7

Carol estaba claramente furiosa mientras esperaba sentada en la sala de comunicaciones del «Marriott Hotel». Tamborileaba con los dedos sobre la mesa mientras esperaba la llamada telefónica. Oyó un clic y la voz de Nick que decía: «No estoy en casa en este momento. Pero si…» Cortó rápidamente y ella misma terminó la frase «pero si deja su nombre, su número y la hora de su llamada, me pondré en comunicación con usted tan pronto vuelva». M-i-e-r-d-a. Mierda. Sabía que debí llamarle antes de salir de Miami.

Marcó otro número. Le contestó Bernice y la puso en contacto directo (por vídeo) con el doctor Dale Michaels. Carol no se molestó en saludar.

—¿Puedes creer que no encuentro a ese bandido? No está en su barco, no está en su casa, nadie sabe dónde está. Podía haberme quedado en Miami y dormir una siesta.

Carol no había contado gran cosa a Dale sobre Nick y Troy. Y lo que había dicho de Nick era poco halagador.

—Bien, ¿y qué esperabas? —respondió Dale—. Querías salir con aficionados porque eran una buena tapadera. ¿Por qué creíste que sería fácil encontrarle antes de la cita contigo? Ese tipo seguro que suele quedarse en la cama con su nena todo el día, hasta que tiene alguna razón para saludar al mundo —y Dale rio para sí.

Carol se sintió curiosamente fastidiada por el despectivo comentario de Dale sobre la vida amorosa de Nick. Empezó a decir algo pero cambió de opinión y solo dijo:

—Oye, Dale, ¿es segura esta línea telefónica? Tengo un par de cosas delicadas que quisiera discutir contigo.

Le sonrió.

—No debes preocuparte. Tengo sensores que avisan con un destello si algo inexplicable interfiere la línea. Incluso donde tú hablas.

—¡Magnífico! —Sacó su libretita y estudió una lista escrita a mano—. Por lo que Arnie Webber sabe —dijo mirando a la cámara—, no hay prohibición legal contra el salvamento de ninguna propiedad del Gobierno de los Estados Unidos, siempre y cuando se devuelva a su propietario legal inmediatamente después de su salvamento. Así que, si sacara el misil no cometería, técnicamente, ningún crimen.

Borró la primera línea de su lista.

—Pero, Dale, durante el vuelo hacia aquí desde Miami, se me ha ocurrido algo más. El objeto es, después de todo, una especie de misil dirigido. ¿Y si explota? ¿Estoy loca por pensar en estas cosas? ¿O estará en cierto modo inutilizado o algo así por el mero hecho de hallarse allá abajo, en la arena y en agua salada, durante varios días?

—A veces, Carol —rio Dale—, eres divina. Estoy más que convencido de que el nuevo misil está diseñado para operar tanto en el aire como en el agua. Y no creo que la arena estropeara su mecanismo delicado en un período de tiempo tan corto. Sin embargo, el hecho de que no haya estallado aún me sugiere que, en primer lugar, no estaba cargado, excepto, posiblemente, por un pequeño aparato destructor que puede, o no, haber fallado. Salvando ese misil estás corriendo un riesgo calculado. Sigo sugiriendo firmemente que te sumerjas, consigas las fotografías y después des publicidad a la historia. Subir el misil para enseñarlo me parece un espectáculo más que una labor de periodismo. Además, es peligroso.

—Como te he dicho en el coche —Carol se mostró tajante—, tienes todo el derecho a opinar. La Marina podría alegar que he trucado las fotografías, pero no pueden discutir ante un misil con presencia física y que puede ser claramente visto por los telespectadores de toda una nación. Quiero el máximo impacto para la historia.

Borró otra nota de la lista de su cuaderno.

—¡Oh, sí!, se me olvidó mencionar que he conocido a otro capitán de barco, en realidad un poco pinta, viejo, gordo y que se llama Homer. Pareció reconocerme al momento. Yate grande, dinero y demás. Extraña tripulación…

—¿Se apellida Ashford? ¿Homer Ashford? —la interrumpió Dale.

Carol asintió:

—¿Así que le conoces?

—Ya lo creo. Era el jefe de la expedición que encontró el tesoro del Santa Rosa, en 1986. Tú también le conociste, aunque es obvio que lo has olvidado. Él y su mujer fueron invitados al banquete de la entrega de premios del IOM a principios de 1993. —Dale se quedó pensando—. Eso mismo. Ahora recuerdo que llegaste tarde al banquete por causa de la amenaza de Juan Salvador contra ti. Pero estoy sorprendido de que los hayas olvidado, especialmente a la mujer. Era una mujer grande y gorda que pensó que no valías gran cosa.

