4

Carol nadó rápidamente hasta unos dos metros por encima de la trinchera, al acercarse a la vuelta final. Tomó unas fotografías mientras esperaba que Troy la alcanzara, señaló hacia abajo donde las huellas giraban hacia la izquierda y volvió a nadar de nuevo, esta vez más despacio, siguiendo las marcas por la estrecha hendidura, hasta llegar al saliente. Nada había cambiado. Señaló a Troy que esperara y entró en la trinchera, cuidadosamente, como había hecho la otra vez con Nick. Su búsqueda por el área del saliente fue minuciosa pero no encontró nada.

Señaló a Troy que no había nada y luego, después de una rápida secuencia de fotografías, los dos buceadores retrocedieron sobre sus pasos, siguiendo las huellas hacia el punto, debajo del barco, donde habían pasado quince minutos buscando sin suerte la fisura que habían visto el jueves. Había desaparecido misteriosamente. Todas las huellas, aunque algo borradas, convergían frente a la estructura del arrecife donde había estado el agujero dos días antes. Carol había buscado y golpeado, dañando incluso el arrecife en varios puntos (lo que como ambientadora odiaba tener que hacer, pero estaba segura de que la fisura había estado allí) sin encontrar nada. Si Troy no la hubiera visto con tanta claridad, primero en el monitor del telescopio y después en las fotografías, hubiera podido pensar que fue sólo fruto de su imaginación y la de Nick.

Cuando Carol, enfrascada en sus pensamientos, giró a la derecha de la trinchera después de dejar el camino lateral que llevaba al saliente, se descuidó y rozó ligeramente una punta de coral que sobresalía del arrecife. Sintió escozor en la mano, miró y vio que estaba sangrando. ¡Qué raro!, pensó. Apenas lo he tocado. Su mente retrocedió a diez minutos antes, cuando había estado maltratando el coral y las algas en busca de la fisura, y ni siquiera me he arañado

Una idea descabellada, incoherente, empezó a formarse en su mente. Excitada ahora, nadó con más fuerza a lo largo de la trinchera donde había estado la fisura. Troy no podía seguirla. Fue un trayecto largo pero Carol lo completó en cuatro o cinco minutos. Comprobó su regulador de presión mientras esperaba a su compañero, intercambiaron la señal de pulgares arriba, cuando éste llegó, y Carol intentó sin éxito explicarle su idea con gestos. Carol vio abrirse los ojos de Troy y su cara contraerse tras la máscara. Ella abrió la mano, no tenía ni cortes, ni arañazos ni sangre. Estupefacto, Troy nadó hacia ella para mirar la colonia de coral que ella había desbaratado. También él pudo tocar e incluso sostener el extraño coral sin lastimarse. ¿Qué estaba pasando? Carol empezó a tirar del coral y de las algas y Troy contempló asombrado cómo un enorme segmento se desprendía de la estructura del arrecife como una manta…

Oyeron un gran WUSSSSH, unos milisegundos antes de notar el tirón. Una gran sima se abrió en el arrecife, detrás de ellos, y todo en la zona, Troy, Carol, peces, plantas de todo tipo, y un enorme caudal de agua fue atraído hacia dentro del agujero. La corriente era muy rápida pero el canal no demasiado estrecho, porque Carol y Troy chocaron un par o tres de veces contra lo que parecían unos lados metálicos. No tuvieron tiempo de pensar, eran arrastrados como por un desprendimiento de agua y tenían simplemente que esperar a que terminara la carrera.

La oscuridad se abrió a una media luz y la corriente disminuyó marcadamente. Carol y Troy, separados unos seis metros, buscaban serenarse cada uno, por su lado, y descubrir lo que ocurría. Parecían encontrarse en el anillo exterior de un gran tanque circular, y giraban incesantemente, pasando ante unas puertas extrañas, después de cada noventa grados de revolución. El agua del tanque tenía unos tres metros de profundidad. Carol se volvió boca arriba y levantó la vista, podía ver enormes estructuras por encima de su cabeza, que parecían hechas de metal o de plástico algunas de ellas en movimiento. No pudo ver a Troy por ninguna parte. Intentó agarrarse a los lados del tanque para poder parar y buscarle, pero fue inútil. No podía resistir el movimiento de la corriente.

Dieron tres o cuatro vueltas en el círculo sin verse. Troy observó que todos los peces y plantas habían ido desapareciendo poco a poco de su anillo, dando a entender que un proceso de selección estaba en marcha. De pronto, la corriente aumentó y fue precipitado hacia abajo, por debajo del agua, y después a través de una puerta entreabierta, otra vez a la oscuridad. Sólo un resplandor apareció en la superficie del agua y volvió a disminuir la fuerza de la corriente, entonces sintió que algo se cerraba sobre su brazo derecho.

Troy fue sacado del agua, unos treinta centímetros más o menos. En la penumbra no podría ver exactamente lo que lo había retenido, pero parecía algo muy fuerte. Le sujetaba pero sin hacer ningún movimiento. Miró hacia atrás, a la corriente que le había traído, y vio el cuerpo de Carol acercarse dando tumbos. Con su brazo izquierdo libre la agarró. Ella notó su brazo y se arrimó a él, se recobró, sacó la cabeza fuera del agua, y se debatió para acercarse al cuerpo de Troy. Consiguió agarrarse con fuerza a él pese a la corriente. Respiró hondo y por un momento sus ojos se encontraron tras sus máscaras.

Inexplicablemente, la sujeción terminó; estaban libres en el agua y la corriente no era tan fuerte. Pudieron sostenerse uno a otro sin gran dificultad. Pasados unos quince segundos, la corriente de agua cesó por completo, habían sido depositados en una piscina, en lo que parecía una gran habitación de la que el agua desaparecía escapando por un orificio invisible en el extremo opuesto. La última gota se escurrió, y ambos empezaron a incorporarse.

