DOMINGO

1

Fue después de las dos de la madrugada cuando el Florida Queen dejó el puerto y se dirigió al golfo de México. Carol y Troy estaban apoyados juntos en la borda, mientras Nick sacaba el barco del puerto.

—Bien, ángel —dijo Troy—, ha sido una experiencia increíble, ¿verdad? Y debo confesar que estoy un poco nervioso pensando en lo que vamos a encontrar esta vez en el punto de inmersión.

—Yo creía que ya sabías lo que iba a ocurrir, Troy. —Carol señaló la pulsera—. ¿Acaso ellos no te lo dicen todo?

—Me dicen mucho y cada vez entiendo mejor sus mensajes, pero ¿cómo puedo saber si me dicen la verdad?

—Hemos tenido el mismo problema contigo, varias veces —intervino Nick desde la cabina. El barco estaba casi ya en mar abierto, las luces de Cayo West iban quedando atrás—. En el último análisis, especialmente cuando nada tiene sentido, se llega a un punto de confianza. Si me preguntara, con lógica, por qué estoy camino del golfo de México, en mitad de la noche, para llevar plomo, información y oro a unos extraterrestres que pararon aquí, en Tierra, para hacer reparaciones…

Carol le interrumpió, riéndose:

—Es que no hay lógica posible para discutir esta serie de acontecimientos. Troy ya lo ha dicho, no obramos con lógica. Y tampoco creo que sea una cuestión de confianza… —miró a las estrellas—. Es más bien una cuestión de fe.

Troy pasó el brazo por los hombros de Carol y sonrió diciéndole:

—Estoy de acuerdo contigo, ángel. Después de todo, nosotros no somos nada de nada, sólo ellas lo saben.

Carol bostezó. En el barco había silencio, todos estaban cansados, muy cansados. Después de que los de seguridad rodearan a Homer y Greta en el «Miyako Gardens», llamaron a la Policía y ésta llegó a los diez minutos, pero parecía que sus preguntas fueran a durar toda la vida. Carol, Nick y Troy habían tenido que firmar una declaración por separado, Homer y Greta no admitieron nada pese al hecho de que los de seguridad les habían cogido dos armas cortas y de que se encontraron fragmentos de bala en el interior del coche de Troy. Homer había telefoneado a su abogado y contaba con estar fuera de la cárcel, bajo fianza, dentro de cuatro o seis horas.

Cuando el trío consiguió finalmente llegar al puerto (tuvieron que ir nadando desde el hotel porque la Policía había retenido el coche de Troy como evidencia), cargados con las mochilas. Troy recordó que aún no había conectado el nuevo sistema de navegación. Quizá porque estaba cansado, o quizá porque sus amigos le contemplaban parte del tiempo por encima del hombro, estaba nervioso. Fuera cual fuera la razón, Troy iba muy despacio instalando y comprobando el nuevo procesador de navegación.

Entretanto, Nick y Carol habían estado revisándolo todo para tener la seguridad de que había tres equipos de inmersión a bordo del barco. El que utilizaron antes, por la noche, seguía todavía en la base, en poder de la Marina de los Estados Unidos. Nick creía recordar que había dejado suficientes equipos extras para el grupo de Tampa que había contratado el Florida Queen y luego no había aparecido. Estaba en lo cierto, pero uno de los reguladores no funcionó durante la revisión y hubo que cambiarlo.

Durante el trayecto del hotel al puerto, Nick, Carol y Troy habían llegado a la conclusión unánime de que los tres bajarían a la cita submarina con la nave espacial superaliena. No había otra solución, el barco quedaría bien anclado. Y es que ninguno de los tres podía pensar siquiera en perderse el clímax de su aventura.

Nick introdujo las coordenadas oceánicas del lugar de inmersión en el procesador de navegación y puso el barco en automático. Vio que Carol volvía a bostezar, era contagioso y mientras abría la boca en un enorme bostezo relajante se dio cuenta de lo cansado que estaba. Dio la vuelta a la cabina y encontró dos colchones de aire en un revuelto montón de accesorios. Empezó a hinchar uno de ellos soplando en la válvula del extremo.