Poco a poco, todo fue encajando en la memoria de Carol. Recordó una noche curiosa, después de que empezara a salir con Dale. Había escrito un artículo en el Herald sobre tráfico de cocaína, y sugerido que el concejal cubano, Juan Salvador, entorpecía deliberadamente las investigaciones policiales. A mediodía de aquel día, una fuente habitualmente de confianza había llamado a su jefe, en el periódico, para decirle que el señor Juan Salvador había amenazado la vida de Carol. El Herald le había asignado un guardaespaldas y recomendado que modificara su programa habitual, de modo que sus movimientos no fueran nunca precisos.

Aquella noche, en el banquete del IOM, Carol estaba como atontada. El guardaespaldas llevaba solamente tres horas con ella y ya se sentía confinada y encarcelada, pero la amenaza la había asustado realmente. En el banquete, había estudiado cada rostro en busca de un asesino, esperando que alguien diera el primer paso. Ahora, sentada en la sala de comunicaciones del hotel, catorce meses después de aquello, recordó vagamente haber conocido a Homer (iba vestido de etiqueta) y a una mujer jovial y gorda que la había seguido durante unos minutos. ¡Maldición!, pensó Carol. Vuelve a fallarme la memoria. Debí reconocerle al momento. ¡Qué estúpida!

—En efecto —reconoció Carol—. Ahora les recuerdo. Pero ¿por qué vinieron al banquete del IOM?

—Era un banquete en honor de nuestros principales bienhechores. Homer y Ellen habían sido grandes patrocinadores de nuestro esfuerzo de vigilancia submarina. En realidad, ha probado in situ muchos de nuestros prototipos, en sus instalaciones de Cayo West y además con resultados sólidos. La mejor recopilación de reacciones vigilante/intruso que nadie haya catalogado jamás. Precisamente, fue Ashford el que nos mostró como puede engañarse un MQ-6…

—Está bien, está bien —comentó Carol, dándose cuenta de que su grado de tolerancia era aún muy bajo—. Gracias por la información. Son las cuatro menos cuarto, voy a bajar al puerto para encontrarme con Nick Williams y organizarme para mañana. Si surge algo nuevo, te llamaré a casa esta noche.

Ciao —se despidió Dale Michaels, tratando, sin éxito, de parecer sofisticado—, y por favor ten cuidado.

Carol dejó el teléfono con un suspiro. Se preguntó si debía pasar uno o dos minutos imaginando adónde acabarían yendo ella y Dale. O no yendo, según fueran las cosas. Recordó todo lo que necesitaba hacer, cerró su libreta y se levantó de la butaca. Pensó, ahora mismo, no tengo tiempo de pensar en Dale. Pero tan pronto como me sobre un minuto en esta loca vida mía, lo haré.

Carol realmente estaba echando humo cuando entró por segunda vez en la oficina del puerto. Se acercó al mostrador de información saliéndole fuego por los ojos y dijo furiosa a Julianne:

—Señorita, como ya le he dicho hace un cuarto de hora, tengo una cita, aquí, con Nick Williams y Troy Jefferson. Como puede ver son las cuatro y media pasadas.

Carol señaló el reloj digital con un gesto amplio e impaciente que obligó a Julianne a mirar.

—Ambas hemos comprobado independientemente que Mr. Williams no está en su casa. Ahora bien, ¿va usted a darme el número del teléfono de Mr. Jefferson o le hago una escena?

A Julianne no le gustaba Carol ni sus aires de superioridad así que se mantuvo en sus trece:

—Como ya le he dicho Miss Dawson —insistió correctamente pero en un tono mordiente—, la política del puerto prohíbe que demos los números de teléfono de los propietarios de barcos de su tripulación. Es una cuestión de intimidad. Ahora bien, si tuviera usted un contrato a través de nosotros —continuó Julianne, refocilándose en su momento de gloria—, nuestra obligación sería ayudarla. Pero, como he dicho antes, al…

—Maldita sea, ya lo sé —saltó Carol furiosa. Golpeó el mostrador de Julianne con el sobre de fotos que llevaba—. No soy una imbécil, ya lo hemos dicho antes. Le he insistido en que tenía que encontrarme aquí con ellos a las cuatro, ahora bien, si no quiere ayudarme, quiero hablar con su jefe, el gerente o lo que sea.