Carol tuvo gran dificultad en ponerse de pie. Troy la ayudó y señaló el regulador. Poco a poco, fue retirando su boquilla y husmeando el ambiente. Respiró una vez, luego otra. Por lo que parecía respiraba aire normal. Miró a Carol, se encogió de hombros y como en un reto, se quitó la máscara.

—¡Hola! —gritó nervioso—. ¿Hay alguien aquí? Han llegado invitados.

Carol también retiró despacio su máscara y su regulador. Tenía una expresión perpleja.

Ambos miraron a su alrededor. El techo se alzaba unos tres metros sobre sus cabezas, las dimensiones totales de la cámara equivalían más o menos al tamaño de un gran salón de estar de una buena casa, pero las paredes eran algo fuera de lo corriente. En lugar de ser lisas y formar esquinas regulares en cada una de sus intersecciones, estaban formadas por grandes superficies curvadas, unas cóncavas y otras convexas, pintadas alternativamente de rojo y azul. Sin pensar, Carol empezó a dar vueltas, despacio naturalmente, porque llevaba su equipo de buceo, y a tomar fotografías.

—¡Eh! Un momento, Miss Dawson —advirtió Troy con una sonrisa dubitativa. Se quitó las aletas y la siguió—. Antes de tomar más fotografías, ángel, ¿tendría usted la amabilidad de explicar a este pobre muchacho negro e inocente dónde puñeta se encuentra? Quiero decir, lo último conocido es que estábamos debajo del barco buscando una grieta. Creo que la encontré pero es un poco enervante ir a visitar a alguien y no saber quién es. Así que, ¿podría dejar de sentirse periodista por un minuto y decirme por qué está tan tranquila?

Carol se encontraba a la sazón frente a una de las paredes cóncavas pintada de azul. Había dos o tres mellas en la estructura de la pared, a la altura de los ojos, formando círculos o elipses.

—¿Qué te parece que puede ser esto? —pensó en voz alta. Pero su voz sonaba como si estuviera a mucha distancia.

—¡Carol! —gritó Troy—. Basta, basta ya. No podemos seguir paseando como unos benditos como si esto fuera un típico paseo de tarde por una casa modelo. Tenemos que hablar. ¿Dónde estamos? ¿Cómo vamos a salir y volver a casa? A casa, ¿sabe lo qué es? Le garantizo que no es debajo del océano y a dos horas de distancia de la costa —la agarró por los hombros y la sacudió.

Sólo entonces empezó a salir de su estupor. Miró despacio alrededor de aquella estancia, y luego a Troy.

—¡Jesús! —murmuró—. Y, ¡mierda! —La vio temblar un poco y se acercó a abrazarla. Ella le indicó que la dejara en paz—. Estoy bien. Por lo menos casi bien —respiró profundamente y sonrió—. En todo caso, vaya historia que tenemos aquí —volvió a mirar la habitación—. ¡Eh! Troy —arrugó la frente—, ¿cómo llegamos hasta aquí? No veo ni una puerta, ni abertura, ni nada.

—Buena pregunta, muy buena pregunta, a la que deberíamos tener respuesta. Creo que estas locas paredes de colores giran, creo que mientras estaba aún bajo el agua vi como se iban colocando las paredes. Así que lo único que debemos hacer es empujarlas y buscar el camino de salida —trató de meter las manos en una rendija que servía de conexión entre un pedazo rojo y otro azul de la estructura. Sin éxito.

Carol dejó a Troy y empezó a recorrer el perímetro torpemente dentro de su equipo. De repente, se detuvo y se lo quitó todo excepto el traje de baño, parecía decidida a examinar y fotografiar cada pieza o panel de las paredes. Troy se quitó también las botellas de aire y el chaleco de flotación, dejándolos caer sobre el pavimento metálico con un «clanc». Se quedó observándola.

—Carol, ¡oh Carol! —llamó desde el otro extremo con una gran sonrisa forzada en su cara—. ¿Le importaría decirme qué está haciendo ahora? Quiero decir que, después de todo ángel tal vez, pudiera ayudarla.

—Estoy buscando algo que diga «Cómeme» o «Bébeme» —contestó ella con un rictus nervioso.

—Por supuesto —murmuró Troy para sí—, era absolutamente obvio.

—¿Se acuerda de Alicia en el país de las maravillas? —preguntó Carol, había encontrado una protuberancia larga y delgada que parecía una manecilla emergiendo del centro de uno de los paneles rojos. Agitó la mano y él se acercó. Entre los dos trataron de hacer girar la manecilla. Nada. Carol se sintió frustrada.

Troy creyó discernir un primer indicio de pánico en ella cuando la vio recorrer con mirada alocada el resto de la estancia. Se detuvo y se cuadró a estilo militar:

—Hable con dureza a su niño… Y péguele cuando estornude… sólo lo hace para molestar… porque sabe que la irrita.

Las profundas arrugas en la frente de Carol indicaban que creía que Troy había perdido temporalmente el juicio.

—Era la Reina de Corazones, creo —dijo él riendo—. Pero no estoy seguro. Tuve que aprendérmelo para una comedia cuando estaba en quinto grado —Carol también se había relajado y se echó a reír pese a su pánico, se acercó a Troy y le dio un beso en la mejilla—. ¡Cuidado, cuidado! —advirtió con un guiño—. Nosotros los chicos negros nos excitamos muy pronto.

Carol pasó su brazo por el suyo al terminar su nuevo recorrido de la estancia, en busca de señales de salida en las paredes. Las tonterías de Troy le hacían sentirse mejor.

—Cuando yo estaba en octavo un maestro negro me dijo que Alicia era una historia racista. Pretendía que era muy significativo que el conejo que siguió Alicia fuera blanco, decía que ninguna chica blanca, buena hubiera seguido a un conejo negro dentro de su madriguera —paró frente a otro panel rojo—. ¡Vaya, vaya! —musitó—. ¿Qué tenemos aquí?

