La sorpresa y la distracción son tácticas que se utilizan mejor con rapidez. En el caso de Cley, la sorpresa tenía que llegar en el perímetro que los supras habían erigido en torno a la Biblioteca destrozada. Sin embargo, no tenía ni idea de cómo conseguirlo.
Confió sus pensamientos a Buscador. Estaba segura de que no la traicionaría. La bestia no pareció sorprenderse por la noticia, o al menos no mostró ninguna reacción visible, aunque su piel se agitó con dibujos ambarinos. Cley esperaba algún consejo lacónico pero práctico. Buscador simplemente asintió y desapareció en la noche.
—Maldición —murmuró Cley. Ahora que había decidido actuar, lo desesperanzado de su situación parecía cómico. Ella era, después de todo, el humano menos inteligente del lugar, rodeada por tecnología que le resultaba tan extraña como la magia.
La fiesta continuaba por todo el campamento. Oleadas de habla-talento se inmiscuían en su mente, dificultándole pensar con claridad. Esperaba que este torrente también proporcionara una cobertura a sus planes.
Una fuerte explosión rugió en la oscuridad. Buscador apareció de repente a su lado.
—Camina —dijo.
Gritos, destellos de luz púrpura, una cadena de explosiones sordas. Los paneles luminosos se apagaron.
Escaparon sin problemas. Buscador había empleado alguna artimaña para desconectar las pantallas situadas cerca de la Biblioteca, y al instante los supras y los robots reaccionaron. A pesar de su maestría técnica, los supras reaccionaron con pánico al ruidoso repliegue de las pantallas. Rebatieron todas las órdenes de los robots y dirigieron todos los esfuerzos para erigir de nuevo las defensas.
Buscador permaneció alerta mientras cruzaban sin prisa el campamento hacia el bosque cercano.
—Se acercaba el momento —fue todo lo que dijo.
—Pero los robots…
—No esperarán esto. Nunca ven el momento.
Salieron silenciosamente del campamento supra, manteniéndose en las sombras. Por todas partes, los robots se apresuraban para restaurar los baluartes de la Biblioteca, pero no advirtieron su presencia.
Llegaron al bosque bajo un cielo sin luna adornado por un collar de densas estrellas. Cley cambió su sentido de la visión para ampliar el infrarrojo y captar el color en el pálido brillo de un millón de soles.
Corrieron firmemente durante la primera hora y luego redujeron el ritmo cuando el terreno se hizo más empinado. Lo que Buscador había usado para conquistar su libertad no duraría mucho tiempo. Cley se había sentido inquieta bajo las desdeñosas y distraídas restricciones de los supras, y no podría ocultarles mucho sus sentimientos. Sospechaba que Buscador había notado su inquietud y había preparado la huida para los dos antes de que Seranis pudiera leer las intenciones de Cley y aumentado su tenaza.
Poco después, Cley olvidó todas estas complicaciones y se rindió a la exuberancia del bosque. Sabía, por lo que habían dicho los supras, que su especie no eran los humanos originales que habían surgido de los bosques naturales de la remota antigüedad, pero eso no importaba mucho. Aunque su estructura genética podía ser modificada fácilmente, como demostraba la inclusión del pensamiento-talento, los supras habían mantenido a su especie fiel a sus orígenes. El simple abrazo del bosque podía aún conmoverla profundamente.
Buscador no redujo su rítmico paso, y sus cuatro patas parecían deslizarse sobre el suelo mientras sus manos apartaban los obstáculos.
—Ya deben de estar buscándonos —dijo Cley después de un largo rato de silencio.
—Sí. Mi efecto se dispersará.
—¿Qué hiciste?
Buscador la miró, abrió la ancha boca, pero no dijo nada.
—¿Es algo que no debo saber?
—Una cosa que no puedes conocer.
—Oh.
Estaba acostumbrada a que los supras la hicieran sentirse estúpida. Buscador, cuya especie había surgido más de un millón de años después de los ur-humanos, no revelaba ninguna de sus habilidades, pero esto, de algún modo, las hizo parecer más temibles.
—Pueden encontrarnos —dijo ella—. Los supras tienen muchos recursos.
—Debemos buscar un escondite. Algo más opera en el cielo.
