Rorden consideró lo inimaginable que habría parecido esta reunión hacía tan sólo unos días. Aunque se hallaba todavía técnicamente bajo sospecha, su presencia era tan esencial que nadie había sugerido la posibilidad de excluirle. Los seis visitantes se sentaron frente al Consejo, flanqueados a cada lado por los miembros secundarios como el propio Rorden. Esto significaba que no podía verles la cara, pero las expresiones de los que tenía enfrente eran suficientemente instructivas.
No había ninguna duda de que Alvin tenía razón, y el Consejo advertía lentamente la amarga verdad. Los delegados de Lys podían pensar casi el doble de rápido que las mejores mentes de Diaspar. No era ésa su única ventaja, pues también mostraban un extraordinario grado de coordinación que Rorden achacó a sus poderes telepáticos. Se preguntó si estarían leyendo las mentes de los consejeros, pero decidió que no habrían roto la solemne tregua sin la cual esta reunión habría sido imposible.
Rorden no creía que hubieran hecho muchos progresos. Además, tampoco sabía cómo eso podía ser posible. Alvin había salido al espacio, y nada podía alterar aquel hecho. El Consejo, que todavía no había aceptado a Lys por completo, parecía todavía incapaz de comprender lo sucedido. Pero estaba claramente asustado, igual que la mayor parte de sus visitantes. Rorden no estaba tan aterrado como esperaba: sus temores estaban aún presentes, pero se había enfrentado al fin a ellos. Algo de la intrepidez de Alvin (¿o era valor?) había cambiado su forma de ver el mundo y le había dado nuevos horizontes.
La pregunta del Presidente lo pilló desprevenido, pero se recuperó rápidamente.
—Creo que esta situación no se ha producido nunca antes por pura casualidad —dijo—. No hay nada que pudiéramos haber hecho para impedirla, pues los acontecimientos estuvieron siempre por delante de nosotros.
Todo el mundo sabía que con «acontecimientos» se refería a Alvin, pero no hubo ningún comentario.
—Es inútil lamentar el pasado: Diaspar y Lys han cometido errores por igual. Cuando regrese Alvin, tal vez puedan impedirle que vuelva a abandonar la Tierra. No creo que tengan éxito, pues es posible que haya aprendido mucho para entonces. Pero si ha sucedido lo que más temen, no hay nada que podamos hacer ya. La Tierra está indefensa, como lo ha estado durante millones de siglos.
Rorden hizo una pausa y contempló a los miembros de la mesa.
Sus palabras no habían complacido a ninguno, pero tampoco era ésa su intención.
—Con todo, no veo por qué debemos alarmarnos tanto. La Tierra no corre más peligro que antes. ¿Por qué deberían dos muchachos en una nave pequeña provocar la ira de los Invasores? Si somos sinceros con nosotros mismos, debemos admitir que los Invasores podrían haber destruido nuestro mundo hace milenios.
Se produjo un silencio aturdidor. Las palabras de Rorden eran una herejía, pero el Guardián de los Archivos advirtió que dos de los visitantes parecían aprobarlas.
El Presidente le interrumpió, fruncido el ceño.
—¿No dice la leyenda que los Invasores salvaron la Tierra sólo con la condición de que el hombre no volviera a salir al espacio? ¿No hemos transgredido ahora esas condiciones?
—También yo creía eso —contestó Rorden—. Aceptamos muchas cosas sin preguntar, y ésta es una de ellas. Pero mis máquinas no entienden de leyendas, sólo de verdad…, y no hay ningún registro histórico de ese acuerdo. Estoy convencido de que algo tan importante habría sido grabado para la posteridad, como es el caso de muchos asuntos menores.
Pensó que Alvin habría estado orgulloso de él. Era extraño que defendiera las ideas del muchacho, pues si Alvin hubiera estado presente tal vez las habría atacado. Al menos uno de sus sueños se había cumplido: la relación entre Lys y Diaspar era todavía inestable, pero comenzaba. Rorden se preguntó dónde estaría Alvin ahora.
Alvin no había visto ni oído nada, pero no se detuvo a discutir. Sólo cuando la compuerta se cerró tras ellos se volvió hacia su amigo.
—¿Qué pasaba? —preguntó, algo agitado.
—No lo sé. Era algo aterrador. Creo que todavía nos está observando.
—¿Nos marchamos?
—No. Me asusté al principio, pero no creo que vaya a hacernos daño. Parece simplemente… interesado.
Alvin estaba a punto de responder cuando se sintió abrumado por una sensación desconocida. Un fulgor cálido y tintineante pareció extenderse por su cuerpo. Duró sólo unos segundos, pero cuando desapareció dejó de ser Alvin de Loronei. Algo compartía su cerebro, superponiéndose a él como un círculo puede cubrir parcialmente a otro. También era consciente de la cercanía de la mente de Theon, igualmente mezclada con la criatura que había descendido sobre ellos. La sensación era más extraña que desagradable, y dio a Alvin su primera impresión de telepatía auténtica, el poder que en su raza había degenerado hasta el punto de que ahora sólo podía ser utilizado para controlar las máquinas.