Aquel panel rojo parecía igual al resto de la pared de lejos, pero de cerca, a pocos palmos de distancia, podían distinguirse toda clase de dibujos hechos con pequeños puntos blancos en relieve, sobre la superficie roja. Una serie de secciones rectangulares reseguidas por puntos blancos resaltaban sobre el panel.

—¡Eh!, ángel —exclamó haciendo presión, al azar, sobre las secciones—, ¿no le parece esto sospechosamente parecido a un teclado? —y Troy empezó a empujar teclas. Carol se unió a él, era como un juego. Ambos permanecieron ante el panel durante un minuto, apoyando los dedos en cada sección marcada, y empujando con fuerza.

Inesperadamente, Carol se apartó del panel, dio media vuelta y empezó a andar en dirección al otro lado.

—¿Adónde va? —le gritó Troy, y cuando ella se volvió para contestarle, tropezó con su equipo de buceo, que había dejado en el suelo.

—Se me ha ocurrido una idea loca. Llámalo intuición femenina, o intuición psíquica, como quieras —había llegado al panel donde habían peleado con la manecilla. Ahora la movió con toda facilidad e inmediatamente oyó un crujido. Saltó hacia atrás, sobresaltada, al ver como todo el panel se plegaba y se apartaba, dejando al descubierto una abertura lo bastante amplia como para que pudiera pasar un camión. Troy acudió a su lado y ambos contemplaron el vacío.

—¡Santo cielo! —exclamó—. ¿Se supone que debemos entrar ahí?

—Estoy segura de que sí.

Troy se la quedó mirando con una extraña expresión:

—¿Y por qué lo cree así?

—Porque es el único camino de salida.

Troy echó una última mirada a la extraña estancia de paredes curvas y coloreadas, había una lógica indiscutible en la respuesta de Carol. Respiró hondamente, agarró su mano y entraron en el negro túnel.

Detrás de ellos apenas se veía el pequeño resplandor de la estancia donde habían abandonado su equipo: caminaban despacio, cautelosamente dentro de aquel camino negro. Troy tenía una mano apoyada en la pared y con la otra sujetaba fuertemente la de Carol. El sonido de su respiración jadeante, aumentada por el miedo y la aprensión constantes, resonaba en las paredes también curvadas. No hablaban. Por dos veces Troy empezó a cantar unas líneas de una canción popular, y en ambas ocasiones ella le hizo callar, quería poder oír en caso de que hubiera otros ruidos. En un momento dado apretó su mano con fuerza y se detuvo.

—Escucha —le dijo en un murmullo. Troy dejó de respirar, el silencio era absoluto excepto por algo tan suave y tan lejano que no era fácil de identificar—. Música, creo oír música.

Troy se esforzó en identificar lo que apenas oía. Fue inútil. Tiró de la mano de Carol, diciéndole:

—Probablemente está dentro de tu cabeza, vámonos.

Habían pasado un recodo y la luz, detrás de ellos, había desaparecido. En total llevaban unos diez minutos en el túnel y Carol empezó a sentir desánimo:

—¿Y si esto no lleva a ninguna parte? —le preguntó.

—Eso no tiene sentido —se apresuró a contestarle—. Alguien lo hizo con algún propósito, está claro que es un corredor que conecta algo.

Se calló.

—¿Quién lo construyó? —Carol había formulado la pregunta que les torturaba a los dos durante el largo y tenso camino por el oscuro túnel.

—Otra buena pregunta —dijo él. Titubeó un minuto antes de continuar—. Supongo que la Marina de los Estados Unidos. Creo que nos encontramos en algún tipo de laboratorio submarino de máximo secreto, del que nadie está enterado —claro que, pensó y no lo dijo en voz alta por no turbar a Carol, también podría ser ruso, en cuyo caso estamos metidos hasta el cuello en complicaciones. Si los rusos tienen un laboratorio secreto tan cerca de Cayo West, no van a sentirse felices

—Mira, Troy —dijo Carol excitada—, veo una luz. Después de todo debe haber alguien aquí.

El túnel se bifurcaba y al final de una de las dos ramas, la que estaba más a la izquierda, podía verse claramente una mancha de luz. Sin soltarse de las manos, Carol y Troy caminaron rápidamente hacia la luz. Troy se dio cuenta de que el corazón le latía de prisa.

Carol entró casi corriendo en la nueva habitación. Había esperado que pronto les encontrarían, que esta misteriosa aventura terminaría y que todo quedaría explicado. En cambio, cuando miró el pequeño cuarto oval con los mismos extraños paneles como paredes (excepto que éstos eran marrón y blancos en lugar de azul y rojos, como en la otra habitación) experimentó una tremenda confusión.

—¿Qué es esto? —preguntó a Troy—. ¿Y cómo vamos a salir?

Troy estaba en el centro del cuarto con la cabeza echada atrás lo más que podía. Contemplaba un inmenso techo abovedado a unos nueve metros por encima de ellos.

—¡Uau! —exclamó— ¡qué enorme es esto! —La apagada iluminación venía de unas piezas de material translúcido, posiblemente cristales, incrustados en el techo.

Los paneles marrón y blanco que formaban las paredes de aquel cuarto tenían sólo tres metros de altura, pero eran lo bastante altos para evitar que Carol y Troy vieran por encima. Experimentaban una extraña sensación de libertad y confinamiento a la vez. Por una parte, primero el túnel y después esta pequeña habitación del tamaño de un cuarto de niños en una casa no muy grande, les había hecho sentir claustrofobia; sin embargo, la sensación de espacio proporcionado por aquel techo de catedral, era ahora liberadora.

—¿Qué? —preguntó Carol con cierta impaciencia después de esperar a que Troy recorriera y estudiara la habitación. Estaba viendo que los paneles marrón y blanco eran sólo ligeramente curvados y por tanto más parecidos a paredes normales que los de la primera habitación.

