Nick había seguido a Carol y Troy en el monitor después de que iniciaran su descenso, cuando estaban todavía debajo del barco buscando la fisura. Pero se había cansado pronto de mirarles nadar en círculos y había vuelto a la tumbona a leer su novela. Después se había acercado varias veces a la pantalla para buscarles y no había visto nada; Carol y Troy ya se habían ido a investigar el área, bajo el saliente.
Había comprobado el monitor otra vez, cuando terminó de leer Madame Bovary. Se había sorprendido un poco al descubrir que la fisura volvía a ser visible, claramente visible, debajo del Florida Queen. Asumió que debió estar en lo cierto al decir que seguramente era un caso de mala iluminación, puesto que con el sol directamente encima, el agujero en el arrecife le parecía más pequeño que dos días atrás. Entonces se había entretenido en el barco hasta que sonó su alarma de mano, indicando que a Troy y Carol les quedaban solamente cinco minutos más de oxígeno.
Se acercó a ver las imágenes tomadas por el telescopio oceánico y traspasadas a la pantalla. No había rastro de Carol y Troy debajo del barco. Nick empezó a sentir inquietud, espero que presten atención, se dijo. Se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que les había perdido de vista y de que no les había visto explorar la fisura, que era su meta principal. Una extraña inquietud empezó a embargarle mientras veía correr el tiempo en el reloj.
No hay más que una explicación, pensó luchando contra las ideas negativas que inundaban su mente. Se han ido hace mucho tiempo, así que deben haber encontrado algo muy interesante bajo el saliente, o en otra parte. Por un instante, Nick imaginó que habían encontrado un gran tesoro, lleno de objetos que se parecían al extraño tridente que habían recuperado el jueves.
La segunda manecilla de su reloj corría desbocada, faltaba sólo un minuto para que se acabara el aire. Nick comprobó nervioso el monitor. Nada. El corazón le latía con fuerza. Deben estar ya en rojo, pensó. Incluso si han conservado cuidadosamente el aire, deben estar en rojo. Pensó por un segundo en un fallo de válvulas, pero recordó al instante que las había revisado personalmente cuando llegó al barco aquella mañana. Además es improbable que ambas fallaran a la vez… deben estar en apuros.
Transcurrió otro minuto y se dio cuenta de que no había previsto un plan para actuar en caso de que no apareciesen. Su mente repasó las opciones, podía seguir dos diferentes esquemas de acción; podía ponerse el equipo y salir en su busca a lo largo de la trinchera, entre la fisura y el saliente, o podía asumir que, en su exaltación, Carol y Troy se habían olvidado simplemente, de comprobar sus válvulas de oxígeno con regularidad, y como consecuencia habían tenido que subir dondequiera que estuvieran cuando les falló el aire.
Si bajo en su busca, pensó, probablemente no llegaré a tiempo. Se recriminó un momento por no haberse preparado para tal contingencia, le llevaría varios minutos vestirse y comprobar sus propios aparatos de buceo. Basta ya. Debo suponer que están por aquí cerca, flotando en la superficie. Echó de nuevo una rápida mirada a la pantalla y luego se acercó a la borda. Recorrió el océano con la mirada. Estaba un poco agitado ahora, no vio ninguna señal de ellos.
Nick puso el motor en marcha y levó anclas. Hizo un repaso mental de la situación general del saliente y empezó a moverse con el motor al mínimo. Desgraciadamente, no podía ver el monitor del telescopio desde el timón, y la marquesina bloqueaba su visión de lo que había detrás. Hacía ahora cinco minutos desde que el tiempo teórico de duración de su provisión de aire se había agotado.
¡Maldita sea!, pensó Nick, procurando aún que su cerebro no le pasara imágenes de desastre. ¿Cómo han podido ser tan descuidados? Ya sabía yo que no debía haberles dejado ir juntos. Continuó castigándose y después se revolvió contra Carol. Dejé que esa mujer me manejara, cuando les encuentre voy a decirle todo lo que pienso, Nick viró a babor.