—Bien —respondió Julianne, echando chispas de desprecio—. Si quiere tomar asiento allí, veré si puedo localizar…

—No pienso tomar ningún asiento —gritó Carol exasperada—. Quiero verle ahora mismo, se trata de algo extremadamente urgente. Venga, levante ya el teléfono y…

—¿Ocurre algo? Tal vez puede ayudar —Carol giró sobre sí misma. Homer Ashford estaba exactamente detrás de ella y hacia la derecha, cerca de la puerta en dirección a los embarcaderos, Greta y una mujer gorda (Ésa es Ellen. Ahora la recuerdo, pensó Carol) hablaban en voz baja. Ellen sonrió a Carol mientras Greta la traspasaba con la mirada.

—¡Ah!, hola, capitán Homer —le saludó Julianne con dulzura—, le agradezco su pregunta. Pero creo que todo está bajo control. Miss Dawson, aquí presente, acaba de indicarme que no acepta mi explicación sobre nuestras normas. Va a esperar a que…

—Quizás pueda usted ayudarme —interrumpió Carol agresiva—. Tenía una cita aquí a las cuatro con Nick Williams y Troy Jefferson y no han aparecido. ¿Sabe por casualidad el teléfono de Troy?

El capitán Homer dirigió una mirada suspicaz a Carol y tras cambiar una ojeada fugaz con Ellen y Greta se volvió a ella.

—¡Vaya!, es una sorpresa volver a verla por aquí, Miss Dawson. Esta mañana precisamente, hablábamos de usted diciendo que esperábamos que lo pasara muy bien en su día libre, en Cayo West —calló para ver el efecto de sus palabras—. Ahora me pregunto por qué ha vuelto, al día siguiente. ¿Y creo haber oído correctamente que necesitaba ver a Williams y a Jefferson para algo sumamente urgente? ¿No tendrá nada que ver con todo ese equipo que trajo ayer, verdad? ¿O con la bolsa gris que Williams custodia desde anoche?

¡Ajá!, pensó Carol, al ver que Ellen y Greta se le acercaban. Estoy rodeada. El capitán Homer se disponía a coger el sobre cerrado que Carol había dejado sobre el mostrador de Julianne, pero Carol le detuvo.

—Si no le importa, capitán Ashford —dijo con firmeza, al mismo tiempo que le quitaba el sobre de la mano, guardándolo bajo su brazo y bajando la voz—. Me gustaría hablar con usted en privado —y Carol indicó con la cabeza a las dos mujeres—. ¿Podemos salir un momento al aparcamiento?

Los ojillos de Homer la miraron y después le dedicó la misma sonrisa lujuriosa y desagradable que Carol había observado en el Ambrosia.

—Por supuesto, hija mía —al salir con Carol gritó a Ellen y Greta—: Esperadme aquí, tardaré un minuto.

La necesidad es la madre del invento, pensó Carol al pasar la puerta junto a Homer Ashford. Así que a ver que inventas, bruja, ahora, en este momento.

Caminaron unos pasos hasta el aparcamiento… Carol se volvió al capitán Homer al llegar, con expresión conspiradora.

—Apuesto a que ya imagina por qué estoy aquí —dijo—. No lo quería así porque pensaba que sería una historia mejor si nadie se enteraba de lo que estaba haciendo… Pero obviamente es usted demasiado listo para mí —Homer sonrió como un bobalicón—, sin embargo, quisiera pedirle que no lo propague más de lo necesario, puede contárselo a su esposa y a Greta, pero por favor, a nadie más. El Herald quiere que sea una sorpresa.

Homer estaba desconcertado. Carol se inclinó hacia él y casi le murmuró al oído:

—La sección entera del magazine del domingo en la cuarta semana de abril. ¿No le parece increíble? Título provisional: «Sueños de riqueza», historias sobre personas como usted, como Mel Fisher, como los cuatro de Florida que ganaron más de un millón de dólares cada uno, en la lotería. Sobre cómo cambia la vida una riqueza súbita. Lo hago yo todo. Empieza con el enfoque del tesoro por su interés general.

Carol veía que al capitán Homer le daba vueltas la cabeza. Sabía que lo tenía desconcertado y por tanto vulnerable:

—Ayer me propuse mirar rápidamente su barco, ver como vivía, qué daría en fotografía. Al reconocerme tan pronto tuve que despistar. Pero desde el primer momento me propuse salir con Williams antes que con nadie —Carol rio—. Mi equipo de buscadora de tesoros del IOM le dejó confuso y todavía cree que soy una auténtica buscadora de tesoros. Ayer casi dejé terminada mi entrevista con él, sólo he vuelto para un par de datos que quedaron en el aire.

