La camaradería persistió durante parte del camino de regreso al puerto. Nick ya no estaba taciturno. Excitado por lo que creía era el descubrimiento inicial de un gran tesoro sumergido, hablaba por los codos y contó por lo menos dos veces su encuentro con la ballena. Estaba seguro de que la colisión había sido accidental que la ballena simplemente se desplazaba en aquella dirección por alguna razón, y no se había dado cuenta de que él estaba allí.
—Imposible —había afirmado cuando Carol sugirió que la ballena le había golpeado deliberadamente porque le vio ir hacia la fisura del arrecife—. ¿Quién ha oído jamás hablar de ballenas guardando un punto en el océano? Además, si su teoría es cierta, ¿por qué la ballena no me atacó de verdad y acabó conmigo? ¿Me pide que acepte que las ballenas custodiaban una cueva subterránea? ¿Y que con el empujón me advertían de que no me acercara? —se rio de buena gana—. Deje que le pregunte algo, Miss Dawson, ¿cree usted en hadas y elfos?
—Desde donde me encontraba yo —respondió Carol—, le aseguro que todo fue planeado.
No tocó más el tema, en realidad, tras las primeras exclamaciones, no habló gran cosa durante el trayecto de regreso a Cayo West. Ella también estaba excitada pero preocupada porque si hablaba demasiado podría, sin querer, dar a conocer sus pensamientos sobre la posible conexión entre lo que habían visto y el misil perdido. Tampoco quería mencionar su miedo sobrenatural, poco antes de que la ballena empujara a Nick, o la red de huellas que creyó hacer visto converger bajo la base de la fisura.
En cuanto a Nick, el objeto descubierto era decididamente parte de un tesoro. No le preocupaba el hecho de que estuviera oculto bajo un saliente al final de unos extraños surcos. Se lo quitó de la cabeza sugiriendo que tal vez alguien había encontrado el tesoro sumergido unos años antes y había ocultado algunas de las mejores piezas. (Pero ¿por qué las huellas eran recientes? ¿Y qué las había hecho? Carol quería hacer estas preguntas pero se dio cuenta de que era mejor, en interés de Nick, dejarle seguir convencido de que había encontrado un tesoro). Nick estaba cerrado a todo argumento e incluso a cualquier hecho que no apoyara su teoría del tesoro. Para él era emocionalmente vital que aquel gancho de oro fuera la primera pieza de un gran descubrimiento, y como la mayoría de la gente, era capaz de bloquear sus facultades críticas normalmente agudas, cuando éstas implicaban una complicación emocional del resultado.
Cuando Nick y Carol se calmaron lo bastante como para escuchar, Troy tuvo oportunidad de contar su historia.
—Después de que abandonarais el área situada debajo del barco, supongo que para seguir la trinchera, empecé a preocuparme y me puse a vigilar continuamente el monitor. Ahora bien, ángel, esas tres ballenas siguieron nadando en su mismo estúpido recorrido durante más de una hora, así que no las vigilé de cerca.
Troy se había levantado de su tumbona y paseaba por delante de Carol y Nick. Era una noche oscura; unas nubes bajas venidas del norte bloqueaban la luna y oscurecían la mayoría de las estrellas. El reflector en la parte de la marquesina iluminaba de vez en cuando las finas facciones de Troy al entrar y salir de las sombras.
—Como me proponía encontraros, alcé la supresión de la alarma tal como me enseñó usted y oí regularmente el ding-dong-ding de las ballenas. Ahora, oídme bien, pasados un par de minutos, sonó una cuarta alarma. Miré el monitor, esperando veros a uno de vosotros, y vi otra ballena, de la misma especie, nadando por debajo de las otras tres y en dirección opuesta. A los diez segundos, las ballenas originales dieron la vuelta rompiendo su continuo giro y siguieron a la nueva ballena fuera del monitor, a la izquierda. Ya no volvieron.
Troy terminó la historia en un tono dramático y Nick rio con fuerza:
—¡Jesús!, Jefferson, hay que ver cómo cuentas una historia. Supongo que ahora me dirás que esas ballenas estaban estacionadas allí y que la nueva vino a darles órdenes distintas. O algo parecido. Cielos, entre tú y Carol, querréis hacerme creer que las ballenas están organizadas en patrullas o algo así.
Nick se calló. Troy estaba decepcionado porque Carol no había dicho nada.
—Ahora —continuó Nick sin dar importancia a la historia de Troy y yendo al asunto en el que estaba pensando desde hacía casi una hora— tenemos algo muy importante que discutir. Hemos traído del océano algo que seguro que vale mucho dinero. Si nadie más puede demostrar que le pertenece, pertenecerá a los que lo han encontrado.
