Ahora que por fin tenía el camino abierto, Alvin sentía una extraña reluctancia a dejar él mundo familiar de Diaspar. Empezó a descubrir que ni siquiera él era inmune a los temores que tan a menudo había despreciado en los demás.
Una o dos veces Rorden intentó disuadirle, pero sin demasiado énfasis. A un hombre de las Eras del Amanecer le habría parecido extraño que ni Alvin ni Rorden vieran ningún peligro en lo que hacían. Durante millones de años el mundo no había albergado nada que pudiera amenazar al hombre, y ni siquiera Alvin podía imaginar tipos de seres humanos muy diferentes a los que conocía en Diaspar. El que pudiera ser detenido contra su voluntad era una idea totalmente inconcebible. En el peor de los casos, sólo fracasaría al descubrir algo.
Tres días después, se encontraban una vez más en la cámara desierta de los caminos móviles. Bajo sus pies, la flecha de luz todavía señalaba a Lys, y ahora estaban preparados para seguirla.
Mientras se internaban en el túnel, sintieron el tirón familiar del campo peristáltico, y en un momento fueron barridos sin esfuerzo hacia las profundidades. El viaje apenas duró medio minuto: cuando terminó, se encontraban en uno de los extremos de una cámara larga y estrecha en forma de semicilindro. Al otro extremo se extendían dos túneles tenuemente iluminados.
Los hombres de casi todas las civilizaciones que habían existido desde el Amanecer habrían encontrado sus inmediaciones completamente familiares: sin embargo, para Alvin y Rorden era un paisaje de otro mundo. El propósito de la máquina estilizada y aerodinámica que apuntaba como un proyectil al túnel era obvio, pero de todas formas resultaba plenamente novedoso. Su porción superior era transparente, y al mirar a través de las paredes Alvin pudo ver filas de cómodos asientos. No había ninguna señal de entrada, y la máquina entera flotaba a un palmo de una sola vara de metal que se extendía en la distancia, hasta desaparecer en uno de los túneles. Unos pocos metros más allá, otra vara conducía al segundo túnel, pero no había ninguna máquina flotando sobre ella. Alvin supo con toda seguridad que, en alguna parte bajo la lejana y desconocida Lys, aquella segunda máquina esperaba en otra cámara similar a ésta.
—Bien —dijo Rorden suavemente—, ¿estás preparado?
Alvin asintió.
—Ojalá vinieras conmigo —dijo, y lo lamentó de inmediato al ver la inquietud en el rostro del hombre.
Rorden era el amigo más íntimo que tenía, pero nunca podría romper las barreras que contenían a su raza.
—Volveré dentro de seis horas —prometió Alvin, hablando con dificultad, pues había una misteriosa tensión en su garganta—. No te molestes en esperarme. Si vuelvo pronto te llamaré, debe de haber algún comunicador por aquí.
Alvin se dijo que todo era muy relajado y positivo. Sin embargo, no pudo evitar dar un respingo cuando las paredes de la máquina se difuminaron y el hermoso interior se abrió ante sus ojos. Rorden habló, de forma rápida y entrecortada.
—No tendrás ningún problema para controlar la máquina —dijo—. ¿Has visto cómo ha obedecido a mi pensamiento? Yo que tú entraría rápidamente por si tiene un tiempo fijo para cerrarse.
Alvin subió a la máquina y colocó sus pertenencias en el asiento más cercano. Se volvió hacia Rorden, que esperaba en el marco apenas visible de la puerta. Durante un momento hubo un silencio forzado, mientras cada uno esperaba a que el otro hablara. No tuvieron que tomar ninguna decisión. Hubo un leve destello y las paredes de la máquina volvieron a cerrarse. Mientras Rorden pronunciaba su despedida, el largo cilindro empezó a avanzar. Antes de que entrara en el túnel, su velocidad había superado a la de un hombre a la carrera.
Lentamente, Rorden regresó a la cámara de los caminos móviles con su gran pilar central. La luz del sol iluminaba el pozo abierto mientras subía a la superficie. Cuando volvió a emerger junto a la tumba de Yarlan Zey, se sintió desconcertado, aunque no sorprendido, al encontrar a un grupo de curiosos congregados a su alrededor.
—No hay por qué alarmarse —dijo gravemente—. Alguien tiene que hacer esto cada pocos miles de años, aunque apenas parece necesario. Los cimientos de la ciudad son perfectamente estables: no han cambiado un micrón desde que se construyó el Parque.
