Se han llevado a Dee y a Sally en dos ambulancias distintas. Primero se han llevado a Dee, pero Sally ha salido justo detrás, y eso que no tenía ninguna herida. Intenté decirles a los de la ambulancia que lo único que le pasaba era que se había quedado bloqueado, y a uno no se lo llevan en ambulancia solo por eso, pero, claro, no me oyeron.
Uno de los enfermeros, un hombre con mucho pelo, ha llamado al hospital por un teléfono móvil de esos antiguos que llevan como una antenita larga y les ha dicho que tenían un herido grave. Eso quiere decir que Dee se podría morir, sobre todo si se ha quedado con la cara del hombre diablo que le ha disparado. Parece que, cuanto más sabes sobre la persona que te dispara, más probabilidades tienes de morir.
La policía ha cerrado la gasolinera pese a que se supone que no cierra nunca, así que una vez que se han llevado a Dee y a Sally, me he vuelto a casa.
Max sigue bloqueado. Su padre se ha acostado porque tiene que levantarse a las cinco de la mañana. Pero su madre todavía está despierta, sentada en una butaca junto a la cama de Max.
Mi butaca.
Pero no me importa. A mí también me apetece sentarme al lado de la mamá de Max. Me gustaría que se quedara en esta habitación toda la noche. Acabo de ver cómo le pegaban un tiro a mi amiga con un arma de verdad y una bala de verdad, y no puedo dejar de darle vueltas.
Ojalá su madre me acariciara la cabeza a mí también y me besara en la frente.
Cuando Max despierta el sábado por la mañana, ya no está bloqueado.
—¿Qué haces ahí?
No sé si me lo dice a mí. Estoy sentado a los pies de su cama. Llevo aquí toda la noche, pensando en Dee, en Sally y en el hombre de la máscara, mirando todo el rato a la madre de Max, porque así me siento mejor.
Pero no es a mí a quien se lo ha dicho. Se lo ha dicho a su madre. Se ha quedado dormida en la butaca, y despierta al oír la voz de Max. Se sobresalta como si le hubieran dado un pellizco.
—¿Qué? —dice, mirando alrededor sin saber dónde está.
—¿Qué haces sentada ahí? —le pregunta Max otra vez.
—Max, te has despertado.
Y de pronto da la impresión de que los huevos, las piedras, la ventana rota y el bloqueo de Max se le vienen encima y la inflan como un globo. La mamá de Max salta de la butaca, toda inflada y despierta, y enseguida le contesta.
—Me he sentado aquí porque anoche no te encontrabas bien, y no quería que estuvieras solo.
Max mira hacia la ventana que está al lado de su cama. Donde antes había un cristal, ahora hay un plástico transparente. Lo puso el padre de Max anoche.
—¿Me bloqueé? —pregunta Max.
—Sí —dice su madre—. Fue solo un rato.
Él sabe que se bloqueó, pero aun así siempre pregunta. No sé por qué. No es que tenga amnesia, que es una enfermedad que desenchufa el cerebro de la persona, así que ya no puede registrar lo que ve ni lo que hace. En las películas sale mucho, pero me parece que es una enfermedad de verdad, aunque nunca he conocido a nadie que tuviera amnesia. Es como si Max quisiera asegurarse de que todo va bien. A Max le encanta asegurarse de todo.
—¿Quién rompió el cristal de mi ventana? —pregunta, sin apartar la vista del plástico.
—No lo sabemos —dice su madre—. Creemos que fue un accidente.
—¿Cómo se puede romper el cristal de una ventana por accidente?
—En Halloween los niños siempre están haciendo travesuras —dice su madre—. Lanzaron huevos contra la casa. Y piedras.
—¿Por qué?
Le noto en la voz que está preocupado. Seguro que su madre también lo ha notado.
—Son gamberradas que se hacen —dice ella—. Hay niños a los que les gusta gastar gamberradas en Halloween.
—¿Gastar?
—Hacer gamberradas —aclara ella—. Pero también se puede decir «gastar gamberradas».
—Ah.
—¿Quieres desayunar?
Max come muy bien, pero a su mamá siempre le parece que come poco y se preocupa.
—¿Qué hora es? —pregunta Max.
Ella mira su reloj. Es uno de esos relojes con manecillas, que yo no sé leer muy bien.
—Las ocho y media —responde ella, con alivio.
Max solo puede desayunar antes de las nueve. Si pasa de las nueve, ya tiene que esperar a la comida de mediodía.
Es una regla inventada por Max, no por su madre.
—Vale —dice Max—. Entonces sí desayuno.
Ella se va a prepararle unos pancakes y lo deja que se vista solo. Max nunca desayuna en pijama. Es otra de sus reglas.
—¿Me dio un beso anoche? —me pregunta Max.
—Sí —le digo—. Pero solo en la frente.
