Los dos robots estaban junto al anciano, flotando inmóviles en el aire. Cuando Alvin intentó acercarse al cadáver, sus tentáculos se extendieron para impedírselo, así que no volvió a intentarlo. No había nada que pudiera hacer. Sintió que un viento helado barría su corazón. Era la primera vez que miraba el rostro marmóreo de la muerte, y supo que una parte de su infancia había acabado para siempre.
Éste era el fin de aquella extraña hermandad, quizá la última de su especie que conocería el mundo. Por engañados que pudieran haber estado, las vidas de estos hombres no habían sido completamente en vano. Casi de milagro habían salvado del pasado un conocimiento que de otro modo se habría perdido para siempre. Ahora su orden podía seguir el destino de un millón de otras religiones que también en su día se consideraron eternas.
Dejaron al anciano dormido en su tumba entre las montañas, donde ningún hombre le molestaría hasta el final de los tiempos. Vigilando su cuerpo quedaron las máquinas que le habían servido en vida y que nunca le dejarían ahora. Unidas a su mente, esperarían unas órdenes que nunca podrían producirse, hasta que las propias montañas acabaran desmoronándose.
El pequeño animal de cuatro patas que antaño sirviera al hombre con la misma devoción llevaba demasiado tiempo extinto para que los dos muchachos hubieran oído hablar de su existencia.
Regresaron en silencio a la nave, y poco después la fortaleza no fue más que otro lago oscuro entre las montañas. Alvin no hizo nada para controlar la máquina; se elevaron hasta que Lys entero se extendió bajo ellos, una gran isla verde en un mar anaranjado. Nunca antes había estado tan alto. Cuando finalmente se detuvieron, la curvatura de la Tierra era visible debajo. Lys era ahora muy pequeño, una sombra oscura contra el desierto gris y anaranjado, pero más allá de la curva del globo algo brillaba como una joya de muchos colores. Y así, por primera vez, Theon vio la ciudad de Diaspar.
Contemplaron durante mucho tiempo la Tierra rotar bajo ellos. De todos los antiguos poderes del hombre, éste era seguramente el que menos podía permitirse perder. Alvin deseaba poder mostrar el mundo tal como lo veía ahora a los gobernantes de Lys y Diaspar.
—Theon —dijo por fin—, ¿crees que lo que estoy haciendo está bien?
La pregunta sorprendió a Theon, que hasta ahora no sabía nada de las súbitas dudas que a veces abrumaban a su amigo. No resultó fácil responderle sin pasión: como Rorden, aunque con menos motivo, Theon sentía que su propia personalidad quedaba sumergida en la de Alvin. Se sentía absorbido sin remisión por el vórtice que Alvin dejaba tras su paso por la vida.
—Creo que tienes razón —respondió Theon lentamente—. Nuestros dos pueblos han estado separados demasiado tiempo.
Consideraba que aquello era cierto, aunque sabía que sus propios sentimientos comprometían su respuesta. Pero Alvin estaba todavía preocupado.
—Hay un problema en el que no había pensado hasta ahora —dijo con voz intranquila—, y es la diferente extensión de nuestras vidas.
No dijo nada más, pero cada uno supo lo que estaba pensando el otro.
—Sí, a mí también me preocupa —admitió Theon—, pero creo que el problema se resolverá cuando nuestros pueblos vuelvan a encontrarse. Los dos no podemos tener razón: nuestras vidas tal vez sean demasiado cortas y las vuestras son, sin ninguna duda, demasiado largas. Con el tiempo, llegaremos a un compromiso.
Alvin vaciló. Era cierto que ahí se encontraba la última esperanza, pero las eras de transición serían duras. Recordó de nuevo las amargas palabras de Seranis: «Los dos llevaremos siglos muertos y tu seguirás siendo todavía un muchacho». Muy bien, aceptaría las condiciones. Incluso en Diaspar, todas sus amistades se encontraban con el mismo problema. Al final, poca diferencia había entre cien años o un millón. El bien de la raza humana exigía la mezcla de las dos culturas, y en ese caso la felicidad individual no era importante. Por un momento Alvin vio a la humanidad como algo más que el trasfondo viviente de su propia vida, y aceptó sin parpadear la infelicidad que su elección debería producir algún día. Nunca volvieron a hablar del tema.
A sus pies, el mundo continuó con su eterna rotación. Al advertir el estado de ánimo de su amigo, Theon no dijo nada, y poco después Alvin volvió a romper el silencio.
—Cuando abandoné Diaspar por primera vez, no sabía lo que podría hallar —dijo—. Lys me habría satisfecho antes, pero ahora todo lo que hay en la Tierra parece pequeño y sin importancia. Cada descubrimiento que hago provoca preguntas mayores, y nunca me sentiré satisfecho hasta que sepa quién era el Maestro y por qué vino a la Tierra. Si alguna vez llego a descubrirlo, supongo que entonces empezaré a preocuparme por los Grandes y los Invasores… y así continuaré siempre.