Ella alzó la cabeza y sólo vio niebla. Resopló por el esfuerzo de mantener el ritmo de Buscador mientras se abrían paso entre los densos matorrales.
—¿Por qué no pueden vernos ahora mismo?
—Nadamos en el baño de la vida.
Con cada paso, la declaración se hacía más cierta. Se internaron en el abrazo de una tierra que hervía de transformaciones. Hongos y líquenes cubrían todas las rocas. Esta densa pintura supurante funcionaba con visible energía, borboteando y humeando mientras devoraba la piedra y eructaba gases digestivos a la niebla. Donde ya habían cumplido su trabajo brotaba una maraña de hierbas.
Cley avanzó con cautela por entre una zona desnuda moteada de parches verdosos, temerosa de que uno pudiera atacarle los pies con su ácida ansiedad. No todos los vapores que gravitaban sobre el febril paisaje eran meros bioproductos para sazonar la atmósfera de ricos elementos. Un puñado de mosquitos alzó súbitamente el vuelo desde un manojo de hierbas y revoloteó a su alrededor. Durante un momento aterrador, Cley trató de espantarlos, hasta que Buscador dijo tranquilamente:
—Quédate quieta. Tienen sed.
La nube era iridiscente, y cada uno de sus miembros era un diminuto fragmento de hielo que reflejaba la pálida luz de las estrellas. Sin embargo, parecían listos y zumbaban llenos de fervor y rapidez. Trazaron elaboradas vueltas alrededor de Cley. Ella advirtió que debía de parecerles una montaña de residuos químicos.
—¿Qué hacen?
—No hables. Olerán los jugos de tu estómago y se meterán por tu garganta.
Cley se calló y cerró también sus fosas nasales. El cartílago de su nariz había sido útil para impedir la pérdida de agua en el desierto de una antigua Tierra que incluso el Guardián de los Archivos sólo recordaba tenuemente. Ahora mantuvo a raya a los mosquitos mientras ella contenía la respiración durante largos y dolorosos instantes, preguntándose hasta qué punto sería suculento el olor de sus ácidos digestivos. Cerró los ojos con fuerza, apretó los dientes. Si pudiera permitirse el lujo de gritar, sólo una vez…
La niebla vaciló, zumbó furiosa, y luego se marchó en busca de banquetes más sabrosos.
—Pretenden buscar y alterar —dijo Buscador—. No sólo comen.
—¿Cómo lo sabes?
—En mi época había muchas formas que vivían de sus habilidades químicas. Trabajan sobre las propias moléculas, transformando minerales sin refinar en utilidades elegantes.
Cley se estremeció.
—Me ponen la piel de gallina.
—Está claro que han sido diseñados para ayudar a los liqúenes a preparar el terreno a la vida.
—No los había visto nunca.
—Buscan su cocina molecular en el borde del bosque. Tu pueblo habitaba en el interior.
—Espero…
—No más charla. Deprisa, vamos.
Corrieron con fuerza. Buscador se detenía con frecuencia y se agazapaba, con la oreja pegada al suelo para escuchar. Cley necesitaba tiempo para ajustar la química de su sangre. Los ritmos de su caminar ayudaban a disparar hormonas para detener su ciclo menstrual y aumentar su capacidad de aguante. No dejaba de mirar el cielo, donde se alzaba el centro galáctico. Su brillo cristalino era desagradable, pues se sentía descubierta.
—Ya vienen —dijo Buscador, mientras rodeaban una colina.
—¿Los supras?
—Más que ellos.
—¿Con sólo escuchar sabes que…?
Buscador se agachó, estrecho el hocico, las orejas agitadas. Permaneció absolutamente inmóvil y entonces se puso en movimiento, aún más rápido que antes. Ella corrió para alcanzarle.
—¿Qué…?
—Adelante.
Cley jadeaba cuando subían por un estrecho promontorio. Una nota baja parecía proceder de todas partes, hasta que se dio cuenta de que la sentía a través de los pies. Un pico sobre ellos se abrió con un gruñido y un géiser brotó bruscamente. Toneladas de agua se alzaron al aire y luego cayeron. Gruesas gotas de agua los cubrieron.
