CAPÍTULO XXVII
Pax per Fidem

La aclaración de Gamini no se hizo esperar. En realidad, sus amigos hubieron de aguardar unas treinta y seis horas, aunque, como al resto del mundo, durante ese tiempo no les faltaron cosas que hacer. No era el trabajo lo que ocupaba los más de sus pensamientos, sino los medios de comunicación, que no dejaban de mostrar imágenes de fuerzas extranjeras entrando, sin encontrar resistencia ni llevar más armas que aquellos surtidores de ruido y conmoción, en la fortaleza, otrora inexpugnable, de la Corea del Norte del Dirigente Adorable; escenas que, para colmo, iban acompañadas de las inagotables conjeturas de comentaristas perplejos.

Al final, apareció en la pantalla algo que, cuando menos, prometía ofrecer alguna respuesta. Fue durante la sobremesa, cuando Myra se disponía a acostar a la niña en virtud de los turnos que habían establecido y Ranjit volvió a encender el televisor. Momentos después, dio un alarido que hizo que ella regresara a la carrera al salón.

—Mira —anunció—: Puede que vayan a dar información de verdad.

Se trataba de un ciudadano nipón que, de pie ante un atril, comenzó a hablar sin que nadie lo presentara.

—Buenas noches —dijo, con voz educada y, al parecer, habituada a la presencia de las cámaras—. Mi nombre es Aritsune Meyuda, antiguo embajador japonés ante las Naciones Unidas. Ahora ejerzo de lo que ustedes llamarían director de personal de lo que hemos denominado Pax per Fidem, forma abreviada de Pax in Orbe Terrarum per Fidem, o Paz Mundial mediante la Transparencia, organización responsable de lo ocurrido en la península de Corea.

»Dado el carácter secreto que ha sido necesario dar a la operación, se han formulado no pocas hipótesis al respecto de su naturaleza y de la naturaleza de cuanto ha sucedido desde entonces. Ahora estamos en situación de dar algunas respuestas. Para exponer cómo han tomado forma estos acontecimientos y cuál es su significación, tomará la palabra la persona que los ha hecho posibles.

Entonces desapareció de la pantalla el rostro de Meyuda para dar lugar a la imagen de un hombre alto, bronceado y de constitución recia a pesar de su madurez, cuya visión arrancó a Myra un grito de asombro.

—¡Cielo santo! —exclamó—. Pero si es… Si es…

Meyuda lo presentó antes de que lograra decirlo.

—Les dejo —anunció— con el secretario general de las Naciones Unidas, el señor Ro’onui Tearii.

—Permítanme asegurarles, en primer lugar —comenzó a declarar éste, sin importunar a su auditorio más que el anterior con comentarios introductorios—, que en Corea no ha ocurrido nada deshonesto. No hemos emprendido guerra de conquista alguna, sino sólo una acción policial ineludible que cuenta con la aprobación, unánime aunque secreta, del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

«Quisiera, al objeto de explicar el origen de todo esto, poner en claro un asunto que data de hace unos años. Muchos de ustedes recordarán que se habló largo y tendido de la conferencia que estaban tratando de organizar las tres naciones más poderosas del mundo (es decir: Rusia, China y Estados Unidos) con la laudable intención declarada de dar con un modo de poner fin a las numerosas guerras que estaban estallando en todo el planeta. Muchos comentaristas consideraron absurdo, y aun digno de vergüenza, lo que ocurrió entonces a causa de cierto rumor que aseguraba que el proyecto había fracasado porque no lograron alcanzar un acuerdo respecto de la ciudad en que debía celebrarse aquel encuentro.

»Sin embargo, ha llegado el momento de revelar que todo aquel episodio no fue más que un engaño, un engaño urdido a instancia de un servidor por la necesidad de ocultar el hecho de que los tres presidentes estaban poniendo en efecto una serie de reuniones ultrasecretas en las que tratar un asunto de importancia trascendental: el de cómo, cuándo y, de hecho, si era conveniente emplear el arma, no mortífera, pero sí tremendamente destructiva, que ahora conocemos como Trueno Callado.

»Si emprendieron una acción tan excepcional fue porque cada uno de sus estados había tenido noticia, por obra de sus servicios de espionaje, de que los dos restantes habían desarrollado un arma similar y se disponía a hacerla operativa lo antes posible, y los asesores de los tres presidentes los apremiaban para hacerlo antes que los demás, emplearla para destruir a sus dos rivales y convertirse en la única superpotencia del mundo.

