El teniente Richard Todd esperaba impaciente mientras el ayudante del procesador de datos hacía las últimas correcciones en las hojas magistrales.
—Venga, venga. Se supone que la reunión empieza dentro de cinco minutos y todavía tenemos que hacer un par de modificaciones.
La pobre chica estaba claramente atosigada por el oficial naval, que miraba por encima de su hombro mientras ella trabajaba en el monitor de esquemas. Corrigió un par de faltas de ortografía en una de las hojas y pulsó la tecla de retorno. En la pantalla, frente a ella, apareció un mapa delineado por la computadora, del sur de Florida y de los Cayos. Con un marcador de luz intentaba seguir las instrucciones del teniente Todd e iluminar las áreas específicas que le iba describiendo.
—Ya está bien —dijo por fin el teniente—. Con esto se termina el grupo. Ahora pulse el botón de reproducción y copia. ¿Cuál es la clave inicial? ¿17BROK01? Bien. ¿Está en máximo secreto? Bien. ¿Cuál es la contraseña de hoy?
—«Matisse», teniente —le contestó levantándose para dar la vuelta a la máquina y recoger la copia completa de su trabajo de presentación. Todd tenía una expresión vacía. Sarcásticamente, la muchacha le aclaró—: Era un pintor francés. M-A-T-I-S-S-E, por si no se aclara.
Todd firmó el recibo de la copia de su material y garabateó el nombre de Matisse en una hoja de borrador. Dio las gracias parcamente a la muchacha y abandonó la estancia, dirigiéndose a la salida del edificio y de allí a la calle.
El centro de conferencias para la Estación Aéreo-Naval de los Estados Unidos en Cayo West, estaba al lado. Era un edificio nuevo y de diseño moderno, uno de los pocos edificios de la base que rompía la monotonía arquitectónica que podía describirse como «estuco blanco Segunda Guerra Mundial». El teniente Todd trabajaba en uno de los indefinibles edificios blancos, como jefe de Proyectos Espaciales del lugar. Todd y su grupo eran esencialmente los «parachoques» de proyecto a proyecto cuando se les necesitaba. Todd tenía veintiocho años, graduado por Annápolis en ingeniería aeroespacial, era un aguerrido solterón de la Marina que había crecido en Litteleton, un suburbio de Denver, Colorado. Todd era ambicioso y tenía prisa. Le parecía que por estar en Cayo West se encontraba marginado y deseaba tener la oportunidad de trasladarse a donde pudiera realmente demostrar su valía, un centro de diseño de armas, por ejemplo, o incluso el Pentágono.
El letrero colocado sobre la puerta del centro de conferencias rezaba «Máximo Secreto-Flecha Rota». El teniente Todd comprobó su reloj, faltaba un minuto para las 09.30, la hora de la reunión. Metió un código alfanumérico en la cerradura de la puerta y entró por la parte de atrás, en una sala de conferencias de tamaño medio con tres grandes pantallas al frente. Su grupo de cinco oficiales jóvenes y un par de miembros del Estado Mayor ya había llegado. Estaban de pie junto a una mesa con café y donuts, a la izquierda. El comandante Vernon Winters se sentaba solo en el centro de una larga mesa que cruzaba la habitación y virtualmente la partía en dos. Estaba frente a las pantallas, de espaldas a la puerta de entrada.
—Ya está bien —dijo Winters después de haber mirado primero a su alrededor y luego al marcador digital de tiempo, situado en lo alto y a la izquierda de la pared delantera—. Empecemos. ¿Está usted preparado, teniente Todd?
Los demás oficiales se sentaron alrededor de la mesa. En el último minuto otro oficial superior entró en la sala y se acomodó en una de las butacas de atrás.
Todd anduvo a lo largo de la mesa del centro, subió a un podio que tenía un teclado incrustado debajo de un pequeño monitor y miró al comandante Winters contestándole:
—Sí, señor.
Activó el sistema computerizado del podio e indicó que quería acceso a la base de datos secretos. Entonces introdujo un complicado dato cifrado que era la primera parte del sistema de contraseñas. El monitor interactivo del podio exigió la contraseña del día. El primer intento de Todd fue infructuoso porque no recordaba bien la ortografía correcta. Empezó a buscar por sus bolsillos el pedazo de papel.