Creyó oír una voz. Se precipitó a la borda, pero no tenía ni idea sobre de qué dirección procedía el grito que había oído. Después de unos segundos volvió a oírlo. Se giró y vio a una figura agitando la mano. Contestó y se volvió al timón para cambiar de rumbo. Del cajón de equipos sacó una cuerda resistente y la amarró a un puntal cercano a la escalerilla. Lanzó la cuerda a Carol cuando el barco estuvo cerca de ella, y paró el motor.
No le costó agarrar la cuerda. Mientras Nick la iba cobrando sus ojos buscaron a Troy por los alrededores pero no pudo verle. Carol había llegado a la escalerilla.
—Nunca podría creer… —empezó a decir tratando de recobrar el aliento al poner el pie en el primer travesaño.
—¿Dónde está Troy? —la interrumpió Nick, indicando el mar.
Carol subió un paso más, claramente se veía que estaba exhausta. Nick le cogió la mano cuando entró en el barco y se quedó de pie sobre sus piernas temblorosas.
—¿Dónde está Troy? —insistió de nuevo, mirando a Carol—. ¿Y qué ha ocurrido con todo su equipo?
Ella respiró hondo.
—No… no lo sé… no sé donde está Troy —tartamudeó—. Fuimos aspirados hacia abajo…
—¿Qué no lo sabe? —gritó Nick, mirando ahora como un loco la superficie del mar—. Se sumergen, vuelve sin el equipo y no sabe dónde está su compañero. ¿Qué clase…?
Una pequeña ola golpeó el barco. Carol había levantado la mano para protestar contra la diatriba de Nick, pero el movimiento del barco le hizo perder pie y cayó fuertemente, de rodillas, gimiendo de dolor. Él seguía por encima de ella sin dejar de gritarle.
—¡Vaya, Doña Perfecta!, será mejor que encuentre rápidamente alguna respuesta. Si no hallamos pronto a Troy estará muerto. Y si está muerto será por su maldita culpa.
Carol se encogió instintivamente ante la ira del hombretón. Le dolían las rodillas, estaba exhausta y aquel hombre no dejaba de gritarle. De pronto sus emociones estallaron.
—¡Cállese! —le gritó—. ¡Cállese imbécil! Y apártese de mí —movía ambos brazos y golpeaba a Nick en las piernas y en la barriga—. No sabe usted nada —terminó después de respirar profundamente—. No sabe nada.
Dejó caer la cabeza entre sus manos y empezó a llorar. En aquel instante, un recuerdo largo tiempo enterrado afloró a su mente. Su hermano de cinco años sollozaba histéricamente, la atacaba con los puños. Levantó las manos para protegerse de él, que no dejaba de gritarle:
—Es culpa tuya, Carol, se ha ido por tu culpa —recordó también las lágrimas ardientes que caían de sus ojos—. No es verdad, Richie, no es verdad. No ha sido por mi culpa.
Desde el suelo del barco Carol miró a Nick a través de las lágrimas. Él se había apartado y parecía avergonzado. Ella se secó los ojos y respiró:
—No ha sido culpa mía —afirmó enfática y deliberadamente. Él le tendió la mano para ayudarla a levantarse y ella se la apartó de un manotazo. Murmuró:
—Lo siento.
Entretanto ella se levantó y continuó:
—Ahora si se calla y me escucha, le diré lo que ocurrió. El arrecife de debajo del barco no es ningún arrecife… ¡Oh, Dios mío…!, está aquí.
Nick vio una expresión consternada en el rostro, de Carol que señalaba detrás de él, al otro lado del barco. Se volvió para mirar y al principio no vio nada. Luego vio un objeto extraño y plano que parecía un trozo de alfombra y que se movía por el barco en dirección al monitor del telescopio. Arrugó la frente y se volvió a Carol con expresión perpleja.
