La tarde estaba ya muy avanzada cuando el vehículo de superficie atravesó la última pantalla de árboles y se detuvo en la gran llanura de Airlee. La discusión, que había durado casi todo el viaje, había terminado ya y la calma había sido restaurada. Nunca habían llegado a la violencia, quizá porque las fuerzas eran desiguales. Theon sólo tenía a Krif para apoyarle, mientras que Alvin podía recurrir a la máquina de múltiples tentáculos que tanto apreciaba.
Theon no se había mordido la lengua. Había llamado fanfarrón a su amigo y le había dicho que debería sentirse avergonzado de su conducta. Pero Alvin se echó a reír y siguió jugando con su nuevo juguete. No sabía cómo se había producido la transferencia, pero sólo él podía controlar ahora al robot, hablar con su voz y ver a través de sus ojos. No obedecería a nadie más en el mundo.
Seranis los esperaba en una habitación sorprendente que parecía no tener techo, aunque Alvin sabía que había un piso encima. Parecía preocupada y más insegura que nunca, y recordó la elección que pronto se le plantearía. Hasta ahora, casi la había olvidado. Creía que el Consejo, de algún modo, resolvería el problema. Ahora se daba cuenta de que la decisión tal vez no fuera de su agrado.
La voz de Seranis mostró su preocupación cuando empezó a hablar, y por sus pausas ocasionales Alvin comprendió que estaba repitiendo palabras que ya había ensayado.
—Alvin —empezó a decir—, hay muchas cosas que no te he dicho antes, pero que debes conocer ahora para comprender nuestras acciones.
»Conoces uno de los motivos del aislamiento de nuestras dos razas. El temor a los Invasores, la oscura sombra en las profundidades de la mente humana, volvió a tu pueblo contra el mundo y los hizo perderse en sus propios sueños. Aquí en Lys ese temor nunca ha sido tan grande, aunque soportamos lo peor del ataque. Teníamos buenos motivos para actuar como lo hicimos, y lo que hicimos, lo hicimos con los ojos abiertos.
»Alvin, hace mucho tiempo los hombres buscaron la inmortalidad y por fin la consiguieron. Olvidaron que un mundo que había desterrado la muerte también debía desterrar los nacimientos. El poder para extender la vida indefinidamente produjo felicidad al individuo, pero estancamiento a la raza. Me dijiste que eras el único niño que había nacido en Diaspar en siete mil años, pero ya has visto cuántos niños tenemos aquí en Airlee.
Hace mucho que sacrificamos nuestra inmortalidad, pero Diaspar todavía sigue el falso sueño. Por eso nuestros caminos se separaron, y por eso nunca deben volver a unirse.
Aunque Alvin casi esperaba aquellas palabras, el golpe no fue menor. Sin embargo, se negó a admitir el fracaso de todos sus planes, todavía a medio formar, y sólo una parte de su cerebro escuchaba a Seranis ahora. Comprendía y anotaba todas sus palabras, pero la parte consciente de su mente volvía a la carretera de Diaspar, intentando imaginar todos los obstáculos que podrían poner en su camino.
Seranis estaba triste. Su voz era casi suplicante, y Alvin supo que le hablaba no sólo a él, sino también a su hijo. Theon observaba a su madre con una preocupación que también contenía una sombra de acusación.
—No tenemos ningún deseo de obligarte a permanecer en Lys contra tu voluntad, pero seguramente comprendes lo que sucedería si nuestros pueblos se mezclaran. Entre tu cultura y la nuestra hay un abismo tan grande como el que separó a la Tierra de sus antiguas colonias. Piensa en una cosa, Alvin. Theon y tú tenéis aproximadamente la misma edad…, pero él y yo llevaremos siglos muertos y tú seguirás siendo todavía un muchacho.
La habitación se quedó tan silenciosa que Alvin pudo oír los extraños gritos quejumbrosos de las bestias desconocidas en los campos situados más allá del poblado.
—¿Qué quieres que haga? —dijo, casi en un susurro.