—Lo siento, ángel. Se me ha olvidado la pregunta.

Carol movió la cabeza.

—Sólo hay una pregunta, Mr. Jefferson. Creo que tú me hiciste la misma en nuestra última parada —miró el reloj—. Dentro de quince minutos, habremos pasado el tiempo máximo para nuestra provisión de aire. A menos que esté muy equivocada, nuestro amigo Nick estará ya empezando a preocuparse, y aún no tenemos la menor idea… ¿Qué estás haciendo?

Se interrumpió al ver a Troy inclinado, tirando de un pequeño pomo en uno de los paneles marrones, en la esquina del cuarto.

—Son cajones, ángel —anunció al sacar la parte baja del panel unos cuantos centímetros—. Como una cómoda —abrió un segundo cajón encima del primero—, y tienen algo dentro.

Carol se acercó a mirar. Metió la mano en el segundo cajón y sacó una esfera de color pardo, del tamaño aproximado de una pelota de tenis. La superficie de la pelota era muy curiosa, en lugar de ser suave y regular tenía estrías, sobre todo en un lado, y pequeños bultos, como los que se ven en la superficie de un pepinillo, alrededor y junto a las estrías. En otras partes había también mellas mal definidas. Carol examinó la esfera a la escasa luz:

—Ya lo tengo —anunció satisfecha de haber recordado—, esto se parece al modelo de Marte del Museo Nacional del Aire y del Espacio.

—Entonces yo tengo la Tierra —dijo Troy mostrando una esfera azul del tamaño de una pelota, que había sacado del último cajón. Ambos, juntos a la escasa luz,, contemplaban las esferas que sostenían en sus manos.

—¡Mierda! —gritó Troy, volviéndose y mirando al techo—. ¡Y doble mierda! Quienquiera que seáis, ya basta. Salid e identificaros.

Un eco parcial de su voz llegó hasta ellos, pero por lo demás no oyeron nada. Ansiosa por hacer algo, Carol continuó registrando la habitación. Encontró otro grupo de tres cajones en un cercano panel marrón. Mientras tiraba del primero, Troy lanzó, jugando, su pelota azul contra lo que parecía ser una salida, una abertura oscura entre paneles, al otro lado del cuarto. La esfera golpeó el panel blanco cerca de la salida con un golpe sordo y empezó a caer hacia el suelo. Sin embargo, justo antes de llegar a él, la esfera se elevó, como si alguien la levantara desde arriba y se paró en el centro de la habitación a un metro y medio de altura. Allí empezó a girar.

A Troy se le abrieron los ojos, se acercó a la esfera y pasó la mano entre la esfera y el techo, buscando hilos, pero no había nada. La esfera Tierra continuó girando lentamente y describiendo un círculo en el aire, en mitad de la habitación. Troy la empujó ligeramente, respondió al empujón, pero una vez agotaba aquella fuerza, la esfera volvió a su lugar anterior y continuó su movimiento. Troy se volvió, Carol le daba la espalda y buscaba sin éxito en los demás cajones. Marte seguía en su mano izquierda.

—¡Eh!, Carol —le dijo a media voz—, ¿le importaría acercarse un momento?

—Voy —contestó sin mirar—. ¡Jesús!, Troy, estos cajones están llenos de todo tipo… —se había vuelto y ahora veía la Tierra flotando en el aire cerca del centro de la habitación. Frunció el ceño—. Curioso, realmente curioso. No sabía que también fueras un mago —su voz se apagó cuando vio la expresión perpleja de Troy y se acercó a él para mirar desde más cerca.

Los dos permanecieron silenciosos unos diez segundos, contemplando como la pelota azul giraba en el aire. A continuación, Troy cogió la esfera Marte de la mano de Carol y la tiró hacia el techo. Subió, describió un arco y bajó normalmente hasta que llegó casi al suelo. Entonces, al igual que la esfera azul un momento antes, puso en práctica su propio sistema de dirección y movimiento, se quedó flotando a un metro y medio por encima del suelo, empezó a girar lentamente y se quedó en el aire junto a la esfera azul que representaba la Tierra.

Carol cogió la mano de Troy, se estremeció pero se recobró.

—Hay algo en todo esto que me pone la carne de gallina. Creo que encontraría más normal que una oruga me preguntara. «¿Quién es usted?». Por lo menos en ese caso sabría con qué me enfrento.

Troy se volvió y la llevó de nuevo junto a los cajones medio abiertos. Empezó a contarle una historia:

—Una vez tropecé con un viejo barbudo cuando hacía autoestop. Conducía una vieja camioneta y fumaba un porro —entre tanto iba sacando del cajón una pelota de baloncesto cubierta de fajas latitudinales y bandas de tonos rojos y anaranjados. Sin darle importancia lanzó a Júpiter por encima del hombro, con ambas manos. Carol miraba fascinada cómo se reunía con las otras dos esferas girando en órbita alrededor de un foco vacío en medio de la habitación.

—Al principio hablamos un poco —siguió Troy—. Me hacía preguntas y yo se las empezaba a contestar, pero después de dos o tres frases me interrumpía diciendo: «No sabes nada, hombre». Y ésta era su respuesta a todo.

Troy fue vaciando metódicamente los seis cajones mientras seguía con su historia. Tiraba todo lo que encontraba al centro del cuarto. Observó algunos de los cuerpos, casualmente, como si viera algo que ocurría todos los días. Cada una de las nuevas esferas repitió el esquema anterior. Un sistema solar casi completo y en función se estaba formando a un metro y medio del suelo.

—Al final me cansé de su juego y me callé. Recorrimos varias millas en silencio. Era una noche clara, preciosa, y él sacaba continuamente la cabeza por la ventana para mirar las estrellas. Una vez, cuando volvió a meter la cabeza dentro, encendió otro porro y me lo tendió, señalando las estrellas. «Ellas sí saben, hombre, ellas saben», me dijo. Pasadas otras millas, cuando bajé de la camioneta, se inclinó hacia mí y pude ver la locura en sus ojos. «Recuerda, hombre», musitó «no sabes nada, pero ellas sí saben».