Carol se acercó a la popa del barco cuando el primer colchón ya estaba casi hinchado. La luz de la parte alta de la cabina le iluminaba la cara. Está aún más bonita cuando está cansada, pensó Nick y señaló el otro colchón. Carol se inclinó para recogerlo y empezó a soplar. Y muy capaz, jamás he visto una mujer que hiciera tan bien tantas cosas.

Nick acabó con su colchón y lo dejó en el suelo, Carol se estaba cansando, así que la ayudó en lo que faltaba. Agarró unas toallas y las dobló como almohadas.

—Tenemos que dormir algo —le explicó—. Si no estaremos molidos cuando intentemos bucear.

Carol asintió y retrocedió hasta la borda, detrás de la cabina:

—¿Te parece bien que Nick y yo durmamos un poco? —preguntó a Troy. Él le sonrió asintiendo—. Despiértanos a uno o a los dos, dentro de una hora, si quieres utilizar alguno de los colchones —se volvió para irse, pero antes de dejarle dijo:

—Oye, Troy.

—¿Sí, ángel?

—¿Sabes de dónde vienen ellos? —y señaló el cielo. Había pocas estrellas visibles por causa de la luz de la luna que había pasado su cénit y estaba iniciando su descenso por el Oeste.

Troy miró el cielo y reflexionó unos minutos. Al fin contestó:

—No. ángel. Creo que han intentado decírmelo, por lo menos dos veces, pero no puedo entender lo que me dicen. Lo que sí sé es que vienen de otra estrella.

Troy se acercó a Carol y le dio un beso en la mejilla diciendo:

Duerme bien y no dejes que los bichos te muerdan. A lo mejor puedes preguntárselo tú misma después de que despiertes.

¿De dónde vendrán?, pensaba Carol. ¿Y por qué habéis venido aquí, a este lugar y en este momento? Se protegió los ojos del resplandor de la luna y concentró toda su atención en Sirius, la más brillante de las verdaderas estrellas. ¿Tenéis el hogar ahí, en otra estrella? ¿Con madres, padres y hermanos? ¿Tenéis amor y océanos y montañas y música? ¿Y deseos y soledad y temor a la muerte? Por razones incomprensibles notó que se le llenaban los ojos de lágrimas. Bajó la mirada y fue hacia la colchoneta, Nick estaba ya echado sobre una de ellas, Carol se echó a su lado en la otra. Le tendió la mano. Él se la cogió, la llevó a sus labios y la besó, después la dejó sobre su pecho.

El sueño de Nick era confuso. Estaba en el vestíbulo de una gran biblioteca abierta, con veinte pisos de libros, y podía ver las escaleras de caracol subiendo a los montones de libros.

—Pero usted no me comprende —le decía al empleado que estaba de pie detrás del largo mostrador—. Debo leer todos estos libros en el fin de semana. De lo contrario no estaré preparado para la prueba del lunes.

—Lo siento, señor —contestó el tímido empleado tras mirar de nuevo la lista de Nick—. Pero todos estos libros están fuera.

Nick empezó a sentir pánico. Miró el altísimo techo y los pisos de estanterías de libros por encima de su cabeza. Vio a Carol Dawson en la tercera planta, apoyada en la barandilla y leyendo un libro. Su pánico cedió, ella conocerá el material, se dijo en el sueño. Se precipitó a la escalera de caracol y subió corriendo sus dos grandes tramos.

Cuando llegó junto a Carol estaba sin resuello. La encontró leyendo uno de los libros que tenía en su lista.

—Menos mal —dijo entre jadeos—. Tan pronto te vi comprendí que no debía preocuparme.

Ella le miró inquisitiva. Sin previa advertencia disparó la mano a los tejanos y le cogió el pene. Él reaccionó inmediatamente y se inclinó para besarla, pero Carol sacudió la cabeza y se apartó. Él la persiguió, apretándola contra la barandilla, pero ella se debatió. La empujó con fuerza contra su cuerpo y consiguió besarla. La barandilla cedió y empezaron a caer, a caer… Despertó antes de que se estrellaran contra el suelo del vestíbulo de la biblioteca. Nick se desperezó, Carol estaba mirándole fijamente. Tenía la cabeza apoyada en las manos y se sostenía sobre los codos.