Me gustaría poder contarle a Max que anoche un hombre con una máscara le pegó un tiro a mi amiga, pero no puedo. No quiero que Max sepa que voy a la gasolinera, al bar, a la comisaría de policía o al hospital. No creo que le gustara saberlo. Él quiere pensar que me paso la noche sentado a su lado, o al menos que estoy en casa por si me necesita. Creo que se enfadaría mucho si supiera que tengo otros amigos en el mundo.
—¿Fue un beso largo? —pregunta Max.
Por primera vez desde que lo conozco, la pregunta me molesta. Sé que para él es muy importante saber que no fue un beso largo, pero tampoco es que importe mucho. Es una tontería, comparado con verte envuelto en una situación con pistolas, sangre, amigos y ambulancias de por medio; además, no sé por qué me lo tiene que preguntar cada día. ¿Es que no sabe que es bueno que los besos de una madre sean largos?
—Qué va —le digo, como siempre—. Fue un beso supercorto.
Pero por primera vez contesto sin sonreír. Arrugo la frente. Lo digo con los dientes apretados.
Max no se da cuenta. Él nunca se da cuenta de esas cosas. Sigue con la vista fija en el plástico que tapa la ventana.
—¿Tú sabes quién rompió ese cristal? —me pregunta.
Lo sé, pero lo que no sé es si debería decírselo. No sé si será mejor que me lo calle, como lo de los besos largos de su madre. Aún sigo molesto por que me haya preguntado eso, y aunque deseo hacer lo mejor para él, a la vez no deseo hacer lo mejor para él. No quiero herirle, pero no estoy de buen humor.
Tardo demasiado tiempo en contestar.
—¿Tú sabes quién rompió ese cristal? —me pregunta Max de nuevo.
Max nunca tiene que preguntarme las cosas dos veces, así que ahora también él está de mal humor.
Decido ser sincero, no porque crea que es lo mejor para Max, sino porque estoy enfadado y no me apetece pensar en qué será lo mejor.
—Fue Tommy Swinden —contesto—. En cuanto oí caer los cristales, salí a la calle y lo vi yéndose a todo correr.
—Fue Tommy Swinden —repite Max.
—Sí. Fue Tommy Swinden.
—Fue Tommy Swinden el que rompió el cristal de mi ventana y lanzó esos huevos contra la casa.
Eso es lo que Max le dice a su madre mientras está comiendo sus pancakes. No me puedo creer que se lo haya dicho. Me ha pillado por sorpresa. ¿Qué explicación piensa darle? De pronto olvido que estoy enfadado con Max. Ahora lo que estoy es preocupado. Preocupado por lo que pueda decir. Y enfadado conmigo mismo por haber sido tan tonto.
—¿Quién es Tommy Swinden? —pregunta la mamá de Max.
—Un niño del cole que siempre se está metiendo conmigo. Quiere matarme.
—¿Y tú cómo sabes eso?
Por el tono no parece que su madre lo crea.
—Me lo dijo él mismo.
—¿Qué dijo exactamente?
La madre de Max sigue fregando la sartén, lo que me hace pensar que aún no se lo cree.
—Dijo que me iba a hacer una ahogadilla —dice Max.
—¿Una ahogadilla? ¿Dónde?
—No lo sé, pero seguro que es algo malo.
Max tiene la vista fija en sus pancakes. Cuando come, nunca aparta la vista de la comida.
—¿Por qué dices que es algo malo? —pregunta su madre.
—Porque Tommy Swinden solo me dice cosas malas.
Su madre se queda callada un momento, y tengo la impresión de que ha decidido dar por olvidado el asunto. Pero de pronto habla de nuevo.
—¿Cómo sabes que fue Tommy quien tiró los huevos y las piedras?
—Budo lo vio.
—Budo lo vio.
Esta vez es la madre de Max quien ha dicho algo que no suena a pregunta pero es una pregunta.
—Sí —dice Max—. Budo lo vio.
—Ya.
Me siento como si fuera tabú, que es una palabra que usan los adultos cuando tienen prohibido hablar de algo que al parecer es superimportante. La madre de Max la usa mucho cuando habla con su marido de Max y su «diagnóstico».
Tardé siglos en adivinar a qué se referían con eso.
Max y su madre siguen comiendo, y luego ella le pregunta:
—¿Y ese Tommy Swinden está en tu clase?
—No, en la de la señorita Parenti.
—¿En tercero?
—No —dice Max. Suena molesto. Piensa que su madre tendría que saber que la señorita Parenti no da clase a los de tercero, porque para Max no saber quién da clase a quién es algo muy grave—. La señorita Parenti da clase a los de quinto.
—Ah.
La madre de Max no vuelve a hablar de Tommy Swinden, ni de huevos, piedras y ahogadillas, ni siquiera de mí, y me da muy mala espina. Significa que algo está tramando.
Lo intuyo.