Cuando Troy terminó la historia, Carol se le acercó y sacó dos puñados de pequeños fragmentos del último cajón. Eran un poco pegajosos al tacto, se los arrancó de las manos y volaron milagrosamente alrededor del cuarto agregándose al sistema de anillos de Saturno y Urano. Miró a Troy espantada.

—¿Tiene algún sentido tu extraña historia? —le preguntó—. Debo confesar que me asombra la tranquilidad con que tomas toda esta maldita situación. Por mi parte estoy a punto de enloquecer completamente.

Troy señaló los planetas en miniatura que flotaban en el aire.

—Lo que estamos viendo no tiene explicación en palabras de nuestra experiencia. O hemos muerto juntos, o hemos sido enviados a una nueva dimensión, o alguien está jugando con nuestras mentes —sonrió a Carol—. Si quiere que le sea sincero, ángel, estoy cagado de miedo. Pero como aquel viejo hippy, me voy diciendo, ellos saben. Y en cierto modo me consuelo.

Oyeron un suave deslizarse y un haz de luz brillante se metió en el cuarto por una abertura que se estaba formando entre dos paneles, uno marrón y otro blanco, a la derecha de la salida. Carol retrocedió automáticamente y por un instante se cubrió los ojos con las manos. Troy también retrocedió al principio, pero después se protegió los ojos con las manos para poder observar. Los paneles siguieron deslizándose hasta dejar una abertura de medio metro de ancho y la habitación empezó a llenarse de luz. Troy vio una gran pelota iluminada pasando despacio por la abertura.

—Aquí viene el Sol… tararí-tararí-tarará… Aquí viene el Sol —cantó impresionada—. Y yo digo… está bien… —tarareó unas palabras más de la canción y Carol abrió los ojos.

—¡Jesús! —exclamó. La gran esfera, del tamaño de una gigantesca pelota de playa, se elevó hasta su lugar adecuado entre las esferas y su radiación llenó la estancia de luz. Los planetas, girando en órbita, reflejaban la luz en los lados que daban al Sol. Carol estaba transfigurada, lágrimas silenciosas resbalaban por su rostro, no podía ni hablar ni moverse. Estaba completamente anonadada.

También Troy estaba asustado, pero no tanto como para desbaratar su capacidad de actuar. No obstante, un momento, después vio algo en la salida que le aterrorizó. Su corazón le dio un vuelco y se le desbordó mientras parpadeaba y miraba, tratando de asegurarse de que su mente no estaba haciéndole jugarretas, a causa de la brillante luz del sol. Instintivamente se volvió dispuesto a proteger a Carol y ocultarle lo que acababa de ver.

—No mire ahora —murmuró—, pero tenemos visita.

—¿Qué? —dijo Carol aún confusa y estupefacta.

Troy la cogió entre sus brazos y juntos se movieron unos pasos hacia la derecha, miró por encima del hombro y volvió a ver la cosa.

—Junto a la salida —confesó al fin, volviéndose, incapaz de disimular su pánico.

Los ojos de Carol indicaron que habían descubierto la fuente del terror de Troy. No tenía idea de lo que podía ser, pero sí vio que era enorme, claramente amenazador, y absolutamente diferente de todo lo que jamás hubiera visto o imaginado. Aquello también entraba en la habitación. Oyó los gritos insistentes, incoherentes de Troy pero no entendió su significado, miró otra vez a la cosa y su mente se heló. Abrió la boca para gritar y al principio no salió nada. Cayó de rodillas sobre el suelo, creyó oír gritos, pero le parecieron lejanos, muy lejanos. Su cerebro le enviaba un mensaje que decía «estás gritando», pero por alguna razón le parecía imposible. Tenía que ser alguien más.

La cosa venía hacia ella. El cuerpo principal tenía unos dos metros de altura en aquel momento, pero continuamente cambiaba de forma y de tamaño al moverse ondulante a través del cuarto. Fuera lo que fuera, Troy y Carol podían ver su interior e incluso a través de partes de su estructura. Una membrana envolvente, transparente, externa, estaba liada alrededor de un algo permanentemente móvil hecho de una materia clara y fluida que subía y bajaba en cada movimiento. La cosa se movía como una amiba, era materia que iba sencillamente en la dirección prevista, pero con sorprendente rapidez. Unos puntitos negros repartidos detrás de todas sus superficies exteriores, saltando en todas direcciones, revisaban aparentemente las continuas reconfiguraciones que le daban movimiento. Una media docena de trozos de una materia gris opaca, objetos de medio metro cuadrado o así, estaban también incrustados en el centro primario de su cuerpo.

Pero lo terrorífico de la cosa no era el cuerpo en sí. Saliendo de su parte superior había un conjunto espantoso de apéndices, alrededor de una docena, de forma larga y fina que parecían estar sujetos al cuerpo, como objetos punzantes en un acerico. Parecía como si la estructura grande y clara tipo amiba fuera un sistema de transporte versátil que pudiera llevarlo virtualmente todo, y que la responsabilidad de la carga, por lo menos para este uso, fuera esa familia de varas constantemente activas, todas las cuales eran amenazadoras, porque sus terminaciones efectuantes parecían agujas, manos, cepillos, dientes e incluso espadas y pistolas. Mentalmente, Carol se sentía atacada por un tanque blindado y pesado que podía cambiar de tamaño en un momento y avanzar en cualquier dirección sobre raíles invisibles.