Una alarma sonó en la mente de Homer Ashford cuando Carol habló de engañar a Nick Williams. No estaba seguro de creerse la historia de esta reportera escurridiza, ni siquiera ahora. Se dijo que la historia era plausible, pero había una gran cuestión sin respuesta. Preguntó:

—¿Pero qué es lo que lleva Williams en esa bolsa?

—Eso —contestó Carol percibiendo su desconfianza—, no es nada. O casi nada —alzó las cejas y volvió a reír—. Ayer por la tarde sacamos una vieja chuchería sin valor a fin de poder fotografiar el salvamento para mi historia. Le dije que hoy fuera a que se lo valoraran. Piensa que soy una excéntrica. Debe mantenerlo escondido en la bolsa porque le da vergüenza y no quiere que nadie le vea con ello.

Carol golpeó ligeramente a Homer con el codo en las costillas. Él sacudió la cabeza, por una parte se daba cuenta de que le estaban contando una mentira inteligente, pero, curiosamente, en parte tenía tanto sentido que Homer no veía donde estaba el engaño. Por un momento frunció el ceño.

—Me figuro pues, que querrá hablar con nosotros cuando termine con esos dos…

En aquel momento preciso y sin que Carol lo supiera, Nick y Troy entraron en el aparcamiento del puerto. Todavía estaban algo bebidos y atontados.

—¡Vaya, vaya, vaya! —dijo Troy al descubrir a Carol y al capitán Homer conversando—. Creo que mis ojos se han vuelto locos, me están enviando la imagen de la bella y la bestia al cerebro. Se trata de Miss Carol Dawson junto a nuestro gordo y favorito capitán. Ahora dime, ¿de qué supones que estarán hablando?

—No lo sé —contestó Nick erizándose al instante—, pero ten la maldita seguridad de que voy a averiguarlo. Si nos está traicionando… —metió rápidamente el coche en una plaza libre y se dispuso a saltar afuera. Troy le cazó a tiempo y le retuvo.

—¿Por qué no dejas que lo haga yo? —sugirió— creo que el humor es la postura indicada.

Nick lo pensó un instante.

—Puede que tengas razón. Te dejaré ir primero.

Troy apareció ante ellos en el momento en que Carol y el capitán Homer terminaban su conversación.

—¡Hooooola, ángel! —dijo desde lejos— ¿qué ocurre?

Carol levantó la mano para indicar que le había oído pero sin darse la vuelta para saludarle.

—Así que es Columbia 2748, inmediatamente pasado el «Pelican Resort» ¿mañana por la noche a las ocho y media?

—Sí —contestó Homer. Saludó con la cabeza en dirección a Troy y se dispuso a marchar—. La esperaremos. Traiga mucha cinta porque es una historia muy larga —hizo un furioso ruido con la boca—. Y dispóngase a quedarse para la pequeña fiesta de después.

Homer estaba ya a unos pasos de distancia cuando Troy llegó junto a Carol:

—Hola, capitán Homer. Adiós, capitán Homer —dijo haciéndose el gracioso. Se inclinó para besar la mejilla de Carol—. Hola, ángel…

—Basta —Carol apartó la mejilla—. Hueles como una cervecería, no me sorprende que haya tenido que recorrer toda la ciudad en vuestra busca —vio a Nick acercándose a través del aparcamiento. Llevaba la bolsa en la mano. Alzó la voz—. Bien, Mr. Williams, que agradable sorpresa. Cuánto agradezco que usted y su hermano pudieran bajar de sus taburetes de bar a tiempo de llegar a su cita —miró su reloj—. Vaya, vaya —dijo con sarcasmo—, elegantemente retrasados. Veamos, si uno espera quince minutos a un profesor auténtico, ¿cuánto tiempo hay que esperar a uno falso?

—Déjese de ironías, señorita sabelotodo —exclamó Nick, reaccionando furioso ante sus pullas. Se reunió con Carol y Troy y contuvo el aliento—. También tenemos algo que aclarar con usted. ¿Qué le estaba contando a ese lameculos de Ashford?

Nick sonaba amenazador. Carol se dispuso a atacar:

—Oíganle bien, el típico macho, macho. Siempre echando la culpa a la mujer. «Hey, perra», dice, «olvida que llego tarde, olvida que soy una bestia arrogante, en cualquier caso fue culpa tuya…»

—¡Eh, eh…! ¡eh! —se interpuso Troy. Carol y Nick se miraban con rabia. Ambos empezaron a hablar a la vez, pero Troy volvió a interrumpirles—. Niños, niños, por favor. Tengo algo importante que decir —ambos se le quedaron mirando mientras alzaba los brazos pidiendo paz. Luego adoptó una postura erguida y simuló leer—. «Ochenta y siete años atrás nuestros abuelos montaron una nueva nación en este continente…»

Carol cedió primero.

