PRIMER EPÍLOGO
La dilatadísima existencia
de Ranjit Subramanian

Aquí termina nuestra historia de Ranjit Subramanian, aunque eso no quiere decir que no viviera (de un modo u otro) muchísimo tiempo; primero, de forma convencional, y después, archivado en una máquina. Aún es más, en aquella «vida» que conoció después de morir, convertido en una colección de patrones electrónicos, le ocurrieron muchas cosas fascinantes y curiosas. De la mayoría de ellas, sin embargo, no vamos a ocuparnos aquí, no porque no sean de interés, sino por ser muchas, y tenemos otras más importantes que hacer que narrar cuanto sucedió a la porción incorpórea del Ranjit orgánico original que quedó almacenada al objeto de seguir viviendo durante un número dilatado de años.

Pero hay algo en lo que cabe detenerse. Tuvo lugar mucho después de lo referido, una vez que Ranjit, aun en forma de ser archivado, hubo completado buena parte de las actividades turísticas que siempre había querido hacer (lo que suponía explorar casi toda la superficie de Marte y su interesantísima red de cuevas, así como la mayor parte de los demás planetas y los satélites de mayor relieve del sistema solar y cierto número de los objetos de más entidad de la nebulosa de Oort). Myra se hallaba de viaje, porque siempre había querido ver de cerca un agujero negro, y él había decidido pasar los pocos miles de años que iba a estar ausente ella abandonándose en la ladera de una montaña virtual de lana de vidrio (para relajarse, nada mejor que rumiar el teorema de N es igual a NP, que llevaba ya entreteniéndolo un buen número de décadas, aunque aún no había vislumbrado siquiera el final). Comoquiera que había creado la elevación que lo rodeaba al objeto de estar solo, no pudo evitar sorprenderse al ver a alguien que la subía con esfuerzo hacia el lugar que ocupaba él.

El intruso poseía, además, un aspecto muy extraño. Tenía los ojos minúsculos y la estructura ósea del rostro muy marcada, y medía por lo menos tres metros. Al llegar al afloramiento en que aguardaba Ranjit, se dejó caer en una tumbona (que no había existido hasta aquel momento), hizo un par de inspiraciones hondas hasta la exageración y apuntó:

—Veamos: «¡Menuda cuesta!, ¿eh?». ¿No es lo que debería decir?

Ranjit, a quien habían molestado ya muchos desconocidos en los últimos milenios, se ahorró toda fórmula de cortesía, y sin responder a la pregunta, se limitó a hacer la siguiente de su parte:

—¿Quién es usted y qué desea?

El recién llegado se mostró sorprendido y contento a partes iguales.

—Ya veo que es usted de los que van directos al grano. Estupendo. En tal caso, supongo que debo decir: «Me llamo…».

Con todo, en lugar de pronunciar nombre alguno, emitió una sucesión de sonidos inarticulados, a la que añadió:

—Pero puede llamarme, sin más, Estudiante, ya que lo que me trae aquí es la observación de los procesos que gobiernan su pensamiento y cualquier otra particularidad de éste.

Ranjit consideró la idea de expulsar a aquel intruso del entorno privado que con tanto celo había creado para sí, aunque lo cierto es que había algo en él que le resultaba divertido.

—Está bien. De acuerdo, estúdieme cuanto quiera. ¿Y para qué quiere hacer algo así? El extraño infló los carrillos.

—¿Cómo podría explicárselo? —se preguntó—. Digamos que se trata de conmemorar el regreso de los grandes de la galaxia.

—¿Quiere decir que, al final, han vuelto?

—¡Por supuesto que sí! Después de… déjeme ver… según sus cómputos, unos trece mil años; lo que no es mucho tiempo para ellos, aunque sí lo bastante para que se hayan producido cambios de relevancia en la fisonomía de los seres humanos como yo. Bueno, claro, y como usted —añadió con gentileza—. Por lo tanto, hemos proyectado reconstruir todos aquellos acontecimientos, y como usted desempeñó una modesta función en algunos de ellos, yo he elegido recrearlo a usted.

—¿Me está diciendo que van a hacer algo así como una película de aquello, y que usted va a representar mi papel?

—Mmm… Exactamente no es una película; pero sí: yo voy a «representar» su papel.

—Ajá… Últimamente no he prestado demasiada atención a la realidad. ¡Ni siquiera sabía que hubiesen regresado los grandes de la galaxia!

El extraño pareció maravillarse.

—Pues ¡claro que han vuelo! Habían dicho a los eneápodos y a los unoimedios que se ausentarían durante un tiempo no muy prolongado. Y aunque trece mil años no es mucho para ellos, nosotros no podemos decir lo mismo. Al parecer, los ha sorprendido ver la rapidez con la que hemos evolucionado. Jamás habían dejado que una especie racional evolucionara a su propio ritmo, pues tenían la costumbre de frenar el proceso en todas las que descubrían. Sin embargo, no creo que les haya importado verse exonerados de semejante carga. —Dicho esto, ensayó diversos movimientos con los labios antes de solicitar a su interlocutor—: ¿Le importa volver a decir ajá para que lo practique?

—Ajá —respondió él, no tanto por satisfacer su petición como por ser incapaz de contestar de otro modo a lo que acababa de oír—. ¿Qué quiere decir con lo de «verse exonerados de semejante carga»?

—Me refiero a la responsabilidad de dirigirlo todo —aclaró el desconocido mientras estudiaba el semblante de Ranjit y trataba de reproducirlo—. No es que lo que hacían no fuese positivo las más de las veces; pero se equivocaban al querer detener el desarrollo de tantas especies interesantes. Y aunque, en general, acertaban con los aspectos técnicos, hay que reconocer que lo que hicieron con la constante cosmológica resulta, simple y llanamente, vergonzoso.

Ranjit se incorporó.

—Y si los grandes de la galaxia han dejado de dirigir las cosas, ¿no debería haber alguien al mando en su lugar?

—Por supuesto —respondió el extraño con impaciencia—. Pensaba que ya sabría que somos nosotros.