillas fotosintéticas que crecían por todas partes. Cley pudo ver aquellas algas oscuras moteando la piel negra, desprendiendo esporas de vez en cuando. Como ganado de los cielos, comían el pasto marrón y seguían avanzando.
Buscador trató de capturar una criatura que estaba cerca de la capa transparente, girando y haciendo muecas para llamar su atención. La vaca del vacío giró los ojos oscuros hacia la fuente de esos gestos. La curiosidad bovina la hizo acercarse más. Buscador alargó la mano, extendiendo la dura pared elástica con sus manos y pies. Consiguió agarrarse a la vaca a través de la fina piel. Gruñendo y rugiendo, Buscador, fue lo bastante fuerte para atraer a la vaca contra la presión atmosférica que empujaba la cobertura hacia fuera.
Por un instante, Cley pensó que Buscador iba a conseguir arrastrar a la vaca lo suficiente para disparar el movimiento de plegado y hacer que atravesara la membrana. Buscador aulló de alegría. Pero entonces la vaca del vacío hizo un nuevo esfuerzo, se agitó y se liberó.
Buscador apretó los dientes.
—Malditas criaturas.
—Sí, parecía apetitosa.
—Están muy ricas —dijo Buscador.
—Pero es muy resistente.
Cuando Cley dejó de reírse de la expresión de Buscador, miró a un lado y se sorprendió al ver una forma humana. Pero sólo se trataba de una forma, pues no era algo que hubiera visto antes en toda su vida.
El rostro se esforzaba, frunciendo el ceño, sonriendo, moviendo los ojos espantados, expresiones que se agitaban y se disolvían. La cosa parecía demente. Entonces Cley vio que se estaba imponiendo su propia necesidad de encontrar expresión, de encontrar un orden. De hecho, la tormenta en movimiento ondeaba y luchaba por todo el cuerpo. Los colores y las formas no eran más que aproximaciones pasajeras.
La forma dio un paso vacilante hacia Cley. Ella se mordió los labios. El cuerpo se sacudió y se torció como una mala imagen proyectada en una pantalla temblequeante. Pero no se trataba de una ilusión. Su grueso pie apartó un tallo y dio otro paso. La piel movediza parecía un tinte color café que se agitara y cambiara a medida que el cuerpo se movía.
Cley advirtió que podía ver a través de la cosa. Las plantas situadas tras ella aparecían como imágenes fluctuantes. Oyó un leve zumbido cuando la criatura alzó un brazo con un rápido movimiento antinatural que carecía de la tensión de los músculos en las articulaciones de hombros y codos.
—Aurrough —dijo, un sonido como piedras raspando contra una vasija.
—Te está imitando, como hizo antes —anunció Buscador.
—¿Qué es?
—El capitán.
—Pero… es…
—No todo el capitán, por supuesto.
—¿Qué quiere?
—No lo sé. A menudo se manifiesta en la forma de un nuevo pasajero, como una especie de amabilidad. Para aprender algo que no puede conocer de otro modo.
—Muuuchos tee buuuuscaan —dijo la forma.
Cley hizo una mueca.
—Sí, sí, son muchos los que quieren encontrarme.
—Debesss marchaaarte.
—Yo… no puedo. ¿Y por qué debería hacerlo?
—Peliiigro. Paaaara mí.
La forma extendió los brazos para indicar cuanto los rodeaba. Sus brazos terminaban en muñones, aunque de vez en cuando un dedo o dos asomaban en los extremos, se agitaban y luego volvían a perderse en el flujo constante del cuerpo.
—¿Todo? ¿Lo eres todo? —preguntó Cley.
—Muuundo.
—Es el Leviatán —dijo Buscador—. Esta inteligencia compuesta dirige sus muchas partes y mentes menores.
Cley abrió la boca, sorprendida.
—¿Cada una de sus partes se añade a su inteligencia?
—Alvin creía que el Filo Miriasoma estaba extinguido —dijo Buscador—. Se alegraría de saber que vuelve a equivocarse.
Cley sonrió a pesar de su temor.
—A los supras no les gusta ese tipo de noticias.
Mientras seguía observando, las piernas del capitán se disolvieron en un enjambre multicolor. Cada uno de sus miembros tenía el tamaño de un pulgar y se mantenía en el aire gracias a sus rechonchas alas. El capitán era un conjunto que se movía incesantemente, cada criatura voladora rozando a la otra pero capaz de separarse en cualquier momento. Los miembros individuales parecían una extraña mezcla de pájaro e insecto. Cada uno tenía cuatro ojos, dos en lados opuestos de sus cuerpos cilíndricos, uno en la parte superior y otro en la inferior.
Cley oyó entonces al capitán en su mente. El zumbante susurro de las alas que había oído se repetía con un suave rumor de pensamientos en su mente.
Eres un peligro para mí.
—¿Para ti? ¿La nave?
Soy el mundo.