Troy se hizo a un lado, tratando de calmar su miedo y recobrar el aliento, al ver que la cosa iba directamente hacia Carol. Su brazo más largo, un aparato de plástico rojizo que se separó en dos púas cortas a medio metro de distancia del cuerpo, se extendió súbitamente hacia fuera, un metro más, y se detuvo a quince centímetros de los ojos de Carol. Ella gritó y empujó con fuerza, para apartarlo, pero aquello volvía siempre a la posición inicial. Troy cogió la pelota Júpiter y con todas sus fuerzas lanzó la esfera al centro de la cosa. La masa uniforme cayó por el impacto e inmediatamente recogió sus extendidos apéndices. Pero, al instante, la cosa se reconfiguró y ajustó su masa para dejar que la esfera la atravesara por completo. Antes de que llegara al suelo del otro lado, Júpiter se elevó en el aire y volvió a ocupar su posición en la maqueta de sistema solar.

Pero ahora la cosa había dejado por lo menos de avanzar hacia Carol, había quedado sentada en medio del cuarto y sus apéndices se agitaban violentamente en todas direcciones. Parecía estar tomando una decisión. Troy, valientemente, agarró una de aquellas varas con un extremo parecido a un cepillo, y trató de arrancarlo de la estructura principal. Instantáneamente una materia clara fluyó de la articulación en que aquel apéndice estaba ubicado, reforzando así su conexión. Pero la acción de Troy causó decididamente un cambio en el esquema. La cosa fue tras él. Con sumo cuidado, asegurándose de que le seguiría y vigilando a la vez otra rápida extensión del apéndice rojo con las dos púas, Troy anduvo hacia la salida. Al ver que la cosa continuaba avanzando hacia él, indicó a Carol que retrocediera, luego fue hacia la puerta, tropezando ligeramente con un apéndice extendido en su camino.

No vaciló. Con asombrosa celeridad la cosa se encogió y se acható. Una cantidad máxima de superficie expuesta estaba ahora en el suelo y podía moverse con más rapidez y eficacia. El grupo de apéndices desplegados estaba replegado en una especie de configuración compacta en movimiento. La cosa salió disparada por la puerta…

Carol se quedó sola, de rodillas en el suelo. La maqueta del sistema solar seguía encima de ella, hacia la derecha. Por un minuto permaneció inmóvil, se limitaba a mirar distraída el giro de los planetas y aguzó el oído para oír los pasos de Troy a distancia. Al final, hubo un largo período de silencio y Carol se levantó, dio unos pasos despacio, asegurándose de que estaba bien, y después se acercó a la abertura de salida entre los dos paneles. La abertura daba a un corredor que se abría en ambas direcciones.

Troy había cogido la de la derecha cuando salió del cuarto. Recordando su cámara, Carol volvió atrás para tomar unas fotografías de los planetas suspendidos, y después siguió el camión de Troy, tomando también el corredor de la derecha. Anduvo despacio por el túnel negro, volviéndose con frecuencia para localizar la luz que salía de la habitación que acababa de abandonar. Ahora había un techo bajo sobre su cabeza. El siguiente vestíbulo se dividía también en dos corredores y ambas direcciones estaban a oscuras. De nuevo le pareció oír música, pero no podía ni imaginar o identificar de donde procedía.

Esta vez eligió el camino de la izquierda. Pronto se estrechó y pareció dar un rodeo para volver al lugar de donde venía. Ya se disponía a retroceder cuando oyó claramente dos ruidos, algo parecido a un golpe, seguido de algo que parecía raspar, frente a ella, hacía la derecha. Respirando despacio y esforzándose por dominar su miedo, Carol avanzó en la oscuridad. A una distancia de seis metros encontró una puerta baja que se abría a la derecha, se inclinó un poco y miró. En la penumbra distinguía en otra habitación pequeñas formas inusitadas y estructuras con las paredes hechas con los ahora familiares paneles curvos y coloreados. Pasó la puerta agachada y se enderezó.

Suaves luces situadas en algunos de los paneles se encendieron tan pronto los pies de Carol tocaron el suelo del cuartito. Su llegada también provocó unas notas en un instrumento musical. Parecía un órgano y estaba aparentemente lejos, en otra parte del área de la catedral rodeada por el inmenso techo abovedado, que volvía a estar sobre su cabeza. Se detuvo sorprendida y permaneció unos segundos inmóvil. Después, siempre sin moverse, Carol estudió cuidadosamente su nuevo entorno.

En esta estancia las paredes eran brillantes y extremadamente curvas, alternándose el oro y el púrpura. Además de Carol había en la habitación tres objetos de uso desconocido. Uno parecía una mesa escritorio, el segundo un largo y bajo banco, ancho en un extremo y puntiaguado en el otro, y el tercero parecía un poste telefónico muy alto cuya cima y base estaban conectadas por dieciséis cordeles tirantes sobre una anilla ancha, colocada a un tercio de la base del poste.

Carol podía pasar por entre los cordeles. La anilla hecha de un material metálico dorado, estaba a medio metro sobre su cabeza, casi al mismo nivel que la parte alta de los paneles. Tocó uno de los hilos y lo sintió vibrar. El sonido era bajo y apagado. Se apartó del hilo y trató de tirar de él. Sonó una nota, preciosa, como de arpa. Carol se dio cuenta de que se encontraba dentro de un instrumento musical; pero ¿cómo tocarlo? Pasó unos minutos deambulando por la estancia, tratando, sin éxito, de encontrar el equivalente a un arco. Sabía que sería imposible tocar el arpa si tenía que correr alrededor de ella y tirar por sí sola de cada cuerda individual.

Se acercó a la mesa escritorio. En seguida comprendió que también era un instrumento musical, parecía más prometedor. Había depresiones en la mesa, sesenta y cuatro en total, colocadas en ocho hileras y ocho columnas. Apretando, cada tecla producía un sonido diferente. Aunque Carol, había estudiado cinco cursos de piano de pequeña, le resultaba difícil, al principio, tocar siquiera Noche de Paz en aquel extraño escritorio. Tenía que relacionar los sonidos, pulsando las teclas individuales, con las notas y acordes que recordaba de su infancia. Mientras se auto-instruía en el manejo de aquel instrumento, se detenía con frecuencia para escuchar el sonido delicado y cristalino que emitía. Le recordó un xilófono.