Theon nunca había visto a Alvin tan pensativo y no deseaba interrumpir su soliloquio. En los últimos minutos, había aprendido muchas cosas sobre su amigo.
—El robot me dijo que esta nave podía alcanzar los Siete Soles en menos de medio día —continuó Alvin—. ¿Crees que debería ir?
—¿Crees que yo podría impedírtelo? —replicó Theon en voz baja.
Alvin sonrió.
—Eso no es una respuesta, aunque sea verdad. No sabemos lo que hay en el espacio. Puede que los Invasores hayan abandonado el Universo, pero tal vez existan otras inteligencias enemigas del hombre.
—¿Por qué tendría que haberlas? —preguntó Theon—. Ése es uno de los temas que nuestros filósofos han debatido durante siglos. No es probable que una raza verdaderamente inteligente sea enemiga.
—¿Y los Invasores…?
Theon señaló los interminables desiertos de debajo.
—Una vez tuvimos un imperio. ¿Qué poseemos ahora que pudieran desear?
Alvin se sorprendió un poco ante este nuevo punto de vista.
—¿Piensa así todo tu pueblo?
—Sólo una minoría. El individuo medio no se preocupa por el tema, pero probablemente diría que si los Invasores quisieran realmente destruir la Tierra, ya lo habrían hecho hace muchísimo tiempo. Sólo unas cuantas personas, como mi madre, todavía les tienen miedo.
—Las cosas son muy distintas en Diaspar —dijo Alvin—. Mi pueblo es un pueblo de cobardes. Pero es una lástima lo de tu madre…, ¿crees que te impediría venir conmigo?
—Seguramente —replicó Theon con énfasis.
Apenas advirtió que Alvin esperaba aquella respuesta.
Alvin reflexionó durante un instante.
—A estas alturas ya se habrá enterado de la existencia de esta nave y sabrá lo que pretendo hacer. No debemos regresar a Airlee.
—No, eso no sería aconsejable. Pero tengo un plan mejor.
La pequeña aldea en la que aterrizaron estaba sólo a una veintena de kilómetros de Airlee, pero Alvin se sorprendió al ver lo mucho que difería en su arquitectura y forma. Las casas tenían varios pisos de altura y habían sido construidas alrededor de un lago, de cara al agua. Había anclados varios barcos de brillantes colores junto a la orilla. Alvin, que nunca había oído hablar de tales cosas y se preguntaba para qué servirían, se sintió fascinado.
Esperó en la nave mientras Theon iba a visitar a sus amigos. Resultaba divertido ver la consternación y la sorpresa de la gente que la rodeaba, inconsciente del hecho de que él la observaba desde el interior de la máquina. Theon permaneció fuera sólo unos pocos minutos, y tuvo algunos problemas para alcanzar la escotilla a través de la marea de gente. Suspiró aliviado cuando la puerta se cerró tras él.
—Mi madre recibirá el mensaje dentro de dos o tres minutos. No he dicho adonde vamos, pero lo adivinará rápidamente. Y tengo una noticia que te interesará.
—¿Cuáles?
—El Consejo Central va a entablar negociaciones con Diaspar.
—¿Qué?
—Es completamente cierto, aunque todavía no se ha hecho el anuncio oficial. Ese tipo de cosas no pueden mantenerse en secreto.
Alvin comprendió que nunca podría entender cómo se mantenía algo en secreto en Lys.
—¿De qué van a hablar?
—Probablemente de cómo pueden impedir que nos marchemos. Por eso he vuelto tan rápido.
Alvin sonrió con tristeza.
—¿Entonces piensas que el miedo puede haber tenido éxito donde la lógica y la persuasión han fracasado?
—Es probable, aunque anoche impresionaste bastante a los consejeros. Se quedaron hablando largo rato después de que te fueras a dormir.
Fuera cual fuese la causa de esta situación, Alvin se sintió muy contento. Diaspar y Lys habían tardado en reaccionar, pero los acontecimientos se dirigían ahora con mucha rapidez hacia su climax. No le importaba demasiado que ese climax pudiera tener consecuencias desagradables para él.
Ya habían alcanzado las alturas cuando Alvin dio al robot sus últimas instrucciones. La nave casi se había detenido, y la Tierra, a unos mil quinientos kilómetros por debajo, casi abarcaba todo el cielo. Parecía muy poco acogedora: Alvin se preguntó cuántas naves en el pasado habían gravitado allí durante algún tiempo antes de continuar su camino.
Hubo una pausa notable, como si el robot estuviera comprobando controles y circuitos que no hubieran sido utilizados durante eras geológicas. Entonces se produjo un leve sonido, el primero que Alvin oía procedente de la máquina. Era un zumbido ligerísimo, que ascendió rápidamente de octava en octava hasta que se perdió más allá de la capacidad humana de audición. No hubo ninguna sensación de cambio ni movimiento, pero de repente Alvin advirtió que las estrellas danzaban en la pantalla. La Tierra volvió a aparecer, y quedó atrás, para aparecer de nuevo, en una posición ligeramente distinta. La nave se estaba orientando, oscilando en el espacio como la aguja de una brújula que busca el norte. Durante varios minutos el cielo giró y se retorció alrededor de los dos muchachos, hasta que por fin la nave se detuvo, un proyectil gigante apuntando a las estrellas.