—¿Estás bien? —le preguntó en cuanto abrió los ojos.

Él tardó unos segundos en aclimatarse después del vivido sueño, su corazón aún latía desbocado.

—Creo que sí —Carol seguía mirándole—. ¿Por qué me miras así? —le preguntó.

—Verás —empezó—. Desperté porque estabas hablando, incluso creí que oír mi nombre un par de veces. A lo mejor son figuraciones mías. Si no te importa que te lo pregunte, ¿sueles hablar cuando duermes?

—No lo sé —contestó riéndose—. Nadie me lo ha dicho, hasta ahora.

—¿Ni siquiera Monique? —Sus ojos no se apartaron de Nick. Podía asegurar que él estaba intentando decidir qué respuesta dar a su pregunta. Ya estás presionándole de nuevo, dijo una voz interior, deja que el hombre haga las cosas a su aire.

Nick desvió la mirada.

—Tampoco dormimos tanto juntos —murmuró con dulzura. Siguió una larga pausa—. Además —añadió volviéndose hacia Carol—, eso fue hace diez años, yo era muy joven, y ella estaba casada con alguien.

Mientras dormían, Troy había apagado la luz de la cabina, lo único que ahora iluminaba sus rostros era la luz de la luna. Continuaron mirándose en silencio. Nick no había dicho gran cosa a Carol sobre Monique, pero le había dicho más que a ninguna otra persona, incluyendo a sus padres. Carol comprendió el esfuerzo que había tenido que hacer para contestar sinceramente a su pregunta, volvió a echarse y le tendió de nuevo su mano.

—Henos aquí, Mr. Williams. Dos viajeros solitarios en el mar de la vida, ambos con los treinta años rebasados. Muchos de nuestros amigos y compañeros de estudios ya se han instalado en esa casa de los suburbios, con dos niños y un perro. ¿Por qué no nosotros? ¿Qué diferencia hay en nosotros?

La luna bajaba rápidamente en su arco a través del cielo y a medida que bajaba, podían verse más estrellas en el horizonte opuesto. Nick creyó ver una estrella fugaz. No habría forma de ocultar sus sentimientos. Nick se adelantaba a la conversación, imaginando, por el momento, que iba a involucrarse con Carol. Ella no lo permitiría. Por lo menos no tendría ninguna duda sobre nuestra postura.

—Cuando estuve en su casa el viernes por la mañana —contestó finalmente Nick a su pregunta—, Amanda Winchester me dijo que ando buscando una mujer de fantasía, alguien absolutamente perfecto. Y que los simples mortales no llegan a mi ideal —levantó la cabeza y miró a Carol—. Pero yo creo que es algo más. Pienso que quizá no estoy dispuesto aún a comprometerme, por temor a ser rechazado.

¿He dicho realmente todo esto?, se preguntó Nick, avergonzado. Al instante sintió que nunca había sentido o compartido aquel pensamiento, sus defensas se alzaron y se preparó para una respuesta frívola o insensible.

Pero no ocurrió eso. Carol, por el contrario, estaba silenciosa y pensativa. Por fin dijo:

—Mi protección es distinta de la tuya, siempre juego sobre seguro. Elijo hombres que admiro y respeto, colegas intelectuales, si quieres pero por los que no siento la menor pasión. Cuando encuentro a un hombre que pone en marcha banjos y campanillas, salgo huyendo.

Porque tengo miedo, pensó, miedo de amarle tanto como amé a mi padre. Y porque no podría sobrevivir si fuera abandonada de nuevo.

Sintió en su mejilla la mano de Nick que la acariciaba con dulzura, la cogió y la estrechó. Él se incorporó junto a ella para poder verla mejor. Despacio, de un modo incierto, él dejó caer su boca sobre la de ella. Fue un beso tierno, adorable, sin presión o excesiva pasión, una sutil e intencionada pregunta que tanto podía ser el principio de una relación amorosa como el único beso entre dos personas cuyos caminos se cruzan casualmente en la vida. Carol oyó banjos y campanillas.