«Y eso debe de parecerle a esta cosa», advirtió ella. De algún modo gobernaba la inmensa complejidad del Leviatán y hasta cierto nivel debía de ser el Leviatán, su mente en vez de sólo su cerebro. A cada instante un pulgar volador marchaba a cumplir alguna misión y otros más venían a mezclarse con la nube ondulante. Bajo su claro mensaje, Cley sintió el zumbido de veloces pensamientos, la infinitud de transacciones que el Leviatán debía hacer para mantener en marcha una empresa tan grande. Era como si pudiera oír las negociaciones individuales entre sus propios glóbulos rojos y las paredes de sus venas, los ácidos de su estómago, las amargas bilis de su hígado.
Cley pensó precisa, lentamente:
¿Cómo puedes ser consciente de ti mismo? Cambias constantemente.
La forma dejó que su brazo derecho cayera, esparciéndose en manojos que partieron hacia nuevas tareas.
No necesito sentirme intacto como tú.
¿Entonces cómo sé quién está hablando?, preguntó Cley.
Yo hablo por el momento, respondió el capitán. Dentro de un rato, yo hablaré por ese momento.
Cley miró a Buscador, pero éste observaba con distante interés.
¿Será el mismo tú?, preguntó.
¿Cómo puedes saberlo? ¿O yo? Siempre encuentro que tu clase de inteligencia está obsesionada con saber lo que sois.
Cley sonrió.
Parece una pregunta razonable.
Razonable no. La razón no puede explicarte cosas profundas.
Cley observó cómo la forma se descomponía gradualmente en una nube oblonga de cosas-pulgar.
Había hecho su gesto amable y ahora se relajaba en forma de esfera, quizá para reunir a sus elementos individuales mientras reducía su superficie.
¿Me tienes miedo?, preguntó Cley.
Mis partes conocen el miedo. También el hambre y el deseo. Son una especie, como tú. Pero yo soy otro tipo de ser, y puedo eludir ser atacado dispersándome. No conozco el miedo por mí mismo, pero soy cauteloso. No pueden matarme, pero pueden herirme.
Cley pensó en las abejas que había visto en el bosque, un trabajo duro y agradable que parecía haber acontecido hacía ya mucho tiempo. Sabía que las abejas tenían menos de diez mil neuronas, y sin embargo realizaban tareas complejas. ¿Cuánto más inteligente sería un solo brazo de este capitán-nube, cuando sus cosas-pulgares se unían para mezclar sus mentes?
¿Quieres decir que puede herirte alguien como yo?
El enjambre se agitó.
Sí. No soy invulnerable a la destrucción de partes especiales, como tú. Arrancándote la cabeza, por ejemplo, podría sacarte la vida, robarte todo tu conocimiento. Pero cada parte de mí contiene algo de mi inteligencia, y siente lo que siente una parte del mundo.
Cley sintió de repente la extrañeza de esta cosa que gravitaba ante ella, hinchándose y moviéndose con viscosa paciencia mientras sopesaba los problemas del Leviatán. ¿Otro filo? No, algo más…, otro reino de vida, un desarrollo más allá de los seres eternamente separados y condenados a una soledad inevitable. En cierto modo, lo envidiaba. Cada componente conocía la presión de la competencia, el hambre y el ansia, pero el compuesto se alzaba sobre aquella brusca turbulencia, llegando a reinos que ella ni siquiera podía imaginar. Miró de nuevo a Buscador y vio que su expresión no era de indiferencia, sino de reverencia. Buscador no quiso que buscara al capitán porque era, incluso para él, un ser sagrado.
Ahora te hablo porque el mundo no puede tolerarte, dijo el capitán.
¿Por qué escapaste antes?, preguntó Cley.
Necesitaba tiempo para hablar con mis hermanos.
¿Otros Leviatanes? Mientras el pensamiento se formaba, llegó la respuesta del capitán:
Otros mundos.
¿Había algo más allá de los Leviatanes? Cley empezó a preguntarlo, pero el capitán dijo:
Ahora comprendo muchos hechos recientes y tu conexión con ellos. Hay una entidad llamada la Mente Loca y te busca.
Lo sé.
Entonces sabes esto…
En un simple instante un torrente de sensaciones, ideas y conclusiones alcanzó a Cley. Durante un segundo percibió cómo era realmente la mente que tenía delante. Las capas de su lógica eran transparentes, de forma que cada hecho resplandecía para iluminar la relación de conceptos hasta otro nivel. Y esa luz a cambio se refractaba a través del entramado de la mente, dejando su brillo en las suposiciones que había debajo.
Todo esto fue pensado sin las restricciones del cerebro humano. Era una cualidad que había surgido en los miles de millones de años transcurridos desde la era de los ur-humanos, y ahora mostraba las limitaciones de los métodos ciegos de la evolución. La presión por una selección rápida operó sobre lo que ya existía, añadiendo capacidad a las mentes en vez de arrancar partes que trabajaban de manera imperfecta. El cerebro humano era siempre retrospectivo, y mostraba sus orígenes en sus torpes funcionamientos. El capitán había surgido de un mecanismo diferente.
Pero esta comprensión era sólo un filamento que asomaba en la marea que la ahogaba. Cley se tambaleó bajo el peso de lo que el capitán le había dado, aturdida como si hubiera recibido un golpe. Apenas fue consciente de que Buscador avanzaba para recogerla. Entonces el aire se cubrió de estrías de ébano y se sintió encogerse bajo un gran peso oscuro.