Mientras ella había estado hablando, la alfombra se las había arreglado para encaramarse y dejarse caer en el barco. Cuando empezó a explicar lo ocurrido, la cosa estaba ya delante del monitor, contemplando las imágenes que el telescopio tomaba del fondo del mar, debajo del barco. No había tiempo para largas explicaciones.
—¿Qué puñeta…? —exclamó Nick y se acercó para agarrar al peculiar visitante pero cuando su mano estaba a unos centímetros de la alfombra, sintió una descarga eléctrica en los dedos—. ¡Ay! —dijo retrocediendo. Sacudió la mano y miró asombrado, la alfombra continuaba delante de la pantalla.
Nick miró a Carol como si esperara alguna ayuda, pero para ella aquello resultaba divertido.
—Esta cosa es precisamente una de las razones de que la inmersión fuera extraña —explicó sin hacer ningún esfuerzo por prestarle ayuda—. Pero no creo que le haga daño. A mí probablemente me salvó la vida.
Nick agarró una pequeña red que colgaba de un lado de la cabina y se acercó despacito a la alfombra. Cuando estuvo cerca, la cosa pareció volverse a mirarle. Él se lanzó hacia delante con la red, pero la alfombra cambio de sitio y Nick perdió el equilibrio, cayendo contra el monitor con los brazos extendidos. Carol se rio recordando la primera vez que se vieron. La alfombra onduló hacia el sistema de datos del telescopio y se envolvió fuertemente alrededor del conjunto electrónico.
Desde el suelo Nick observó a la alfombra investigando el sistema de datos y movió la cabeza con incredulidad.
—¿Qué demonios es esa cosa? —gritó a Carol.
Ella se le acercó y le tendió la mano para ayudarle. Era su forma de excusarse por su anterior enfado.
—No tengo la menor idea. Primero pensé que podía ser un robot de la Marina, muy sofisticado. Pero es demasiado avanzado, demasiado inteligente —señaló al cielo con su mano libre—. Ellas sí saben —dijo con una sonrisa.
El comentario le recordó a Troy, y se quedó seria. Caminó hacia la borda y contempló el océano. Nick estaba ahora de pie junto al monitor, a poca distancia del sistema de datos y de la alfombra. Parecía como si ésta se hubiera de algún modo introducido en la electrónica interior. Contempló fascinado unos momentos cómo enloquecían los diversos diagnósticos digitales del sistema de datos.
—¡Eh!, Carol —la llamó—. Venga y mire esto. Esta maldita cosa es de plástico o algo parecido.
Carol tardó en volverse y cuando lo hizo preguntó en voz baja, mirándole:
—Nick, ¿qué vamos a hacer respecto a Troy?
—Tan pronto como echemos de aquí al invasor —contestó Nick desde la cabina donde estaba buscando entre sus herramientas de cocina—, haremos un rastreo sistemático del área. Incluso podría zambullirme y ver si lo encuentro.
Nick encontró por fin un gran tenedor de cocina con el mango de plástico y se dispuso a arrancar a la alfombra del sistema de datos.
—Yo de usted, no lo haría —le advirtió Carol—. Se irá cuando termine.
Pero ya era demasiado tarde. Nick clavó el tenedor en la alfombra y empujó hacia arriba, donde estaban la mayor parte de piezas electrónicas. Hubo un chasquido y un pequeño destello azul partió el tenedor empujando a Nick hacia atrás. Las alarmas se dispararon, la lectura digital del sistema de datos se apagó, y el monitor del telescopio oceánico comenzó a humear. La alfombra se dejó caer al suelo y empezó a hacer las pequeñas ondulaciones que había visto Carol en la habitación de la ventana sobre el mar. Un momento después, sonaron dos alarmas del sistema de navegación, indicando no sólo que la ubicación del barco estaba perdida, sino también que la memoria no volátil donde estaban guardados todos los parámetros que permitían la comunicación con el satélite, había sido borrada.
En medio del ruido y del humo, Nick estaba desconcertado y con una expresión perpleja. Se frotaba el brazo derecho, desde la muñeca al hombro.