Nick miró primero a Carol y después a Troy:
—Aunque soy el capitán y propietario de este barco y he subido el objeto desde el mar, estoy preparado a repartir las ganancias entre los tres. ¿Os parece justo a vosotros dos?
Hubo un silencio moderadamente largo antes de que Troy contestara:
—Claro, Nick, me parece justo —Nick sonrió y estrecho su mano. Luego tendió la mano a Carol.
—Un momento —dijo ésta sin inmutarse mirando directamente a Nick y sin aceptar su mano—. Puesto que usted es el que ha decidido iniciar esta conversación, hay varios puntos más que discutir. No es simplemente una cuestión de dinero por el objeto. Está también la cuestión de posesión. ¿Quién guarda el objeto de oro? ¿Quién decide si lo ofrecido es un precio justo? ¿Qué estamos dispuestos a decir o no decir a los demás? ¿Y qué pasa si se encuentran más objetos por uno o más de nosotros? ¿Lo compartimos todo? Hay todo un acuerdo que debemos aclarar antes de atracar.
Nick frunció el ceño.
—Ahora comprendo por qué ha estado tan callada estos últimos minutos. Ha estado pensando en su parte. La había juzgado mal, pensé que habría decidido no crear más problemas…
—¿Quién ha hablado de crear problemas? —le interrumpió bruscamente Carol, alzando ligeramente la voz—. Si quiere saberlo, estoy poco interesada en el maldito dinero. Aceptaré alegremente el tercio de dólares que me toque por el tridente, porque es cierto que me los merezco. Pero si hay más tesoros ahí abajo y usted y Troy pueden encontrarlos sin mí, suyo será. Lo que yo quiero es algo más.
Ambos hombres la escucharon ahora atentamente:
—Antes que nada, quiero los derechos exclusivos de esta historia, y esto quiere decir secreto absoluto sobre lo que hemos encontrado, cuándo, dónde y todo lo relacionado con ello… por lo menos hasta que tengamos la seguridad de que no hay más que saber. Segundo, quiero posesión inmediata del objeto durante cuarenta y ocho horas, antes de que nadie más sepa que existe. Después, pueden quedárselo y llevarlo a las autoridades para que lo evalúen.
¡Ho, ho!, se dijo Carol al ver las curiosas miradas que había provocado en Nick y Troy. Me he pasado. Sospechan algo. Mejor aflojar un poco. Les dirigió una sonrisa resplandeciente y terminó:
—Les he expuesto mi punto de vista inicial. Supongo que van a ser necesarias ciertas negociaciones.
—Caramba, ángel —rio Troy—, vaya perorata. Por un instante pensé que había todo un juego en marcha y que era la única que lo jugaba. Naturalmente, tanto el profesor como yo estaremos encantados de discutir un acuerdo con usted, ¿verdad, Nick?
Nick afirmó con la cabeza, pero a él también le había intrigado la minuciosa exposición e inconfundible intensidad de la reacción de Carol. Parecía desproporcionada al valor periodístico de lo encontrado. ¿Trata acaso de fomentar una rivalidad entre nosotros?, pensó. ¿O es que hay algo que se me escapa?
Ya habían llegado a un acuerdo cuando el Florida Queen atracó en el muelle de Cayo West. Nick se llevaría el juguete de oro (a ambos hombres les gustó el nombre que le había dado Carol) el viernes por la mañana. Había una anciana de Cayo West que era un compendio de conocimientos sobre tesoros y podría indicarles su valor y su probable lugar de origen. La mujer sería también testigo de su descubrimiento en caso de que el tridente se perdiera. El viernes por la tarde, los tres se reunirían en el barco o en el aparcamiento del puerto, a las cuatro. Nick entregaría el objeto a Carol y ella lo tendría durante el fin de semana. Después de devolvérselo a Nick el lunes por la mañana, él se haría responsable de su cuidado y eventual venta. Los tres eran copropietarios del tridente, pero Carol soslayó cualquier interés en futuros descubrimientos. Carol redactó los términos del sencillo acuerdo en el dorso del menú de un restaurante, que sacó del bolso, todos lo firmaron, y les prometió entregarles copias al día siguiente.
Troy estaba apagado y silencioso mientras cargaba otra vez el equipo de Carol en el cofre. Lo levantó sobre el carrito y tiró de éste por el muelle. Carol caminaba a su lado. Eran casi las nueve y el puerto estaba en silencio. Las altas farolas fluorescentes creaban extraños reflejos en los muelles de madera.