»El que los tres rechazasen semejante propuesta es algo que los honrará eternamente. Durante aquellos encuentros secretos, decidieron poner el Trueno Callado en manos de las Naciones Unidas. —Aquel hombre grande e imponente, del que se decía que había sido en otro tiempo el ser más poderoso de Maruputi, la diminuta isla de la Polinesia Francesa que lo vio nacer, guardó un silencio sombrío antes de anunciar sonriente—: Y eso hicieron, ahorrando así al mundo un conflicto terrible de consecuencias inimaginables.

A esas alturas, Myra y Ranjit habían empezado a despegar la vista de la pantalla con frecuencia para mirarse sorprendidos y volver de nuevo a observar la transmisión. Ahí no acababa todo: aún quedaba mucho más, y los dos permanecieron pendientes de cuanto ocurría, prorrogando el sueño y aun olvidándolo por completo durante casi una hora, que fue el tiempo que estuvo hablando el secretario general Tearii, y después durante el lapso, aún más dilatado, que dedicaron los comentaristas políticos de todo el mundo a analizar cada una de sus palabras en diversos debates. Cuando, al fin, resolvieron acostarse, seguían tratando de entender cuanto había sucedido.

—Entonces, lo que hizo Tearii —comentó Ranjit mientras se lavaba los dientes— fue organizar eso de la Pax per Fidem con gente de veinte países distintos…

—Neutrales todos —añadió Myra, que se había dedicado a ahuecar las almohadas—, y todos naciones insulares que no llegan a ser lo bastante grandes para convertirse en ninguna amenaza para nadie.

Pensativo, Ranjit se enjuagó la boca.

—El caso —señaló mientras se secaba el rostro— es que, a tenor de los resultados, parece que no ha ido tan mal el asunto, ¿no?

—Pues no —reconoció ella—. Es verdad que Corea del Norte siempre ha dado la impresión de ser un peligro para la paz mundial.

Ranjit miró de hito en hito la imagen de sí mismo que le devolvía el espejo.

—¡Bueno! —exclamó al fin—. Si viene Gamini, espero que se pase por aquí.

Lo hizo, y llevó flores para Myra, un sonajero chino gigante para la pequeña, una botella de whisky coreano para Ranjit y un cargamento de disculpas para todos.

—Siento haber tardado tanto —dijo mientras daba a Myra un beso pudoroso en la mejilla, reservando un abrazo para su amigo—. No quería dejaros colgados, pero estaba en Pyongyang con mi padre, asegurándome con él de que todo marchase según lo esperado, y luego tuvimos que viajar a la carrera a Washington. El presidente está que trina con nosotros.

Ranjit no pudo por menos de preocuparse ante tal afirmación.

—¿Está enfadado? ¿Me estás diciendo que no quería que atacaseis?

—No, no, ¡qué va! Pero resulta que en la frontera misma, en una zona difícil por lo accidentado del terreno, había un par de hectáreas llenas de material defensivo de Estados Unidos y Corea del Sur que ha quedado tan malparado como las armas de los norcoreanos. —Encogiéndose de hombros, agregó—: En fin: no pudimos evitarlo. El viejo Adorable tenía buena parte de lo más mortífero de su arsenal precisamente en aquel lado de la línea de demarcación, que, por cierto, es bastante estrecha, y teníamos que asegurarnos de que no se nos escapaba nada. El presidente lo sabe, por supuesto; pero alguien cometió el error de garantizarle que Estados Unidos no sufriría ningún daño, y ahora se encuentra con que parte de las armas de tecnología punta más temibles, valorada en catorce mil millones de dólares, ha quedado inservible. ¿Qué, Ranjit? ¿No piensas abrir esa botella?

El interpelado, que había estado mirando completamente embelesado a su amiguete de infancia, obedeció mientras Myra iba por vasos. Al escanciar el licor, preguntó:

—¿Y eso os va a acarrear problemas?

—Para preocuparse, no. Lo superará. Por cierto, ahora que hablamos de él, me ha dado algo para ti.

Se trataba de un sobre que llevaba estampado el sello oficial de la Casa Blanca, que Ranjit abrió, una vez servidos todos, después de tomar un sorbo y hacer una mueca. Rezaba:

Querido señor Subramanian:

Deseo agradecer, en nombre del pueblo de Estados Unidos, los servicios prestados. Sin embargo, debo relevarlo del puesto que ocupa en la actualidad para pedirle que acepte uno más importante aún y también, me temo, más secreto.

—Lo firmó de su puño y letra —aseguró Gamini con orgullo—, y no con una de esas máquinas. Yo lo vi.

Ranjit dejó el vaso con lo que quedaba de bebida, que permanecería intacto para siempre, e inquirió:

—Gamini, ¿de qué parte de todo este tinglado eres tú responsable?

El visitante se echó a reír.

—¿Yo? De casi nada: soy sólo el chico de los recados de mi padre. Él me dice lo que tengo que hacer, y yo lo hago. Como cuando tuve que reclutar a los de Nepal.