—Lo tengo muerto —exclamó asombrado—. No siendo nada en el brazo.
La alfombra continuó con sus ondulaciones sobre cubierta mientras Carol cogía un cubo, se inclinaba sobre la borda para subir agua y bañaba el monitor. Nick no se había movido, seguía de pie, con expresión desesperada, pinchándose el brazo. Carol echó el resto del agua sobre él.
—¡Mierda! —exclamó retrocediendo involuntariamente— ¿por qué ha hecho esto?
—Porque tenemos que ir en busca de Troy —contestó acercándose a los controles del barco—. Y no podemos esperar todo el día. Olvídese de la maldita alfombra… y de su brazo. La vida de un hombre está en juego.
La propia Carol aumentó la velocidad del barco. Al hacerlo, la alfombra volvió a ponerse de pie, se retorció y fue hacia la borda. Nick intentó detenerla, pero en un abrir y cerrar de ojos estuvo fuera del barco y en el agua. Mientras Carol conducía el barco, Nick buscaba a Troy desde la borda del Florida Queen.
Una hora más tarde, ambos estuvieron de acuerdo en que no había razón para seguir buscando. Habían recorrido toda aquella zona del océano varias veces (con cuidado y cierta dificultad porque su sistema de navegación ya no funcionaba), y no habían encontrado rastro de Troy. Tras haberse convencido de que su brazo estaba bien, Nick se había puesto su equipo de buceo como último recurso y recorrido el camino desde la fisura del saliente. Y nada de Troy. Había sentido la tentación de investigar la fisura, pero la historia demencial de Carol parecía remotamente plausible y no le gustaba la idea de ser aspirado por un extraño laboratorio submarino. Además, sabía que si desaparecía, sería virtualmente imposible para ella llevar el barco de vuelta a Cayo West sin sistema de navegación activo.
Carol volvió a contar toda la historia de su inmersión mientras ella y Nick recorrían el área. Él estaba seguro de que embellecía liberalmente los detalles, pero no encontraba excesivos fallos en la historia. Después de todo, él mismo se había enfrentado con la alfombra a bordo del Florida Queen. Así que tuvo que reconocer, mentalmente, que Carol y Troy habían sufrido espeluznantes experiencias en un edificio submarino de cierto tipo, y que la tecnología con que se habían encontrado era decididamente más avanzada que nada de lo que habían conocido anteriormente.
Pero se resistía a aceptar la jovial explicación de Carol de que el trío había tropezado con ciertos extraterrestres. A Nick no le parecía posible que el primer contacto se hubiera hecho bajo tales circunstancias mundanas. Aunque no le costó admitir que la alfombra era una maravilla de capacidad más allá de sus conocimientos, no se consideraba técnicamente preparado y por tanto no podía afirmar categóricamente que no hubiera sido creada por jefes humanos.
En verdad, se dijo Nick mientras recorría cuidadosamente el horizonte con sus prismáticos, en busca de referencias, antes de emprender el viaje de vuelta a Cayo West, vaya engaño perfecto. Supongamos que los rusos, o nuestra propia Marina, quería despistarnos… Se detuvo a medio pensar y comprendió que si tenía razón y su encuentro había sido con una creación humana, entonces podía ser que estuvieran aún en peligro. Pero ¿por qué dejaron marchar a Carol? ¿Y por qué no confiscaron mi barco? Reconoció una islita a distancia, que le sirvió para modificar la orientación del barco. Sacudió la cabeza, todo aquello le producía una gran confusión.
—¿No está de acuerdo conmigo en que hemos tropezado con unos extraterrestres? Carol se le había acercado y le molestaba con la pregunta.
—No lo sé —contestó despacio—. Es como dar un gran salto. Después de todo si hay una invasión de extraterrestres en aguas del golfo de México, debían de haber sido descubiertos antes. Los submarinos y otros barcos con equipos de sonar deben de cruzar esta región por lo menos dos veces al año —le dirigió una sonrisa—. Ha estado leyendo demasiada ciencia ficción.