El otro tablero de la sala estaba en el centro de la larga mesa donde se sentaba Winters. Mientras el teniente Todd rebuscaba por el podio, el comandante sonrió, metió la contraseña y añadió su propia clave. La pantalla central se iluminó vivamente y mostró la imagen de una mujer estilizada y vestida de amarillo, sentada ante un piano, y la de dos muchachitos jugando a las damas detrás de ella. Un resplandor de color rojo salió del cuadro. Se trataba de una reproducción de una de las pinturas de la última época de Matisse, en Niza, magníficamente proyectada en el frente de la sala. El teniente Todd pareció sobresaltado. Un par de oficiales superiores se rieron.
Winters sonrió amablemente:
—Hay cosas la mar de sorprendentes con el poder resolutivo de una imagen 4k por 4k y una base de datos casi infinita —siguió un silencio turbado y Winters continuó—: Sospecho que es un esfuerzo inútil tratar de ampliar la educación de ustedes, jóvenes oficiales de la base. Adelante, continuó. Ya le he conectado con la base de datos de Máximo Secreto y cualquier nuevo inserto anularía la imagen.
Todd se tranquilizó. Este hombre, Winters, es un tío raro, pensó. El almirante, que era el oficial al mando de la base de Cayo West, había nombrado anoche al comandante para que dirigiera la importante investigación del misil Panther. Winters tenía un historial impresionante en misiles y en sistemas de ingeniería, pero ¿a quién se le ocurriría iniciar una reunión tan crítica proyectando un cuadro en la pantalla? Todd introdujo ahora 17BROK01 y, después de contar a los asistentes, el número nueve. En pocos segundos, una máquina en el rincón de la esquina más lejana de la sala, había hecho copias de representación compulsadas y grapadas para uso de los participantes. Todd presentó su primera imagen (titulada «Introducción y Fondo»), en el centro de la pantalla mediante la pulsación de otra tecla.
—Ayer por la mañana —empezó—, se llevó a cabo una demostración de prueba del nuevo misil Panther, sobre el Atlántico Norte. El misil fue disparado a las 07.00 desde el avión a 2.400 metros de altitud frente a las costas de Labrador. Fue dirigido a un blanco cercano a las Bahamas, uno de nuestros viejos portaaviones. Después de volar en una trayectoria balística normal, hacia la región donde estaba ubicado el barco, Panther activaría, se suponía, su guía terminal que utiliza el Sistema de Reconocimiento de Esquema Avanzado, o sea el SREA. El misil entonces, habría encontrado el portaaviones y sirviéndose de los cohetes de control de reacción, como autoridad de control primaria, haría cualquier corrección necesaria para impactar al viejo buque en su cubierta principal.
Todd pulsó otra tecla en el podio y apareció un mapa delineado de la costa este de América, incluyendo el área de Labrador hasta cruzar Cuba, en la pantalla de la izquierda.
—El misil estaba en su última versión de prueba —siguió diciendo—, con la exacta configuración del vehículo de vuelo en producción, excepto por la prueba de la instalación de mando y su cabeza armada. Éste iba a ser el vuelo de prueba más largo jamás intentado, preparado para demostrar por completo la nueva versión 4.2 de la software recientemente instalada en SREA. Así que, naturalmente, el misil no estaba armado.
El teniente cogió un lápiz linterna de encima del podio y marcó en el pequeño monitor frente a él. Sus marcas fueron inmediatamente a la gran pantalla, detrás de él, a fin de que todos pudieran seguir fácilmente su disquisición.
—En la pantalla todos pueden ver la trayectoria prevista y el camino auténtico seguido ayer por el pájaro. Aquí, aproximadamente a unos dieciséis kilómetros al este de Cabo Cañaveral, en lo que parecía ser un vuelo nominal, el secuenciador se volvió hacia las máscaras. Después de unas doscientas imágenes de calibración o ajuste, una especie de autoprueba para el SREA, los algoritmos de guía terminal, fueron activados como estaba previsto. Según lo que podemos deducir de la telemetría del tiempo real, no había ocurrido nada extraño hasta ese momento.