Alvin se rebeló de inmediato cuando Seranis intentó dominar su mente, pero ahora no se debatió contra esta intrusión. Habría sido inútil, y sabía que esta inteligencia, fuera lo que fuese, no era su enemigo. Se relajó por completo, aceptando sin resistencia el hecho de que una inteligencia infinitamente superior a la suya estaba explorando su mente. Pero no estaba completamente en lo cierto.
Vanamonde miró de inmediato que una de aquellas dos mentes era más accesible que la otra. Notaba que las dos estaban asombradas por su presencia, y eso le sorprendió enormemente. Era difícil creer que pudieran haber olvidado: el olvido, como la mortalidad, estaba más allá de la comprensión de Vanamonde.
La comunicación era muy difícil: muchas de las imágenes-pensamiento en sus mentes eran tan extrañas que Vanamonde apenas podía reconocerlas. Se sintió aturdido y un poco asustado por la pauta de miedo recurrente hacia los Invasores; le recordaba sus propias emociones cuando el Sol Negro entró por primera vez en su campo de conocimiento.
Pero ellos no sabían nada del Sol Negro, y ahora sus propias preguntas empezaban a formarse en su mente.
¿Qué eres?
Dio la única respuesta posible.
Soy Vanamonde.
Se produjo una pausa (¡cuánto tardaba en formarse la pauta de sus pensamientos!), y entonces la pregunta se repitió. No habían comprendido; eso era extraño, pues seguramente su especie les había dado su nombre para que se encontrara entre los recuerdos de su nacimiento. Esos recuerdos eran muy pocos, y empezaban extrañamente en un solo punto del tiempo, pero eran claros como el cristal.
Una vez más, sus diminutos pensamientos se debatieron en su conciencia.
—¿Quiénes fueron los Grandes? ¿Eres tú uno de ellos?
No lo sabía. Ellos apenas pudieron creerle, y su decepción se abrió paso brusca y claramente a través del abismo que separaba sus mentes de la suya. Pero fueron pacientes y él se alegró de ayudarlos, pues su búsqueda era la misma que la suya y le ofrecieron la primera compañía que conocía.
Alvin no creía que mientras viviera pudiera volver a experimentar una situación tan extraña como esta conversación silenciosa. Era difícil creer que podía ser poco más que un espectador, pues no le importaba admitir, ni siquiera ante sí mismo, que la mente de Theon era mucho más poderosa que la suya propia. Sólo podía esperar y maravillarse, medio deslumbrado por el torrente de pensamiento más allá de los límites de su comprensión.
Poco después, Theon, pálido y agotado, rompió el contacto y se volvió hacia su amigo.
—Alvin —dijo, la voz muy cansada—, hay algo extraño aquí. No comprendo nada.
La noticia restauró un poco la autoestima de Alvin, y su rostro debió de mostrar sus sentimientos, pues Theon se echó a reír.
—No puedo descubrir lo que es este Vanamonde —continuó—. Es una criatura de tremendo conocimiento, pero parece tener muy poca inteligencia. Naturalmente, su mente puede ser de un orden tan diferente del nuestro que no podemos comprenderla, aunque de algún modo no creo que ésa sea la explicación adecuada.
—Bien, ¿qué has aprendido? —preguntó Alvin con cierta impaciencia—. ¿Sabe algo sobre este lugar?
La mente de Theon parecía estar todavía muy lejos.
—Esta ciudad fue construida por muchas razas, incluyendo la nuestra —dijo, ausente—. Puede transmitirme hechos como ése, pero no parece comprender su significado. Creo que es consciente del pasado, sin poder interpretarlo. Todo lo que ha sucedido parece amontonado en su mente.
Hizo una pausa, pensativo. Entonces su rostro se iluminó.
—Sólo podemos hacer una cosa: de un modo u otro, tenemos que llevar a Vanamonde a la Tierra para que nuestros filósofos puedan estudiarlo.
—¿Sería eso seguro? —preguntó Alvin.
—Sí —respondió Theon, pensando lo poco característica que era esta observación de su amigo—. Vanamonde es pacífico. Aun más, de hecho parece afectuoso.
Y de repente el pensamiento que durante todo el tiempo había estado gravitando sobre la conciencia de Alvin se enfocó claramente.
Recordó a Krif y los animalitos que escapaban constantemente («No volverá a suceder, madre»), para molestar a Seranis.
Y recordó (¡qué lejano parecía!) el propósito geológico tras su expedición a Shalmirane.
Theon había encontrado una nueva mascota.