—Como prometí, he llevado tu caso al Consejo, pero la ley no puede ser alterada. Puedes quedarte aquí y convertirte en uno de nosotros o regresar a Diaspar. Si lo haces, debemos rehacer primero las pautas de tu mente para que no conserves ningún recuerdo de Lys y nunca vuelvas a intentar contactar con nosotros.
—¿Y Rorden? Aunque yo lo olvidara todo, él seguiría conociendo la verdad.
—Hemos hablado muchas veces con Rorden desde que te fuiste. Reconoce la sabiduría de nuestras acciones.
En aquel oscuro momento, Alvin sintió como si el mundo entero se hubiera vuelto contra él. Aunque las palabras de Seranis contenían mucho de verdad, no estaba dispuesto a admitirlo: sólo veía la destrucción de sus planes todavía a medio concretar, el final de la búsqueda de conocimiento, algo que ahora se había convertido en el hecho más importante de su vida.
Seranis debió de leer sus pensamientos.
—Te dejaré a solas un rato —dijo—. Pero recuerda: sea cual fuere tu elección, no puede haber vuelta atrás.
Theon la siguió hasta la puerta, pero Alvin lo llamó. El muchacho miró a su madre, que vaciló un momento antes de asentir. La puerta se cerró silenciosamente tras ella, y Alvin supo que no volvería a abrirse sin su consentimiento.
Alvin esperó hasta que pudo controlar una vez más sus pensamientos.
—Theon, me ayudarás, ¿verdad?
El otro muchacho asintió, pero sin decir nada.
—Entonces dime una cosa, ¿cómo podría detenerme tu gente si intentara escapar?
—Eso sería fácil. Si intentaras escapar, mi madre controlaría tu mente. Más tarde, cuando te convirtieras en uno de los nuestros, no tendrías ningún deseo de marcharte.
—Ya veo. ¿Puedes decirme si está vigilando mi mente ahora mismo?
Theon pareció preocupado, pero su protesta respondió a la pregunta.
—¡No puedo decirte eso!
—Pero lo harás, ¿verdad?
Los dos muchachos se miraron en silencio durante muchos segundos. Entonces Theon sonrió.
—Sabes que no puedes amenazarme. Sea lo que fuere lo que estás planeando (y yo no puedo leer tu mente), en cuanto intentaras llevarlo a la práctica, mi madre se haría cargo. No te perderá de vista hasta que todo quede zanjado.
—Lo sé —dijo Alvin—, ¿pero está observando mi mente en este momento?
El otro vaciló.
—No —dijo por fin—. Creo que te deja en paz deliberadamente, para que sus pensamientos no te influyan.
Eso era todo lo que necesitaba saber. Por primera vez, Alvin se atrevió a pensar en el único plan que ofrecía alguna esperanza. Era demasiado testarudo para aceptar ninguna de las alternativas que le había propuesto Seranis, y aunque no hubiera nada en juego se habría resistido amargamente a cualquier intento de doblegar su voluntad.
Seranis regresaría dentro de poco. No podría volver a hacer nada hasta que estuvieran al descubierto, e incluso entonces Seranis podría controlar sus acciones si intentaba escapar. Aparte de eso, estaba seguro de que muchos de los habitantes del poblado podrían interceptarle mucho antes de que hubiera llegado a su objetivo.
Con mucho cuidado, comprobando cada detalle, repasó el único camino que podía conducirle a Diaspar en los términos que deseaba.
Theon le advirtió que Seranis se acercaba, y Alvin dirigió rápidamente sus pensamientos a cosas inofensivas. A ella nunca le había resultado fácil comprender su mente, y ahora le parecía estar en el espacio, contemplando un mundo cubierto por nubes impenetrables. A veces se producía una agitación, y durante un instante podía atisbar algo de lo que había debajo. Se preguntó qué estaría intentando ocultarle Alvin. Por un momento se zambulló en la mente de su hijo, pero Theon no sabía nada de los planes del otro muchacho.
Seranis volvió a pensar en las precauciones que había tomado; igual que un hombre debe flexionar los músculos antes de hacer un gran esfuerzo, repasó las pautas que tendría que usar. Pero no hubo ninguna huella de su preocupación cuando sonrió a Alvin desde la puerta.
—Bien, ¿has decidido ya? —preguntó.