—Bien, ángel —dijo Troy cuando él y Carol llegaban al despacho central—, ha sido un gran día. He sido realmente feliz en su compañía —se volvió a mirarla. Su cabello negro se había secado a medias y parecía un poco despeinado, pero su rostro era hermoso a la luz de los reflejos. Troy desvió la mirada hacia el agua y los barcos—. ¿Sabe?, es una vergüenza cómo se desenvuelve la vida a veces. Se tropieza uno con alguien, por casualidad, se inicia una amistad y de pronto, ¡puf! se acabó. Es todo tan… tan transitorio.
Carol se le acercó y empinándose le dio un beso en la mejilla.
—Tú sabes que también me gustas —le respondió e iluminó las palabras con una sonrisa, asegurándose de que Troy comprendía la clase de amistad que podían tener—. Anímate. No está todo perdido, volverás a verme mañana un rato y también quizá cuando devuelva el juguete el lunes.
Le cogió del brazo y anduvieron juntos por el muelle, lejos del carrito cargado.
—¡Quién sabe! —rio Carol—. Vuelvo a los Cayos de vez en cuando, podríamos tomarnos unas copas y me contarías más historias —apenas se distinguía el foco de la marquesina del Florida Queen a unos cien metros de distancia—. Veo que tu amigo el profesor está aún trabajando. Las despedidas no son su fuerte, y ningún tipo de modales por lo que he visto.
Le soltó el brazo y se volvió en busca del carrito. Pasaron por las oficinas aparentemente desiertas, sin hablar. Cuando el cofre estuvo cargado en la ranchera, Carol abrazó a Troy:
—Eres una gran persona Troy Jefferson. Te deseo lo mejor.
Nick se disponía a marchar cuando Troy regresó al barco. Estaba llenando una bolsa.
—Tiene un aspecto inocente, ¿no crees Troy? Nadie sospecharía que uno de los grandes tesoros del océano está dentro… —hizo una pausa y cambió de tema—. ¿La has dejado a salvo en su coche? Bien. Es una mujer rara ¿verdad?, misteriosa y agresiva, pero a la vez tan bonita. Me pregunto ¿qué le interesa?
Nick cerró la cremallera de la bolsa y caminó por el lado de la marquesina.
—Ordena sólo el equipo de buceo esta noche. No te preocupes por el resto del barco… lo ordenaremos mañana. Me voy a casa a soñar con riquezas.
—Hablando de riquezas, profesor —sonrió Troy— ¿qué hay del préstamo de cien dólares que te pedí el martes? No me has vuelto a decir nada, y entonces me dijiste que veríamos.
Nick se acercó lentamente a Troy y se plantó delante de él. Le habló muy despacio:
—Debí de haber hecho un discurso cuando me pediste el primer préstamo. Y aquí estamos ahora, prestatario y prestamista, y no me gusta. Te prestaré cien dólares, Mr. Troy Jefferson, pero ésta es la última vez. Por favor, no vuelvas a pedirme nada más. Estos préstamos para tus supuestos inventos me hacen difícil trabajar contigo.
A Troy le sorprendió la inesperada dureza del tono de Nick y también le irritó la indiferencia de la última frase.
—¿Estás insinuando —dijo Troy con voz contenida, sin dejar traslucir su enfado— que no te digo la verdad, que no me gasto el dinero en la electrónica? ¿O me estás diciendo que no crees que un negro ignorante pueda inventar algo que merezca la pena?
Nick volvió a mirarle.
—Ahórrame tu justa indignación racial. Esto no es una cuestión de prejuicios o mentiras, es dinero, pura y simplemente dinero. Mis préstamos están jodiendo nuestra amistad —Troy iba a hablar pero Nick no le dejó—. Mira, éste ha sido un día muy largo. Y también fascinante. He dicho cuanto quería decir sobre el préstamo y considero terminado el asunto.
Nick recogió su bolsa, dio las buenas noches y salió del Florida Queen. Troy pasó detrás de la marquesina para ordenar el equipo de buceo. Diez minutos más tarde, cuando estaba terminando, oyó que alguien le llamaba:
—¡Troy…! ¡Troy!, ¿eres tú? —gritó una voz con fuerte acento.
Troy se asomó y vio a Greta de pie en el muelle, bajo la luz fluorescente. Aunque ahora el aire era fresco, vestía su habitual y escaso bikini que ponía en evidencia su maravilloso físico. Troy le dedicó una gran sonrisa:
—¡Vaya, vaya, si es la supergermana! ¿Cómo demonios estás? Veo que sigues cuidando ese imponente cuerpo.
Greta esbozó un principio de sonrisa.
—Homer, Ellen y yo organizamos una pequeña fiesta esta noche, vimos que estabas aún trabajando y pensamos que a lo mejor te gustaría venir cuando termines.
—Puedes que sí —dijo Troy moviendo la cabeza—. A lo mejor sí que voy.