La pantalla de la derecha mostraba ahora un mapa detallado del sur de Florida y de los Cayos, incluyendo también el blanco de las Bahamas. Los mapas de las dos pantallas, a ambos lados, permanecieron a la vista durante el resto de su presentación pero el teniente Todd cambiaba constantemente la lista de palabras del centro para mantener así el ritmo de la peroración.
—La ubicación del blanco, a priori, que era donde las cámaras debían haber buscado el portaaviones, era aquí en Eleuthera, en las Bahamas. El algoritmo de seguimiento debía haber recorrido un círculo desde allí y, si hubiera funcionado correctamente, encontrado el blanco en unos quince segundos. Ésta (Todd señaló una línea de puntos, en el mapa más detallado) debió haber sido la trayectoria de impacto.
»Sin embargo —continuó Todd, dramáticamente—, basándonos en los datos telemétricos que hemos analizado hasta ahora, parece ser que el misil viró súbitamente hacia la izquierda, hacia la costa de Florida, poco después de haber sido activado el sistema de guía terminal. Solamente hemos podido reconstruir su recorrido hasta este punto, a unos cinco kilómetros al oeste de Miami Beach y a una altitud de 3.000 metros. A partir de ese momento, la telemetría se vuelve intermitente y errática. Pero sabemos que todos los motores de guía terminal funcionaban en el momento en que le hemos perdido. Proyectando el control total de autoridad del misil, el área iluminada aquí, que cubre las Everglades y los Cayos, y llega incluso al sur de Cuba, representa el punto donde pudo aterrizar el pájaro.
El teniente Todd hizo una breve pausa y el comandante Winters, que había estado tomando nota de lo más sobresaliente en un pequeño cuaderno, durante la presentación, intervino inmediatamente y empezó a hacerse cargo de la reunión.
—Un par de preguntas, teniente, antes de continuar —empezó Winters con un inconfundible tono de autoridad—. Primero, ¿por qué no se destruyó el misil tan pronto se le vio cambiar de rumbo?
—No estamos del todo seguros, comandante. La prueba de mando y de pequeña munición habían sido instaladas, por supuesto, específicamente para este propósito. El cambio de moción del vehículo fue tan inesperado que en un principio, reaccionamos muy despacio. Para cuando enviamos la orden puede ser que estuviéramos fuera de su alcance. Lo único que podemos decir es que no vimos explosión de ningún tipo. Solamente podemos asumir…
—Volveremos más tarde a este error operacional… —volvió a interrumpirle Winters. Todd palideció ante la palabra «error» y se agitó tras el podio.
—¿Dónde habría estado el punto de impacto según las constantes de guía activas en el momento de recibir el último informe completo de telemetría? ¿Y cuánto tiempo vamos a tardar en obtener información adicional de los datos intermitentes?
El teniente Todd se dijo para sus adentros que el comandante era agudo. Obviamente, Winters había estado asociado, en otras ocasiones, a investigaciones anómalas. Todd se apresuró a explicar que si las constantes de guía activas no hubieran vuelto a cambiar, el continuo funcionamiento de los motores terminales habría traído el misil a un punto de impacto a unos treinta y dos kilómetros al sur de Cayo West.
—No obstante, la software permitió a las constantes cambiar cada cinco minutos. Y, en efecto, habían cambiado en dos de los últimos cinco datos internos, hasta el momento. Así que es improbable que hubieran seguido siendo las mismas cuando nuestra telemetría terminó del todo, desgraciadamente, aunque todas las constantes —incluso las futuras ya previstas, que están siendo calculadas por el SREA— están almacenadas en la computadora de a bordo porque debido a limitaciones de anchura de cinta sólo transmitimos las constantes activas con la telemetría de tiempo real. Ahora vamos a repasar los datos sueltos manualmente, para ver si podemos encontrar algo más sobre las constantes. Uno de los otros oficiales del equipo formuló una pregunta sobre la probabilidad de que el misil hubiera llegado a Cuba. El teniente Todd contestó «muy remota» y acto seguido activó una superposición que colocó una trayectoria, hecha de puntos y destellos, sobre el mapa presentado en la pantalla de la derecha. Los destellos marcaron un camino que empezaba en Coral Gables, al sur de la ciudad de Miami, y continuaba a través de una porción del sur de Florida, hacia el golfo de México, por encima de los Cayos, y finalmente otra vez al océano.