—De eso llevo yo tiempo queriendo preguntarte —intervino Myra, apreciando discretamente el aroma del whisky sin llegar a probarlo—. ¿Por qué nepaleses?

—Por dos motivos: primero, porque sus bisabuelos sirvieron en las filas del ejército británico, en donde los llamaban gurjas y los tenían por los soldados más duros e inteligentes de cuantos luchaban con ellos. Además, como no se parecen a los estadounidenses, a los chinos ni a los rusos, nadie ha enseñado a los norcoreanos a odiarlos desde la cuna como a éstos. —Tras oler su bebida, soltó un suspiro y dejó el vaso en la mesa—. Son como tú y como yo, Ranjit —añadió—, y ésa es la razón por la que podemos ser tan útiles a Pax per Fidem. ¿Qué dices? ¿Puedo alistarte hoy mismo?

—Cuéntanos más —intervino Myra con rapidez, antes de que su esposo tuviese oportunidad de hablar—. ¿Cuál va a ser su trabajo?

Gamini sonrió.

—En fin… No es, ni por asomo, lo que iba a ofrecerte hace tiempo. En aquel momento, pensaba que podías echarme una mano ayudando a mi padre; pero entonces no eras un personaje famoso.

—¿Y ahora? —insistió ella.

—En realidad, aún no tenemos respuesta —confesó Gamini—. Trabajarías para el consejo, y lo más seguro es que éste te pida que hables en su nombre en las ruedas de prensa, que promuevas ante el mundo el ideario de Pax per Fidem…

Ranjit frunció el ceño entre burlas y veras.

—Y para hacer eso ¿no voy a tener que saber más acerca del proyecto?

Gamini suspiró.

—¡El Ranjit de siempre! —exclamó a continuación—. Tenía la esperanza de iluminarte y lograr que te enrolases sin más; pero claro, conociéndote, imaginé que ibas a querer más información; así que te he traído lectura. —Y echando mano al maletín que llevaba consigo, sacó de él un sobre con documentos—. Digamos que son tus deberes, Ranj. Supongo que lo mejor que podéis hacer, los dos, es leerlos y comentarlos esta noche. Mañana vendré para invitaros a desayunar, y entonces estaré en situación de formularte la gran pregunta.

—¿Y cuál es esa gran pregunta? —quiso saber.

—¿Cuál va a ser? Si quieres ayudarnos a salvar el planeta.

Natasha tuvo, aquella noche, menos tiempo para jugar del que solía, aunque, a pesar de hacer saber a sus padres con algún que otro sollozo que no había pasado por alto aquel hecho, no tardó en quedarse dormida; de modo que Myra y Ranjit pudieron centrarse en las tareas que les había puesto Gamini.

Había dos series de papeles. Una consistía, al parecer, en una propuesta de constitución para (supusieron) el país que había sido la Corea del Norte de uno u otro dictador. Los dos la leyeron con atención, claro, aunque la mayor parte estaba conformada por cuestiones de procedimiento que la hacían semejante a la estadounidense que habían conocido en la escuela. Con todo, había ciertas diferencias, pues el documento contenía un par de párrafos que hacían imposible toda comparación. En uno de ellos se declaraba que la nación no podría entrar en guerra en ninguna circunstancia (lo que hacía pensar en la Constitución que Estados Unidos redactó para el Japón después de la segunda guerra mundial); en otro, que no estaba presente en ningún otro código del que tuvieran noticia, se describían algunos métodos, un tanto insólitos, de selección de altos funcionarios que dependían en gran medida de la informática; y en el tercero se disponía que todas las instituciones del país (incluidas no sólo las gubernamentales, fuera cual fuere su categoría, sino también las educativas, científicas y aun las religiosas) habrían de permitir el acceso de observadores a todas y cada una de sus funciones.

—¡Supongo que debe de ser esto a lo que se refería Gamini al hablar de transparencia! —señaló Ranjit.

El otro documento versaba sobre cosas más tangibles, y así, describía el modo como el secretario general había resuelto, con la mayor reserva posible, la creación de un consejo independiente, formado por veinte personas, a fin de dirigir Pax per Fidem. En la relación de integrantes figuraban representantes de diversas naciones, que iban desde las Bahamas, Brunei y Cuba hasta Tonga y Vanuatu (a quienes precedía también Sri Lanka). Además, el escrito se mostraba más preciso en relación con el concepto de transparencia (en latín, el término fides que integraba la denominación del organismo equivalía en general a todo aquello que hace digno de confianza a alguien). En pro de ella, el organismo debía crear un cuerpo de inspectores respecto del cual se exigía la misma diafanidad.