—Troy —exclamó sonriendo, pese a su enfado—, eres imposible. Eres, además, ridículo.

Un Troy sonriente golpeó a Nick en el hombro.

—¿Qué tal lo he hecho, profesor? ¿Sería un buen Lincoln? ¿Podría un chico negro y simpático resultar un buen Lincoln para los blancos?

Nick sonrió de mala gana y miró al suelo de cemento mientras Troy parloteaba. Cuando Troy acabó, el tono de Nick hacia Carol fue conciliatorio:

—Siento que llegáramos tarde —se excusó con voz comedida—, se nos pasó la hora. Aquí tiene el tridente.

Carol reconoció lo difícil que había sido para él excusarse. Lo aceptó amablemente con una sonrisa y un gesto de las manos.

—Guarde el tridente un poco más —dijo tras una breve silencio—. Tenemos muchas otras cosas de que hablar —miró el derredor—. Pero éste podría ser el lugar equivocado en el momento equivocado.

Los dos hombres la miraron inquisitivamente.

—Tengo noticias excitantes —les explicó—, algunas de las cuales están aquí, en las fotografías que revelé esta mañana. El caso es que el telescopio recogió una señal infrarroja procedente de la fisura, que emanaba de un gran objeto u objetos —se volvió a Nick—. Puede ser más tesoro, pero no podemos estar seguros de lo que es basándonos en las imágenes.

Nick tendió la mano, pero Carol apartó el sobre.

—Ni aquí, ni ahora. Demasiados ojos y demasiadas orejas. Les doy mi palabra. Lo que debemos hacer ahora es decidir y planear. ¿Pueden sacarme otra vez mañana por la mañana temprano y estar dispuestos para el salvamento de objetos tan grandes como de cien kilos? Por supuesto, voy a pagar otra vez por alquilar el barco.

—¡Uau! —silbó Nick— ¡cien kilos! Estoy impaciente por ver las fotografías —se tranquilizó al instante—. Necesitaremos pedir una draga y…

—Todavía tengo el telescopio y podremos utilizarlo de nuevo —añadió Carol mirando el reloj—. Son casi las cinco, ¿cuánto tiempo creen que necesitarán para prepararse?

—Tres horas, cuatro como máximo —contestó Nick tras un rápido cálculo—. Con la ayuda de Troy, naturalmente —añadió.

—Encantado, amigos míos. Y como Angie ha reservado una mesa para mí en «Sloppy Joe» esta noche, a las diez y media, para el espectáculo, ¿por qué no nos encontramos allí y repasamos los detalles para mañana?

—¿Angie Leatherwood es amiga tuya? —exclamó Carol claramente impresionada—. No la he vuelto a ver desde que tuvo su gran éxito… —esperó un instante y luego tendió el sobre a Nick—. Estudie estas fotografías en privado. La serie está tomada debajo del barco, donde nos sumergimos, algunas son ampliaciones de otras. Puede que sus ojos tarden algo en ajustarse a los colores, pero lo que buscamos es el objeto u objetos de color marrón —Carol se dio cuenta de que ambos hombres estaban ansiosos por ver las fotografías. Fue con ellos hasta el coche de Nick—. Así que nos veremos en «Sloppy Joe» a eso de las diez y cuarto —y se volvió para dirigirse a su aparcamiento.

—¡Eh!, Carol, un minuto —la llamó Nick. Carol esperó mientras él repentinamente embarazado, trataba de imaginar cómo formular su pregunta—. ¿Le importaría decirnos de qué hablaba con el capitán Homer? —terminó prudentemente.

Carol les miró a los dos y se echó a reír.

—Me lo encontré mientras estaba en la oficina tratando de llamaros por teléfono. Quería saber qué era el objeto encontrado ayer. Le despisté diciéndole que estaba escribiendo un artículo sobre todos los miembros de la tripulación que encontró el tesoro del Santa Rosa, hace ocho años.

Nick miró a Troy con simulado disgusto.

—Lo ves, Jefferson —dijo con exagerado énfasis—. Ya te dije que habría una explicación lógica —ambos hombres saludaron a Carol con la mano mientras ésta iba hacia su coche.