—Nos proponemos concentrar nuestra búsqueda a lo largo de este trazado. A menos que el pájaro cambiara súbitamente de idea, su trayectoria general hubiera coincidido con un blanco situado en cualquier punto a lo largo de este camino. Y como no tenemos noticia de ningún impacto en tierra cerca de áreas pobladas, suponemos que el misil cayó o bien en las Everglades o bien en el océano.
El teniente Todd había consultado brevemente con Winters la noche anterior sobre el programa de la reunión. Se había previsto que solamente durara una hora, pero el número de preguntas la alargó a una hora y media. Todd se mostró minucioso y preciso en su presentación pero estaba claramente desanimado por la continuada insistencia de Winters sobre la posibilidad de un error humano. El teniente admitió sinceramente que se les había pasado el procedimiento de destruir el misil cuando se desvió, pero defendió a sus hombres citando las circunstancias anormales y el anterior y casi perfecto record de actuación del misil Panther. También explicó que iban a equipar sus mejores barcos de reconocimiento con los mejores instrumentos posibles (incluyendo el nuevo telescopio oceánico diseñado por el Instituto Oceanográfico de Miami) y a empezar mañana mismo una intensa búsqueda por las áreas señaladas.
Winters hizo muchas más preguntas sobre la posible causa del extraño comportamiento del misil. Todd le contestó que él y su equipo estaban convencidos de que era un problema de software, que algún algoritmo nuevo o recién añadido en la versión 4.2 de la software había desbaratado ópticos del blanco, almacenados. Winters aceptó eventualmente aquella opinión, pero sin embargo ordenó que le prepararan una lista de análisis de modos de fallo que indicara cada posible error de software, hardware u operacional (Todd hizo una mueca cuando oyó nuevamente a Winters mencionar operaciones) que pudieran conducir al tipo de problema observado.
Al término de la reunión, Winters reiteró la necesidad de guardar absoluto secreto sobre las actividades y señaló que el proyecto «Flecha Rota» debía seguir siendo completamente desconocido para la Prensa.
—Comandante —interrumpió Todd mientras Winters insistía en las relaciones con la Prensa. El teniente había empezado su disertación con cierta confianza pero cada vez se sentía más inseguro—, señor, ayer por la tarde recibí una llamada de una reportera, una tal Carolyn o Kathy Dawson creo, del Miami Herald. Me dijo que había tenido noticia de cierta actividad especial por aquí, y que se suponía que yo estaba relacionada con ella. Pretendió que su fuente de información era alguien del Pentágono.
Winters sacudió la cabeza.
—¡Mierda!, teniente, ¿por qué no lo mencionó antes? ¿Se imagina lo que puede ocurrir si se extiende el rumor de que uno de nuestros misiles pasó por encima de Miami? —hizo una pausa—. ¿Y usted qué le dijo?
—No le dije nada. Pero creo que sigue sospechando, llamó al despacho de relaciones públicas después de haber hablado conmigo.
Winters ordenó que la existencia de la investigación «Flecha Rota» se mantuviera clasificada y que todas las preguntas relacionadas con ella se pasaran a él. Luego, estableció la próxima reunión para el día siguiente a las 15.00, viernes, y para entonces (dijo a Todd) el comandante esperaba ver el resultado de los análisis de la telemetría intermitente, un estudio lógico más completo de los modos de fallos, y una lista de los datos más recientes de la software 4.2.
El teniente Todd abandonó la reunión convencido de que este destino iba a tener un impacto significativo en su carrera. Estaba claro, para el teniente, que su competencia profesional estaba siendo cuestionada por el comandante Winters. Pero se proponía hacer frente al feto de forma positiva. Primero, reunió a todo su equipo de jóvenes oficiales para efectuar un pequeño análisis de lo tratado. Les anunció (todos eran jóvenes recién salidos de la Universidad tras completar un programa ROTC de la Marina) que su trasero colectivo estaba en peligro. Luego definió una serie de acciones que les mantendrían a todos trabajando gran parte de la noche. Era absolutamente necesario que Todd estuviera debidamente preparado para la próxima reunión.