—Por el contrario —respondió mirándole fijamente—, mi experiencia con alta tecnología es seguramente más extensa que la suya. He hecho una serie de trabajos con el Instituto Oceanográfico de Miami y he visto qué tipo de ingeniosos nuevos conceptos están siendo desarrollados. Y nada, absolutamente nada, se acerca a la alfombra o a la gran amiba. La probabilidad de que haya cierta explicación nofantástica, es pequeñísima… —calló un instante—. Además —prosiguió—, quizás el laboratorio lleva poco tiempo ahí, quizás fue recientemente terminado o incluso transportado.
Nick se había sentido herido cuando Carol empezó su comentario. Ya vuelve a las andadas, pensó. ¡Tan segura de sí! Tan decidida y competitiva, casi como un hombre. Admitió para sus adentros que él también había protestado contra la autoridad. Y ciertamente tenía razón en un aspecto, había tenido mayor contacto con la alta tecnología que él. Decidió no discutir con ella, esta vez por lo menos.
Hubo una pausa momentánea en la conversación. Carol se estaba volviendo más sensible a la dinámica de su relación. Había podido observar que el rostro de Nick se había puesto rígido cuando le sugirió que sabía más de tecnología que él. ¡Oh, oh!, le dijo su mente, vamos, Carol. Sé un poco más considerada y ten más tacto. Decidió cambiar de tema.
—¿Cuánto tardaremos en llegar al puerto? —en su excitación, el jueves, no se había fijado en la duración de su trayecto de regreso.
—Algo menos de dos horas —contestó Nick y se echó a reír—. A menos que me pierda. No he recorrido estas aguas con guía manual desde hace cinco años.
—¿Y qué vamos a decir al llegar?
—¿A quién… sobre qué? —preguntó Nick mirándola.
—Ya sabe. Sobre la inmersión, sobre Troy.
Se miraron. Nick rompió el silencio.
—Mi opinión sería no decir nada… hasta… hasta que sepamos algo con seguridad. Si Troy aparece no hay problema.
—Y si nunca aparece… —la voz de Carol se apagó— entonces, nosotros Mr. Williams, estaremos en un buen aprieto.
La gravedad de su situación estaba haciéndose patente por momentos.
—Pero ¿quién piensa que va a creer tan increíble historia? —murmuró Nick—. Incluso con sus fotografías, no hay una verdadera prueba que la corrobore. Hoy en día se pueden crear toda clase de fotografías en una computadora. ¿Recuerda aquel caso de asesinato, el año pasado en Miami, en que se presentó una fotografía como coartada y fue aceptada como evidencia oficial? Después, el procesador de datos apareció y descubrió la trampa. —Carol le escuchaba con atención—. Y quienquiera que montara el lugar, puede estar desmantelándolo ahora mismo. De lo contrario, ¿por qué dejaron que nos fuéramos? No, prefiero esperar un poco. Veinticuatro horas o así. Y vaya pensando en lo que vamos a hacer.
Carol movió afirmativamente la cabeza.
—Sí, estoy de acuerdo, aunque no sea exactamente por las mismas razones.
Se daba cuenta de que seguía siendo una periodista y que su voz interior quería guardar la información para una declaración sensacional. Tenía la esperanza de que su ambición no se interpondría al tomar la decisión adecuada respecto a Troy. Con voz reflexiva observó:
—Pero Nick, ¿no cree que ponemos la vida de Troy en peligro si no avisamos a las autoridades?
—No —contestó a Nick inmediatamente—. Sospecho que si fueran a matarle, ya lo habrían hecho, o lo harían pronto.
Esta parte de la conversación parecía demasiado indiferente a Carol. Se acercó a la borda y volvió a contemplar el mar, pensó en Troy y en su loca aventura tras ser aspirados por la fisura. Él la había ayudado a no perder la cabeza, era indiscutible. Su humor y su ingenio habían evitado que se derrumbara. Y tal vez le había salvado la vida distrayendo la atención de aquella cosa.