Carol se quedó varios minutos junto a la mesa. Eventualmente llegó a completar una estrofa de Noche de Paz sin cometer un solo error. Sonrió, satisfecha de sí misma, y se relajó momentáneamente. Durante este intervalo de tiempo el gran órgano que había oído fugazmente a distancia cuando entró en la habitación, y que ahora creía poder situar en la parte alta del área de la catedral empezó, inesperadamente, a tocar. Carol sintió carne de gallina en los brazos, en parte por la belleza de la música y en parte porque le recordaba en qué extraño mundo había penetrado. ¿Qué está tocando el órgano?, se preguntó, parece una obertura. Escuchó unos segundos. Pero si… ¡es una introducción a Noche de Paz! Es muy creativa.

Al órgano se unieron otros sonidos, todos ellos emanando de alguna parte del techo. Todos los instrumentos tocaban juntos una versión compleja de la Noche de Paz que Carol había esbozado con dificultad, unos segundos antes, pulsando la mesa. La bellísima música se propagó por la catedral. Carol levantó la vista y luego cerró los ojos girando sobre sí misma en una pequeña danza. Cuando volvió a abrirlos, delante de cada uno de ellos había un pequeño instrumento óptico a menos de dos centímetros de distancia. Carol se quedó helada de miedo.

La cosa se había acercado silenciosamente por detrás de ella mientras tocaba en la mesa, y había esperado pacientemente, mientras desplegaba sus apéndices, a que ella se volviera. Ahora tenía aproximadamente su misma altura y la parte más cercana de su cuerpo translúcido estaba a un brazo de distancia de Carol. Ésta permanecía inmóvil, sin casi atreverse a respirar, y entonces los apéndices se adelantaron para tocarla. Un pequeño instrumento rascó algo de piel de su hombro desnudo. La espada le cortó un mechón de pelo. Una cuerdecita sujeta a uno de los largos apéndices le rodeó la muñeca. Un grupo de cerdas del tamaño de la cabeza de un cepillo de dientes pasó por encima de su pecho, rozándole los pezones a través del bañador, y cruzando por encima de la correa de la cámara que llevaba colgada del cuello. Experimentaba tantas sensaciones a la vez que había perdido cuenta de todos los estímulos. Cerró los ojos y trató de concentrarse en otra cosa. Sintió que una aguja pinchaba su frente.

Todo acabó en seguida, duró menos de un minuto. La cosa replegó sus apéndices, retrocedió un par de pasos y se quedó allí, observándola a distancia. Carol esperó. Pasaron otros veinte segundos y los apéndices quedaron guardados igual que cuando la cosa había salido persiguiendo a Troy. Y salió de la estancia.

Carol prestó atención. Todo volvía a estar silencioso, se apartó de la mesa escritorio y se esforzó por poner orden en sus ideas. Pasado un minuto, los paneles púrpura y oro de la pared empezaron a moverse por sí solos. Se doblaron sobre sí mismos y formaron pequeños montones, luego, los corredores que rodeaban la sala de música se desplomaron y organizaron automáticamente sus pequeños montones de piezas. Carol se encontró en una inmensa sala bajo el techo catedralicio. A distancia, su antagonista de los apéndices traspuso una puerta lateral, a veinticinco metros de distancia, y desapareció rápidamente de su vista.

Miró a su alrededor, no había rastro de Troy. Las paredes eran de un color blanco cremoso algo desvaído, después de los paneles de color de las anteriores habitaciones. Había dos puertas, una frente a la otra, en el centro. Excepto por los instrumentos musicales que ahora parecían fuera de lugar amontonados en un extremo de la inmensa sala, el único objeto que pudo ver fue una pequeña alfombra adosada a la pared de la izquierda. Frente a ella en la pared opuesta, muy distante, había lo que parecía ser un gran ventanal que daba al océano. Incluso a distancia, podía ver e identificar algunos de los peces que nadaban cerca.

Al principio, Carol se dirigió hacia la ventana y cuando se encontraba a mitad de camino y al nivel de las puertas, se paró unos segundos para fotografiar aquella plácida habitación. Curiosamente, la alfombra no se encontraba donde recordaba haberla visto, por alguna razón se había movido mientras ella caminaba. Se acercó despacio a la alfombra. Sus fantásticas experiencias desde que ella y Troy habían sido aspirados fuera del océano habían hecho a Carol comprensiblemente cauta. Cuando estuvo más cerca, vio que aquel objeto plano que estaba en el suelo, no era precisamente una alfombra. Desde arriba parecía un complicado diseño interior, como una red compleja hecha de sofisticados chips electrónicos. En la superficie se veían extraños espirales y dibujos geométricos; no tenían significado específico para Carol pero le recordaban los diseños fractales que el doctor Dale le había mostrado una noche en su apartamento. Las simetrías del objeto eran claramente aparentes, en realidad, cada uno de los cuatro cuadrantes de la alfombra era idéntico a los otros.

Medía unos dos metros de largo, metro y medio de ancho y cinco centímetros de grueso. El color dominante era gris pizarra, aunque había otros colores significativos. Algunos de los mayores componentes debían tener un código de colores siguiendo un plan maestro.

Carol pudo identificar en el diseño grupos de elementos similares en rojo amarillo, azul y blanco. La armonía total de colores era sorprendente, dando a entender que los diseñadores habían hecho algún esfuerzo por incluir consideraciones estéticas.

Carol dobló las rodillas junto a la alfombra y la estudió más minuciosamente. Su superficie era compacta, cuanto más cerca miraba, más detalles encontraba. Extraordinaria, se dijo, ¿Pero qué demonios es? ¿Y cómo se ha movido? ¿O es posible que lo haya imaginado? Pasó la mano por su superficie y notó un suave cosquilleo, como una ligera sacudida eléctrica. La cogió por debajo del borde y alzó un poco. Pesaba mucho y retiró la mano.