—Supongo que querrán que formes parte de ese «cuerpo de inspectores» —dijo Myra mientras apagaba la luz.

—A lo mejor —contestó él tras un bostezo—; pero antes de comprometerme a nada, tendrán que dejarme más claro qué es lo que se espera de mí.

A la mañana siguiente, Gamini hizo cuanto estuvo en sus manos por responder a todas sus preguntas.

—He hablado con mi padre para intentar averiguar el grado de libertad que te van a otorgar, y te puedo asegurar que no va a ser poco. Él está convencido de que vas a poder moverte a voluntad por toda la organización y observar cuanto estamos haciendo, con la única excepción de lo que tiene que ver con el Trueno Callado. Es decir, que no podrás saber de cuántas armas disponemos ni para qué las queremos, porque ésa es información a la que sólo tienen acceso los del consejo. Sin embargo, estarás al corriente de todo lo demás. De hecho, podrás estar presente en la mayoría de las sesiones del consejo, y hacer llegar a sus miembros cualquier queja o sugerencia.

—¿Y si da con algún fallo y el consejo no hace nada por enmendarlo? —terció Myra.

—En tal caso, tendrá la facultad de exponerlo ante la prensa mundial —respondió Gamini con presteza—. Por eso hablamos de transparencia. Bueno, ¿qué te parece? ¿Quieres saber algo más antes de darme una respuesta?

—Un par de cosas —dijo su amigo con suavidad—. El consejo ese… ¿qué asuntos trata cuando se reúne?

—Sobre todo, se dedica a hacer planes frente a cualquier contingencia. No puedes efectuar un cambio de régimen sin asegurarte de que la población dispondrá de una sociedad viable después de la transformación. Hemos aprendido de lo que ocurrió en Alemania después de 1918 y en Iraq tras 2003, y sabemos que no se trata sólo de garantizar que el pueblo tendrá alimento y recuperará el suministro eléctrico lo antes posible, ni de asegurarse de poner en acción un cuerpo de policía que evite el pillaje; sino de ofrecerle la oportunidad de formar su propio Gobierno. Además, por supuesto, hay que pensar en el futuro. Hay un buen número de guerras menores y de amenazas de nuevos conflictos, y el consejo está pendiente de todos.

—Espera —lo interrumpió Myra—. ¿Estás diciendo que pueden volver a usar la cosa esa, el Trueno Callado, en otras partes del mundo?

Gamini le dedicó una sonrisa cariñosa.

—Myra, amor mío —le dijo—, ¿qué te ha hecho pensar que íbamos a detenernos en Corea del Norte?

Entonces, advirtiendo el gesto que había asomado al rostro de sus amigos, añadió en tono herido:

—¿Qué pasa? No será que no confiáis en nosotros, ¿verdad?

Fue ella quien respondió, o más bien replicó, por cuanto no puede decirse que fuera una contestación precisa a la precisa pregunta que se le había planteado:

—Gamini, ¿has leído, por casualidad, 1984? La publicó, en Inglaterra, a mediados del siglo pasado, un hombre llamado George Orwell.

—¡Claro que la he leído! —contestó él ofendido—. Mi padre es un gran admirador suyo. ¿Estás tratando de compararnos con el Gran Hermano? Porque debes tener presente que el secretario general ha contado con la aprobación unánime del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para cada uno de los pasos que hemos dado.

—No es eso, Gamini, cariño; estoy pensando, más bien, en la manera como se divide el mundo en la novela. En ella hay sólo tres potencias, porque el resto ha quedado sometido a ellas por conquista: Oceanía, con lo que Orwell se refiere, sobre todo, a Estados Unidos; Eurasia, es decir, Rusia, que aún era la Unión Soviética, y Estasia, o sea, China.

Gamini no hizo nada por disimular su enojo.

—¡Pero, Myra! No creerás que las naciones que han creado Pax per Fidem tienen la intención de dividirse el planeta, ¿no?

Una vez más, ella optó por responder con una pregunta:

—No tengo ni idea de lo que puede estar planeando ninguna de ellas, Gamini. Espero que no sea el caso; pero si lo es, ¿qué va a detenerlas?

Cuando se marchó Gamini (quien no había dejado de ser amigo, y de los mejores, del matrimonio, aunque en adelante la pareja no iba a verlo con demasiada frecuencia), Ranjit se dirigió a su esposa con estas palabras:

—Bueno, y ahora, ¿qué hacemos? El presidente me ha relevado del puesto que tenía aquí, y yo acabo de renunciar al que me ofrecían él y Gamini. Su padre —y al reparar en ello no pudo por menos de fruncir el entrecejo— también quería que lo aceptase, y supongo que no le habrá hecho gracia que haya dicho que no; así que no sé si seguirá en pie la oferta de trabajar en la universidad.