Era un hombre cordial, sensible, bajo su exterior bromista, pensó. Con conocimiento. También parecía esconder mucho dolor en alguna parte. Por un momento quiso pensar que Troy estaba bien. Al fin y al cabo la había ayudado a escapar. Después se preguntó por qué no había vuelto a encontrarse con él allá abajo. Una sensación de duda se clavó en su mente y se estremeció. ¡Maldita sea! En realidad no sabemos nada de nada. Incertidumbre de nuevo. Odio la incertidumbre. Es injusto.
Una profunda tristeza, una honda y turbadora sensación de pasado bullía en su interior. Se sentía desamparada, sin ningún posible control de la situación, los ojos se le llenaron de lágrimas. Nick se le había acercado sin decir nada, vio las lágrimas pero no hizo ningún comentario, se limitó a poner su mano sobre las de ella por un instante y luego la dejó.
—Troy estaba volviéndose un buen amigo —comenzó Carol disimulando lo que empezaba a sentir. De repente, la necesidad de compartir sus verdaderas emociones dominó sus habituales mecanismos de protección. Miró el agua—. Pero no es por eso por lo que estoy angustiada ahora. Lloro por la incertidumbre, no puedo soportar no saber —Carol se secó las lágrimas.
Nick estaba silencioso, no comprendía del todo lo que ella le decía, pero percibía que algo especial iba a ocurrir entre ellos. El agua golpeaba blandamente los costados del barco.
—Me recuerda mi infancia —continuó a media voz—, después de que mi padre nos dejara. Yo seguía creyendo que volvería, los tres, Richie, mamá y yo, nos decíamos que sólo sería una separación temporal, que algún día traspasaría aquella puerta y nos diría «ya estoy aquí». Por la noche, en mi cama, escuchaba por si oía el coche en el camino.
Las lágrimas corrían ahora libremente, grandes lacrimones resbalando por sus mejillas, cayendo al océano.
—Cuando venía para llevarnos a cenar, o algún sábado, yo ayudaba a mamá a arreglarse, elegía su ropa y le cepillaba el cabello —Carol se ahogaba—. Después de recibirle en la puerta y abrazarle, le llevaba siempre junto a ella y le decía: «¿No está preciosa?».
»Esto me duró seis meses. Nunca sabía lo que iba a sentir de un día para otro, la incertidumbre me destrozaba, me enfermaba. Supliqué a mi padre que diera otra oportunidad a mi mamá. Richie incluso sugirió que comprara la casa vecina, si él y mamá no podían vivir juntos. Así, por lo menos, estaríamos cerca.
Carol sonrió con tristeza y suspiró.
—Entonces mi padre llevó a mamá a San Francisco a pasar el fin de semana. Yo estaba excitadísima. Durante treinta y seis horas mi corazón flotó, mi futuro estaba asegurado. Yo era la niña de diez años más feliz del valle de San Fernando, pero cuando el domingo por la noche volvieron a casa, mi madre estaba borracha. Tenía los ojos hinchados, la pintura corrida, estaba hecha un desastre. Pasó por delante de Richie y fue a su alcoba. Mi padre, Richie y yo nos quedamos en la sala de estar, abrazados y llorando juntos. En aquel momento comprendí que todo estaba perdido.
Carol iba calmándose pero las lágrimas seguían cayendo. Miró a Nick, suplicante:
—Habría sido mucho más fácil si yo hubiera podido llorar una sola vez y acabar. Pero no, seguía la incertidumbre, por cuanto aún había esperanza. Así que cada día, cada maldito día, mi pequeño corazón volvía a partirse… —Carol se secó los ojos nuevamente. Después miró al mar y gritó con todas sus fuerzas:
—¡Quiero saber ahora, o por lo menos pronto, lo que le ha ocurrido a Troy! No me hagáis esperar eternamente. No podría soportarlo.
Se volvió a Nick. Él abrió los brazos. Sin una palabra apoyó la cara en su pecho y él la estrechó entre sus brazos.