—Un río nuevo —dijo Buscador—. La tensión de la roca se ha acumulado durante días y por eso busqué el punto. Nos dará un refugio momentáneo.
Las gotas tamborilearon sobre Cley. Buscador hizo un gesto urgente. A través del chorro de agua, ella vio brillantes arco iris cruzando el cielo.
—Buscan.
—¿Quién?
—Qué, no quién. Lo que destruyó la Biblioteca.
Siguieron observando mientras una filigrana incandescente se estiraba y remitía. A través de la bruma del géiser, los cambiantes dibujos en forma de telaraña parecían un diseño lanzado sobre la humanidad. Cley había visto antes ese hermoso tapiz, lo había visto descender y provocar la muerte de todo cuanto amaba. Su elegante frialdad golpeó su corazón con solidez de plomo. Había conseguido mantener a raya el horror, pero ahora había vuelto. Aquellos tentáculos luminosos la habían seguido y quemado, hasta casi matarla, y ansiaba encontrar un medio de contraatacar. Guerra. La antigua palabra resonó en su pulso acelerado, su nariz hinchada, sus labios tensos y secos.
Permaneció de pie bajo la dolorosa lluvia, las ropas pegadas al cuerpo, esperando que esta fuente momentánea los salvara. ¿Cuánto tiempo los protegerían las brumas?
Pero ahora, entre los flexibles rayos danzaban puntos de ámbar: naves de los supras, surgidas de la Biblioteca. Hacía tiempo que Cley esperaba verlos persiguiéndola, pero no escrutaban el suelo. En cambio, se movían en formación a través de las ondas luminosas.
Buscador parecía sucio, todo el pelaje oscuro por la humedad.
—Abajo —dijo firmemente.
Entraron en una estrecha cueva. El géiser que formaba el río esparcía un dosel de niebla, pero Cley ajustó su visión para convocar las débiles imágenes que podía distinguir. Contempló, junto con Buscador, el intrincado baile de las naves supras mientras intentaban rodear y reducir los rayos resplandecientes.
—El agua nos ocultará durante un rato —dijo Buscador.
—¿Van de nuevo tras la Biblioteca?
—No. Parecen ir… allí.
Un rayo surgió de una masa ámbar lanzada por las naves supras. Se abalanzó hacia la Tierra y con un deslumbrante estallido se convirtió en dedos de luz moteada que corrieron sobre las montañas y los valles como si fueran los arroyos de un río atormentado. Un filamento anaranjado pasó cerca, ondulando y chasqueando velozmente. Se entretuvo un instante en el camino que ellos acababan de recorrer, como olisqueando una pista, y luego se marchó, dejando sólo un revuelo de furiosos estallidos.
Los supras parecían haber atrapado los rayos restantes, que rompieron en colores y se esparcieron por el cielo como un fuego rápido oscurecido por los disparos de los supras.
Entonces el cielo se oscureció, como si una presencia lo hubiera abandonado. Las naves supra volvieron a la Biblioteca.
—Somos afortunados —dijo Buscador.
—Ese truco del agua fue astuto.
—No creía que fuera a funcionar.
—¿Arriesgaste nuestras vidas con…?
—Sí.
—Menos mal que no cometes errores.
—Oh, los cometo. —Buscador suspiró con algo parecido al cansancio—. Vivir es errar.
Cley frunció el ceño.
—¡Vamos, Buscador! Tienes alguna ayuda, alguna conexión.
—Soy tan mortal como tú.
—¿A qué estás conectado? —insistió ella.
Buscador alzó un hombro ambarino, en un gesto que ella no pudo interpretar.
—A todo. Y a nada. Es difícil hablar sobre ello con este lenguaje restringido. Y no tiene sentido.
—Bien, de cualquier forma, eso mantendrá ocupados a los supras. Ya han averiguado cómo combatir al rayo.
—Nos buscaban, sabiendo que habíamos escapado.
—¿Cómo es posible?
—Es una inteligencia libre de materia, y tiene formas que no conocemos.
Buscador se puso en marcha, resbaló sobre la grava y lanzó guijarros pendiente abajo. Pero se puso en pie, la fatiga bien clara en sus ojos, y siguió avanzando, obstinado.
—Y es mejor que no las conozcamos —añadió al remontar el risco.