En el centro de la pantalla, el gran anillo de los Siete Soles mostraba su irisada belleza. Una porción de la Tierra era visible como un oscuro lomo con bordes de oro y escarlata. Alvin supo que ahora sucedía algo que estaba mucho más allá de su propia experiencia. Esperó, aferrado a su asiento, mientras los segundos pasaban lentamente y los Siete Soles resplandecían en la pantalla.
No hubo ningún sonido, sólo un súbito temblor que pareció nublar la visión, y la Tierra desapareció como si la hubiera robado una mano invisible. Estaban solos en el espacio, con las estrellas y el Sol extrañamente empequeñecido. La Tierra había desaparecido, como si nunca hubiera existido.
Otra vez se produjo el temblor, y con él un levísimo murmullo, como si por primera vez los generadores forzaran una fracción apreciable de su poder. Sin embargo, por un instante pareció que no había sucedido nada. Entonces Alvin advirtió que el propio Sol había desaparecido y que las estrellas pasaban lentamente junto a la nave. Miró hacia atrás un momento y no vio nada. El cielo tras ellos se había desvanecido por completo, arrasado por un hemisferio de noche. Mientras observaba, pudo ver las estrellas zambulléndose en la oscuridad, desapareciendo como chispas sobre el agua. La nave viajaba más rápido que la luz, y Alvin supo que el espacio familiar de la Tierra y el Sol ya no le alojaba.
Cuando aquel súbito y vertiginoso temblor se produjo por tercera vez, el corazón de Alvin casi dejó de latir. La extraña pérdida de visión fue inconfundible ahora; por un momento, sus inmediaciones parecieron distorsionadas más allá de la posibilidad de reconocimiento. El significado de aquella distorsión se le ocurrió en un destello de sabiduría que no pudo explicarse. Era real, y no una ilusión óptica. De algún modo, al atravesar la fina película del presente, captaba un atisbo de los cambios que ocurrían en el espacio a su alrededor.
En ese mismo momento, el murmullo de los generadores se convirtió en un rugido que sacudió la nave, un sonido doblemente impresionante, pues era el primer grito de protesta que Alvin oía de una máquina. Entonces todo acabó, y el repentino silencio pareció resonar en sus oídos. Los grandes generadores habían hecho su trabajo: no volverían a ser necesarios hasta el final del viaje. Las estrellas lanzaban destellos blanquiazules y se desvanecían luego en el ultravioleta. Sin embargo, por alguna magia de la ciencia de la naturaleza, los Siete Soles seguían siendo visibles, aunque ahora sus posiciones y colores habían cambiado sutilmente. La nave se abalanzaba hacia ellos a través de un túnel de oscuridad, más allá de los límites del espacio y el tiempo, a una velocidad demasiado enorme para que la mente pudiera asimilarla.
Resultaba difícil creer que hubieran salido del sistema solar a una velocidad que al menor descuido los llevaría al corazón de la galaxia y al vacío superior del más allá. Ni Alvin ni Theon podían concebir la verdadera inmensidad de su viaje: las grandes sagas de exploración habían cambiado por completo la actitud del hombre hacia el Universo, e incluso ahora, millones de siglos después, las antiguas tradiciones no habían muerto por completo. Las leyendas susurraban que hubo una gran nave que circunnavegó el cosmos en un solo día. Los miles de millones de kilómetros entre las estrellas no significaban nada ante aquellas velocidades. Para Alvin, este viaje era apenas más importante, y quizá menos peligroso, que su primera incursión en Lys.
Fue Theon quien puso voz a sus pensamientos mientras los Siete Soles brillaban lentamente ante ellos.
—Alvin, esa formación no puede ser natural.
Alvin asintió.
—Eso me ha parecido durante años, pero sigue pareciendo una fantasía.
—Puede que el sistema no haya sido construido por el hombre —coincidió Theon—, pero seres inteligentes han debido de crearlo. La naturaleza no podría haber formado jamás ese círculo perfecto de estrellas, una por cada uno de los colores primarios, todas igualmente brillantes. Y no hay nada en el Universo visible que se parezca al Sol Central.
—¿Para qué harían entonces una cosa así?
—Oh, se me ocurren muchas razones. Tal vez sea una señal, para que cualquier nave extraña que entre en el Universo sepa dónde buscar vida. Tal vez marque el centro de la administración galáctica. O tal vez…, y de algún modo creo que ésa es la explicación real, es simplemente la más grande de todas las obras de arte. Pero ahora es una tontería especular. Dentro de poco sabremos la verdad.