La respuesta de Alvin pareció bastante sincera.
—Sí. Regresaré a Diaspar.
—Lo siento, y sé que Theon te echará de menos. Pero tal vez sea lo mejor: éste no es tu mundo y debes pensar en tu propio pueblo.
Con un gesto de suprema confianza, se hizo a un lado para que Alvin atravesara la puerta.
—Los hombres que pueden borrar tus recuerdos de Lys te aguardan. Esperábamos esta decisión.
Alvin se alegró al ver que Seranis le conducía en la dirección que deseaba.
Ella no volvió la cabeza para ver si le seguía. Sus propios movimientos le decían: «Intenta escapar si quieres. Mi mente es más poderosa que la tuya». Y Alvin sabía que era completamente cierto.
Habían dejado atrás las casas cuando Alvin se detuvo y se volvió hacia su amigo.
—Adiós, Theon —dijo, extendiendo las manos—. Gracias por todo lo que has hecho. Algún día volveré.
Seranis se había detenido, y lo observaba con atención. Alvin le sonrió mientras medía los cinco metros que los separaban.
—Sé que haces esto contra tu voluntad —dijo—, y no te echo la culpa. Tampoco a mí me gusta lo que voy a hacer.
Pensó que aquello no era cierto. La verdad era que empezaba a disfrutar. Miró rápidamente a su alrededor: nadie se acercaba y Seranis no se había movido. Todavía le estaba mirando, intentando probablemente sondear su mente. Alvin habló rápidamente para impedir que los esbozos de su plan tomaran forma entre sus pensamientos.
—No creo que tengáis razón —dijo, tan inconsciente de su arrogancia intelectual que Seranis no pudo evitar sonreír—. No está bien que Lys y Diaspar estén separados eternamente: un día puede que se necesiten. Así que voy a volver a casa con todo lo que he aprendido, y no creo que puedas detenerme.
No esperó más. Seranis no se movió, pero al instante Alvin sintió que su cuerpo escapaba a su control. El poder que anulaba su voluntad era aún más fuerte de lo que esperaba, y advirtió que muchas mentes ocultas debían de estar ayudando a Seranis. Sin ninguna esperanza, empezó a volver al centro del poblado, y durante un terrible instante pensó que su plan había fracasado.
Entonces se produjo un destello de acero y cristal, y los brazos metálicos se cerraron rápidamente a su alrededor. Su cuerpo luchó contra ellos, como sabía que iba a hacer, pero sus esfuerzos fueron inútiles. El suelo desapareció bajo sus pies y pudo ver a Theon, petrificado por la sorpresa y con una sonrisita tonta en la cara.
El robot lo llevaba en brazos, a tres o cuatro metros de altura, mucho más rápidamente de lo que un hombre podía correr. Seranis sólo tardó un momento en comprender su treta, y los esfuerzos de Alvin por librarse del robot remitieron mientras ella relajaba su control. Pero no estaba derrotada todavía, y entonces sucedió lo que más temía Alvin, lo que había hecho todo lo posible por contrarrestar.
Ahora había dos entidades separadas luchando dentro de su mente, y una de ellas suplicaba al robot que lo soltara. El Alvin real esperaba, sin aliento, resistiendo sólo un poco contra fuerzas con las que no podía enfrentarse. Había apostado fuerte: no había forma de saber por anticipado si la máquina podía entender órdenes tan complejas como las que le había dado. Le había dicho al robot que bajo ninguna circunstancia debía obedecer ninguna nueva orden hasta que estuviera a salvo en Diaspar. Ésas eran las órdenes. Si eran obedecidas, Alvin había puesto su destino más allá del alcance de la interferencia humana.
Sin vacilar, la máquina siguió corriendo por el camino que tan cuidadosamente había trazado Alvin en su mente. Una parte de él suplicaba aún furiosamente que lo soltara, pero ahora supo que estaba a salvo. Y poco después Seranis lo comprendió también, pues las fuerzas en el interior de su cerebro dejaron de guerrear unas con otras. Una vez más se encontró en paz, como se sintió muchos milenios antes un viajero atado al mástil de su barco al oír la canción de las sirenas apagarse en el oscuro mar de color de vino.