Su deseo de escapar de aquel extraño mundo dominaba ahora su curiosidad. Carol fotografió la alfombra desde arriba y empezó a alejarse en dirección a la ventana, pero después de unos pasos se volvió rápidamente a la izquierda para mirar otra vez la alfombra. Había vuelto a moverse y estaba ahora a su mismo nivel. Carol siguió andando hacia la ventana, sin dejar de vigilar la alfombra por el rabillo del rojo. Cuando hubo caminado otros diez pasos, su visión periférica la vio arquearse por el centro, tirando de la parte trasera de su cuerpo hacia delante. Medio segundo después, la parte delantera de la alfombra saltó hacia delante otra vez y el centro volvió a quedar plano sobre el suelo. Esta maniobra se repitió seis u ocho veces en rápida sucesión mientras la alfombra lograba alcanzar a Carol.

Pese a su situación, Carol se echó a reír. Se sentía todavía tensa y llena de adrenalina, pero había algo decididamente humorístico en una alfombra multicolor que podía arrastrarse como un gusano.

—¡Ah! —dijo Carol en voz alta—. Te he cazado. Ahora me debes una explicación.

Por supuesto no esperaba una respuesta a su comentario. No obstante, tras una breve espera, el comportamiento de la alfombra varió. Primero empezó a generar pequeñas pulsaciones en su superficie, con cuatro o cinco ondulaciones de delante a atrás. Después de invertir vivamente la dirección del movimiento de las ondulaciones varias veces, el truco siguiente de la alfombra fue fijar la parte delantera en el suelo como si unos puntos de succión la mantuvieran sujeta, y alzar el resto completamente fuera del suelo. De este modo medía dos metros de altura. Parecía estar mirando a Carol.

Estupefacta, ésta dijo en voz alta «Me lo he buscado», pero aún estaba divertida por las locuras de la alfombra. Ahora le pareció que le indicaba que fuera a la ventana. Me he vuelto loca, pensó. Completamente loca. Troy tenía razón, tal vez estemos muertos. La alfombra se arqueó sobre el suelo y empezó a deslizarse hacia la ventana, dando saltos como un juguete mecánico. Carol la siguió. Esto es una locura, pensó al observar que la alfombra traspasaba la ventana y caía en el océano. ¡Y Alicia creía estar en el país de las maravillas!

La alfombra jugaba en el agua, esquivando los peces que pasaban nadando en bandadas, y molestando a un erizo de mar agarrado al arrecife. Por fin volvió a la habitación y se irguió. Un poco de agua cayó al suelo cuando la alfombra inició una serie simultánea de ondulaciones, latitudinales y longitudinales, que hicieron desprenderse los residuos de líquido de su superficie. Entonces se enfrentó con Carol y le indicó con toda claridad que saltara por la ventana al océano.

—Mira, estúpido aplanado —dijo riendo interiormente al tratar de imaginar qué podría decirle. Ahora sé que estoy loca, pensó fugazmente. Aquí estoy hablando con una alfombra, lo siguiente será que me conteste y continuó—, reconozco que estás tratando de hacerme pasar al mar, pero hay ciertas cosas que tú no…

La alfombra interrumpió la conversación volviendo a saltar al mar a través de la ventana, hizo un par de movimientos y volvió a entrar en la habitación junto a Carol. Por segunda vez se sacudió y se irguió rígida, como antes, como si le dijera: «¿Ves?, es fácil».

—Como te decía —volvió a empezar Carol—, puede que haya enloquecido, pero estoy dispuesta a creer que puedo atravesar la ventana de forma mágica. Mi problema es que ahí fuera hay agua y no puedo respirar en el agua. Sin mi equipo de buceo, que he dejado en alguna parte de este laberinto, moriré.

La alfombra no se movió. Carol repitió su declaración, sirviéndose de complicados gestos para afirmar sus palabras. Después se calló. Pasada una corta espera, la alfombra empezó a moverse activamente, se acercó a ella, y cuidadosa y asombrosamente se estiró en todas direcciones hasta alcanzar el doble de su tamaño original. Carol no estaba demasiado sorprendida, en este momento ya era incapaz de volver a asombrarse por nada, ni siquiera por una alfombra elástica que unió sus dos extremos, sobre su cabeza, para formar un cono.

Carol retrocedió unos pasos, apartándose de la ahora alfombra gigante.

—¡Ah, ya! Creo que te comprendo, va a formar una bolsa de aire para mí a fin de que pueda respirar —reflexionó un instante, quieta y por fin dijo sacudiendo la cabeza—. ¿Por qué no?, no es mucho más extraño que todo lo que nos ha ocurrido.

Con la alfombra alzada sobre y alrededor de la cabeza, Carol cerró los ojos y caminó directamente hacia la ventana. Respiró hondo al notar un contacto plástico, suave, en diferentes partes de su cuerpo. Al instante, el agua la rodeó por todas partes excepto por la pequeña bolsa de aire que la protegía, de cuello para arriba. Resultaba difícil para Carol conservar su disciplina de buceo, pero logró mantener nivelada la presión cada dos o tres metros durante la ascensión. Respiró profundamente una última vez y salió a la superficie. La alfombra se desprendió en el último metro, antes de salir del agua.

El Florida Queen estaba a unos cincuenta metros de distancia.

—¡Nick! —gritó todo lo fuerte que pudo—. ¡Nick!, por aquí —nadó furiosamente hacia el barco. Una ola rompió sobre su cabeza, volvía a ver el barco, podía distinguir una figura de perfil que miraba por la borda.

—¡Nick! —volvió a gritar Carol cuando hubo recobrado fuerzas. Esta vez la oyó y se volvió. Carol agitó los brazos.