Se marchó rápidamente, y mientras abandonaba la tumba, una mirada de reojo le permitió constatar que los espectadores ya se estaban dispersando. Rorden conocía lo suficientemente bien a sus conciudadanos para saber que no volverían a pensar en el incidente.
Alvin se acomodó en el asiento y dejó que sus ojos contemplaran el interior de la máquina. Por primera vez, advirtió el tablero indicador que formaba parte de la pared frontal. Contenía un mensaje muy simple:
LYS
35 MINUTOS
Mientras miraba, el número cambió a «34». Eso al menos era una información útil, aunque como no tenía idea de la velocidad de la máquina, no le decía nada de la longitud del viaje. Las paredes del túnel eran una continua mancha gris, y la única sensación de movimiento era una levísima vibración que nunca habría advertido si no la hubiera estado esperando. Diaspar debía de estar ahora a muchos kilómetros de distancia, y sobre él se encontraría el desierto con sus dunas siempre cambiantes. Tal vez en este momento corría bajo las montañas irregulares que había contemplado de niño desde la Torre de Loranne.
Sus pensamientos volvieron a Lys, como habían hecho continuamente durante los últimos días. Se preguntó si aún existiría, y de nuevo se dijo que si no fuera así la máquina no le estaría conduciendo allí. ¿Qué tipo de ciudad sería? De algún modo, los mayores esfuerzos de su imaginación sólo lograban construir otra versión más pequeña de Diaspar.
De repente, hubo un claro cambio en la vibración de la máquina. Estaba reduciendo su velocidad, de eso no había duda. El tiempo debía de haber pasado más rápidamente de lo que creía; un poco sorprendido, Alvin miró el indicador.
LYS
23 MINUTOS
Sintiéndose muy aturdido y un poco preocupado, apoyó el rostro contra el lado de la máquina. La velocidad aún nublaba las paredes del túnel, convirtiéndolas en una mancha gris, aunque de vez en cuando podía distinguir un destello de marcas que desaparecían casi tan rápidamente como aparecían. Y en cada aparición parecían permanecer un poco más de tiempo en su campo de visión.
Entonces, sin ninguna advertencia, las paredes del túnel desaparecieron a ambos lados. La máquina estaba pasando, todavía a gran velocidad, a través de un enorme espacio vacío, mucho más grande aún que la cámara de las paredes móviles.
Al mirar asombrado a través de las paredes transparentes, Alvin pudo ver debajo una intrincada red de varas de guía, varas que se cruzaban y se entrecruzaban para desaparecer en un laberinto de túneles a ambos lados. Encima, un largo conjunto de soles artificiales inundaba la cámara de luz, y recortadas contra el resplandor pudo distinguir las carcasas de grandes máquinas transportadoras. La luz era tan brillante que lastimaba los ojos, y Alvin supo que este lugar no había sido creado para el hombre. Su propósito quedó claro un instante después, cuando su vehículo pasó velozmente ante filas y filas de cilindros que yacían inmóviles sobre sus varas conductoras. Eran más grandes que la máquina en la que Alvin viajaba, y el muchacho se dio cuenta de que debían de ser cargueros. A su alrededor había agrupadas máquinas incomprensibles, todas silenciosas e inmóviles.
Casi con la misma rapidez con que apareció, la gran cámara solitaria se desvaneció tras él. Alvin sintió asombro: por primera vez en su vida comprendía realmente el significado de aquel gran mapa oscuro bajo Diaspar. El mundo estaba lleno de más maravillas de las que había imaginado.
Alvin miró de nuevo el indicador. No había cambiado: había tardado menos de un minuto en atravesar la gran caverna. La máquina aceleró de nuevo, aunque seguía sin haber sensación de movimiento. Pero a ambos lados, las paredes del túnel corrían a una velocidad que ni siquiera podía imaginar.
Pareció pasar toda una eternidad antes de que volviera a producirse un cambio de vibración. Ahora, la indicación decía:
LYS
1 MINUTO
Fue el minuto más largo de su vida. La máquina siguió avanzando cada vez con más lentitud. No se trataba solamente de una reducción de velocidad. Estaba por fin deteniéndose.
Suave y silenciosamente, el largo cilindro salió del túnel a una caverna que era gemela de la que había debajo de Diaspar. Por un momento, Alvin se sintió demasiado excitado para ver nada con claridad. Sus pensamientos eran confusos y ni siquiera pudo controlar la puerta, que se abrió y se cerró varias veces antes de que pudiera recuperarse. Al saltar de la máquina, vio por última vez el indicador. Sus palabras habían cambiado y había algo en su mensaje que le resultó tranquilizador:
DIASPAR
35 MINUTOS